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¿El abandono de Ucrania?

¿Se aproxima una victoria rusa?

Una fracasada contraofensiva ucraniana y varios dilemas políticos en países Occidentales, como Estados Unidos, han puesto en duda el respaldo occidental de Ucrania.

Por: Andrés Alejandro Araujo Bermúdez

Por: Andrés Alejandro Araujo Bermúdez

Tabla de contenidos

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Tras el fracaso de la contraofensiva ucraniana al sur del país, múltiples medios y comentaristas han comenzado a debatir sobre la viabilidad de continuar respaldando a este país y han especulado sobre una posible derrota estratégica de Ucrania. La idea de una supuesta derrota estratégica ucraniana se ha fomentado principalmente por el fracaso de la contraofensiva y los debates políticos dentro de varios países occidentales (como Estados Unidos) sobre si se debiese continuar respaldando a Ucrania, pero también por el fortalecimiento de las capacidades militares rusas, que se han dado por medio de nuevas movilizaciones, de aproximadamente 200,000 hombres, y por la experiencia y mejoras en las tácticas rusas. Eso se sumaría a los obstáculos a los que se enfrenta Ucrania para la movilización de unos 500,000 hombres (Reuters, 2023; Fornusek, 2023).

Esto ha creado una enorme preocupación de que Rusia pudiera ganar la guerra el próximo año y de que, posterior a tomar Ucrania, dentro de unos años se lance contra la OTAN e invadiera algunos territorios de la alianza, como los Bálticos. El escenario que más preocupa a varios analistas y comentaristas es que Rusia logre lanzar una ofensiva contra la OTAN y que la alianza se muestre debilitada y comience a perder la unidad que la marcó durante el 2022 y principios del 2023. Sin embargo, decir que Ucrania se dirige a una derrota estratégica no es del todo correcto, dado el panorama geopolítico al que se enfrenta Rusia actualmente. Eso también ignora múltiples elementos que apuntan a que Rusia se enfrenta a sus propios retos militares en la guerra. Por ello, el presente artículo explicará los siguientes temas: el panorama político ruso y los retos que eso conlleva para el Kremlin; los retos militares de Rusia en Ucrania; y el panorama geopolítico-fronterizo ruso, el cual también crea sus propios riesgos para el país ruso.

¿Un Kremlin fracturado?

Desde el motín del Grupo Wagner, cuyo líder murió en un misterioso accidente aéreo, la idea de que Vladimir Putin se encuentra en una posición política favorable ha sido aceptada por la mayoría de los analistas y comentaristas de política. No obstante, el gobierno de Vladimir Putin no ha dado señales de que se sienta seguro y existen varias razones que justificarían los temores del mandatario ruso respecto a su situación política. En primer lugar, durante el motín, las fuerzas estatales rusas se movilizaron en todo el mundo para contener cualquier efecto domino que se pudiera haber desarrollado por la rebelión de Prigozhin en Rusia. Durante el 27 de junio, fuerzas estatales rusas rodearon bases del Grupo Wagner en Oriente Medio y África (Peltier & Abdulrahim, 2023). No haber sabido de la magnitud de la crisis da indicios de que el Kremlin no estaba al tanto de la influencia de Prigozhin y desconfiaban de todo el aparato paramilitar privado de Wagner. Es decir, el gobierno central ruso no esta al tanto de todo lo que ocurre dentro de su gobierno, su sistema político o su estructura de poder, lo que lo vulnera aún más y, lo más seguro, es que continue con esa inseguridad. Precisamente, tras el motín, el Kremlin tuvo que realizar una purga dentro del ejército, debido a la respuesta de diversos líderes militares a la rebelión, la cual era positiva o ‘neutral’. 

