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El fin de China como fábrica mundial

Llegando al final del camino

Varios elementos comprueban que el milagro chino se encuentra en su última década y que tendrá que haber una transformación económica global.

Por: Andrés Alejandro Araujo Bermúdez

Por: Andrés Alejandro Araujo Bermúdez

Tabla de contenidos

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Desde finales de la década anterior ha comenzado una interesante dinámica respecto al flujo de capital en China. A consecuencia de la guerra comercial sinoamericana y el impacto de la pandemia del COVID-19, así como de las medidas cero-COVID del gobierno de Xi Jinping, la mayoría de los análisis se han enfocado en la salida de capital extranjero del gigante asiático, algo que se debe a las estrategias de relocalización —nearshoring— puestas en marcha como respuesta a los retos comerciales que resultaron de estos escenarios. Sin embargo, como se mostrará más adelante, el comportamiento del flujo de capital chino es más importante incluso que el del extranjero.

Si bien es innegable que el flujo de capital extranjero que está dejando China es significativo, y eso por sí solo es un indicativo del cambio drástico que hay en la economía mundial. El comportamiento del sector empresarial chino, específicamente el industrial y el financiero, es fundamental, pues indica que existe conocimiento interno —en ocasiones conocido como insider knowledge— respecto a lo que sucede con la propia economía China.

Más aún, lo que ocurre actualmente en el escenario económico global sigue las tendencias establecidas de una fábrica mundial siendo trasladada a otro país, lo cual refuerza el hecho de que habrá una transición geoeconómica global. El presente artículo analizará los ciclos económicos mundiales anteriores, con el propósito de identificar las tendencias de las transiciones, seguido por un análisis del desarrollo de la actual transición geoeconómica —detallando los indicadores económicos que apuntan al cambio—, para concluir con cuáles serán las consecuencias del fin del actual ciclo económico mundial.

Ciclos económicos mundiales anteriores

Antes de China, existieron tres fábricas mundiales: Reino Unido, Estados Unidos y Japón. Otros países como Alemania y Corea del Sur solo llegaron a asumir el papel de fábricas continentales o regionales, respectivamente. Analizar el proceso de las tres fábricas mundiales previas a China —específicamente sus decadencias— resulta crucial para comprender la tendencia económica y comercial actual, y cómo esta refleja el fin de China como fábrica mundial.

Reino Unido: cuna de la industrialización

Como ya es usual, la industrialización que comenzó en el Reino Unido tuvo sus raíces en cuestiones geopolíticas. Durante el siglo XVI, España presentó una amenaza existencial para Gran Bretaña, específicamente para Inglaterra, ya que el Imperio español buscaban consolidar su dominio sobre Europa y aunque la amenaza comenzó a disiparse durante el siglo XVII. También hay que resaltar el hecho que la supremacía económica del Mediterráneo todavía no se había desvanecido en su totalidad (Braudel, 1949/2002). Aunado a ello, los cambios en el equilibrio de poder que afectaron a España y al Sacro Imperio Romano —ambas potencias católicas y bajo los Habsburgo— no beneficiaban a Inglaterra, sino principalmente a Francia.

Más tarde, durante el siglo XVIII, España logró una recuperación impresionante en términos económicos, políticos y militares después de la Guerra de los Siete Años (Marichal, 2007). Por otro lado, aunque entró en crisis a causa de la Revolución, Francia no dejó de ser una potencia formidable: el país logró defender sus fronteras y, con el tiempo, consiguió expulsar a las fuerzas invasoras —como los británicos—. Por ende, el Reino Unido debió iniciar la Revolución Industrial para poder competir y sobrepasar a sus rivales, como Países Bajos, Francia o España (O’Brien, 1982). Asimismo, el contexto geológico y geográfico en el que se encontraba el carbón —cerca de aguas navegables, ciudades y zonas de trabajo—, hicieron que el Reino Unido estuviera geoestratégicamente bien posicionado para aprovechar la energía a vapor e iniciar con la industrialización (Wrigley, 2010).

