Alekséi Navalni, un opositor político liberal y duro crítico de Vladimir Putin murió en prisión bajo ‘misteriosas’ circunstancias debido a problemas de salud. Para muchos esto fue un asesinato, lo que no sería sorpresa, especialmente debido al trato que recibía en la colonia penal del Círculo Polar Ártico, en la que se encontraba cumpliendo con su condena (Roth, 2024). Su muerte ha causado conmoción en el mundo y dentro de la oposición rusa, para muchos, esto es una muestra de fuerza de Putin y de que tiene la situación bajo control. Pero la realidad es que la muerte de Navalni no es muestra de que el presidente ruso se sienta seguro en el Kremlin. El hecho de que un opositor político que nunca tuvo la capacidad de cambiar la mentalidad en base a Putin y que haya estado encarcelado, simplemente significa que Putin mató a un oponente cuya carrera política ya había muerto.
Para comprender la preocupación que tiene Putin sobre el futuro de su posición en el poder es importante analizar el vínculo entre la muerte de Navalni y lo que significa políticamente, con un segundo hecho igual de crucial sobre su muerte: la estrecha conexión con la Guerra de Ucrania. Algo que resulta fundamental, dado que, tras su muerte, muchos medios han publicado sobre cómo Navalni era un fuerte crítico de la guerra en contra de Ucrania y sobre cómo abogaba a favor de reconstruir al país ucraniano (The Economist, 2024a). En cierta forma, esto ha generado una idea errónea sobre lo que la guerra representa para Rusia, su población y su sistema político. Por ello, es importante comprender la posición rusa, su historia y su contexto político ante la guerra. De esta forma, podremos tener una mejor imagen de por qué la muerte de Navalni no significa que Putin esté firmemente en el poder, sino que, por el contrario, significa que se siente inseguro.
Identidad y Guerra en Rusia
Históricamente, Rusia es una nación marcada por incursiones o invasiones militares, desde la Horda Dorada de los mongoles hasta las invasiones polacas, francesas, suecas y alemanas. Pero más importante, es que la nación está marcada por la conquista, es en base a esto que Reynolds (2017) correctamente señala que las métricas de éxito europeas no pueden ser aplicadas* para determinar el éxito que ha obtenido Rusia históricamente, sino que Rusia y sus logros deben ser analizados desde las métricas eurasiáticas, marcadas por competencia geopolítico-militar y por el dominio territorial, bajo estas métricas es que Rusia se destaca como un imperio triunfante. Aunado a estos criterios de éxito, los rusos también han creado la percepción de que el imperio les ha dado seguridad y estabilidad y que los gobiernos fuertes (no democráticos) son los únicos capaces de imponer el orden. En cierta forma, esto ha repercutido en la psicosis rusa, especialmente en la de sus líderes, dando como resultado que los rusos vean la proeza militar como la cumbre del éxito y el poder autoritario como algo preferible (Escalona-Ramos, 1959; Galeotti, 2022).
*Las métricas europeas que menciona Reynolds (2017) son sobre la pobreza, la innovación tecnológica y la poca atracción del sistema político ruso, todas las cuales resultan pésimas bajo los estándares de la Europa Occidental.
Pero también es crucial reconocer un hecho fundamental en la historia rusa. La nación ha pasado por varias etapas de reconstrucción de identidad, las más relevantes para el análisis serán dos proyectos de identidad que han marcado profundamente al país: Una en la que intentaron emular a Europa Occidental, especialmente a Francia, y otro en el que se enorgullecen de sus raíces y su identidad etno-cultural. El rechazo que experimentaron y el hecho de que Europa los ha visto continuamente como una ‘amenaza a la civilización’, fue lo que contribuyó a la construcción del segundo proyecto de identidad nacionalista, marcándolo por un profundo rechazo a Europa en general, específicamente a su cultura y a sus ideales sociales, lo que terminó causando un fuerte rechazo a los valores republicanos y democráticos promulgados por los europeos occidentales (Hammen, 1952; Figes, 2016).
