Diseño de Código Nexus para Plan México, Trump y la economía mundial_CN (2)

Diseño por Código Nexus (fuentes: Gage Skidmore/Claudia Sheinbaum/Flickr/Getty Images/Canva Pro).

Plan México, Trump y la economía mundial

Punto de quiebre

Existe mucha desconfianza respecto a lo que sucederá en México tras el arribo de Trump a la Casa Blanca, así como sobre el futuro del país.

Por: Andrés Alejandro Araujo Bermúdez

Por: Andrés Alejandro Araujo Bermúdez

Tabla de contenidos

Tabla de contenidos

A los cien días de su gobierno, la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum presentó una serie de metas que, en conjunto, forman el Plan México. Como era de esperar, aquellos dentro de la oposición recibieron el plan con escepticismo y con críticas justificadas dado el panorama económico, político, jurídico y de seguridad nacional. Pero más interesante aún fue el rechazo que recibió el plan por parte del partido oficialista, es decir, de Morena, pues fue notoria la ausencia de figuras políticas clave dentro del partido y que controlan el Congreso y el Senado. Este rechazo mutuo y el amplio escepticismo al plan que presentó la presidenta es indicativo de un desenlace crucial en la política nacional y el contexto geopolítico mexicano.

Como ya se publicó anteriormente en Código Nexus, México está pasando por una transición del régimen posrevolucionario cardenista a uno de nueva índole (Araujo, 2024a). Dicho cambio llevó a una confrontación sociopolítica que duró cuatro décadas y ‘finalizó’ en 2024, y dio pie a un seudoconflicto civil conocido como la ‘guerra de las drogas’ que aún no llega a su fin. Ambas confrontaciones han paralizado en gran medida a México, causando muertes y una inmensa desesperación social. Es así como en Código Nexus se ha buscado ilustrar con mayor claridad este conflicto para una mejor comprensión de lo que experimenta el país.

Contrario al pensamiento convencional, este cambio no se dio por aspectos políticos o económicos —y mucho menos ideológicos—, sino que se desarrolló por cuestiones geopolíticas. El régimen posrevolucionario entró en crisis entre 1960 y 1980, situación con la que comprobó que no era capaz de adaptarse adecuadamente a distintas circunstancias generadas por el mismo gobierno. El régimen cardenista, posrevolucionario o unipartidista —como prefiera llamársele— fue un sistema político cuyo propósito no era el desarrollo o crecimiento económico pleno, sino la estabilidad política nacional.

En términos geopolíticos, durante el siglo XIX y gran parte del siglo XX las identidades regionales tenían mayor peso y existían varios grupos de poder regionalistas. El régimen porfirista fue el primero en lograr controlar este panorama, pero fracasó políticamente en 1910. En consecuencia, la única forma de mantenerlos bajo control después de 1920 fue deshacerse del instaurado régimen y crear uno nuevo que pudiera unir a todos los grupos de poder en el país y así asegurar la estabilidad y paz nacional. En ese sentido, el régimen fue extraordinariamente exitoso.

Pero para finales del siglo XX ya había nuevos grupos de poder y élites políticas —es decir, existía una nueva generación política mexicana— que ya no se apegaban a la cultura política anterior, en la que se reconocía a los grupos de interés regionales y se les respetaba por completo. Ahora eran una élite y varios grupos que buscaban satisfacer los intereses de la nación por encima de cualquier región o estado en específico. Esto fue el reflejo de un cambio geopolítico fundamental, ya que para finales del siglo pasado, México se encontraba en el inicio de una transición entre una etapa o ciclo geopolítico de regionalismo —donde el Estado central se debilita y el país se fragmenta y emergen varios grupos de poder regionalistas— a uno de centralismo —en el cual comienza a consolidarse una nación unida junto con un Estado central fuerte y dominante—.