A pesar de las adversidades históricas, el Reino Unido fue la cuna de la Revolución Industrial y comenzó este proceso bajo la óptica del mercantilismo —una serie de políticas proteccionistas que exigen una fuerte intervención del Estado en la economía y el sistema financiero, tratando el comercio como una zona de competencia de suma-cero—. Todos estos factores hicieron que el ciclo económico mundial del Reino Unido fuera diferente, en varios sentidos, al resto de los ciclos de producción industrial y crecimiento acelerado. A pesar de ello, siguió la lógica de un país que funge como fábrica mundial.

De cualquier modo, el desarrollo de la última etapa del Reino Unido es más cercano a los casos actuales. Para finales del siglo XIX, tenía un excedente en capital acumulado que había sido producto de la madurez industrial y de su propia economía, por lo que necesitaba buscar mayores tasas de retorno en economías menos desarrolladas en el extranjero (Feis, 1930; Edelstein, 1982). Es decir, debido a la evolución y el desarrollo de su economía, el Reino Unido necesitó exportar la fábrica mundial a países que pudieran ofrecer mano de obra barata, pero que estuvieran en condiciones geopolíticas y económicas con la infraestructura adecuada para comenzar a funcionar como las fábricas mundiales.

En términos geopolíticos, esto se tradujo en el hecho de que el Reino Unido invirtiera en Estados Unidos y Alemania, ambos posicionados geoestratégicamente para poder contrarrestar a Francia, el principal rival de Londres. De forma que el Reino Unido exportó capital y tecnología para construir las industrias de ambos países (Landes, 1969; Wilkins, 1989). Este proceso fue facilitado en gran medida por la crisis económica de la década de 1870, que comenzó en 1873, marcada por el estancamiento en el crecimiento económico, debido a la deflación y la caída en las tasas de ganancia en el Reino Unido, lo que contribuyó a que Londres comenzara a invertir en países cuyas industrias podrían prometer un mejor rendimiento y estuvieran libres del impacto de la deflación, volviendo las tasas de ganancia de países como Estados Unidos y el Imperio alemán muy atractivas para Londres (Edelstein, 1982; Wilkins, 1989).

De esta forma, el contexto geopolítico y la situación económica, que afectó principalmente a la fábrica mundial —haciéndola menos rentable como potencia industrial y la volvió más optima como una potencia financiera—, llevaron a que Estados Unidos se convirtiera en la siguiente fábrica mundial después del Reino Unido.

Estados Unidos: segunda fábrica mundial

Para finales del siglo XIX, después de su expansión hacia el oeste, Estados Unidos se encontraba ante tres contextos que facilitaron su transición a la fábrica mundial: el primero era que el Reino Unido necesitaba exportar capital y contrarrestar a Francia geopolíticamente; el segundo era que el país estaba iniciando un ciclo geopolítico de centralismo, por lo que tenía estabilidad política e instituciones legales sólidas; el tercero era un escenario donde el país estaba saliendo de un ciclo socioeconómico de distribución de riqueza. En conjunto, esto contribuyó a que Estados Unidos tuviera que crear un nuevo sistema económico focalizado en una nueva orientación financiera.

El país debía recuperarse de la Guerra Civil y crear una economía que la consolidara como nación. Además, al entrar a un ciclo socioeconómico de generación de riqueza, necesitaba enfocarse en la creación de ganancias a expensas de la distribución. Eso, sumado a las necesidades geopolíticas y financieras británicas, ayudó a la creación de la industria estadounidense, la cual se convertiría en la fábrica mundial por casi cincuenta años, entre 1890 y 1930. Durante el período inicial del ciclo —1890 y 1914—, el tipo de cambio entre la libra esterlina y el dólar estadounidense se fijó para crear mayor estabilidad cambiaría, facilitando las inversiones británicas en Estados Unidos (Feis, 1930; Eichengreen, 1996).

