El 1 de octubre de 2024, las Fuerzas de Defensa Israelíes invadieron el sur de Líbano y establecieron que su operación consistiría únicamente en una serie de incursiones terrestres limitadas, localizadas y selectivas. No obstante, rápidamente, dadas las confrontaciones armadas y el incremento en el armamento, equipo y tropas israelíes en el sur del Líbano, la operación militar se asemejó más a una invasión al sur del país.
En su momento, la guerra —de mayor magnitud que la de Gaza— marcó una nueva fase en el conflicto cuasi árabe-israelí porque experimentó una dramática escalada desde el ataque terrorista masivo de Hamás el 7 de octubre de 2024. Desde entonces, fue evidente que se estaban sentando las bases para un nuevo panorama geopolítico en la región. Como resultado de la guerra entre Israel y Hezbolá, todo el ‘eje de resistencia’ iraní (Iranian Axis of Resistance, en inglés) colapsó dentro de unos cuantos meses, y destruyó los logros que el régimen iraní consiguió en cuatro décadas.
En la primera parte del texto sobre ‘el cambio sistémico regional por venir en Oriente Próximo’ se analizó por qué Israel decidió bombardear Irán, específicamente sus instalaciones nucleares y balísticas junto con la cadena de mando del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán. Se resaltó cómo la crisis reforzó una tendencia en la que Estados Unidos se vuelve una potencia más madura y cómo los bombardeos han destruido los cimientos de la estabilidad interna del sistema político iraní. En el presente artículo el objetivo será explicar el trasfondo de la guerra y la rivalidad entre Irán e Israel y cómo el colapso del eje de resistencia contribuirá a un cambio de régimen en Irán y cuáles podrían ser las consecuencias del reajuste estructural del panorama de seguridad regional.
Irán como potencia revisionista y su rivalidad con Israel
Cuando los persas se adentraron a Oriente Próximo, primero su primera conquista fue Babilonia, por lo que adoptaron las instituciones y el sistema burocrático babilónico para así realizar la transición hacia una civilización con un imperio más organizado. Durante su predominio y su continua expansión, dos hechos caracterizaron a Persia como potencia regional. El primero, que Persia buscó llegar a la costa del Mediterráneo para intentar proyectar poder hacia el oeste y volverse una potencia marítima. El segundo hecho fue que los persas usaron varios aliados locales para expandir su imperio y luego ayudar a controlar el territorio. Durante varios siglos los persas fueron una fuerza formidable, pero con la conquista de Alejandro Magno l no se recuperaron sino hasta siglos después con el surgimiento, primero del Imperio parto (con influencia helénica) y luego con el Imperio sasánida. Con el tiempo, los persas se caracterizaron por ser una potencia significativa que continuamente buscaba penetrar en el Levante (región ribereña al mar Mediterráneo que incluye a Siria, Jordania, Israel y Líbano). No obstante, desde el surgimiento de los árabes y su conquista de los persas, la nación persa nunca pudo recuperarse como una potencia con la capacidad de proyectar poder al oeste. Con el tiempo, el Imperio otomano (sunita) paralizó al mundo árabe al conquistarlo y relegó a los persas a sus fronteras de lo que hoy en día es Irán. La caída del Imperio otomano no cambió el panorama a favor de Irán. Rápidamente los británicos y los franceses intervinieron para asegurar influencia, contrarrestarse entre sí y evitar que surgiera una potencia regional tras el colapso. Después con la retirada de los europeos, diversos Estados árabes, principalmente Irak, Siria y Egipto lograron construir fuertes ejércitos. La Guerra Irán-Irak entre 1980 y 1988 —que terminó en un impasse militar— demostró que los árabes no podían penetrar la cordillera Zagros hacia el este, e Irán tampoco podría avanzar convencionalmente hacia el oeste. Pero aun así, la guerra resaltó un imperativo geopolítico iraní que sentó las bases para una confrontación: primero con los países árabes sunitas, y posteriormente con Israel y Estados Unidos. Irán siempre ha tenido que buscar expandirse al oeste, especialmente dominar o tener presencia en el Levante. De lo contrario, el país se arriesga a que potencias locales consolidadas o extranjeras presentes en la región puedan incursionar, intervenir o invadir su territorio, como lo hicieron los romanos o los árabes o la invasión iraquí, la advertencia más reciente. Esta necesidad se refuerza por el hecho de que el país cuenta con grupos minoritarios numéricamente significativos en varias regiones fronterizas, que podrían ser movilizados por potencias extranjeras para fomentar inseguridad o separatismo en el país, evidente en los conflictos con Afganistán y Pakistán. Por eso la continua proyección de poder iraní hacia Oriente Próximo. A diferencia de la primera mitad del siglo XX, a partir de la década de 1980, el contexto regional cambió a favor de Irán, pero abrió la puerta a su confrontación con Israel y Estados Unidos. Primero, la inestabilidad del Líbano permitió que se adentrará en el país y ayudara a fortalecer a Hezbolá, organización político-militar chiíta que llegó