Una serie de detenciones y deportaciones de inmigrantes en Los Ángeles por parte de la agencia de Control de Inmigración y Aduanas —mejor conocida como ICE, por sus siglas en inglés—, mediante prácticas cuestionables, encendió las confrontaciones y protestas en la capital californiana. Como respuesta y a espaldas del gobernador de la entidad, Gavin Newsom, el presidente estadounidense Donald Trump desplegó a la Guardia Nacional de California para lidiar con las manifestaciones, lo cual sienta un nuevo precedente en la crisis migratoria estadounidense y en la relación entre el gobierno federal y los gobiernos estatales. Ambos sucesos constituyen hitos geopolíticos.
Las manifestaciones generan confusión respecto a lo que sucede en los estados fronterizos. En primer lugar, se encuentran los indicios que siembran dudas sobre quiénes conforman el movimiento en contra de ICE, ante lo cual, incluso algunos periodistas mexicanos apuntan a que podría haber infiltrados o elementos de choque —en parte porque algunos portan símbolos de Hamás— por lo que cuestionan la forma en que se están desarrollando las protestas y qué individuos o movimientos la integran (Grupo Fórmula, 2025). En segundo lugar, destaca la dinámica sociopolítica fronteriza marcada por una profunda división dentro de la población mexicoamericana, en donde existen puntos de fricción significativa.
Esto da pie a múltiples reacciones en México. Sin embargo, la mayoría son producto del factor emocional y de las percepciones inmediatas a la crisis. En un mundo en donde las redes sociales aprovechan la respuesta a noticias cuyo objetivo es generar una reacción emocional para exacerbarla y atraer más flujo e interacciones, se propicia una abundante desinformación sobre los eventos en Los Ángeles. Por un lado, hay quienes celebran que la bandera mexicana ondee en las calles entre vehículos incendiados, desafiando al gobierno de Donald Trump y a sus políticas migratorias. Por otro, quienes reciben las manifestaciones con cautela. Ante este panorama de posturas tan contrastantes, resulta clave comprender el trasfondo de la situación en California y en toda la zona fronteriza mexicano-estadounidense. De igual manera, es fundamental tener en mente las implicaciones geopolíticas de la crisis y su posible desenlace, lo que ayudaría a tener una mejor perspectiva del estatus político de Estados Unidos y su relación con México.
Este artículo analizará el contexto histórico de la zona fronteriza, resaltando cómo la geografía y los procesos geopolíticos moldearon las sociedades en el área, lo que a su vez ha creado un panorama particular donde se desarrollan interacciones de diversa índole con sus respectivos puntos de cooperación, fricción y confrontación.

Pintura de Robert Jenkins Onderdonk titulada The Fall of the Alamo, en español Caída del Álamo (fuente: Texas State Archives vía Wikimedia Commons).
Contexto geopolítico de la zona fronteriza: pasado, presente y futuro
Una de las características más interesantes de la actual crisis migratoria es el hecho de que Donald Trump haya obtenido una gran cantidad de votos hispanos en las elecciones de 2024, lo que marcó un hito para el Partido Republicano en Estados Unidos. De acuerdo con el mapa electoral que proporciona CNN Politics (2024), Trump ganó el 56.1 % de los votos totales en Texas, mientras que Kamala Harris obtuvo un 58.5 % en California. Al observar los mapas, resalta que Harris ganó la mayoría de los votos en las principales zonas urbanas: Los Ángeles y Houston. Sin embargo, en lo que respecta al porcentaje del voto hispano, Gerbaud et al. (2024) escribe que el 42 % votó por Trump, un aumento significativo en comparación con el porcentaje de votos en las elecciones de 2016 y 2020 —28 % y 32 %, respectivamente—, lo que muestra una tendencia escalatoria (Gerbaud et al., 2024).
Muchos analistas se sorprendieron ante este aumento, que se evidenció claramente con el hecho de que siete de los diez condados con mayor presencia hispana —todos en Texas— respaldaron al candidato republicano en 2024 (Gerbaud et al., 2024). No es raro que esto genere confusión sobre lo que buscan los hispanos en Estados Unidos: si un creciente número votó por Trump, ¿por qué ahora se enfrentan a él y a sus políticas migratorias?