Para 1920 —su cuarta década— la tendencia no se había revertido: Estados Unidos ya se había consolidado como la principal potencia industrial mundial. Pero más que eso, también se había convertido en el acreedor mundial después de la Primera Guerra Mundial, financiando la reconstrucción de Europa y otorgando préstamos a Alemania, Reino Unido, Francia y América Latina (Feis, 1930; Hobsbawm, 1995). Además, ya se vislumbraba una guerra comercial entre el Reino Unido —el mercado mundial— y Estados Unidos —la fábrica mundial—. Debido al contexto político estadounidense, el país fue el primero en comenzar con políticas proteccionistas más agresivas —cabe señalar que, durante el desarrollo de una fábrica mundial, incluso regional y continental, ya existe un régimen proteccionista que el mercado mundial permite para desarrollar la industria, pero su carácter y la política detrás de esta cambia en la cuarta década—.

Estados Unidos comenzó con la Ley Arancelaria de Fordney-McCumber en 1922. El Reino Unido, sin embargo, prefirió una postura ‘moderada’, aunque sí comenzó a promocionar el comercio interimperial dando prioridad a sus colonias mediante campañas como ‘Buy Empire’ o incentivos financieros y subsidios a importancias imperiales (Drummond, 1974; Darwin, 1991). Sería hasta la promulgación de la Ley Arancelaria de Smoot-Hawley en 1930, cuando realmente dio inicio una guerra comercial entre el Reino Unido y Estados Unidos.

Willis C. Hawley y Reed Smoot —izquierda y derecha, respectivamente—se reúnen poco después de la firma de la Ley Arancelaria Smoot-Hawley (crédito: Library of Congress vía Wikimedia Commons).

Asimismo, otra dinámica financiera significativa fue la devaluación de la libra esterlina en 1931, cuando el Reino Unido dejó el patrón oro. Esto en gran medida —junto con la estructura del propio sistema bancario británico— contribuyó a que Londres pudiera recuperarse para 1933, antes que cualquier otra economía, y a que no experimentara la crisis con la misma intensidad que Estados Unidos, que se reestableció hasta 1939 (Romer, 1990; Eichengreen, 1992; Capie, 2009; Crafts & Fearon, 2010). Este último, por ejemplo, padeció una tasa de desempleo que osciló entre el 24.9 % y el 30 %, así como una caída en el PIB del 29 % durante el periodo de 1929 a 1933 (Romer, 1990; Bureau of Labor Statistics, 2022); mientras que de 1930 a 1932, el Reino Unido solo sufrió una tasa de desempleo de entre el 15 % y el 20 %, y una caída en el PIB del 5% al 7%, entre 1929 y 1931 (Feinstein, 1972; Boyce, 1987; Crafts & Fearon, 2010). En pocas palabras, la crisis fue más intensa en Estados Unidos —la fábrica mundial— que en el Reino Unido —el mercado mundial—.

Un factor adicional que resultó crucial en Estados Unidos es que la crisis fue fomentada por decisiones políticas, mientras que, por su parte, el Reino Unido se mantuvo como un actor más bien pragmático. Dicha tendencia también será relevante en el caso de China.

Con el tiempo, este panorama no implicó la transición de la fábrica mundial, debido en buena parte a un proceso geopolítico: la Segunda Guerra Mundial, que causó una interrupción en el proceso de los ciclos económicos mundiales. Sin embargo, el New Deal de Estados Unidos y el impulso económico e industrial derivados del conflicto, no solo ayudaron al país a recuperarse económicamente, sino que permitieron una transición hacia un ciclo socioeconómico de distribución de riqueza, con lo cual se creó una clase media sólida que pudiera consumir al interior, hecho que transformó al país en un mercado mundial. Esto, a su vez, se consolidó a causa de la destrucción sufrida por el Reino Unido y el endeudamiento que generaron las guerras mundiales.

