Cumhurbaşkanı Recep Tayyip Erdoğan, Birleşmiş Milletlerin (BM) 80. Genel Kurulu'na katılmak için geldiği ABD'nin New York kentinde, Türk-Amerikan Ulusal Yönlendirme Komitesi tarafından verilen akşam yemeğine katılarak konuşma yaptı. ( TCCB / Mustafa Kamacı - Anadolu Ajansı )

El presidente de Turquía Recep Tayyip Erdoğan en un evento del TASC, la sociedad de turcoamericanos, en Estados Unidos en septiembre del 2025 (crédito: Recep Tayyip Erdoğan vía Facebook).

La oportunidad de Turquía

El liderazgo turco ante la crisis en Gaza

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Por: Relaciones Internacionales

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El fin del conflicto en Gaza fue declarado oficialmente en octubre de 2025, tras dos años de enfrentamientos iniciados por el ataque de Hamás a Israel en octubre de 2023. Pese a diversas violaciones del cese al fuego, la paz se ha podido mantener entre Israel y Hamás. Sin embargo, el alto el fuego no fue un acontecimiento espontáneo, sino el desenlace de una compleja red de presiones internacionales y negociaciones discretas, en las que Turquía emergió como mediador decisivo.

Ankara desempeñó un papel clave al convencer a Hamás de aceptar el plan estadounidense, movilizando su red de contactos políticos e inteligencia para garantizar la viabilidad del acuerdo. Los servicios secretos turcos mantuvieron comunicaciones directas con los líderes del grupo palestino, asegurándoles que el pacto contaba con el respaldo personal de Donald Trump. Con esta maniobra, Erdoğan transformó una relación antes tensa con Washington en un activo diplomático clave y posicionó a Turquía en el centro del tablero regional. Mostrando lo multifacéticas que pueden ser las relaciones interestatales en la política internacional, ya que, aunque puede haber conflictos de interés en algunas áreas, también puede haber cooperación estratégica en otras.

Una mediación clave

La mediación de Turquía, enmarcada en el acuerdo promovido por Washington, no fue un gesto aislado, sino la expresión visible de una reconfiguración más profunda del equilibrio de poder en Oriente Medio. El presidente Recep Tayyip Erdoğan supo transformar una coyuntura de crisis en una oportunidad estratégica para reposicionar a Ankara como actor indispensable, mientras que Estados Unidos, tras una larga historia de fricciones y acercamientos, adoptó un enfoque pragmático: reforzar su alianza con Turquía como vía para estabilizar la región y contener la inestabilidad emergente.

Para Washington, el objetivo era claro: poner fin al conflicto en Gaza y restaurar un equilibrio de poder capaz de contener tanto la expansión iraní como los excesos de un Israel cada vez más cuestionado por sus acciones militares y violaciones a los derechos humanos, lo cual sumaba a la incertidumbre en la región. En ese contexto, el protagonismo turco no solo recibió luz verde, sino también un respaldo tácito de la Casa Blanca.

“Este caballero de un lugar llamado Turquía es uno de los más poderosos del mundo”, declaró Donald Trump al referirse a Erdoğan tras el anuncio del alto el fuego y la liberación de rehenes. “Es un aliado confiable. Siempre está ahí cuando lo necesito” (Nakhoul et al., 2025). Con esa declaración, el mandatario estadounidense reconoció públicamente el nuevo rol de Ankara y legitimó su influencia en la región. La firma de Erdoğan en el documento de paz impulsó el retorno de Turquía al centro del tablero de Oriente Medio, una posición que el líder turco ha buscado recuperar, evocando incluso los vínculos históricos y el legado político del antiguo Imperio otomano. De esta forma, con la firma del acuerdo de paz en Gaza, el presidente Erdoğan selló un nuevo capítulo en la relación turco-estadounidense, transformando la alianza en un instrumento de equilibrio regional.

