Desde que inició la guerra comercial con la República Popular China, Donald J. Trump ha sido tratado como un político aferrado a lograr el regreso de la industria a los Estados Unidos. Algo que se vuelve evidente por cómo los medios de noticias y de comunicación presentan la estrategia económica estadounidense y la implementación de aranceles. The Economist (2025) afirmó que Trump “ve los aranceles como una simple herramienta para alcanzar múltiples objetivos: disminuir el déficit comercial de América, reconstruir su poder manufacturero y generar una gran cantidad de ingresos para el gobierno”.
El problema con esta perspectiva es que se centra demasiado en la retórica y los objetivos mencionados, ignorando los verdaderos fines detrás del actuar, no de Donald Trump, sino del gobierno de Estados Unidos. Para poder desmantelar esta perspectiva es importante tomar en consideración dos hechos: los retos estructurales y cíclicos para reconstruir una fábrica mundial en Estados Unidos y la necesidad de trasladar dicha fábrica.
¿Se puede ser fábrica mundial dos veces?
Para empezar, es importante reconocer que un país no puede fungir como la fábrica mundial por segunda ocasión debido a una serie de factores económicos. El primero de estos es el costo de la mano de obra en el país, pues conforme una nación va desarrollando su industria, los costos incrementan debido a que la calidad de vida también lo hace, por lo que existe una transición de una fuerza laboral principalmente de mano de obra descalificada a una calificada y con mayores ingresos —cabe aclarar que no es así en todos los países, de ahí la ‘trampa del ingreso medio’ en la que el crecimiento de este se estanca—.
No obstante, este factor no se aplica en un país que haya pasado por un periodo en el que fungió como la fábrica mundial durante un ciclo de producción económica y de crecimiento acelerado —en realidad, en el caso de Estados Unidos, la razón por la que sus ingresos se estancaron en las últimas décadas, desde 1980, se debe al ciclo socioeconómico estadounidense que cuenta con una dinámica diferente a la de un país en desarrollo—.
Estados Unidos ya pasó por dicha etapa, en la que tanto por cuestiones socioeconómicas como geopolíticas nunca se vio en peligro de que el fin del crecimiento acelerado produjera una crisis social masiva en la nación. Cuando el país terminó su ciclo de producción económica y de crecimiento acelerado en la década de 1930 tanto la Segunda Guerra Mundial como el New Deal de Franklin D. Roosevelt ayudaron a que Estados Unidos realizara la transición para convertirse en un mercado mundial. Caso contrario al de Japón cuando su etapa como fábrica mundial terminó en la década de 1990, momento en el que, no obstante, el país nipón nunca buscó convertirse otra vez en la fábrica mundial, porque demográfica, geopolítica y económicamente era una tarea inalcanzable para la nación asiática.
El ritmo de desarrollo económico que se presencia durante un ciclo de producción económica y de crecimiento acelerado en la fábrica mundial es inmenso y siempre da paso a un nuevo modelo económico en el cual se necesita crear un mercado interno sólido. Por ejemplo, el obstáculo para el Reino Unido fue que las guerras mundiales destruyeron su economía, mientras que el problema para Japón fue que su población no consumía al grado necesario como para fungir a manera de mercado interno. Esto es un caso contrario a una fábrica regional o incluso a una de escala continental.
El desarrollo económico que experimentan las fábricas regionales o continentales, aunque impresionante, no llega a los mismos niveles de una mundial, lo que permite más margen de maniobra. Sin embargo, incluso aquí llega a importar el contexto geopolítico y geoeconómico. Durante el siglo XX y principios del XXI todavía existían las circunstancias para que estos países pudieran exportar a los Estados Unidos, pero con el tiempo dicha posibilidad se fue reduciendo conforme terminaba la primera década del siglo XXI. Por su parte, Alemania al promover la creación de la Unión Europea pudo crear un bloque económico que todavía funge como el mercado para sus bienes manufacturados, el cual, junto con el mercado estadounidense, fue suficiente para ayudar a que el país funcionara como fábrica continental por dos ciclos, prácticamente todo el siglo XX.
A pesar de todo, el panorama internacional se ha vuelto más competitivo y los modelos de crecimiento económico basados en exportaciones están agotándose en países como Japón, Corea del Sur y Alemania, los cuales continúan siendo importantes potencias industriales avanzadas, pero aunque no perderán eso, sí deben enfrentarse a varios retos estructurales que les dificultarán la posibilidad de continuar dependiendo de un modelo exportador para su crecimiento.