Además, la pérdida de su imperio implicó un mayor golpe a la economía británica, contrario al caso estadounidense en donde los corazones económicos se encontraban al interior de su territorio continental. Aún así, Estados Unidos contribuyó a la creación de la próxima fábrica mundial, al mismo tiempo que a la recuperación de Alemania, que se convertiría nuevamente en una fábrica continental.

Japón: el primer milagro asiático

Para 1950, después de la interrupción en los ciclos económicos mundiales causada por la Segunda Guerra Mundial, todo había regresado a la normalidad. La guerra de Corea había servido como catalizador para que Estados Unidos utilizara Japón como una base de operaciones y de abastecimiento industrial durante su invasión en la península coreana y la subsecuente expulsión de los comunistas norcoreanos. Además, en 1949 ya se había fijado el tipo de cambio entre la moneda japonesa y la estadounidense, a 360 yenes por dólar, lo que volvió a Japón más competitivo en el comercio mundial y con altas tasas de ganancias para empresas extranjeras. Esto, sumado a una serie de políticas proteccionistas, pero con un modelo económico orientado a las exportaciones, permitió a Japón convertirse en una fábrica mundial durante cincuenta años, entre 1950 y 2000 (Collantes, 2008).

En términos geopolíticos, por parte de Washington existía la necesidad de que Japón fungiera como una barrera económica, política y militar para frenar la expansión del comunismo en Asia Pacífico, específicamente para contener a la Unión Soviética y a la República Popular de China. A su vez, Alemania Occidental asumió un rol similar en Europa del este. Estados Unidos se habría arriesgado demasiado al dejarlos empobrecidos, destruidos y vulnerables. Para evitar que en estos países pudieran replicarse situaciones como la invasión norcoreana de Corea del Sur, los estadounidenses tenían que invertir en ambos, abrir el mercado a sus productos y protegerlos militarmente.

Análogo a los otros dos casos de grandes fábricas —Estados Unidos como la mundial y Alemania como la continental—, Japón entraría en conflicto con el mercado global durante la cuarta década de su ciclo económico. Para 1985, el presidente estadounidense Ronald Reagan ya tenía una campaña nacional bien establecida que abogaba por el regreso de los trabajos industriales a Estados Unidos y por limitar el ascenso de Japón como potencia económica (Griffiths & CNN, 2019; Vekasi, 2019). En ese entonces se creía que el país nipón podría sobrepasar a Estados Unidos como la potencia mundial dominante. Así, sucedió algo interesante en cuanto al capital japonés, similar al estadounidense durante las décadas de 1920, 1940 y 1950 y al británico durante las de 1870 y 1890.

Debido al superávit comercial del país, Japón se había convertido en uno de los principales acreedores en el mundo con el Acuerdo Plaza que devaluó al dólar frente al yen en 1985, por lo que, Japón se convirtió en uno de los principales países acreedores en el mundo, sosteniendo gran parte de la deuda pública estadounidense (Lincoln, 1993; Corbett & Ito, 2005). Ante lo cual comenzó a exportar su capital de manera impresionante, incluso exportó algunas fábricas de automóviles a Estados Unidos.

De acuerdo con George Friedman, en una conferencia con The Monthly:

“Nosotros [Stratfor, una empresa de inteligencia geopolítica] supimos que Japón estaba en problemas cuando los japoneses empezaron a invertir en Pebble Beach y Rockefeller Center, todo lo que no se encontraba en Japón, y nos hicimos una pregunta muy estúpida: si Japón es una inversión tan espléndida, tanto que cualquiera sería un loco al no invertir ahí, ¿por qué los japoneses no están haciéndolo? ¿Por qué están comprando todo fuera del país? Y había una razón: los insiders —los de conocimiento interno—, ellos sabían los problemas que tenían.” (2013)

De esta forma, la salida de capital de una fábrica mundial no debería ser vista como una señal de fuerza y empoderamiento financiero, sino como un signo de que el ciclo económico mundial de dicha fábrica está llegando a su fin (The Monthly, 2013). No obstante, casi nadie reconoció a principios de los 90 —más que unos pocos como George Friedman o Jeremy Grantham— que existía un grave problema financiero en Japón. Sería hasta mediados de esa década que se comenzaría a admitir que el país estaba en crisis, solo que en vez de una depresión, sobrevino una crisis prolongada, la llamada ‘década pérdida’, cuyos males económicos perduran hasta el día de hoy. 