El régimen unipartidista era un sistema necesario para el contexto geopolítico del siglo XX, pero no es uno apto para el siglo XXI y, en especial, para el nuevo ciclo geopolítico. La nueva generación busca crear instituciones nacionales sólidas y un Estado central fuerte que pueda dominar y gobernar en todo el territorio nacional, por encima de los grupos de poder regionales. De eso se trató el levantamiento armado —y luego sociopolítico— del EZLN en 1994, un grupo de poder regional que rechazaba la nueva dinámica geopolítica en la que el gobierno central se imponía. De hecho, en gran medida, de eso se trata la guerra de las drogas —también conocida como ‘guerra contra el narcotráfico’—.

Cuando un país entra en un ciclo de centralismo tiende a crear un imperio con el que busca comercializar e interactuar con el mundo, ya sea económica, política o militarmente. En función de esto, el nuevo régimen mexicano busca generar e impulsar el desarrollo y crecimiento económico. A título personal, cuando en una ocasión me pidieron analizar las propuestas económicas de Claudia Sheimbaum y Xóchitl Gálvez a principios del 2024, me sorprendió la similitud de los modelos planteados que apostaban por una economía más interconectada con el mundo, es decir, con mayor apertura internacional (Geopolitical Futures & Araujo, 2024), lo cual es, precisamente, muestra del cambio geopolítico descrito, ya que ambas candidatas proponían modelos económicos antagónicos al modelo económico del régimen posrevolucionario.  

Es claro que no se puede ignorar el aspecto ideológico y cultural de la lucha actual en México, pero las dos facciones quieren, en esencia, un objetivo geopolítico simultáneamente similar y diferente. Ambas buscan crear un Estado central fuerte, así como estabilizar y unir a la nación. La cuestión es que difieren en cómo hacerlo. Mientras una busca recrear el viejo régimen —siguiendo la lógica de que funcionó durante el siglo XX—, la otra busca dar vida a un nuevo régimen que deseche la vieja estructura de poder y luche por cambiar la realidad geopolítica mexicana, imponiendo su voluntad por encima del resto de los grupos de poder nacionales o regionales (Fedirka & Araujo, 2024).

El dilema del actual gobierno es que no ha podido armonizar los objetivos de la facción que aboga por el viejo régimen y los objetivos económicos del nuevo. En otras palabras, Sheinbaum no es una Deng Xiaopeng capaz de dar pie a cambios económicos y al mismo tiempo mantener las instituciones políticas y la estructura económica del viejo régimen. Es ahí donde surge una contradicción y rechazo generalizado —tanto de la oposición como de Morena— hacia un plan que económicamente atenta contra el viejo régimen, pero que al mismo tiempo pretende salvaguardarlo en un sentido social y político.

La transición que pretende realizar México no es fácil, puesto que destruirá a la nación para luego reconstruirla y crear algo nuevo desde cero. Cuando Estados Unidos libró una guerra contra México y más tarde se vio envuelto en su propia guerra civil, el país se autodestruyó molecularmente al ‘traicionar’ todos sus principios antiimperialistas, democráticos y liberales. Washington se impuso primero sobre México —la única otra potencia en Norteamérica— y luego lo hizo ante sus propios estados.

México tendrá que pasar por una crisis que va a retar —y en gran medida destruir— su vieja identidad, pues todos sus principios culturales, sociales y políticos estarán en juego. Después de todo, lo que peligra es la propia esencia de la nación: su contrato social.

Esta transición ha tomado cuarenta años y su etapa final no iba a ser más fácil que las últimas décadas. Para muchos, este es un punto crucial de ‘todo o nada’. Aunque pueda parecer exagerado, el régimen que logre instalarse este 2025 será aquel que asegurará su posición a largo plazo. 2024 fue un año de continuas tensiones entre las dos facciones, lo que en gran medida fue el detonante de las crisis de seguridad en Sinaloa y Tabasco. Por ende, 2025 no será más pasivo que el año anterior, ya que marcará el punto de partida para un conflicto como el que México no ha experimentado desde 1936. De esta forma llegamos a la actual crisis respecto a la llegada de Trump a la Casa Blanca en 2025.