Desde la rebelión de Prigozhin, Moscú ha realizado varios esfuerzos para desmantelar al Grupo Wagner al entregar equipo militar de la empresa paramilitar privada a fuerzas estatales y al continuar con sus esfuerzos de integrar a los miembros de la organización a sus filas (Institute for the Study of War (ISW), 2023; Associated Press, 2023). Rosgvardiya, la Guardia Nacional de Rusia, también ha sido fortalecida gradualmente para incorporar más armamento pesado, como tanques (Radio Free Europe/Radio Liberty, 2023). Joyner (2023) también reportó en julio, que una cantidad importante de mercenarios del Grupo Wagner han sido ‘expulsados’ de Ucrania (y Rusia) a África. Para diciembre, tras la muerte de Prigozhin, el gobierno ruso ya comenzaba a apoderarse de las operaciones del Grupo Wagner en África, reemplazando a los encargados de Wagner con miembros del Ministerio de Defensa o del Servicio de Inteligencia Exterior (Jégo, 2023). Esto iría de la mano con lo que público ISW (2023), sobre como operadores de inteligencia militar rusa han estado acompañando a mercenarios del Grupo Wagner en sus operaciones en África para asumir mayor control sobre la compañía paramilitar privada. Incluso, el ISW (2023) reportó que, de acuerdo con un medio periodístico francoparlante con cede en África, Jeune Afrique, un miembro de la inteligencia francesa comento que “Vladimir Putin está intentando consolidar su control sobre los exoperadores de Wagner en Mali para no “crear otro monstruo de Frankenstein” al sobre empoderar las operaciones independientes de Wagner en África”.

Así mismo, una de las razones por las que Prigozhin se revelo contra la cúpula militar rusa de Moscú, fue por su desacuerdo con el manejo de la guerra. De acuerdo con el caudillo ruso, los esfuerzos militares rusos estaban bajo el mando de hombres sin la capacidad militar para manejar una empresa de tal magnitud. Dicha postura era respaldada por varios miembros de la política y las fuerzas armadas rusas y, seguramente, continúan teniendo las mismas opiniones respecto a la estructura de poder y el manejo de la guerra de Putin. En otras palabras, el motín del caudillo ruso no fue un caso aislado, sino un síntoma de los problemas estructurales dentro de la política rusa. Esa es la razón por la que fue asesinado, a ordenes de Vladimir Putin y Nikolái Pátrushev, el secretario del Consejo de Seguridad Ruso, ya que necesitaban poner un ejemplo para cualquier otro que intentará realizar un motín. No obstante, el Kremlin también ha eliminado cualquier posibilidad de negociar un cese a las tensiones políticas internas, cualquier futuro motín tendrá que comprometerse hasta al final.

Captura de pantalla de un video donde aparece el líder del Grupo Wagner, Yevgueni Prigozhin, en una parte en África (Razgruzka_Vagnera zka_Vagnera vía Telegram)

Mikhail Khodorkovsky, un importante opositor prodemocrático de Vladimir Putin, comentó en una entrevista para Reevell (2023) de ABC News, que Prigozhin cedió ante Putin dado que no contaba con el respaldo político o militar necesario para realmente tomar Moscú, no porque haya querido evitar una guerra civil. Aunque el panorama para Putin no resultó diferente, ya que, a pesar de haber contado con el respaldo del Ministerio de Defensa, del líder checheno (Ramzán Kadírov) y varias instituciones de seguridad, este solamente fue de manera limitada. Otros supuestos aliados, como el presidente de Kazajistán, Kasim-Yomart Tokáev, se rehusaron a intervenir a favor de Putin para ayudarlo a sofocar la rebelión del Grupo Wagner en junio de 2023. Por otra parte, Prigozhin no estaba necesariamente solo, ISW (2023) reportó que, de acuerdo con varias fuentes de inteligencia occidentales, existía un gran optimismo en Moscú por parte de varias élites, que estaban esperando a que Prigozhin llegará a Moscú para declarar su apoyo del caudillo ruso.