El primer proyecto fue impulsado por Pedro el Grande (y los occidentalistas), quien quería europeizar a Rusia para modernizar a la nación y alcanzar el éxito al estilo europeo, mientras que el segundo fue impuesto por los eslavófilos, como el emperador Nicolás I, quienes buscaban fortalecer la identidad rusa nacionalista y rechazar todo lo europeo (Figes, 2016). Tras varias décadas de fricciones, el eslavófilismo salió victorioso al derrotar a los occidentalistas tras su fracasada revolución decembrista de 1825, logrando imponer firmemente su proyecto identitario. Sin embargo, aunque los eslavófilos lograron imponerse en Rusia, los occidentalistas no han desaparecido por completo, las fricciones han continuado y la importancia de la proeza militar rusa junto con los problemas socioeconómicos de Rusia resultarían ser un factor determinante para la continuidad y el éxito del proyecto del eslavófilismo, como la continuidad de diversos regímenes políticos.
Consecuentemente, vemos como dos elementos determinan el desarrollo y las percepciones de los rusos (sea la población civil o las élites políticas) sobre sus líderes: el desarrollo de las campañas militares de gran importancia geopolítica y el estado del poder nacional (en el cual, para este artículo, usaremos criterios de bienestar y eficiencia económica, innovación tecnológica, capacidad institucional, unidad nacional, entre otros). De una forma u otra, estos dos elementos siempre han determinado la estabilidad y duración de diferentes liderazgos y regímenes en Rusia.
Es por esto por lo que, aun cuando la invasión napoleónica de Rusia marcó el fin del emperador francés y el Imperio ruso pudo obtener algunas victorias contra los otomanos en diversas ocasiones (incluso contra los suecos en 1809), serían las guerras que precederían estas victorias las que determinarían más el rumbo del país y, por ende, el futuro de sus líderes. Una diferencia fundamental entre estas victorias y las posteriores perdidas militares es que las derrotas marcaron el rumbo geopolítico de Rusia y se dieron en contra de potencias occidentales, tales como el Reino Unido y Francia.
Rusia ha perdido desastrosamente en múltiples ocasiones contra ejércitos euroatlánticos o centroeuropeos, primero en la Guerra de Crimea en 1856 (contra los británicos, los franceses y los otomanos) y posteriormente contra el Imperio japonés en 1905 (el cual se estructuró en el modelo militar prusiano y el modelo naval británico). Estas derrotas convencionales marcaron profundamente al país, ya que significaron golpes fatales contra las aspiraciones rusas por cambiar trascendentalmente su contexto geopolítico y su lugar en el mundo. Así mismo, los europeos obtuvieron sus victorias por su superioridad militar, institucional, económica e industrial.

Pintura del relevo de la caballería ligera en la Batalla de Balaclava en la Guerra de Crimea (Fuente: Richard Coton vía Wikimedia Commons)
Esa es la razón por la que la distinción en los riesgos que enfrentó Nicolás I de 1825 a 1856 se centran en un hecho fundamental: el resultado militar frente a una amenaza de Occidente. Rusia destruyó (con respaldo del Reino Unido) al Ejército de Napoleón en su propio territorio y en Europa Oriental, por ende, los rusos salieron triunfantes militarmente de la confrontación con Francia. Esto implicó que no hubo necesidad alguna de reformarse, por ende, el sistema político y socioeconómico continuaron, y cuando los decembristas intentaron transformar a Rusia, perdieron desastrosamente. Pero el resultado fue fundamentalmente diferente en 1856, cuando Rusia fue derrotada por los británicos y los franceses, quienes decidieron respaldar militarmente al dominio turco de los Balcanes y el mar Negro. La derrota fue tan desastrosa y humillante que Nicolás I, quien había sobrevivido a un golpe de Estado en 1825, terminó suicidándose en 1855, ocasionando que Alejandro II le sucediera en el trono en 1855. Como consecuencia del fatal fracaso militar en Crimea, Alejandro II tuvo que reformar a Rusia, promover la industria y la construcción de la infraestructura del transporte e, incluso, comenta Wills (2018), liberó a los siervos* (la servidumbre era un servicio obligatorio, sin libertad alguna, al Señor dueño de las tierras) en 1861. Aquí es donde tenemos que hacer una conexión intrínseca entre la sociedad rusa y sus fuerzas armadas, cuando las condiciones de la primera se fusionan con una derrota humillante de la segunda, se dan los elementos necesarios para forzar un cambio en el país eurasiático.