Dicha inconsistencia posee un trasfondo geopolítico: tanto el mayor apoyo a Harris en California como el respaldo a Trump en Texas, tendencias electorales que representan un punto de inflexión —ya que Texas ha votado a favor de los partidos políticos predominantes en el sureste, hayan sido los demócratas del siglo XIX o los republicanos de los siglos XX y XXI— pueden explicarse por razones históricas y geográficas.
La geografía moldeó profundamente el destino de Texas. Durante la mayor parte de los 300 años del centralismo geopolítico mexicano —entre 1521 y 1821—, esta impedía que alguna fuerza política le arrebatara el territorio texano al entonces Virreinato —la Armada española reforzaba esa realidad geopolítica—. A ello se sumaba el hecho de que Estados Unidos aún no existía como nación y que los franceses nunca comprendieron del todo la importancia de Luisiana y del sistema fluvial del Mississippi. Por su parte, la tribu amerindia comanche, aunque con un imperio formidable, no contaba con la fuerza necesaria durante el siglo XVIII —período durante el cual se consolidó su imperio— para retar a la Ciudad de México, por lo que cualquier ataque significativo habría provocado una respuesta militar abrumadora para los comanches. No obstante, el panorama político y económico comenzó a cambiar en el siglo XIX, cuando México estaba iniciando un ciclo de regionalismo. A partir de entonces, la geografía empezó a tener un impacto radicalmente distinto sobre el porvenir de Texas.
La distancia entre la Ciudad de México y Texas, aunado al hecho de que ni los españoles ni los mexicanos le dieron importancia al potencial agrícola del territorio texano, llevó a que nunca se formaran lazos económicos sólidos, de forma que para el siglo XIX, la geografía comenzó a propiciar el distanciamiento geoeconómico. La mayoría de sus ríos navegables y utilizables para propósitos económicos van de este a oeste, no de norte a sur, lo cual generó una propia dinámica geoeconómica que alejaba a Texas de México. La llegada de los inmigrantes, tanto estadounidenses como otros anglosajones y alemanes —quienes veían un enorme potencial en explotar el sector agrícola texano—, comenzó a reforzar esa dinámica geoeconómica. En consecuencia, durante el siglo XIX ya resultaba más beneficioso entablar relaciones comerciales con Nueva Orleans, desde donde el algodón y otros productos agrícolas texanos podían salir a los mercados europeos.
Al mismo tiempo, hay que tener en cuenta la dimensión de seguridad. Para el siglo XIX, los comanches ya eran un imperio establecido que se expandía y saqueaba sus zonas fronterizas, adentrándose constantemente en territorio texano. Los conflictos en el noreste mexicano, especialmente en Texas, eran de mayor intensidad, pero México nunca invirtió recursos militares para proteger la zona ni para ocuparla con población mexicana proveniente del centro del país. Esto creó un sentimiento de abandono y fomentó el distanciamiento sociopolítico, lo que a largo plazo derivó en que los mexicanos en Texas apoyaran a los anglosajones separatistas y buscaran la anexión a Estados Unidos, país con el cual sí podrían establecer lazos económicos y cuyo gobierno estaba invirtiendo recursos para expandir y controlar el territorio.
Por el contrario, California no contaba con un panorama geográfico que comprometiera la seguridad de su población: las confrontaciones con las tribus amerindias eran menos frecuentes y de baja intensidad; la Sierra Nevada y la meseta de Colorado junto con los desiertos de Chihuahua, Sonora y Mojave actuaban como defensas naturales de las costas californianas, limitando los conflictos; asimismo, el estado se encuentra arraigado en el Pacífico, y hay que recordar que durante el siglo XIX no existía una economía marítima vibrante en esta costa que posibilitara un desprendimiento económico de México.
De ahí que la distancia geográfica entre la Ciudad de México y California no haya tenido el mismo impacto que con Texas, lo que facilitó un mayor apego por la nación mexicana. En términos sociopolíticos, esto favoreció a que los mexicanos en California mostraran mayor resistencia hacia el expansionismo estadounidense. No fue sino hasta finales del siglo XIX y principios del XX que la entidad sería integrada económicamente a Estados Unidos. Tal antecedente explica que, en la actualidad, la fuerza política percibida como la más antagónica hacia California haya entrado en conflicto con la población. Aún así, si bien es cierto que existe una mayor cercanía, lo anterior no significa que en California exista un ‘segundo pueblo mexicano’, mucho menos por el simple uso de la bandera tricolor.