Fotografía de la popa del buque chino ‘YM Orchid’, un carguero de reciente construcción de 275 metros de eslora en el Puerto de Génova, Italia en 2008 (crédito: International Labor Organization vía Flickr).

Ciclos de la economía mundial

En 2018 dio inicio una guerra comercial entre Estados Unidos y China con el propósito de empezar a trasladar la fábrica mundial del gigante asiático a otros países. Si bien algunos de los involucrados en este reacomodo económico mundial son Vietnam e Indonesia —Brasil y la India no figuran dentro de dicha reconfiguración sistémica—, existe un país que servirá como pieza clave para esta reestructuración global: México, que no parece estar listo debido a su infraestructura, su sector energético e hidráulico, su estabilidad nacional, su seguridad, la integridad de sus instituciones, su panorama político y su sector jurídico. Pero cabe recordar que durante las guerras de unificación alemana, la restauración Meiji en Japón o la guerra Civil en Estados Unidos, ninguno de estos países daba la impresión tener asegurado un futuro prometedor, mucho menos como naciones unidas y fábricas de calibre mundial, siendo Estados Unidos la principal. Es fácil decir, desde la seguridad que otorga la perspectiva histórica de los últimos ciento cincuenta años que siempre tuvieron asegurado dicho porvenir, pero entre 1860 y 1890 estos países estaban en profundas crisis geopolíticas domésticas, y en varias ocasiones se llegó a cuestionar si las facciones que pretendían transformar a sus países y unirlos iban a tener éxito.

México no es la excepción en estos casos de transformación, porque —a diferencia de la India o Brasil— es el mejor posicionado geopolíticamente para absorber los cambios en la economía mundial. Vietnam, Indonesia, Polonia y otros países no serán lo suficientemente capaces de liderar esos esfuerzos sin que México participe en el proceso. En especial, porque Estados Unidos busca una cadena de suministro más corta y cerca de casa. El problema es que esta reestructuración y el traslado de la fábrica mundial de una nación a otra es un proceso algo tardado y depende de que la nueva nación esté posicionada para poder asumir el papel que tendrá en la economía global. Asimismo, esta transición de un ciclo productivo y de rápido crecimiento en la economía a otro ciclo, siempre está repleto de presiones socioeconómicas.

Lo anterior en gran medida se debe a que la guerra —o disputa— comercial genera aranceles y aumenta el costo de los productos, afectando a la base consumidora del mercado mundial. En este caso, los aranceles impuestos a China no solo han perjudicado al sector agrícola estadounidense, sino que también han impactado en el consumidor estadounidense, lo cual se suma a que estos ciclos económicos mundiales coinciden con los ciclos socioeconómicos estadounidenses, cuyo desgaste también genera su propia crisis socioeconómica. Por ende, Donald Trump necesita que el nuevo ciclo económico mundial empiece a estabilizar la situación, de forma que así pueda quitarle presión a su base electoral. Como consecuencia, el ahora presidente ha amenazado a Panamá, ya que busca que el país centroamericano disminuya sus cuotas en el Canal de Panamá para reducir el incremento en los costos causados por los aranceles (Fedirka, 2024; Araujo, 2024b).

Es aquí donde entra México en la fórmula. El país, como resultado de su transición, ha sido incapaz de imponer un cambio que le permita aprovechar esta dinámica mundial. Aunque esto parece solo afectar a México, también tiene repercusiones para Estados Unidos. Desde el punto de vista estadounidense, la lógica es que México solo tendría que terminar con la guerra de las drogas y adoptar las reformas que puedan ayudar al país a aprovechar la transformación de la economía global. Sin embargo, en México la situación no es tan simple, justo como lo deja en evidencia todo el problema señalado en la primera parte de este artículo.