* A pesar de que muchos nobles rusos defendían la servidumbre, justificándola incluso con argumentos raciales y clasistas, la policía secreta zarista presionó por liberar a la servidumbre rusa para evitar una posible revolución, un temor que solo se concretó tras una desastrosa derrota militar con Occidente.
La razón detrás del hecho de que un conflicto como el de la Guerra de Crimea fuera tan trascendental, es debido a su importancia geopolítica y militar para los rusos. Los estrategas rusos siempre han intentado buscar un acceso al mar, debido a que reconocían – incluso los eslavófilos – que el éxito económico de las potencias europeas como el Reino Unido recae en su acceso al mar y, a partir de la Guerra de Crimea, también reconocieron que provenía de su grado de industrialización y avances tecnológicos. Esto los incentivaba a continuamente intentar buscar una salida a los océanos del mundo. Incluso, los soviéticos lo intentaron cuando invadieron Afganistán (para posteriormente invadir Irán o Pakistán y así tener acceso al Océano Índico). Pero las potencias occidentales siempre les han puesto un alto militar desastroso. Es aquí donde el eslavófilismo entra en conflicto con su propia identidad histórica. Ante todas estas derrotas militares, los líderes rusos vieron con recelo a Europa Occidental y a otras potencias occidentales, como Estados Unidos, por su capacidad de emplear su fuerza económica, tecnológica, marítima e industrial para derrotarlos continuamente.
Esto llevó a que dos elementos característicos de la identidad rusa chocaran. Por un lado, los eslavófilos, ante las pérdidas geopolítico-militares – a pesar de su rechazo por lo que representa a Occidente – han tenido que reformarse y buscar emular algunos de los factores que han contribuido al éxito europeo militar. Causando un desdén por los líderes incapaces de poner a Rusia a la par de sus rivales occidentales, tanto en el ámbito militar como en el poder nacional (económico, tecnológico, industrial, político, etc.). Los factores militares y geográficos que los ayudaron a dominar Eurasia (Asia Central, el Cáucaso, el noreste de China y sus fronteras cercanas en Europa Oriental) no les brindaron los mismos resultados al momento de enfrentarse a ejércitos occidentalistas, hayan sido el británico o el francés en la península de Crimea o el japonés en la península de Corea.
Sumamos esto a la incapacidad de Rusia de mejorar la calidad de vida de su población de manera significativa y ambos elementos (carencia de poder nacional y militar) contribuyeron a las revoluciones que sufrió el imperio a principios del siglo XX, y que llevaron a la muerte de la dinastía monárquica de los Románov. Al enfrentarse a dos guerras desastrosas que tuvieron un grave impacto en el Imperio ruso, ya que buscaban tener acceso a los océanos a través de Vladivostok en Asia, y al no haber mejorado significativamente la calidad de vida rusa (incluso persistían características del sistema semi-feudal ruso) como el poder económico e industrial como la capacidad de sus instituciones militares previo a la Primera Guerra Mundial, el imperio se convulsionó en una brutal revolución y guerra civil. Pero el sistema soviético no podría cambiar profundamente el orden político nacional.

Un soldado soviético vigila una carretera en Afganistán (Fuente: A. Solomonov-RIA Novosti vía Wikimedia Commons)
Aunque el país se industrializó y pudo empoderarse tecnológicamente frente a Occidente, terminó creando un sistema económico insostenible a largo plazo, el cual volvería a debilitarlos económicamente. Los socialistas no se distinguieron mucho de los eslavófilos, muchas de sus políticas continuaban siendo imperialistas (ruso-céntricas) y rígidas sociopolíticamente. Tan pronto esta fuerza política (los socialistas dogmáticos) se enfrentó a un reto militar (en la Guerra afgano-soviética) en el que nuevamente sería derrotada por Occidente en los ámbitos económico, tecnológico y militar, volvió a desarrollarse un cambio en el liderazgo ruso. Es ante este escenario que la nueva facción política de los tecnócratas logró su ascenso, liderados por Mijaíl Gorbachov.