La inexistencia de un ‘segundo pueblo mexicano’
Con la independencia de México, la estructura novohispana colapsó y eso desencadenó un conflicto entre dos facciones: la conservadora, que abogaba por el viejo régimen geopolítico, sus instituciones y su identidad; y la liberal, que buscaba romper con el pasado, construir nuevas instituciones y establecer un régimen que reconociera el emergente panorama regionalizado del país. Este conflicto y el consecuente proceso de destrucción y reconstrucción nacional que comenzó en 1810 —aunque se volvió más evidente hacia 1814—, terminó hasta 1867. Durante el Porfiriato —de 1877 a 1920—, la nación apenas comenzaba a construirse. Sería hasta el período catalogado como Neoporfiriato, entre 1920 y 1936, que surgiría con fuerza el nacionalismo mexicano, impulsado principalmente por el movimiento muralista mexicano.
A pesar de todo, en la actualidad, la nación mexicana no se ha consolidado tal y como fue concebida. La identidad es endeble y ha disminuido su capacidad de cohesionar a una parte significativa de la población. Podría decirse, incluso, que México funge como un pseudoimperio en donde una etnia —la mestiza—, con sus grupos de poder, controla el territorio mexicano. Esto provoca que en la zona fronteriza exista poco apego hacia la cultura mexicana: los norteños no comparten los mismos intereses culturales que los habitantes del centro del país, por ejemplo. Esa realidad propició una crisis de identidad en la región fronteriza de Estados Unidos, en donde la población se siente mexicana, pero rechaza dicha identidad en favor de su contraparte estadounidense. En pocas palabras, su atracción es hacia la fuerza sociopolítica —o nacional— predominante.
Muchos mexicanos podrían asegurar que al llegar a Estados Unidos, los paisanos del supuesto ‘segundo pueblo mexicano’ se rehúsan a comunicarse en español. Aunque no se trata de un comportamiento generalizado, sí refleja una tendencia significativa —en lo personal, no he experimentado ese fenómeno de manera tan pronunciada; sin embargo, recuerdo que en clases de Historia, estudiantes con apellidos como Hernández o González celebraban abiertamente que México hubiera perdido las guerras contra Texas y Estados Unidos—. Dado el contexto geopolítico, el distanciamiento entre la comunidad mexicoamericana y la mexicana —reforzado por un sentido de superioridad entre algunos mexicoamericanos— es real y tiene implicaciones sociopolíticas significativas.
Este desapego sociocultural es el que contribuye a la desconfianza que muchos en México experimentan al ver la bandera nacional utilizada en Estados Unidos, empleada por quienes se identifican como mexicanos. Desde esa perspectiva, existe una identidad particular en Los Ángeles —diferente a la de Texas— que se encuentra muy lejos de ser mexicana, no debido a un sistema educativo o al racismo, sino a un panorama geopolítico que ha perdurado por más de 200 años. No obstante, este escenario no es definitivo y merece un análisis más profundo.
Migración ante el centralismo y los ciclos estadounidenses: hitos geopolíticos
Al final de cada ciclo socioeconómico de Estados Unidos, el desgaste del modelo vigente genera problemas multidimensionales que traen como resultado el colapso del país. Las crisis económicas conllevan conflictos culturales y surgen las guerras socioculturales en donde se cuestiona el statu quo cultural, social, económico y político (Friedman, 2020/2021). Como consecuencia, surge un conflicto entre la población natal y la migrante. En un principio fueron los escoceses, irlandeses y alemanes, y luego los europeos orientales y los sureuropeos, como los polacos o los italianos (Friedman, 2020/2021). Cuando no existe un grupo migratorio significativo, la población dominante entra en conflicto con una minoría.