Por el hecho de que varias élites se rehusaron a respaldar al gobierno de Putin o, incluso, estaban preparados para aliarse a Prigozhin, tras la fallida rebelión de Wagner, el gobierno ruso realizó una purga dentro del ejército y las instituciones de seguridad del país. Claramente, Putin reconoció el peligro que corría si permitía que continuarán las críticas a su manejo de la guerra. Pero no solo tenía miedo por los acontecimientos a finales de junio, sino por la historia rusa. A través de la historia de Rusia, las guerras que han sido desastrosas o han sido impactantes para la psicosis de la élite política y, especialmente para la élite militar rusa, han terminado con golpes de Estado, revoluciones o guerras civiles. Las Guerras Napoleónicas desencadenaron la Revolución Decembrista; los fracasos de la Guerra de Crimea crearon tal presión sobre el Zar Nicolas I, que terminó suicidándose ‘pasivamente’; la Guerra ruso-japonesa desencadeno la revolución de 1905; la Primera Guerra Mundial llevó al estallido de la Revolución Bolchevique; la Guerra afgano-soviética cambio el panorama político a favor de los tecnócratas (como Gorbachov) y contribuyó a la disolución de la Unión Soviética; y por último, la Primera Guerra de Chechenia terminó con el Estado democrático ruso y dio lugar al ascenso de Putin y la silovikí, una élite política rusa conformada por oligarcas y exmiembros de la inteligencia y fuerzas armadas rusas (Wasielewski, 2022; Galeotti, 2022; Matos, 2017).  

Se podría decir que, tan solo durante los últimos 120 años, las guerras de alta intensidad que no causaron una revolución, golpe de Estado o un cambio de régimen/liderazgo ‘caótico’ o sublime fueron la Segunda Guerra Mundial (SGM) y la Segunda Guerra de Chechenia (1999-2009). No obstante, en la SGM, Rusia se enfrento a las potencias del Eje, pero con respaldo militar, económico y material de Occidente. Mientras que, en el transcurso de la Segunda Guerra de Chechenia, Rusia se enfrento a un adversario asimétrico y contaba con buenas relaciones económicas y diplomáticas con Occidente (pese a las críticas de sus brutales métodos antiterroristas), los estragos y problemas que enfrentó el país en esta guerra asimétrica sirvieron para fortalecer y consolidar la posición de Putin en el poder. Pero el punto clave de los éxitos relativos de ambos conflictos, fue que llevaron al empoderamiento de sus respectivos líderes. La Guerra de Ucrania es un caso contrario al de la Segunda Guerra Mundial y la Segunda Guerra de Chechenia. Putin no se enfrenta a una guerra que este ganando con facilidad y cuyos retrasos se atribuyen – en gran parte – a él mismo y su círculo cercano. Así mismo, las miles de bajas (incluyendo muertos y heridos) rusas en las dos Guerras Chechenas son mínimas en comparación con las más de 320,000 bajas (algunas fuentes las ponen en 360,000) rusas en la Guerra de Ucrania, en agosto cuando la cifra todavía era de unos 300,000, solo la cantidad de soldados rusos muertos fue de 120,000 (De Luce, 2023; Cooper, 2023). Además, el país se encuentra en una Guerra Económica Mundial contra Occidente, lo que ha perjudicado sus capacidades militares.  

Por ende, Putin se enfrenta a un grave dilema político interno. Cualquier retraso significativo o victoria pírrica podría significar el ascenso de otro líder dentro de la misma silovikí, uno que sea considerado más tecnocrático y pragmático, que no necesariamente anteponga sus amistades u objetivos personales por encima de los que pudiesen ser considerados como los intereses nacionales. Todas las élites en Rusia están de acuerdo con la guerra, pero no con su desarrollo o los resultados que han obtenido hasta ahora. Putin reconoce que cualquier retraso o una derrota similar a la de Ucrania en 2023 podría ser más catastrófica para su seguridad y la continuidad de su gobierno de lo que el fracaso fue para Ucrania y Zelenski. Esa pudiese ser la razón por la que busca incrementar drásticamente la cantidad de elementos con los que cuenta, para intentar abrumar las defensas ucranianas. Pero si las señales de una guerra estática son asertivas, es poco probable que Rusia logre más que Ucrania, por lo menos sin obtener una victoria táctica y pírrica.