En cierta forma, los tecnócratas podrían asociarse o confundirse con los occidentalistas que intentaron europeizar a Rusia, pero los tecnócratas (aunque se dividen en dos campos: los liberales y los autocráticos) simplemente buscan crear la eficacia y eficiencia económica, industrial, política, tecnológica y militar que pudiera poner a Rusia a la par de sus rivales occidentales. No obstante, al intentar reformar a la Unión Soviética (URSS) terminaron por disolver al Imperio soviético para 1991. Su objetivo era elevar a la Unión Soviética (o Rusia en cierta forma) al estatus económico y militar de los Estados Unidos y Europa Occidental.
Tan pronto como se instaló el nuevo régimen democrático que crearon los tecnócratas rusos, este sistema se vería en una fuerte crisis durante la década de 1990. Es así como los rusos experimentaron la democracia occidental en medio de una fuerte crisis nacional con sus Spetsnaz convertidos en sicarios, brutales ataques terroristas, una grave crisis económica y una desastrosa derrota militar en Chechenia (Galeotti, 2022). Dado la fusión de severos dilemas socioeconómicos, un sistema político en caos y una derrota militar, Rusia volvería a experimentar un cambio de rumbo nacional.
Como era de esperarse, una facción política de exagentes de la KGB y exmilitares soviéticos, quienes se apegaban a una estructura política tradicional de tinte aristocrática y oligárquica, lucharon por recuperar el control durante la década de 1990 y para el 2000 lo lograron (Belton, 2022). Su éxito se debió al caos económico y geopolítico que afrontó Rusia durante la década de 1990, es decir durante su etapa democrática (Porras, 2023; Galeotti, 2022). En consecuencia, el líder (Vladimir Putin) que prometía orden, control y una recuperación económica llegó al poder y se ha podido aferrar al mismo por 25 años (Galeotti, 2022).
Pero nuevamente, Rusia se enfrenta a dos graves dilemas, uno socioeconómico y otro militar. Lo que nos trae a la actual Guerra de Ucrania, en la que Rusia nuevamente se encuentra teniendo problemas para intentar derrotar a un ejército occidentalista, el Ejército ucraniano, y simultáneamente combate una guerra económica que atenta contra su estabilidad socioeconómica.
El gobierno ruso se encuentra ante una disyuntiva que amenaza con, nuevamente, generar el escenario próspero para un cambio de rumbo, es decir, un cambio de liderazgo. Si resulta ser victorioso, el gobierno ruso tendrá que luchar una guerra de ocupación, sostener una economía de guerra y enfrentarse a un conflicto económico brutal, que desmantela a su industria y a su sector tecnológico. A pesar de que, por ahora, la Federación Rusa ha podido mantenerse en pie económicamente a pesar de las sanciones en su contra, al igual que su predecesor, la Unión Soviética, no podrá resistir para siempre. Mucho menos si es un Estado más débil en comparación a la URSS en todos los sentidos, tanto económicos e industriales como tecnológicos y militares.
Las reformas de Putin para modernizar a Rusia y mejorar al Ejército ruso no son sistémicas, su propósito era reforzar el sistema político que han creado él y su círculo cercano de la siloviki, el cual es uno de tinte tradicionalista. Es así como nuevamente un líder conservador, y eslavófilo, se enfrenta a graves problemas y críticas desde el interior de su régimen. Putin ha demostrado que no ha podido modernizar la economía lo suficiente para realmente sostener a un país en guerra y no ha demostrado tener la capacidad para realmente mejorar al Ejército ruso, el cual a pesar de sus reformas todavía sufre de problemas estructurales, como la falta de sargentos/suboficiales (Galeotti, 2022; Wasielewski, 2023).