El proceso que siguen los problemas socioculturales que enfrenta el país en la actualidad encaja con el ciclo geopolítico de centralismo al que entró Estados Unidos en la década de 1860. Con el tiempo, cada país que inicia una nueva etapa de índole centralista forma una identidad inclusivista que busca integrar a diversas minorías. Este fenómeno siempre ha respondido a las realidades históricas, culturales, sociales, económicas y políticas propias de cada civilización o gran potencia. Estados Unidos no es la excepción, pues el proceso se ha traducido en los movimientos que pretenden incluir a diferentes grupos migrantes y a las minorías.
Dicho proceso, como tal, comenzó cincuenta años antes de que se consolidara el inicio del ciclo de centralismo geopolítico. Primero se integró a los escoceses, irlandeses y alemanes entre 1820 y 1880. La liberación de los esclavos fue producto de la creciente tendencia centralista, en la que el gobierno federal estableció su predominio en materia económica, militar y de política exterior, aunque aún no estaba en condiciones de integrar a la minoría negra.
A lo largo del ciclo socioeconómico comprendido entre 1880 y 1930, ya plenamente iniciado el nuevo ciclo geopolítico de centralismo, las migraciones sureuropeas —integradas por pueblos ajenos a los grupos nórdicos o euroatlánticos tradicionales y sus descendientes— se convirtieron en el foco del proceso de integración. Durante el siguiente ciclo socioeconómico, que abarca de 1930 a 1980, la población negra se volvió el grupo objetivo de los esfuerzos de cohesión. En la actualidad, a pesar de que aún no ha sido integrada de manera satisfactoria, la comunidad negra es un componente relevante dentro del panorama sociopolítico, sin embargo, ha pasado a un segundo plano frente al nuevo grupo objetivo: los hispanos.
De esta forma, un conflicto entre los migrantes hispanoamericanos y la población dominante en Estados Unidos resultaba previsible en la última década del ciclo socioeconómico actual —que inició en 1980 y terminará en 2029 o incluso 2030—. Este choque se suma al contexto de la guerra cultural en el país, la cual también era anticipable si se considera el patrón histórico de los ciclos: la quinta década de cada uno ha tendido a ser particularmente caótica en múltiples dimensiones. No obstante, este ciclo socioeconómico es diferente, en primer lugar debido a su convergencia con un ciclo institucional durante el cual se reestablece la relación entre el Estado y el país o un segmento del mismo (Friedman, 2020/2021). En segundo lugar, por el dilema que plantea la presencia de migrantes hispanos en Estados Unidos, especialmente aquellos de ascendencia mexicana.

Oficiales de ICE realizan operaciones rutinarias antimigratorias en West Palm Beach, Florida, el 14 de febrero (crédito: ICE vía Flickr).
El dilema migratorio para Estados Unidos y la respuesta social
A corto plazo, existe un grave riesgo en materia de seguridad nacional respecto a la tendencia migratoria hispanoamericana, pues está directamente ligada al tema de las organizaciones criminales mexicanas y al de la organización venezolana conocida como Tren de Aragua. Ambas cuentan con capacidades paramilitares y financieras significativas que, incluso, ostentan poder político en diversos territorios, evidente en los contextos hispanoamericanos. Sin embargo, el riesgo radica en que Estados Unidos se encuentra en vías de un conflicto con estos grupos y en el desconocimiento del alcance real de sus capacidades operativas, sus intenciones o los límites a los que estarían dispuestos a llegar. Este tipo de situaciones es común: en un principio, ningún país puede conocer a fondo a sus adversarios, ya que toma tiempo recopilar información para saber cuáles son sus capacidades y objetivos.
Una vez que se considera la presencia de estas organizaciones en Estados Unidos, así como el poder que han ejercido en países latinoamericanos —no solo hispanos—, resulta innegable la inquietud sobre el futuro, en especial ante la alta probabilidad de que el gobierno se involucre eventualmente en una confrontación directa con dichos grupos. La estructura institucional estadounidense del ciclo institucional previo está diseñada para centrarse en una sola crisis de gran escala que atente contra la seguridad nacional (Friedman, 2020/2021). Durante los últimos veinte años, esa amenaza fue el yihadismo internacional, por lo que no pudo atender subcrisis como las organizaciones criminales mexicanas.
