La transportación de múltiples productos en la ruta comercial desde Asia hacia Occidente influye en la vida cotidiana más de lo que una persona se puede imaginar; desde el segundo trimestre del 2020 la población mundial incrementó su consumo de bienes derivado de la pandemia por COVID-19 ante lo complicado de adquirir los servicios personales acostumbrados y las limitaciones de transporte.
Las dificultades no se han hecho esperar, los precios se disparan y muchos artículos escasean. Esta situación ya ha sido evaluada definiéndose bajo un nuevo término: “La crisis de los contenedores”, que se refiere a la falta de recipientes de carga disponibles en la que se almacena, se protege y moviliza la mercancía de un país a otro; por sus sobresalientes dimensiones tienen cabida para maquinaria pesada o para objetos pequeños en grandes cantidades.
El problema no se deriva de la falta de ellos, más bien, de las restricciones pandémicas que los han varado en los puertos de América y Europa, haciéndolos inaccesibles para los exportadores, quienes tienen que esperar durante semanas enteras para movilizarlos. Para estos días, el impacto de la situación ha provocado que cientos de contenedores permanezcan apilados en los embarcaderos de salida.
China posee ocho de los diez puertos más activos del mundo, pero los efectos climáticos de alto impacto, las medidas sanitarias para controlar contagios por COVID y la poca fluidez del tráfico náutico han provocado que algunos de ellos cancelen sus operaciones, mientras que los que conservan sus funciones trabajan a marchas forzadas sin poder minimizar el conflicto.
Se estima que el 80% de los artículos que se consumen se reciben por vía marítima. Por ejemplo, se calcula que en septiembre de 2020, un flete desde China a Estados Unidos costaba $4,469 dólares, un año después el precio es de $20,615 dólares. Los importadores más notables, al resistirse a costear esas sumas, alquilan barcos propios pero no aligeran el problema; la escasez de contenedores y la tardanza en el flujo marítimo suman a la crisis el hecho de que los fabricantes asiáticos disminuyen su producción.
El efecto de esta difícil lucha en los niveles más altos de comercio mundial, se refleja de primera mano en la economía de los ciudadano por igual; los costos de los productos se elevan y para los pequeños o medianos empresarios el rendimiento de su sistema se tambalea. A unos meses de cerrar el 2021, se desconoce cuándo se encontrará una solución y sale a la luz la enorme dependencia mercantil que se tiene con las regiones de Oriente.