Presidente Putin en conferencia de prensa en el Hotel Punkaharju durante una visita de Estado a Finlandia (Fuente: Oficina del Presidente de la República de Finlandia)
Una larga lucha por dominio nacional
Si desastrosas guerras y atrasos en desarrollo económico y tecnológico llevaron al fin de líderes o regímenes anteriores al de Putin, ¿podrá Putin sobrevivir o perdurar en el poder ante una nueva guerra desastrosa? En 2022 Wasielewski publicó un ensayo en el Instituto de Investigación de Política Exterior (FPRI por sus siglas en inglés), donde propone que, de no poder cumplir con las expectativas de todos aquellos en posiciones de poder, Vladimir Putin podría enfrentarse a la misma suerte que muchos predecesores, quienes tras no poder ganar ciertas guerras murieron o fueron expulsados del poder.
Es bajo este contexto que la muerte de Alekséi Navalni resulta fundamental para comprender la fragilidad de la posición de Putin en el poder. El presidente ruso apenas pudo lidiar con un fallido golpe de Estado por un socio cercano, Yevgueni Prigozhin. Pese a que Prigozhin declaró que la guerra fue iniciada por mentiras de que la OTAN o Ucrania representaban una amenaza a Rusia, su principal desacuerdo con el régimen de Putin, específicamente su cúpula militar, Valeri Guerásimov y Serguéi Shoigú, era el detestable manejo de la guerra y su rivalidad de poder personal con varios miembros cercanos al presidente ruso. Peor aún es que varios miembros de la política y las fuerzas armadas rusas estaban de acuerdo con Prigozhin y lo respaldaron (Soldatov & Borogan, 2023). Inclusive estaban dispuestos a darle más apoyo una vez llegará a Moscú.
Meses después, Putin asesina a Navalni, quien ya estaba en una prisión en el Círculo Polar Ártico. Esto quiere decir que Putin todavía se siente inseguro, ya que sabe que existen fuertes críticas sobre su manejo de la invasión y la guerra. Putin también conoce de la historia de su país. Sabe que, si no puede entregar algún resultado significativo ante las élites políticas rusas, las diferentes facciones dentro de la siloviki y a la población rusa, su posición en el poder (y su vida) están en juego.
El mayor problema para Putin es que Rusia ahora necesita una nueva solución, la cual es antagónica con sus objetivos y él mismo. Lo que plantea una incógnita política para Rusia: ¿Es el fin de los eslavófilos tradicionalistas? Rusia continuará viendo el éxito militar y el poder como elementos fundamentales de su identidad, pero la forma en la que ven cómo obtenerlos ha cambiado profundamente en los últimos 168 años, desde la Guerra de Crimea. Esto marca una transformación política drástica en cómo ven los intereses nacionales las élites y todos los grupos de poder rusos. Vladimir Putin simplemente no encaja bajo el nuevo esquema estratégico nacional. Sus reformas inconsecuentes han resaltado una nueva necesidad de adaptación política, económica y militar. Los tecnócratas dentro de la siloviki, como Medvedev, precisamente han diferido con Putin (desde su llegada al poder) y su círculo cercano en cuanto al manejo de la política exterior, la economía y las reformas de Rusia (Staun, 2007). Por ende, tal y como los tecnócratas perdieron el poder ante las dinámicas políticas, económicas, geopolíticas y de seguridad de la década de 1990, Putin y su círculo cercano se enfrentan a dinámicas que atentan contra su continuidad en el poder. Además de los tecnócratas, los políticos ‘tradicionalistas’ o eslavófilos, como Igor Guirkin, han criticado a Putin por su manejo de la guerra en Ucrania.