El elemento más importante en la historia rusa para determinar si habrá un cambio de régimen/liderazgo es el Ejército. Siempre que los soldados sufren en una guerra de manera exagerada y el gobierno o régimen ruso se encuentra sin algún respaldo económico, militar y material significativo, estos se rebelan. Durante la Revolución Bolchevique, fueron militares enfurecidos por la guerra de trincheras, marcada por un cruento impase; durante la Guerra afgano-soviética fueron los veteranos – conocidos como Afgantsy – quienes se alzaron contra el partido comunista y crearon el escenario político soviético propicio para el ascenso de tecnócratas como Gorbachov. Incluso, cabe reconocer que la élite política en Moscú no se siente optimista sobre las probabilidades de que Rusia gane la guerra. En mayo, Tatiana Stanovaya – una analista de política rusa – comentó en una entrevista para Chotiner (2023), del The New Yorker, que la élite moscovita se estaba volviendo más insatisfecha con Putin y comenzaban a verlo como un lastre para los esfuerzos nacionales, sea en la guerra o la política exterior rusa. En cierta medida, sus advertencias sobre ese descontento, aunque en la entrevista no se presentó como una optimista sobre la posibilidad de un golpe de Estado, el motín de Wagner reflejó esa insatisfacción con Putin y su cúpula.

Pero Putin no solo se enfrenta a un problemático panorama doméstico, sino también se enfrenta a diversos retos militares en el frente de batalla ucraniano. Rusia todavía no ha podido resolver muchos de sus problemas estructurales dentro de sus fuerzas armadas.

Imagen de un dron sobrevolando una emboscada de un convoy militar ruso en la ciudad ucraniana de Avdivka (Bbrt31 vía Wikimedia Commons)

Los retos militares rusos

Por ahora, las fuerzas rusas han hecho algunos avances en lugares como Avdivka, pero estos son avances cautelosos y no parecen ser una ofensiva de gran escala. Sin embargo, Rusia planea realizar una nueva ofensiva masiva con la que espera obtener grandes cantidades de territorio y disminuir el optimismo sobre seguir respaldando a Ucrania, recuperando la imagen del Ejército ruso como una formidable máquina de guerra, salvando incluso su propia posición en el poder. Con tal de lograr este objetivo, Rusia planea movilizar unos 170,000 hombres y enlistar a migrantes aptos para servir en el Ejército y así sumarlos a los aproximadamente 420,000 efectivos que ya se encuentran en Ucrania y Crimea (Al-Jazeera, 2023; Vitkine, 2023; Tyshchenko, 2023). Esto eleva la cantidad de elementos a 590,000 efectivos, aunque hay varios problemas con esta nueva movilización en Rusia. En primer lugar, cabe destacar que el Ministerio de Defensa ruso ha disminuido los estándares de salud para poder entrar en el servicio militar, lo que significa que un número significativo de los nuevos reclutas podrían no estar aptos para luchar en el frente, tampoco podrían reemplazar a soldados aptos físicamente para ir al frente, ya que las tareas militares no bélicas, como el control logístico, aún requerirían de una condición física favorable y saludable (El Confidencial, 2024). Mientras que la movilización de migrantes, de acuerdo con una publicación por Vitkine (2023) no ha sido voluntaria, sino forzada, con el objetivo de evitar tener que movilizar a jóvenes rusos, lo que podría generar no solo problemas sociopolíticos para el gobierno ruso, sino también demográficos. Pero el problema recae en que los rusos, en esencia, dependerían de la voluntad de migrantes, quienes se sienten atacados o discriminados por Rusia, de luchar contra Ucrania, es decir no existe mucha cohesión social entre los rusos y los migrantes, quienes en su mayoría son musulmanes. Claro, a través de la historia, otros países han movilizado a migrantes o súbditos imperiales (minorías étnicas) mediante legiones extranjeras o diferentes formas de servicio militar y, en muchos casos, han tenido éxito, pero si se han enfrentado a diversos retos sociales y militares. Bajo el contexto actual, el gobierno ruso no puede arriesgarse a un dilema social entre sus fuerzas armadas, en medio de una guerra de tal intensidad.   