Muchos creen que Estados Unidos podría simplemente elegir otro candidato dadas las circunstancias mundiales, pero el actuar de Donald Trump muestra cómo esa opción no es una realidad; en términos geopolíticos, no hay otro candidato disponible para seguir con el reacomodo internacional. Estados Unidos necesita un país en una posición segura y geoestratégica que pueda liderar el crecimiento económico los siguiente cincuenta años —o mejor dicho, los siguientes cuarenta y cinco—. Países como Vietnam, Indonesia, Turquía y Polonia son cruciales, pero para la política de contención y la estrategia global de equilibrios regionales, lo que impide que sean aptos para convertirse en los principales centros de crecimiento económico mundial.

De la misma forma que entre 1860 y 1900 no había otros candidatos disponibles para el Reino Unido, salvo Estados Unidos como fábrica mundial y Alemania y Japón como fábricas regionales, en la actualidad, Estados Unidos no tiene otra opción más que México para convertirse en la fábrica mundial, mientras que países como Vietnam, Polonia, Turquía e Indonesia se perfilan para ser las fábricas regionales. Es aquí donde surge un dilema: la presión que necesitará ejercer Washington sobre México para que asuma su papel de fábrica mundial entraría en conflicto en el país latino por la manera en que su soberanía se vería ‘truncada’.

Fotografía de la bandera de México en 2007 (crédito: Adrián Oliver vía Flickr).

Soberanía y crisis nacionales

Para muchos, las decisiones más cruciales de un país deben estar completamente subordinadas a su soberanía. No obstante, históricamente, ese no ha sido el caso. Desde las conexiones fronterizas y regionales de los imperios hace cientos de siglos, hasta el mundo interconectado de hoy en día, pocas naciones, ciudades-Estado, países o pueblos han podido tomar decisiones por su propia cuenta sin que factores externos las impongan. Cuando los pueblos alemanes se unificaron, esto violó la soberanía de varias regiones como el Reino de Sajonia. Para muchos, los cambios que sucedieron en Japón durante la restauración de Meiji fueron una imposición occidentalista, porque en cierta forma, Japón temía terminar igual que China durante las guerras del opio si no se adaptaba.

Por su parte, México también ha tenido que tomar resoluciones que no estaban dentro del esquema de sus decisiones soberanas. En 1940, Lázaro Cárdenas tuvo que elegir a Manuel Ávila Camacho como sucesor, en vez de a Francisco José Múgica, incluso cuando era un mayor aliado ideológico del segundo. Esta decisión se produjo porque México necesitaba un líder que los diferentes grupos de poder en el país aceptaran, pero que al mismo tiempo pudiera ser aprobado y fuera capaz de trabajar con los estadounidenses. La elección tomada por Cárdenas en 1940 puede no haber sido una que el mismo presidente quisiera tomar, sino que fue impuesta por una serie de circunstancias y factores ajenos a él. Sin embargo, al final del día, fue la decisión que dio vida al régimen que pudo estabilizar y asegurar una paz como la que México no había visto en varias décadas, si no es que en más de un siglo.

Las crisis nacionales son procesos necesarios para que un país pueda transitar de una etapa a otra y asegurar su continuidad. En la mayoría de estas habrá decisiones que se impondrán desde fuera, lo que podría dar la impresión de que van en contra del derecho de una nación a elegir, debido a que su soberanía debe respetarse. Pero con todo y lo anterior, la realidad es que muchas de estas decisiones serán las mejores que podrá tomar una nación.

Fotografía del Palacio Nacional en la Ciudad de México durante la noche en 2010 (crédito: Iaap mx vía Flickr).

Soberanía contra la realidad y el futuro mexicano

Lo más interesante de la crisis que se está gestando es que no serán muchos los que la apoyen, pues considerarán que la decisión será impuesta por Estados Unidos ‘al pobre’ de México. Entre cuantiosos debates, se encuentra la duda sobre si las acciones tomadas en contra de un movimiento político —y sus acciones e iniciativas— deberían formar parte de la soberanía de la nación. Ciertamente, hay quienes podrían alegar que el resultado de las elecciones asegura que las decisiones de un movimiento político son la soberanía materializada; mientras que otros argumentarían que la soberanía no debe anteponerse ante algunas cuestiones como derechos humanos o democracia.

