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Democracia, desarrollo y poder regional 

La relación México, Brasil, Argentina… China

Similitudes y diferencias en el desarrollo económico y humano y el aumento en el poder internacional de las potencias regionales latinoamericanas y China.

Por: José Enrique Aguirre Torres y Ana Silvia Guadalupe Orduña Martínez

Por: José Enrique Aguirre Torres y Ana Silvia Guadalupe Orduña Martínez

Tabla de contenidos

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Las dinámicas en torno al desarrollo suelen ser complejas, pues el propio concepto ha requerido de una transformación analítica y práctica para adaptarse a los contextos temporales. Es decir, es un concepto evolutivo que integra diversas variables dependiendo de la perspectiva en la que se posiciona el análisis. En general, el desarrollo se ha definido en función del crecimiento económico, progreso social y bienestar. Por su parte, el poder proyectado hacia el plano internacional, y así como el desarrollo, es multidimensional. Entender cómo interactúa el desarrollo y el poder resulta de interés para el presente análisis.

El presente trabajo busca hacer un análisis comparativo del desarrollo y poder mundial de las potencias regionales de México, Argentina y Brasil, y la que parece ser una potencia regional-global, China. La justificación de esta comparación va de la mano con el incremento de las relaciones comerciales, pero principalmente de cooperación, entre los tres países latinoamericanos y el país asiático durante el siglo XXI. El análisis busca contrastar el panorama que se construye a partir de indicadores como el Índice de Desarrollo Humano (IDH) y el Producto Interno Bruto (PIB), frente al Índice de Poder Mundial (IPM). 

En un primer momento, se retoma un breve recorrido por los contextos domésticos de los cuatro países durante el siglo XXI desde su sistema político, esto a partir del entendimiento que la proyección internacional se ve condicionado por la dinámica nacional, que a su vez lleva indicios explicativos de los valores que alcanzan con relación a los indicadores empleados para el análisis del presente trabajo. Después se aborda la cuestión del desarrollo de los cuatro países con relación al IDH y PIB. En un tercer momento se aborda la dinámica en torno al Índice de Poder Mundial. Y, por último, abordar una breve conclusión en torno al puente entre el desarrollo y la proyección del poder mundial.

Sistemas políticos en contextos diferenciados

Cuando se busca abordar un análisis del desarrollo de las sociedades y los países, es necesario hacer referencia a los sistemas políticos que sostienen dicha dinámica doméstica, que a su vez condiciona su actuar internacional. El modelo de desarrollo que se ha consolidado como universal e incuestionable para garantizar el mejoramiento de la calidad de vida de la población, es la democracia, que además se vincula con prácticas de mercado abierto, teniendo como centro la idea de las libertades.

La democracia se ha posicionado a escala global y ha permeado como un ideal entre los diversos territorios, brindando legitimidad a los regímenes que se apegan a las prácticas atribuidas a la democracia. En este sentido, es importante entender que la aplicación de la democracia estará en función a las propias dinámicas estructurales y contextuales de cada país y región. Para esta sección, se hace un breve recorrido para abordar el sistema político de México, Brasil y Argentina como países clave latinoamericanos, y China, como un país asiático que ha desarrollado su proyección internacional de manera impresionante en los últimos años.

Al abordar un contraste entre las democracias latinoamericanas y la democracia de China, es importante tener en cuenta las diferencias contextuales. A pesar de que los países que se toman para este análisis son democracias altamente cuestionadas por Occidente, responden a cuestiones particulares. La situación de América Latina despierta preocupación respecto a la calidad y baja intensidad de las democracias. Éstas muestran frágiles instituciones y autoridades, así como un fuerte distanciamiento de los ciudadanos respecto a lo político. Porque la democracia no es sólo entendida como una entidad política que corresponde a una forma de Estado como una forma de gobierno, sino que también es la expresión de la actitud ciudadana frente a la forma en la que se gobierna, según Sartori (2012). Para el caso chino, la calidad democrática es cuestionada cuando se observan fuertes y rígidas instituciones, y un centralismo de un sólo partido y de las autoridades. Para Puerta (2022) el modelo chino de democracia busca replantear este sistema político a partir de la legitimación del régimen, es por eso por lo que se le atribuye el título de dictadura democrática popular. Puerta argumenta que el pueblo es visto como el vehículo a un fin último: el fortalecimiento del modelo a través del partido. 