a convertirse en la joya del eje de resistencia iraní en Oriente Próximo, administrada y manejada por las Fuerza Quds, una rama clandestina de élite de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica. En el siglo XXI, la invasión estadounidense a Irak en 2003 y luego la Primavera Árabe que empezó en 2011 debilitaron a los árabes lo suficiente —y mantuvo a los regímenes centrados en su supervivencia— para que Irán pudiera adentrarse más en la región. Primero incrementó su influencia sobre Irak, cuyo ejército sunita había quedado destruido después de 2003. Luego, como consecuencia de la Primavera Árabe, Irán pudo ganar terreno en Siria al ayudar a Bashar al-Ásad a mantenerse en el poder. Ambas crisis debilitaron gravemente a los regímenes suníes y a sus ejércitos, por lo que Irán logró avanzar hacia la costa oriental del Mediterráneo (Bokhari, 2024b). Este avance también lo logró a expensas de Turquía. Con el panorama ya abierto para una mayor intervención por parte de Irán, el régimen consolidó y fortaleció su eje de resistencia con una variedad de grupos proxys, paramilitares como las Fuerzas de Movilización Popular en Irak, Hezbolá en Líbano y los hutíes en Yemen. Pero, aunque los árabes suníes estaban debilitados, Estados Unidos todavía tenía presencia en la región, como la sigue teniendo, e Israel estaba posicionado para bloquear a Irán y evitar que pudiera asegurar su posición en la región como una potencia regional dominante. La rivalidad entre Israel e Irán inició desde que el régimen se estableció en 1979 y los iraníes intervinieron en Líbano, pero lejos de perspectivas ideológicas, la confrontación era inevitable por razones geopolíticas. Irán sufrió una invasión iraquí en la década de 1980 y necesitaba proyectar poder, que también ayudaría al régimen a consolidarse en casa. La búsqueda de dominio regional y conseguir armamento nuclear tenían el objetivo de afianzar la posición del régimen islámico en Irán. Su estabilidad, por ende, se equiparó con la seguridad nacional, debido a que el colapso del anterior llevó a una invasión y el país enfrentó varios movimientos separatistas durante la revolución. Por su parte, Israel no estaba en una posición para poder permitir que Irán consiguiera sus objetivos. El conflicto palestino-israelí y el conflicto con Hezbolá seguían abriendo la puerta a que Irán, si quisiera, podría cestar un duro golpe a Israel, en especial a su población. Como escribe Khashan (2024), Irán solo busca que Estados Unidos e Israel reconozcan su estatus de potencia regional con su red de proxys. Pero el problema es que implicaría concederle demasiado poder a Teherán en el mundo árabe, dejando la puerta abierta para una confrontación suní-chiíta prolongada, que dañaría la posición israelí y la influencia estadounidense.
Captura de pantalla de un video transmitido por la Organización de las Naciones Unidas del primer ministro, Benjamín Netanyahu, mostrando durante su discurso dos mapas políticos de Oriente Próximo, uno titulado “LA MALDICIÓN” resaltando Irán, Irak, Siria, Líbano y el territorio hutíe en Yemen y el otro “LA BENDICIÓN” resaltando Arabia Saudita, Egipto, Sudán, Jordania, EAU y la India (Crédito: ONU).
Entre 2011 y 2020 la posición de Irán parecía sólida. Hezbolá era una formidable organización paramilitar con capacidades balísticas significativas que ayudaron a mantener a Bashar al-Ásad en el poder durante la Guerra Civil Siria. Irán se había adentrado profundamente en Irak, especialmente en las organizaciones paramilitares estatales y los grupos políticos chiítas. Por ende, Irak, Líbano, Siria y Yemén estaban bajo influencia iraní (Khashan, 2024). A través de sus Fuerza Quds, prácticamente había logrado volver a varios regímenes sunitas dependientes de su red de proxys o había logrado crear fuertes grupos paramilitares y políticos chiítas en varios países. Irán nunca abandonó su estrategia de cuando era un imperio, sino la adaptó a las circunstancias actuales. El mapa de la influencia iraní que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, presentó en la Asamblea General de las Naciones Unidas precisamente muestra como Irán proyecta poder en áreas en donde los imperios persas habían antes proyectado poder o conquistado territorio.
No obstante, el régimen cometió graves errores de cálculo en su estrategia y sobreestimó su capacidad para negociar que Estados Unidos reconociera su estatus y aceptar que contara con capacidades nucleares independientes de cualquier supervisión extranjera. Buscar ser una potencia revisionista y una estrategia de política exterior orientada en fortalecer al régimen domésticamente sentaron las bases para una confrontación de la que no se logrará recuperar. Aunque Irán no busca necesariamente una confrontación con Washington y Tel Aviv, el contexto geopolítico regional y el doméstico en Irán no lo permiten, no poder comprender esta realidad geopolítica y adecuar su política exterior a ello ha dejado al régimen islámico vulnerable. Más aún, el régimen se encuentra en una etapa de regionalismo y similar a otros regímenes, surgió del orden bipolar, por lo que el fin del mismo también lo pondrá en peligro.