Por lo tanto, aunque la devaluación de los bonos estadounidenses así como del dólar y los problemas en el mercado financiero nacional eran vistos con preocupación en la década de los 80, como escribían Gilpin (1986) y The Washington Post (1986) en abril de 1986, en realidad estaban creando las bases para volver a Japón menos competitivo y así dar paso a la transición de la fábrica mundial hacia China.

La deuda y las burbujas especulativas

Antes de continuar, es importante hablar de un último factor: la deuda de las fábricas mundiales acentuada durante sus cuartas décadas de desarrollo y las burbujas especulativas que crean. Tanto en el caso estadounidense como en el japonés, el crecimiento económico durante la cuarta década fue posible debido a la deuda contraída por cada país, que llegó a niveles exagerados para finales del mismo periodo.

Entre 1980 y 1990, la deuda neta —pública y privada— en Japón llegó a representar aproximadamente el 20-30 % y el 200-220 % del PIB nacional, respectivamente, con un total del ~240-250 % del PIB (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico [OECD], 1992; Hoshi & Kashyap, 2004; Fondo Monetario Internacional [FMI], 2000). El rango de crecimiento de la deuda es más marcado entre la tercera y la cuarta década, pues de los años 60 a los 70, fue de alrededor del 25-65 %, mientras que entre 1970 y 1980, fue del 75-115 % (Hoshi & Kashyap, 2004; OECD, 1992; FMI, 2000).

En cuanto a Estados Unidos, su deuda neta —pública y privada— alcanzó prácticamente el 16 % y 150-160 % del PIB nacional, de forma respectiva, con un total del ~170 % del PIB (McKinsey Global Institute, 2010; Hall & Sargent, 2014; Philippon, 2015). De igual manera, el rango de deuda para la cuarta década fue mayor, pues entre 1900 y 1910 fue de aproximadamente el 20-40 %, mientras que en la década de 1910 a 1920 fue de 80-90 % (McKinsey Global Institute, 2010; Hall & Sargent, 2014; Philippon, 2015).

El resultado fue la creación de burbujas especulativas en algunos de los sectores más prominentes de dichos períodos. Durante las cuartas décadas de cada ciclo económico mundial de las fábricas mundiales, estas burbujas tienden a expandirse de forma desorbitante. Lo que a su vez deriva en que cuando explotan, todo el sistema financiero colapsa en las fábricas mundiales.

Indicadores del fin: Xi y capital chino

A lo largo de los años 70, Estados Unidos parecía estar siendo sobrepasado por la Unión Soviética. El país norteamericano todavía estaba en medio de una crisis social, cultural, política y económica, algo característico de sus transiciones cíclicas. Además, había perdido la guerra de Vietnam en 1975, cuando Vietnam del Norte —comunista— logró conquistar el sur. Estados Unidos daba la impresión de estar al borde del colapso, lo cual era evidente para muchos, dado el contraste con la Unión Soviética. Sin embargo, para 1980 comenzaron a aparecer indicios de recuperación para Washington.

En 1979, la República Popular de China intentó invadir Vietnam, pues el Ejército vietnamita —aliado soviético— había conquistado Camboya, aliado ideológico y estratégico de China. El conflicto, aunque corto en comparación con la guerra estadounidense en el mismo país, era una muestra de cómo las relaciones sinosoviéticas se habían deteriorado. El bloque socialista mundial había llegado a su fin. En respuesta, Washington comenzó un acercamiento hacia China con el objetivo de contrarrestar a los soviéticos y debilitar a la esfera socialista mundial. Esta aproximación fue, en esencia, económica, ya que China necesitaba empoderarse tanto tecnológica, industrial como económicamente para poder hacer frente a una hipotética invasión soviética.