Este problema de seguridad es el que podría haber motivado una reacción desproporcionada en términos migratorios por parte del gobierno. Una confrontación entre Washington y los grupos de poder criminales en Hispanoamérica es inevitable, especialmente por el rol que México y la región asumirán en materia económica, así como por los vínculos que se consolidarán con Estados Unidos en los próximos cincuenta años.
Las respuestas del gobierno estadounidense ante dicha problemática generaron un impacto psicológico en la población, pues involucraron un proceso de deportación expedito que violaba la vida cotidiana de la sociedad de Los Ángeles. Fue el contexto histórico y geopolítico de California el que contribuyó a que la crisis iniciara en esa entidad y no en cualquier otra. Aunque algunas ciudades se están sumando en solidaridad, las manifestaciones, no reflejan un rechazo total a la postura antimigratoria de Trump, sino a las medidas excesivas. Con el tiempo, pese a la respuesta del gobierno estadounidense, la única solución será intentar integrar al grupo minoritario objetivo, en este caso a los migrantes hispanoamericanos, y terminar de integrar a la comunidad negra, al igual que ha sucedido en los ciclos socioeconómicos previos.
El centralismo se afianza en Estados Unidos
Finalmente, el tema que provocó que la crisis escalara tanto es que la situación en Los Ángeles se materializó en pleno inicio del cuarto ciclo institucional. Friedman (2020/2021) explica que el primero de estos ciclos creó al gobierno —derivado de la Revolución americana—, el segundo cambió la relación de poder entre los estados y el gobierno federal —resultado de la Guerra Civil— y el tercero estableció una nueva relación entre el Estado, la economía y la sociedad —producto de la respuesta estadounidense a la Segunda Guerra Mundial—. Con cada ciclo institucional, Friedman (2020/2021) identificó que el gobierno federal se ha fortalecido frente a los estados, situación que, por cierto, es natural en un ciclo geopolítico de centralismo. Por ende, el cuarto ciclo, el que está iniciando, seguirá cumpliendo con esta tendencia.
De tal modo que la respuesta del gobierno a la crisis en Los Ángeles no ocurre porque vea a los migrantes como invasores, aunque esa sea la retórica. Por el contrario, el dilema gira en torno a quién domina y se encarga del tema migratorio: el gobierno estatal o el federal. A ello se suma la cuestión sobre quién debe asumir la responsabilidad ante un fenómeno social de alcance nacional como la migración, fuertemente ligado a un tema de seguridad nacional, como lo son las organizaciones criminales y la protección de la frontera. Esto ya es una tendencia geopolítica, puesto que el gobierno federal ha venido tomando decisiones que sobrepasan a los gobiernos estatales, hecho que se observa tanto en la respuesta a la pandemia de COVID-19 por parte de la administración del expresidente Joe Biden, así como en las medidas migratorias y de seguridad fronteriza implementadas por el gobierno de Donald Trump, frente a las organizaciones criminales.
La intensidad del conflicto en Los Ángeles ha escalado a tal grado porque la crisis se da en medio de un ciclo institucional —durante los cuales, como ya se mencionó antes, el poder del gobierno federal estadounidense ha tendido a fortalecerse—. Cabe esperar que, una vez más, sea el gobierno federal el que termine ganando y consolidándose por encima del estatal, a pesar de que se produzcan confrontaciones o conflictos políticos intensos que causen un distanciamiento y cambio en el protocolo de comportamiento entre el gobierno y las demás instituciones del sistema político estadounidense, por lo menos de forma temporal. Un ejemplo de ello es la expulsión del senador demócrata Alex Padilla de una rueda de prensa de la secretaria de Seguridad Doméstica —Homeland Security—, Kristi Noem (Williams et al., 2025). Pero contrario a lo que podría pensarse, este proceso no terminará en un gobierno autoritario, sino en un Estado central más fuerte.
En cierta medida, la tendencia geopolítica y cíclica en la que se desenvuelve esta crisis implica que un conflicto era inevitable, con o sin Trump en el poder. Posiblemente se habría desarrollado a través de otro tema, pero una crisis política como la confrontación entre Los Ángeles —específicamente el gobierno estatal—y Washington formaba parte del escenario.