Sumado al dilema del carácter de la movilización, Rusia todavía está siendo afectada por graves problemas estructurales, como la corrupción o la falta de una estructura institucional tecnocrática que asegure el funcionamiento eficaz del Ejército, en vez de eso ha creado una estructura institucional más de carácter político. Tras el motín de Wagner, es seguro decir que Putin ha buscado llenar las filas del Ejército con personal más leal, que es lo que ha buscado hacer con Wagner. Fueron estos errores lo que no permitieron que Putin recibiera buena información que contradijera sus expectativas sobre las capacidades de las fuerzas rusas, lo que en un inicio llevo al fracaso de la invasión en 2022. Así mismo, Ucrania continua con una cadena de mando rígida, la que no permite que sus fuerzas en el frente puedan reaccionar rápidamente a diferentes circunstancias o problemas, lo que dificultaría realizar una ofensiva exitosa de manera rápida, estos problemas en parte se deben a que las fuerzas rusas carecen de sargentos o suboficiales (Wasielewski, 2023).

Para reforzar lo que serían sus esfuerzos en Ucrania y la ofensiva, El Confidencial (2024) señala que Rusia planea incrementar su producción de tanques, tanto modelos nuevos como otros modelos renovados. Desde una perspectiva realista, Rusia carece de la tecnología (como de la confianza) para producir, ni tan siquiera utilizar su nuevo modelo de tanque, el T-14 Armata, en Ucrania, ya que la mayor parte de sus componentes provienen de Europa Occidental. Lo más fundamental es que, según El Confidencial (2024), Rusia planea volver a producir el tanque T-80, descontinuado en la década de 1990 debido a su incapacidad de resistir a los RPGs en la Primera Guerra de Chechenia, lo que significa que Rusia se encuentra sufriendo una grave desmodernización en sus capacidades bélicas (Galeotti, 2022). Pero incluso con el aumento, Rusia todavía no tendría suficientes vehículos de combate para realmente tener una ofensiva, que no termine en una victoria pírrica.

Con esto en mente, resulta difícil creer que la industria militar rusa haya mejorado considerablemente en los últimos años, mucho menos por encima de la occidental. Además de tener problemas en la producción de vehículos de combate como tanques, el país euroasiático también se encuentra con un grave desabasto de municiones y equipo militar. Lo que ha resultado en que se usen municiones no aptas para el servicio o simplemente reduzca su ritmo de fuego. Consecuentemente, Rusia ha tenido que pedirle municiones y equipo militar a Corea del Norte, un país que se supone es menos poderoso y capaz económica, política, industrial y militarmente que la vasta Federación Rusa. Mientras que ha tenido que adquirir drones kamikaze – Shahed 136 – de Irán, los cuales ha comenzado a producir en su propio territorio con el nombre de Geran-2, pero carecen de las capacidades operativas de otros drones de combate o reconocimiento (Hardie, 2023).

El presidente Volodímir Zelenski felicitó a los militares en el Día de las Fuerzas Armadas de Ucrania (Fuente: presidente de Ucrania vía Wikimedia Commons)

Por su parte, a pesar de que Ucrania se enfrenta a graves problemas propios, como el deterioro de su régimen democrático, incapacidad demográfica para desplegar una cantidad de tropas significativa, los choques políticos entre el ejecutivo y las fuerzas armadas ucranianas y un descontento diplomático entre Kiev y Occidente, el país cuenta con varias opciones a su favor y la guerra todavía podría reconfigurarse nuevamente. Por un lado, Ucrania también se ha fortificado fuertemente (y los ucranianos han procurado no subestimar a los rusos). Sumado a lo anterior, Ucrania cuenta con una flota de drones suficiente para combatir y realizar operaciones de reconocimiento – precisamente su sector tecnológico ha evolucionado y mejorado considerablemente desde el inicio de la guerra – y los ucranianos cuentan con un eficaz sistema de manejo logístico y de información impulsado por la Inteligencia Artificial (IA). Esto implica que, gracias a la IA, Ucrania tendrá la capacidad para detectar los avances rusos y podrá procesar las enormes cantidades de información para responder rápidamente. Ucrania también cuenta con los sistemas de defensa aéreos para imponer una paridad aérea, Rusia ha intentado en el pasado destruir su infraestructura energética y de transporte, así como su industria, pero hasta el momento no ha tenido éxito.