Esto podría estar contribuyendo a que Rusia no haya emprendido una ofensiva de gran escala y los pronunciamientos por Putin sobre la necesidad de negociar el fin del conflicto armado en Ucrania desde finales del 2023 (Faulconbridge & Soldatkin, 2023). El fracaso de la contraofensiva ucraniana solamente significó problemas en la entrega de ayuda militar y financiera por parte de Occidente, junto con algunos problemas políticos en Kiev, pero el fracaso de una contraofensiva rusa podría resultar desastrosa para Putin. Mientras está perdiendo más terreno en otras áreas, como Asia Central, la presión se acumula sobre el presidente ruso por obtener una victoria militar rusa. Sin embargo, su ejército ha sufrido un grave retroceso tecnológico y ahora necesita municiones de sus aliados, Irán y Corea del Norte, lo que indica que sus capacidades industriales se encuentran en mal estado. También han sufrido más de 100,000 muertes (entre sus diferentes fuerzas paramilitares y el Ejército nacional) con lo que ha sufrido más de 300,000 bajas (incluyendo a heridos que ya no pueden ser movilizados) según The Economist (2024b). Cabe destacar que Kirby (2023) destacó como miembros de la FSB (Servicio de Seguridad Federal de Rusia) han criticado al Ministerio de Defensa por no contabilizar las pérdidas que han sufrido otras fuerzas paramilitares rusas, como la Guardia Nacional Rusa (Rosgvardia) y el Grupo Wagner (la organización paramilitar privada que pertenecía a Prigozhin).
Esto significa que el ejército ruso ha sufrido un grave golpe en la guerra con Ucrania. Al observar una China más impositiva (que al estar bloqueada en el Pacífico solo tiene oportunidad de expandirse al oeste) y países centroasiáticos más distantes de Moscú, el panorama para Rusia parece precario geopolíticamente (T.-F. Lynch III, 2022). Después de la Guerra de Ucrania, la pierda o la gane, el gobierno ruso tendrá que invertir recursos para recuperar el terreno perdido en otras áreas y para mantener la estabilidad nacional. El riesgo recae en que el ejército ya se encuentra desgastado y para cuando termine el conflicto ya no será el mismo que fue en enero del 2022, lo que le dificultará la tarea a Rusia de cerciorarse de que ningún otro Estado o movimiento político separatista busque aprovechar su debilidad militar, como lo habían intentado los chechenos tras la disolución de la URSS.
Como resultado, el gobierno de Putin y su círculo cercano han dejado a Rusia vulnerable. El país ahora se encuentra con demasiados grupos armados (empresas privadas, organizaciones paramilitares o ejércitos privados) y si la década de 1990 sirve de ejemplo, ante una crisis catastrófica, varios militares rusos podrían desertar y unirse a organizaciones criminales, aumentando la cantidad de grupos armados en el escenario político. Los afgantsy, veteranos de la Guerra de Afganistán (1979-1998), también lo habían hecho en Asia Central durante la década de 1980, quienes formaron grupos de justicieros para vengarse de los políticos – que ellos consideraban – les habían robado (Reuveny & Prakash, 1999).
Putin no le tiene miedo a sus críticos liberales o democráticos, sino a los críticos dentro de la siloviki y de los demás grupos de poder en el Kremlin. Después de todo, históricamente, las mayores amenazas han provenido de adentro de los grupos de poder rusos, en especial de las fuerzas armadas, no de los opositores. Así mismo, los cambios en liderazgo siempre han tenido éxito si se dan después de campañas militares humillantes. El asesinato de Navalni tuvo el propósito de intentar demostrar que todavía sigue en control. Pero el trasfondo de la inseguridad que siente Vladimir Putin se centra en la historia de su país y en el desarrollo del conflicto en Ucrania. Navalni era una figura política que abiertamente criticaba a Putin y pudo haber servido como ejemplo para miembros de la siloviki. Al final, Putin tendrá que lidiar con la posibilidad de perder la guerra y no poder demostrar nada por el sacrificio de decenas de miles a corto plazo o tan solo obtener una victoria pírrica que solo se volvería un problema a largo plazo. El eslavófilismo seguramente no morirá como fuerza política en el país, pero después de casi dos siglos se encuentra seriamente vulnerable.
Referencias
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