Así, la disputa comercial japonesa-norteamericana tuvo el objetivo de trasladar la fábrica mundial a China, no a Estados Unidos. Durante la década de 1980, China comenzó a implementar una serie de reformas económicas destinadas a liberalizar su economía, lo suficiente para volverla competitiva y atractiva para el capital extranjero, pero no tanto como para amenazar al régimen comunista. Una de las soluciones fue la creación de Zonas Económicas Especiales. Sin embargo, en tiempos recientes el país ha estado llegando al tope de su ciclo económico mundial, lo cual implica que su ritmo de crecimiento se está desacelerando y que los problemas en algunos sectores financieros, en específico aquellos con burbujas especulativas, comenzarán a crear presiones graves para el sistema financiero chino.

Como ya había sucedido con los principales Estados involucrados en cada ciclo previo —tanto del mercado como de la fábrica mundial—, Pekín y Washington empezaron a tener disputas comerciales para la cuarta década. En la década de 2010, Estados Unidos modificó su régimen arancelario por razones políticas y sociales internas, protegiendo a diversos sectores cruciales en el ámbito político. China, por su parte, empezó a realizar cambios en su discurso y políticas económicas. Ambos procesos dieron paso a la guerra comercial que inició en la cuarta década: la de 2010. Asimismo, las medidas proteccionistas que se habían tolerado los primeros treinta años, ya no fueron permitidas por el mercado mundial. Mientras Washington buscaba crear un ambiente de competencia justa, el gobierno chino procuró consolidar su control de la economía nacional. No obstante, el dilema recae en cuestiones geopolíticas y geohistóricas.

Geohistóricamente, China ha oscilado entre la apertura y el aislacionismo, pero debido a que su actual ciclo geopolítico, que parece ser uno de regionalismo, el panorama es aún más precario. El gobierno del país asiático comenzó a perder el control del sector empresarial y los problemas económicos —conocidos por los insiders chinos— crearon la necesidad de fomentar el nacionalismo, puesto que el comunismo ya no era apto para legitimar al régimen chino.

Por ende, para cuando Xi Jinping llegó al poder en 2013, ya tenía conocimiento de que se avecinaban diversas dificultades. Con el propósito de anticiparse a lo que podría atentar contra el régimen comunista chino, Xi implementó varias políticas económicas y medidas de seguridad destinadas a reforzar el control del gobierno central para evitar o, por lo menos, tener mejor preparado al gobierno ante una posible inestabilidad social. Esto en cierta forma ha llevado a la adopción de varias medidas o iniciativas de tinte maoísta (Araujo, 2024) y se suma a todas las señales de que China se aproxima al final de su ciclo, lo que empeora las preocupaciones de Pekín, especialmente del gobierno de Xi.

El presidente chino Xi Jinping durante la sesión plenaria de la XI Cumbre de los Líderes de BRICS (Crédito Alan Santos/Palácio do Planalto vía Wikimedia Commons).

Por otro lado, varias empresas chinas han comenzado a contemplar invertir fuera del país. Debido a la incertidumbre ocasionada por la administración de Donald Trump y la guerra comercial sinoamericana, Maruf (2025) escribe que “Shein, Temu y otros grandes vendedores chinos ya han estado intentando adelantarse [a los retos comerciales] al abrir fábricas que fungen como puertas traseras en países como Vietnam y México”. En febrero del 2024, El Financiero también informó que Nikkie había reportado que BYD —una de las principales empresas que producen automóviles eléctricos en China— estudiaba la posibilidad de “construir una planta [en México] para la producción de sus unidades”. El único problema fue que el gobierno chino pausó dicho plan a causa de las preocupaciones de que los sistemas y la tecnología se traspasaran a Estados Unidos. Aún así, la tendencia continúa desarrollándose en países como “Indonesia, Brasil y Hungría” (Forbes México, 2025).