En pocas palabras, los costos de manufactura en Estados Unidos serían demasiado altos como para que el gobierno intente recrear el poder industrial estadounidense de su época como fábrica mundial o incluso del periodo comprendido entre 1940 y 1980. Esto se potencializa con el hecho de que los aranceles estadounidenses no han logrado grandes avances al crear más empleos o generar un renacimiento industrial en el país. The Economist señala que:
“La proporción de la industria manufacturera en el empleo estadounidense ha caído desde que entraron en vigor los primeros aranceles de Trump. Las empresas en las industrias directamente protegidas por aranceles durante la primera administración de Trump —más notablemente el acero y el aluminio— sí aumentaron sus ingresos, pero esa ganancia se produjo a expensas de las miles de empresas río abajo que sufrieron de un aumento en los costos de los insumos.” (2025)
Estados Unidos prácticamente “protegió las partes de su economía que estaban enfrentando dificultades en el mercado global, al imponer cargas [arancelarias] a sus industrias más competitivas” (The Economist, 2025). Será una tarea insuperable poder regresar la fábrica mundial a Estados Unidos, pues su economía ya está demasiado avanzada y no cuenta con la base socioeconómica para sostener dicha industria manufacturera en el país. La retórica detrás de estas metas planteadas por Donald Trump en todo caso tiene el propósito de revertir el desgaste del actual ciclo socioeconómico estadounidense o, por lo menos, de dar la impresión de que se busca detener dicho deterioro.
Al final de cada ciclo socioeconómico —que dura 50 años— en Estados Unidos, el desgaste comienza a generar severos problemas en cuanto al crecimiento económico. Como respuesta, llega una administración que busca implementar estrategias o medidas que refuerzan el mismo ciclo, pero sin resolver las dificultades de fondo. Jimmy Carter intentó revitalizar la economía norteamericana al continuar implementando recortes a los impuestos —tax cuts— a la clase media y trabajadora en el país, pero sus medidas fiscales no produjeron ningún cambio sustancial. En la actualidad, si bien el ciclo socioeconómico en Estados Unidos está enfocado en la generación de riqueza, es una generación concentrada en la clase alta.
Debido a que Trump no es un presidente que refleje un nuevo ciclo socioeconómico, sino que da continuidad al iniciado en la década de 1980 con Ronald Reagan, el mandatario no busca reconfigurar la economía nacional. Es decir, no pretende trasladar el peso de los impuestos a la clase alta, al contrario: procura mantenerlo en la clase media y trabajadora como ha sido por las últimas décadas. Por ello, la solución que busca es crear empleos que puedan satisfacer —por lo menos artificialmente— la demanda laboral y financiera de la clase trabajadora. Sin embargo, es poco probable que logre algún cambio, dado que esa transición socioeconómica estructural no sucederá sino hasta la administración del presidente que asuma el cargo en 2029, en la que el cambio será principalmente en materia fiscal.
En todo caso, el país considerado como el principal ganador —en cuanto al sector manufacturero industrial— en la guerra comercial sinoamericana ha sido México, no su vecino del norte. Este hecho ayuda a tener una mejor imagen de lo que realmente busca Estados Unidos en la guerra comercial con China, incluso a pesar de su amenaza de más conflictos comerciales con otros países como el propio México.

El presidente Donald J. Trump coloca una corona floral en la Tumba del Soldado Desconocido como parte de la 150.ª celebración anual del Día Nacional de los Caídos del Departamento de Defensa, organizada por el secretario de Defensa en el Cementerio Nacional de Arlington el 28 de mayo de 2018 (crédito: Chairman of the Joint Chiefs of Staff vía Flickr).
La verdadera meta estadounidense
Estados Unidos podría ‘recuperar’ algo de su industria, aunque incluso desde un principio podría argumentarse que nunca perdió su base industrial, solo la capacidad manufacturera de su tiempo como la fábrica mundial —1890-1940— o como fábrica regional —1940-1980—. Pero el objetivo del gobierno no es intentar recuperar su poderío industrial de escala global, sino trasladar la fábrica mundial a otra nación que pueda asumir dicho papel en la economía mundial.