Rusia simplemente carece el dinero, la tecnología y la capacidad institucional para realizar una ofensiva de manera significativa. Eso sin mencionar que, según Landay (2023), los retrasos tecnológico-militares que ha sufrido Rusia suman ya 18 años. Lo más que podría esperar Putin serían dos escenarios. Por un lado, su abrumadora cantidad de tropas podrían sobresaturar a las defensas ucranianas, especialmente si enfocan a sus fuerzas, en vez de dividirlas en diferentes puntos de ataque, pudiera conseguirle una victoria pírrica, retomando grandes cantidades de territorio, pero con un alto índice de bajas. Por otro lado, Rusia podría usar adecuadamente a sus tropas en distintos ataques para retomar algunas ciudades y posteriormente declarar una victoria (‘insignificativa’ y solo táctica), aunque esto implicaría una ofensiva más lenta y menos ambiciosa. En ambos escenarios, el Kremlin podría manejar la narrativa dirigida a la población civil, pero no sería lo mismo para la élite rusa.

No obstante, existen otros elementos que podrían limitar el actuar de Rusia en Ucrania y podrían indicar una percepción rusa más pesimista sobre la geopolítica mundial.

Los otros frentes rusos

Ciertamente, Ucrania ha consumido la mayor cantidad de recursos de Rusia y la mayor atención de Moscú, pero el Kremlin no ha ignorado lo que ha ocurrido a su alrededor en otras partes de su frontera. En los últimos años, desde el inicio de la guerra en Ucrania, Rusia ha perdido terreno en otras áreas geopolíticas, que son de un importante interés geopolítico ruso: Asia Central, el Cáucaso, Oriente Próximo y Asia Pacífico.   

Desde el inicio de la guerra, los países de Asia Central han buscado diversificar sus relaciones con China, Estados Unidos, Turquía e Irán en los ámbitos económicos, diplomáticos y militares. Por primera vez, la región se ha vuelto bastante activa en el escenario internacional (a expensas de Moscú). A pesar de que diplomáticamente países como Kazajistán se han alejado de la orbita rusa de manera cautelosa, todavía ha habido varios roces militares y políticos con el Kremlin. Kazajistán se reusó a respaldar diplomáticamente la anexión rusa del Donbás (como otros países centroasiáticos), el gobierno de Tokáev se negó a ayudar a Putin con el motín de Prigozhin, el gobierno kazajo ha permitido propaganda y manifestaciones antiguerra en su territorio, ha dado refugió o pasaje a rusos que han huido de las movilizaciones y, desde febrero del 2022, no ha ayudado a Rusia en sus esfuerzos militares contra Ucrania. Kirguistán y Kazajistán han enjuiciado a sus ciudadanos que han servido en el ejército ruso o en Wagner y han hecho lo posible por evitar que su población se enliste para luchar en Ucrania. Esto habría sido impensable en la década de 1990.

La región también se encuentra en medio de una seria crisis de seguridad por las tensiones fronterizas entre Tayikistán y Kirguistán, países que incluso se han armado con ayuda de potencias extranjeras como Turquía, Estados Unidos e Irán. Incluso países centroasiáticos como Kazajistán han intervenido en la crisis para promover sus propios intereses. Esto representa la decadencia de la capacidad rusa de mediar las tensiones en la región y ejercer su influencia sin resistencia. Como respuesta, Rusia ha incrementado la preparación de combate de sus bases militares en Tayikistán y Kirguistán, con excusa de combatir al terrorismo extremista, pero Kirguistán no corre los mismos riesgos de seguridad que Uzbekistán o Tayikistán. La última ocasión que incrementó la preparación de combate de sus bases en Tayikistán, fue antes de intervenir en una guerra civil que amenazó al régimen exsoviético prorruso y pudiese ser que la movilización este guiada a Asia Central y no a Ucrania. Incluso, la situación en el Cáucaso ha sido mucho peor. Armenia – país que además pertenece a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva – sufrió una humillante derrota a manos de Azerbaiyán, cuyo régimen ha sido respaldado militar, económica y diplomáticamente por Turquía. Ahora Armenia ha buscado acercarse más con occidente, realizando ejercicios militares conjuntos con Estados Unidos.