Por otra parte, la deuda en China también creció de manera exagerada durante la década de 2010, que de hecho coincidió con la cuarta década de su ciclo económico de producción industrial y rápido crecimiento económico. En la década de 1990, la deuda total de China aumentó entre el 20 % y el 80 %, mientras que el crecimiento en la década del 2000 fue de entre 70 % y 140 % del PIB (FMI, 2011; McKinsey Global Institute, 2015; Bank for International Settlements [BIS], 2020; Lee, 2021). Cabe destacar que estas son algunas de las estimaciones más conservadoras, ya que según otras fuentes, la deuda total en porcentaje del PIB —incluyendo la deuda no financiera— representa ahora más del 300 % (Poenisch, 2025).

Por último, restan tres factores que apuntan al fin de China como fábrica mundial. Dos de ellos implican a los sectores económicos más importantes en el país actualmente: el microtecnológico y el inmobiliario —incluyendo el de construcción—; el tercero corresponde a la tendencia del flujo de capital chino y el comportamiento de las inversiones de empresas chinas de diversos sectores económicos.

En lo que respecta al sector microtecnológico, los controles de exportación estadounidenses —cuyo propósito es reducir el acceso de China a la tecnología de microchips, dirigidos a los “chips de Inteligencia Artificial, equipo para la manufactura de semiconductores y otras tecnologías de alta gama” (Rudge, 2025)— han empezado a cambiar las cadenas de producción microtecnológicas, trasladando centros manufactureros a India y Vietnam (Rudge, 2025). En esa misma línea, México incrementó sus exportaciones de productos de tecnología avanzada un 35.2 % entre 2023 y 2024; Irlanda y Taiwán también experimentaron un aumento del 51.8 % y 54.9 %, respectivamente. Mientras tanto, China solo creció un 5.5 %, según estadísticas de la Oficina de Censos de Estados Unidos o U.S. Census Bureau (México News Daily, 2025). Estos datos se suman al objetivo de Estados Unidos de crear una base de manufactura de microchips regional en Norteamérica, para lo cual debe incluir a México por razones estratégicas, industriales y energéticas (Fedirka, 2023; Orduña & Aguirre, 2025).

Por su parte, existen dos graves problemas en el sector inmobiliario. El primero es que la burbuja inmobiliaria ya ha presentado señales de que ya está encaminada a estallar. El segundo es que el sector ha sufrido un duro golpe desde el 2020.

En una gráfica —cuyos datos fueron obtenidos de la Oficina Nacional de Estadísticas de China (National Statistics Bureau of China)— presentada por el exembajador mexicano Jorge Guajardo en una conferencia de CAINTRA Nuevo León (2025), se muestra cómo el sector inmobiliario vivió un constante crecimiento en ventas residenciales desde el 2000. Aunque es evidente que también experimentó disminuciones en algunos años, estas fueron temporales. No obstante, Guajardo hace énfasis en cómo el sector sufrió una caída precipitada a partir del 2022 (CAINTRA Nuevo León, 2025). Estas estadísticas concuerdan en cierta medida con un reporte del Financial Times que también apunta a un declive en la adquisición de terrenos y en la construcción, siendo más pronunciado el problema en el segundo campo (Hale et al., 2025) —la única diferencia con el reporte del Financial Times es que los datos que presenta, a diferencia de los de Guajardo, muestran que la tendencia a la baja inició en 2020, no en 2022—.

No obstante, la información del Financial Times agrega más datos cruciales. Hale et al. (2025) escriben, por ejemplo, que para intentar revertir la tendencia y evitar incertidumbre pública por la crisis en el mercado inmobiliario, el gobierno chino ha dominado el mercado al representar cuatro quintas partes de la compra de terrenos en el país, mediante empresas paraestatales inmobiliarias. Pero la tendencia en la adquisición mezclada entre empresas paraestatales, mixtas y privadas de terrenos solo se ha observado en las ciudades más ricas, como Pekín, Shanghái, Shenzhen y Cantón, centrándose en la región ribereña china. Dicha tendencia no existe en el interior, donde los gobiernos locales han asumido la mayor parte de la responsabilidad —si no es que toda—, lo que indica un deterioro significativo del sector inmobiliario en provincias o regiones más pobres que Pekín (Hale et al., 2025). Esto empeora el panorama, pues los ingresos de los gobiernos locales también se han visto afectados (Hale et al., 2025).