Teniendo en mente la conceptualización del sistema político democrático, es importante aterrizar la dinámica política de México, Brasil, Argentina y China en el siglo XXI, describiendo las características contextuales que son tanto representativas de la región como particulares de cada país. Así se entenderán factores clave para ligar la democracia con el desarrollo y la proyección internacional. Esto porque los cuatro casos observan que el éxito económico y comercial relativo ha dependido de una política de apertura, pero que no ha significado un progreso sustancial en la democratización política (Keping, 2016).

Sobre el caso mexicano, Álvarez (2012) reconoce que, aunque el proceso democrático ha avanzado de manera considerable, persisten diversos retos para transitar de una democracia electoral hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos que permita el desarrollo de quienes viven en una situación de vulnerabilidad y falta de oportunidades. Esto con especial mención al deficiente acceso al pleno ejercicio de los derechos humanos, cuestión con la que México ha tropezado aún en este periodo de democracia ‘consolidada’ durante el siglo XXI. La democracia mexicana, que suele reconocerse en consolidación progresiva a partir de 1994, suele posicionarse en un fuerte debate sobre cómo se puede transitar de un modelo político autoritario a un sistema político democrático, siendo que es necesario que la transición se dé de manera suave y negociada por los pactos políticos implicados, señala Aguilar para la Universidad de Costa Rica (2013). La actual administración de Andrés Manuel López Obrador levanta fuertes debates encontrados respecto a la democracia y sus mutaciones. El discurso de la oposición afirma que las elecciones, y el ejercicio del poder por parte del presidente, se presentan como una disputa entre democracia, autoritarismo y populismo (Morales, 2022).

Palacio de Planalto, sede del poder ejecutivo brasileño en la capital de del país, Brasilia (Fuente: Michel Tremer vía Flickr)

El panorama brasileño se ha reconfigurado de manera importante en el periodo del siglo XXI. De Oliveira y Vizcarra (2020) mencionan que el país ya no puede considerarse subdesarrollado por transformaciones internas como: Brasil es un país mayormente urbano; existe un verdadero servicio de salud pública universal que a pesar de sus problemas funciona; el perfil educativo brasileño ha cambiado; la cobertura de energía eléctrica es casi universal; y los niveles de pobreza han disminuido de manera contundente desde el 2000. Brasil se considera como una democracia electoral consolidada, con elecciones en todos los niveles, aunque también son claras las ineficiencias en este modelo, relacionado con la forma de hacer política y la concentración del poder en las élites. Se comenzó el siglo bajo una breve estabilidad política, lo que generaba expectativas de una democracia consolidada, más un periodo de estabilidad económica, aunque la inestabilidad social prevalecía. 

Sin embargo, las administraciones que se han observado en este siglo han pasado por escándalos de corrupción, tensiones en las alianzas en el parlamento, y dilemas monetarios y comerciales. Además del descontento popular derivado de las limitaciones del ámbito local que buscaba reivindicaciones, reflejaron el deterioro de las relaciones con el ámbito social acumulado en distintos estratos de la sociedad brasileña (Ortiz, 2022). Para el 2018 y con la llegada al poder de Jair Bolsonaro, se observaba la alineación con la tendencia mundial del regreso de las derechas políticas. A pesar del despliegue de un gobierno rígido, y ciertamente controvertido, su administración se encontró con desafíos internos relacionados a un problema de liderazgo al no poder aglutinar fuerzas políticas dentro del Partido Social Liberal, observan Fernández, Dantas y Testa (2020). 