Mientras tanto, su aliado en Oriente Próximo – Irán – se encuentra ante la posibilidad de experimentar una intensa transición política, la cual involucraría a la Guardia Revolucionaria y al Ejército Nacional. Simultáneamente, Irán se enfrenta a la posibilidad de perder a sus proxis en la región, lo que se calificaría como una escalada en las operaciones israelitas. Al mismo tiempo, el panorama en Asia Pacífico no es mucho mejor, su otro ‘aliado estratégico’, es decir China, esta por entrar en una recesión, lo que acentuaría las tensiones políticas domésticas en el gigante asiático. Esto también reduciría un flujo importante de capital para la economía rusa. Paralelamente, Corea del Sur y Japón están desarrollando sus capacidades militares y están modificando sus políticas exteriores para ser más asertivos (o incluso agresivos). Es por eso por lo que Rusia decidió realizar los ejercicios militares de Rostov, para dar una señal de que sigue presente con ‘fuerza’ en la región. Pero múltiples factores podrían deteriorar la relación bilateral entre China y Rusia. Lo que solo crearía más presión para el Kremlin.

Tanque ucraniano durante la ofensiva ucraniana al este de Ucrania en 2022 (Estado Mayor de Ucrania vía FB)

El futuro de Ucrania (y Rusia)

En los últimos meses, ha habido platicas de que Rusia esta en negociaciones con Estados Unidos para traer un fin a la guerra, debido a que ya no puede con la presión económica (Kube et al., 2023). No obstante, Putin enfrenta múltiples obstáculos internos y externos. Las probabilidades de que la guerra llegue a un fin son bajas, aunque no necesariamente improbables. Indudablemente, cualquier decisión rusa, conllevará graves riesgos geopolíticos (externos) y políticos (internos) para el país y el mundo.

En el dado caso de que no se alcanzará un acuerdo de cese al fuego o de paz, esperar una abrumadora victoria Rusia no sería necesariamente racional. El país tendrá que corregir varios aspectos de sus fuerzas armadas si busca grandes logros en Ucrania. Así mismo, Rusia se encuentra cediendo en otras áreas geopolíticamente importantes para el Kremlin y el país podría buscar movilizarse para apaciguar las situaciones en dichas zonas fronterizas. No sería ilógico pensar que Moscú estuviera dispuesto a intervenir militarmente en varios teatros operativos al mismo tiempo, lo hizo durante la década de 1990 (Galeotti, 2022). También ha invertido recursos en África, enviando o manteniendo a gran parte de Wagner al continente, por lo que podría hacerlo con otra región, como Asia Pacífico.

Posiblemente este año sea extremadamente difícil para Ucrania, ya que sus tropas no han descansado debido a la incapacidad demográfica del gobierno ucraniano de generar turnos de descanso (Reuters, 2023). Pero Ucrania difícilmente sufrirá una derrota estratégica o será abandonada por Washington, permitir eso sería geopolíticamente catastrófico, dado que eso galvanizaría al mundo. Países como Polonia, Turquía, Japón y Corea del Sur se podrían volver más agresivos y perseguirían carreras armamentistas o políticas exteriores más asertivas para asegurarse por su propia cuenta y así disminuir su dependencia en cuestiones de seguridad de Estados Unidos. Encima de todo esto, la recesión del 2024 no solo afectará a Estados Unidos o China, esto muy rápidamente se reproducirá a nivel internacional y Rusia no será la excepción, ya que sus fuentes de capital se verían afectadas. Lo que podría terminar teniendo un fuerte impacto en la guerra y cualquier intento por llevar a cabo una ofensiva. Seguramente, este año será fundamental para determinar el resto de la década.

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