La zona fronteriza mexicano-americana en el siglo XXI: interdependencia y conflicto
Estados Unidos deberá integrar a las comunidades migrantes hispanoamericanas, como ha sido la tendencia social y geopolítica de los últimos dos siglos. Aun así, prevalecerá un dilema que difícilmente podrá resolverse por vías sociales o económicas: sin importar el grado de integración, existe una realidad geopolítica que desgarrará a la zona fronteriza. El desarrollo de dicho proceso se dividirá en dos etapas: una de cooperación e interdependencia y una de conflicto.
Primero, existirá una fase de mayor cooperación e integración. Durante las próximas décadas, la relación entre México y Estados Unidos se fortalecerá económica, política y militarmente. Ambos países colaborarán en una gran variedad de temas estratégicos de forma impresionante, lo que provocará una intensa interdependencia en muchas áreas. A pesar de esto, la realidad geopolítica norteamericana seguirá existiendo. En cuanto a México, conforme se fortalezca, reconstruirá su poder económico, lo que le permitirá establecer una órbita geoeconómica y una fuerza político-militar con la que no solo centralizará su poder internamente, sino que también se proyectará como una potencia emergente en el escenario internacional. Por ejemplo, a diferencia del siglo XIX, la economía texana ahora está intrínsecamente conectada con la mexicana, lo que la convierte en el principal socio comercial estatal estadounidense de México.
Aunado a lo anterior, habrá otros dos factores cruciales en el desarrollo del contexto geopolítico regional, siendo el primero que México buscará diversificar sus relaciones comerciales para disminuir la dependencia con Estados Unidos y multiplicar su crecimiento económico, lo que aumentaría el desarrollo potencial en otras regiones mexicanas. A su vez, esto dará paso al surgimiento del poder marítimo para México. El país creará una flota mercante, y con ello, una armada para poder escoltarla y salvaguardar sus rutas comerciales. El segundo factor será que para 2050, México ya habrá forjado una nación más sólida bajo un ciclo geopolítico de centralismo, lo que desembocará en el surgimiento un verdadero ‘segundo pueblo mexicano’ en la zona fronteriza mexicano-americana.
Todo lo anterior suscitará una fuerza geopolítica de tal magnitud que ambas órbitas, la mexicana y la estadounidense, comenzarán a ejercer presión sobre la zona fronteriza. Históricamente, cada vez que esto ha ocurrido, han surgido conflictos que derivan en guerras. Por lo que, para cuando México se consolide como potencia económica mundial, con un poder militar significativo, la siguiente etapa geopolítica estará a punto de iniciar: la de confrontación. Los casos históricos son numerosos, desde la guerra de los Treinta Años hasta la Primera y Segunda Guerra Mundial, resultados de la interdependencia y las confrontaciones en la zona fronteriza franco-alemana. Incluso la actual guerra de Ucrania es un ejemplo más reciente, en el cual Ucrania —parte crucial de la zona fronteriza entre la Península Europea y la Europa Continental— está siendo disputada entre Rusia y Europa —específicamente Alemania y Polonia—. Por ende, las manifestaciones acontecidas durante junio de 2025 no serán la primera ni la mayor crisis que experimentará la zona fronteriza mexicano-estadounidense.
Referencias
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Friedman, G. (2021). The Storm Before the Calm: America’s Discord, the Crisis of the 2020s, and the Triumph Beyond. Estados Unidos: Anchor Books. (Obra original publicada 2020).
Gerbaud, G., Harrison, C. & Robertson, K. (2024, 6 noviembre). How Latinos Voted in the 2024 U.S. Presidential Election. Americas Society/Council of the Americas. https://www.as-coa.org/articles/how-latinos-voted-2024-us-presidential-election
Grupo Fórmula. (2025, 9 de junio). ¿Trump puede culpar a México por los disturbios en Los Ángeles? Esto dice Ariel Moutsatsos [Vídeo]. YouTube. Recuperado el 9 de junio de 2025, de https://www.youtube.com/watch?v=SNg95Z5xq9s
Williams, M., Raju, M., Grayer, A., Stracqualursi, V. & Barrett, T. (2025, 13 de junio). US senator forcefully removed from DHS event in LA, triggering Democratic outcry on Capitol Hill. CNN Politics. https://edition.cnn.com/2025/06/12/politics/alex-padilla-removed-noem-press-conference