La dinámica política, económica y social de esta administración se caracterizó por la austeridad y una disminución de la participación del Estado en políticas económicas y sociales. Además de un manejo descentralizado de políticas públicas con un margen de discontinuidad entre los gobiernos subnacionales, conduciendo al aumento de desigualdades entre regiones. El 2022 estuvo marcado por el regreso de Lula da Silva con su candidatura a la presidencia. Su tercer mandato como presidente propone encarrilar a Brasil como líder regional en medio de tensas relaciones con el Ejército, el Congreso y el Banco Central (France24, 2023). Desde comienzos del presente mandato, da Silva ha optado por introducir cambios en el presupuesto y por la reactivación de sus políticas sociales anteriores, lo que supone retos que dependen del crecimiento de la economía para cumplir sus metas en inversiones sociales y referentes al empleo. 

Argentina recibe al nuevo milenio con la figura que rompería con el bipartidismo y dinámica neoliberal que caracterizaba a la política argentina de finales del siglo XX. Además de los obstáculos políticos observados en las cámaras del Congreso, se observaba el desarrollo del panorama de recesión favorecido por la ley de convertibilidad que fijaba la paridad del peso con el dólar, pero al no ingresar divisas para sostener esta ley, se recurrió al endeudamiento que no era compatible con el recorte del gasto público (Valenti, 2014). Durante el siglo XXI, se han observado una serie de alternancias provisionales, consolidándose para el 2003 el Kirchnerismo, régimen que toma en cuenta elementos de ruptura que se refieren a la significación positiva de ciertos gestos políticos y a nuevos aires ideológicos que se observaron en la región a partir del desgaste del consenso neoliberal (Svampa, 2007). 

Se observó el rechazo al neoliberalismo, respaldado por la ola izquierdista ya mencionada en América Latina, presentándose un crecimiento económico derivado de la implementación del modelo productivo orientado a la sustitución, que contrasta con la falta de una activa política de redistribución de la riqueza que evidenciaba las brechas económicas que se venían arrastrando de años anteriores. Por otra parte, Smink (2015) menciona que, durante los años del kirchnerismo, Argentina pasó a ser pionera de América Latina en el reconocimiento de derechos sociales. El principal cuestionamiento a esta administración de dos periodos gira en torno al uso clientelar de la asistencia social y si la política de empleo y desarrollo fue genuina y no sólo atendió cuestiones de inercia con algunos factores a su favor, argumenta Serrafero (2015).

Para el 2015 llega el fin del kirchnerismo con la entrada de Mauricio Macri, caracterizada porque se presentó como una nueva derecha moderna y democrática, aunque su gobierno tuvo mayor interlocución con las empresas en comparación con la sociedad civil, y su agenda de ampliación de derechos fue desconocida. En 2019 sube al cargo de la presidencia argentina Alberto Fernández con la coalición del Frente de Todos, encontrando un panorama de recesión, elevada inflación y un deterioro de los indicadores sociales (Cantamutto y Schorr, 2021). El Frente de Todos se conformó como una alianza amplia basada en diversas corrientes internas del peronismo trabajando en conjunto con fuerzas políticas alternas, yendo estrechamente de la mano con el kirchnerismo de Cristina Fernández como vicepresidenta. La integración de partidos políticos más pequeños vinculados con sindicatos trabajadores abonaba a dar forma al frente, pues desde esta vertiente se movilizaban propuestas progresistas con abierta relación a movimientos sociales.

Saltando de la región latinoamericana, es necesario abordar el contexto de uno de los principales jugadores de la región: China. El exponencial crecimiento económico y en importancia internacional que se ha observado en referencia a China despierta gran interés por definir el sistema político y contexto doméstico que se ha ajustado a tal dinámica de proyección internacional. Ríos (2019) señala que la posición que China ha alcanzado siendo una potencia emergente se da a partir de una particular transformación interna que ha experimentado por décadas, que convive con la opacidad e incertidumbre que generan diversos aspectos de su política difíciles de descifrar ya que su ideología base difiere con los preceptos occidentales de la democracia. 