El problema es que ambos bandos se equivocan. La soberanía es un concepto que será continuamente violado, no solo por decisiones de gobiernos o instituciones, sino también por realidades geopolíticas y cíclicas. Con base en los ciclos económico-productivos y de rápido crecimiento, una guerra comercial entre Estados Unidos y China era inevitable, independientemente de que Donald Trump hubiera sido elegido o no presidente en 2016. De igual manera, un conflicto a principios del siglo XX, así como a principios del siglo XXI, era inevitable, dado el contexto geopolítico y los ciclos transicionales y geopolíticos mexicanos. Lo mismo sucedió con la Gran Colombia: el contexto geográfico del que Fedirka (2016) escribe y el panorama impuesto por los ciclos geopolíticos de regionalismo forzaron la división del imperio sudamericano y dificultaron su unidad, los cuales fueron factores ajenos a los actores, sin importar quiénes hayan sido.

En cierta forma, muchas decisiones futuras en México serán impuestas por realidades fuera del control del ser humano y sus instituciones políticas. Estados Unidos necesita una nueva fábrica mundial y México necesita una estructura de poder y un régimen que, en unidad, no solo puedan pacificar y unir al país, sino que también puedan lidiar con los desafíos que están por venir en este siglo XXI, los cuales serán diferentes y de mayor calibre que los del siglo pasado. En ocasiones podemos tener diferentes opciones, pero estas siempre estarán condicionadas —no determinadas— por el contexto geográfico y político en el que nos encontraremos.

Lo más interesante de todo esto será ver cómo hablan de la crisis dentro de una o dos décadas. Muchos —tanto estadounidenses como mexicanos— este año y posiblemente en los siguientes dos, considerarán que México perdió porque se doblegó ante Trump y se sumergió en una profunda crisis que destruyó a la nación. Pero dentro de un par de décadas, es muy probable que se escriba sobre cómo una decisión que en apariencia había destruido al país y fue considerada mala, en realidad lo ayudó a convertirse en una potencia económica avanzada de gran calibre. En una conversación que tuve con George Friedman, el politólogo estadounidense, dijo: “¿Sabes?… una nación, antes de que se convierta en una potencia, se ve como si estuviera a punto de colapsar”. México claramente tiene tiempos difíciles por delante, pero la paciencia nos ayudará a ver que este no será el fin del país, sino el inicio de una etapa en la que surgirá una nueva gran potencia.

Araujo, A.-A. (2024a, 6 junio). Las elecciones mexicanas y el posible desenlace: La crisis continuará. Código Nexus. https://codigonexus.com/las-elecciones-mexicanas-y-el-posible-desenlace/

Araujo, A.-A. (2024b, 30 diciembre). Las amenazas comerciales y político-militares de Trump: Amenazas con propósitos solamente coercitivos. Código Nexus. https://codigonexus.com/las-amenazas-comerciales-y-politico-militares-de-trump/

Fedirka, A. & Araujo, A.-A. (2024, 29 enero). How Mexico Plans to Reclaim Its Economy. Geopolitical Futures. https://geopoliticalfutures.com/how-mexico-plans-to-reclaim-its-economy/

Fedirka, A. (2016, 2 marzo). Simón Bolívar’s Vision for Spanish America. Geopolitical Futures. https://geopoliticalfutures.com/simon-bolivars-vision-for-spanish-america/

Fedirka, A. (2024, 18 noviembre). It’s Hard to Quit the USMCA. Geopolitical Futures. https://geopoliticalfutures.com/its-hard-to-quit-the-usmca/

Geopolitical Futures & Araujo, A.-A. (2024, 17 mayo). Mexico Considers a New Foreign Policy Path. Geopolitical Futures. https://geopoliticalfutures.com/mexico-considers-a-new-foreign-policy-path/

Deja una respuesta

Únete a nuestro Newsletter

Newsletter popup