En otras palabras, la desigualdad regional entre el interior y la costa se está volviendo más pronunciada en China. La estrategia del gobierno para rescatar al sector inmobiliario podría funcionar por un tiempo en la región ribereña, pero se arriesga a abandonar a su suerte a la zona del interior del país. Dentro de unos pocos años esto podría contribuir al resentimiento y tensiones entre las regiones y muchos podrían relegar la culpa a los esfuerzos económicos, financieros y estatales de Pekín que enfrentará más desafíos en el interior empobrecido, algo que posiblemente derive en una nueva crisis como las que ha vivido China en el pasado cuando la costa se enriqueció, pero la distribución de la riqueza no incluyó al interior (Friedman, 2009/2010).

En cuanto al flujo de capital chino, la tendencia apunta a que se ha mantenido en constante salida del país, si bien no con la misma intensidad en todo momento. Esto llega a ser lo suficientemente preocupante para que el gobierno chino haya intentado restringir la salida de capital (Bloomberg News, 2025). Además, el dólar se ha devaluado y los bonos estadounidenses están decayendo, lo que ha puesto bajo presión al mercado financiero estadounidense mediante el éxodo de acciones (Choe, 2025; Pound, 2025). Todo lo anterior —con base en los ciclos anteriores— indica que la transición económica cíclica mundial sigue su curso. 

Consecuencias: el fin de un ciclo económico mundial

En términos económicos, la disminución en la velocidad del crecimiento chino presenta un gran reto para su gobierno central, ya que amenaza la estabilidad financiera y social del país. Respecto a los términos geopolíticos, pone a China en una desventaja considerable frente a sus vecinos y ante los Estados Unidos. El gobierno de Xi ya ha mencionado que está abierto a reanudar las negociaciones con Washington (Reuters, 2025). Pero, sin importar el resultado, el problema económico seguirá acechando a Pekín, razón por la que Xi se muestra reacio a aceptar las exigencias en las negociaciones con Estados Unidos.

China seguramente experimentará una depresión económica, dada la proporción de la deuda respecto al PIB y los problemas que comienzan a gestarse en varios sectores del sistema financiero chino. En cuanto a Estados Unidos, podría esperarse una recesión económica y una recuperación más rápida, similar al caso del Reino Unido durante la Gran Depresión, y contrario a cuando el propio país norteamericano vivió dicha crisis.

A su vez, será posible ver el surgimiento de la siguiente fábrica mundial, la cual alcanzará los mismos niveles de crecimiento en porcentaje de PIB que China o Japón, pero que no llegará a producir la misma cantidad que el gigante asiático. No obstante, será una fábrica mundial en todos los sentidos tradicionales, en especial por el porcentaje que representará en las exportaciones a nivel internacional y su papel en la economía mundial.

Actualmente, Estados Unidos prioriza la seguridad nacional por encima de la eficiencia empresarial, productiva o económica, lo que se ha manifestado con el nearshoring —deslocalización— y en especial con el friendshoring —deslocalización entre amigos—. México, en cualquiera de las métricas, es el país mejor posicionado para cumplir el rol de la siguiente fábrica mundial. Incluso ya comienza a hablarse del ‘fuerte norteamericano’ para conformar un bloque económico que priorice la seguridad económica y nacional de los países norteamericanos, principalmente México y Estados Unidos (Guillén, 2025; Valdelamar, 2025; Geopolitical Futures, 2025).

Todavía quedan retos para completar la transición tanto en China, como en Estados Unidos y México. En el caso del primero, los desafíos continuarán, pero la tendencia geopolítica y económica —en cierta forma, fuera del control humano— ya ha sido puesta en marcha.

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