Entrada del Gran Salón del Pueblo en Pekín, China (Fuente: CGTN)

China no puede considerarse una democracia en el sentido tradicional contemplando que el gobierno depende de la estructura de un solo partido de Estado: el Partido Comunista de China (PCC). Este elemento en su sistema político contribuye para clasificar al país asiático como un régimen autoritario, teniendo el PCC un control significativo de la esfera política, económica y social. Ante esta solidez sistémica aparente, más allá del cuestionamiento si en la población china existe la madurez social para ejercitar una democracia efectiva, el contexto se enfrenta con las complicaciones de la implementación del ejercicio democrático en un país de grandes dimensiones geográficas y demográficas (Ríos, 2011). Ante esto, el PCC busca garantizar su capacidad de convocatoria unánime a la colectividad con el objetivo de conducir las fuerzas necesarias hacia la narrativa del proceso de revitalización del país, menciona Ríos.

El desarrollo desde diferentes perspectivas

El desarrollo se ha medido de forma tradicional a partir de la proyección económica de los países, tomando como principal indicador al Producto Interno Bruto (PIB). El PIB tiene como objetivo evidenciar las condiciones económicas de los países, articulando así la vinculación del desarrollo económico con el bienestar social. Pero aterrizar en el siglo XXI requiere posicionar el análisis del desarrollo desde el enfoque del Desarrollo Humano. Éste se basa en tres pilares: una vida larga y saludable, acceso a la educación, y un nivel de vida decente. Se apoya de indicadores como la esperanza de vida al nacer, la tasa de alfabetización y el ingreso per cápita ajustado a la desigualdad. Al apoyarse del Índice de Desarrollo Humano (IDH), introducido por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), reconoce que el crecimiento económico no es suficiente para medir el progreso de una sociedad, y requiere de focalizar en brindar las oportunidades para que las personas puedan desarrollar su potencial, tener un papel activo en la toma de decisiones que les afectan, y tener una vida digna. 

Para Espitia (2016), las mediciones del bienestar social en términos de crecimiento económico y del Desarrollo Humano (PIB per cápita y el IDH) no difieren mucho entre sí pues en ambos casos la renta nacional es un factor importante. Aunque es importante contemplar que los indicadores caen en la homogeneización de la información, borrando dinámicas y realidades no contemplados desde un análisis meramente cuantitativo o macroeconómico. Es necesario incluir en el análisis del desarrollo la perspectiva de la desigualdad y las brechas en el acceso a oportunidades (PNUD, 1990; Alkire y Santos, 2014). De esta manera, ahora se integra el análisis de la evolución del desarrollo de México, Brasil, Argentina y China a lo largo del siglo XXI desde la perspectiva del PIB e IDH para cubrir un análisis multidimensional. 

En el gráfico 1 correspondiente al IDH, se observa un comportamiento similar entre los cuatro países: una ligera tendencia a la alza en puntos mínimos, casi apuntando a una estabilidad prolongada por 22 años con mínimas fluctuaciones a la baja en éste indicador. Los niveles de desarrollo humano entre los cuatro países se posicionan en un rango cercano, siendo Argentina el que gozó de mayor avance en este rubro por encima del 0.75, y China con los valores más bajos apenas llegando a ese mismo rango. Brasil y México reflejan la más parecida evolución en este indicador, rondando también por el 0.75.

 

Gráfico 1. Índice de Desarrollo Humano de Argentina, Brasil, China y México (2000-2021)

Elaboración propia basado en PNUD (2019).