El presidente Donald Trump pronuncia un discurso ante la Knéset en Jerusalén, Israel, el lunes 13 de octubre de 2025, celebrando el acuerdo de alto el fuego y la liberación de rehenes, negociado por Estados Unidos entre Israel y Hamás. (crédito: Daniel Torok de Casa Blanca vía Flickr).

El interés estadounidense y las implicaciones para Ankara

Estados Unidos participó activamente en los acuerdos de paz no por razones humanitarias, sino por razones estratégicas. Cada día la guerra y las acciones de Israel erosionaban su influencia y multiplicaban los focos de inestabilidad. En ese contexto, Turquía ofreció algo que ningún otro actor podía: una capacidad real de negociación con Hamás.

Para Turquía, el beneficio es doble. Internamente, Erdoğan proyecta una narrativa de potencia restaurada que refuerza su liderazgo político; externamente, transforma su frágil vecindad —una geografía rodeada de crisis— en un activo geopolítico. Sin olvidar que, con esto, también logra avances para evitar que Israel amenace su posición en Siria. El resultado inmediato es un clima de reconciliación con Washington que podría traducirse en alivios de sanciones y avances en el programa F-35, así como en concesiones en el frente sirio y en el aseguramiento de su influencia en el país árabe.

Para Estados Unidos, permitir que Ankara participe en la gestión del alto el fuego también es una forma de externalizar el costo político de la reconstrucción de Gaza y de la estabilización de Oriente Medio. El formato actual —una mediación compartida entre Turquía, Estados Unidos, Egipto y Qatar— inaugura un modelo de equilibrio gestionado más que impuesto.

Israel, en cambio, observa este proceso con recelo. Acostumbrado a operar sin contrapesos, enfrenta una nueva realidad: su margen de maniobra se reduce. Las señales que llegan desde Tel Aviv —preocupación por un posible despliegue turco en Gaza, tensiones comerciales y diplomáticas— confirman que la “amistad estratégica” con Washington atraviesa un proceso de recalibración. El elogio público de Trump al “papel constructivo” de Erdoğan y la presión de Estados Unidos para permitir la participación turca en las conversaciones son mensajes inequívocos: el poder ya no fluye en una sola dirección.

En su núcleo, la estrategia estadounidense busca contención mediante equilibrio. Turquía actúa como bisagra funcional entre tres polos: Irán, Israel y los países árabes del Golfo. Sin embargo, esto no es una alianza fraternal, sino una asignación funcional de poder. Estados Unidos diseña la arquitectura, Turquía la ejecuta e Israel —aun a regañadientes— se adapta.

El balance de poder ofrece una certeza: la mediación turca no es un accidente coyuntural, sino una necesidad estructural de la política estadounidense. Gaza ha servido como escenario para el renacimiento diplomático de Turquía. Erdoğan logró lo impensable: que Washington vea en sus ambiciones una herramienta útil y no una amenaza.

Para Estados Unidos, el cálculo es simple: un equilibrio gestionado con Ankara como bisagra es preferible a un vacío que otros llenarían con fuego. El nuevo orden regional no surgirá de tratados de paz, sino de ajustes graduales y alianzas transitorias. Pero el mensaje ya está claro: Oriente Medio voltea una vez más hacia Turquía, esta vez con el aval de Washington, y el país turco se expande cada vez más hacia el sur.

Idiz, S. (2006). El complejo lugar de Turquía en el mundo: Una visión general. Revista CIDOB d’Afers Internacionals, 75, 91–98. http://www.jstor.org/stable/40586257

 

Nakhoul, S., Gumrukcu, T., & Toksabay, E. (2025, 21 de octubre). Erdogan turns Trump’s Gaza deal into power play for Turkey. Reuters. https://www.reuters.com/world/middle-east/erdogan-turns-trumps-gaza-deal-into-power-play-turkey-2025-10-21/

 

Reuters. (2025, 16 de octubre). Turkey puts ex-disaster chief in charge of Gaza aid, in sign of big new role. Reuters. https://www.reuters.com/world/middle-east/turkey-puts-ex-disaster-chief-charge-gaza-aid-sign-big-new-role-2025-10-16/

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