En 1980, Japón y Estados Unidos tuvieron una disputa comercial similar a la actual guerra comercial entre Washington y Pekín (Vekasi, 2019). Para 1985, el gobierno estadounidense junto con los gobiernos de Francia, de Alemania Occidental y del Reino Unido firmaron el Acuerdo Plaza con el gobierno japonés, en donde acordaron devaluar el dólar estadounidense y el del entonces marco alemán frente al yen (Griffiths & CNN, 2019). El objetivo de la renegociación de la relación comercial entre Estados Unidos y Japón era lograr volver al país nipón menos competitivo en el mercado global, lo que también estuvo acompañado de una serie de aranceles a Japón.
Aunque la retórica del entonces presidente Reagan diera a entender que se buscaba revitalizar el poderío económico estadounidense, el verdadero propósito de esa disputa comercial no era trasladar el poder industrial de Japón a Estados Unidos, sino acelerar el cambio de la fábrica mundial a China. A la par, en la década de 1990, el gobierno chino comenzó varias negociaciones con el gobierno estadounidense que ayudaron a que el país pudiera empezar a consolidarse como la fábrica mundial. Esto implicó una serie de compromisos y ‘sacrificios’ por parte de ambas potencias, pero el beneficio fue que China pudo modernizarse y que la economía internacional pudo seguir creciendo.
La guerra comercial sinoamericana actual debe ser analizada desde este prisma económico-comercial. La diferencia, sin embargo, es que, para la década de 1990, los sacrificios por parte de la República Popular de China ya se habían llevado a cabo durante la década de 1980. México, por su parte, todavía se encuentra en medio de su transición, lo que dificulta que en la década de 2020 el traslado de la fábrica mundial se realice sin contratiempos. Si bien la transformación por la que estaba pasando China no era geopolítica, sí era política y se desarrolló de manera intensa, incluso hasta el punto de desembocar en la crisis de la masacre en la Plaza de Tiananmén en 1989. México, por otra parte, todavía está terminando una transición que es a la vez geopolítica, sociopolítica y socioeconómica.
Estados Unidos necesita finalizar esa transición sistémica de la fábrica mundial y no lo puede lograr sin una guerra comercial. En lo que respecta a los demás países, las amenazas de aranceles no buscan hacer colapsar el comercio mundial, sino asegurarse de que exista paridad en las políticas comerciales a nivel internacional en cuanto a la reestructuración de la economía mundial. Asimismo, hay que reconocer que la presión socioeconómica, la cual empeora con un incremento en los precios por los aranceles, forzará a Trump —quien no pretende terminar con el actual ciclo socioeconómico— a buscar ‘soluciones’ alternativas a los problemas económicos en Estados Unidos. Una de esas medidas ha sido obligar a Panamá a reducir las cuotas en el Canal de Panamá (Fedirka, 2024). Pero si México no cuenta con el panorama económico, jurídico, político o de seguridad apto para volverse la fábrica mundial, entonces la presión continuará creando problemas para el gobierno estadounidense, de ahí la postura comercial —incluso político-militar— agresiva de la administración de Donald Trump (Araujo, 2025). Para terminar, también es importante recordar que la retórica no siempre lleva a políticas concretas, a menos de que existan fundamentos geopolíticos o estratégicos que respalden dichas medidas.
Referencias
Araujo, A.-A. (2025, enero). Plan México, Trump y la economía mundial: Punto de quiebre. Código Nexus. https://codigonexus.com/plan-mexico-trump-y-la-economia-mundial/
Fedirka, A. (2024, 23 diciembre). The Panama Canal: Hostage to the US-China Trade War? Geopolitical Futures. https://geopoliticalfutures.com/the-panama-canal-hostage-to-the-us-china-trade-war/
Griffiths, J. & CNN. (2019, 24 mayo) The US won a trade war against Japan. But China is a whole new ball game. CNN. https://www.cnn.com/2019/05/24/business/us-china-trade-war-japan-intl/index.html
The Economist. (2025, 21 enero). Tariffs will harm America, not induce a manufacturing rebirth. The Economist. https://www.economist.com/leaders/2025/01/21/tariffs-will-harm-america-not-induce-a-manufacturing-rebirth
Vekasi, K. (2019). Lessons For Today From The U.S.-Japan Trade War Of The 1980s / Entrevistada por Audie Cornish. NPR. https://www.semana.com/nacion/articulo/el-cuerpo-de-las-mujeres-no-solo-esta-ligado-a-la-maternidad-causa-justa/653262