Aterrizando al ámbito de ingreso nacional para abordar el desarrollo, el gráfico 2 refleja un mayor dinamismo y contraste entre los países abordados a partir de la evolución del PIB desde el 2000 al 2022. El desarrollo económico de China a partir de este indicador respalda el posicionamiento del país asiático como potencia económica que contesta el poder de la primera economía del mundo, Estados Unidos. Desde el análisis de la región latinoamericana es posible explicar no sólo el por qué los tres países seleccionados son potencias regionales, sino también se entiende la relación de rivalidad entre los mismos para posicionarse como líder regional, principalmente entre México y Brasil, ya que Argentina presenta profundas fluctuaciones en los niveles de su agregado económico evidenciando una mayor fragilidad.

 

Gráfico 2. PIB de Argentina, Brasil, China y México (2000-2022).

Elaboración propia basado en datos del Banco Mundial (The World Bank, 2023).

 

Índice de Poder Mundial

El Índice de Poder Mundial es un indicador se refiere a la expresión numérica de la relación entre tres variables que ilustran las capacidades materiales, semi-materiales e inmateriales que posee un Estado-nación para el ejercicio del poder en el sistema internacional desde una perspectiva multicausal y multidimensional (Rocha y Morales, 2018). Se busca analizar a los Estados según sus capacidades compartidas o diferenciadas en rangos de análisis que contemplan el poder económico-militar (en relación al gasto, desarrollo e industrialización), el poder socio-institucional (población, consumo, educación), y el poder comunicativo-cultural (gasto público, ayuda al desarrollo, turismo, migración internacional). 

Así el poder nacional-internacional se encuentra distribuido de manera desigual y heterogénea entre los Estados, y son sus capacidades particulares las que determinan la clasificación de éstos dependiendo del carácter de poder que poseen o ejercen en mayor manera, o en la conjunción de esfuerzos para ejecutar varios ámbitos a la vez. Esta es la visión analítica que desarrollan Morales y Rocha (2022), quienes definen a una potencia secundaria y dominante en relación a su nivel de desarrollo. Su poder nacional debe ser lo suficientemente prominente para posicionarse en una región y ejercer liderazgo frente a las demás unidades cercanas en la elaboración de la agenda regional y en los procesos de integración y cooperación mediante la articulación con otras potencias. 

El gráfico 3 referente al Índice de Poder Mundial, que integra el posicionamiento de Estados Unidos como referente de potencia mundial, contextualiza la posición de China como potencia regional-mundial. China muestra el mayor nivel de incremento porcentual en referencia a este índice a lo largo de la delimitación temporal referida. En la región latinoamericana, Brasil toma un liderazgo claro frente a sus demás vecinos, México —con un desarrollo lineal— y Argentina —la tercera potencia con relación a este indicador. 

 

Gráfico 3. Posicionamiento de Estados Unidos, China, Brasil, México y Argentina de acuerdo al Word Power Index (IPM en español).

Elaboración propia basado en Morales (2022).

Conclusión

La rivalidad regional en América Latina para posicionarse como líder se disputa entre México y Brasil, economías relativamente fuertes al menos en comparación con la argentina. Sin embargo, la integración regional latinoamericana —que depende en gran manera de la voluntad de las potencias regionales— se ha visto fragmentada por la dualidad del liderazgo. México refuerza su compromiso con sus vecinos del norte hacia una mayor integración norteamericana, y Brasil refuerza su posición en referencia al Mercado Común del Sur, con quien comparte membresía con Argentina. Entonces Latinoamérica se fragmenta en norte y sur. En este sentido, resulta interesante proponer que el factor China —que ha trascendido a una conceptualización de potencia regional-global— jugará un papel importante en la dinámica política regional desde su vinculación con los tres países latinoamericanos desde el ámbito económico y de cooperación. 

Referencias

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Álvarez, E. (2012). La democracia en México: ciudadanía y derechos humanos. En Instituto Interamericano de Derechos Humanos, ¿Quién responde por los derechos humanos de las poblaciones más pobres en América Latina y El Caribe? (257-290). https://doi.org/10.24275/uam/izt/dcsh/polis/2022v18n2/morales 

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