El regionalismo en Irán: Intereses nacionales vs. objetivos ideológicos
Se podría decir que, desde la segunda mitad del siglo XVII, Irán se encuentra en un ciclo de regionalismo, específicamente tras la última derrota significativa ante los otomanos en la década de 1630. En ese momento, su respuesta al regionalismo fue la creación de una variedad de regímenes monárquicos o teocráticos de diversa índole (militaristas, personalistas, etc.) cuyo objetivo geopolítico ha sido mantener la estabilidad ante crecientes presiones internas, sean económicas y sociales o geopolíticas y militares. Cada régimen se orientaba a crear un gobierno central fuerte que pudiera intentar recuperar el poder de las regiones y centralizarlo, sin embargo, ninguno lograba establecer estabilidad a largo plazo. Esto explica los cambios sucesivos en Irán durante el siglo XX entre democracia, monarquía y teocracia republicana. También permite explicar el carácter del régimen islámico actual cuya estructura e instituciones fungen en torno a un contexto geopolítico de un ciclo de regionalismo.
La compleja red de contrapesos políticos y el fortalecimiento de las instituciones teocráticas clericales junto con la creación de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica están orientados a mantener el régimen en el epicentro de la dinámica de poder nacional y mantenerlo por encima de cualquier sector de donde puedan surgir oposiciones, ya sean sociales, políticas o militares. Irán prácticamente tuvo que asumir una postura defensiva, tanto en el sentido nacional como en el político enfocado a la supervivencia del régimen.
Debido a este ciclo de regionalismo y sus implicaciones geopolíticas, el país no ha tenido la capacidad de proyectar poder de manera sólida hacia el oeste, tiene una inmensa vulnerabilidad en todos sus sistemas políticos y sufre de inestabilidad económica continua. Esto también explica la doctrina islámica de la política exterior iraní: la taqiyya (Khashan, 2024), que implica el uso de la decepción y el engaño de enemigos para ocultar las verdaderas intenciones y priorizar las maniobras sigilosas.
Consecuentemente, la política exterior ha sido difusa y ha vuelto sumamente compleja su rivalidad con otros países como Israel y Estados Unidos. Sin embargo, el regionalismo y dicha política exterior le crean dos problemas. Uno sería que el régimen crea objetivos “ideológicos” en donde el régimen debe afianzar su posición internamente —para intentar centralizar el poder domésticamente— y debe asegurar su periferia mediante la expansión de su influencia ideológica para así reforzar su seguridad desde el exterior. Eso crea un conflicto con lo que se podría percibir como los intereses nacionales ya que encamina al país a confrontaciones que no le convienen. El segundo sería que Washington o Tel Aviv no pueden confiar en Irán, al menos que Teherán esté en una posición en donde no tenga alternativa más que aceptar las peticiones. De ahí los bombardeos israelíes y estadounidenses de las instalaciones nucleares y de misiles iraníes y la destrucción del eje de resistencia (Araujo, 2025).
¿El Oriente Próximo del mañana?
Hasta cierto grado el colapso del eje de resistencia, y por ende, del poder regional de Irán fue un proceso impresionante. Pero otro resultado habría sido difícil de imaginar debido a los límites que impone un ciclo de regionalismo sobre un país y sus capacidades de proyectar poder al exterior. En octubre del año pasado, Bokhari escribió lo siguiente:
“El diezmo del liderazgo y las capacidades bélicas de Hezbolá por Israel han allanado el camino para una alteración masiva del panorama geopolítico en Oriente Próximo. Después de décadas en la ofensiva, Irán ha sufrido un grave revés en su estrategia para la región. Teherán no sólo se enfrenta a un cambio de rumbo regional, sino que su posición doméstica también está vulnerable debido a su confrontación directa con Israel.” (2024)
El régimen islámico estuvo sumamente perjudicado por el contexto geopolítico del regionalismo en el que se encuentra su país y sus intentos por consolidar su posición lo llevaron a una confrontación de la que no iba a poder salir intacto. Actualmente sus aliados no han intervenido a su favor durante la confrontación aérea con los israelíes y los estadounidenses, y estos mismos se encuentran en panoramas domésticos —en sus respectivos países— en donde su supervivencia está en juego.

Francotirador de Hezbolá durante un ejercicio paramilitar en el sur del Líbano (crédito Hezbolá).
El fin del eje de resistencia iraní y de Irán como una potencia revisionista marcarán un hito geopolítico en la región. Irónicamente el régimen iraní calificaba los levantamientos de la Primavera Árabe como revoluciones islámicas, insinuando que podría aprovechar la situación estratégicamente (Khashan, 2024). Sin embargo, el liderazgo islámico iraní fracasó en observar que la tendencia era en contra del regímenes árabes establecidos en el orden bipolar, mismo durante el cual se estableció el régimen, por lo que también podrían reflejar su propio fin. La inestabilidad que el fin del orden bipolar está generando en el mundo tendrá graves afectaciones sobre los regímenes que ya no puedan mantenerse en pie sin el panorama político y económico del viejo orden de la Guerra Fría.
El papel de organizaciones paramilitares proxys como Hezbolá no solo era ayudar a afianzar la influencia iraní en Oriente Próximo, sino crear profundidad estratégica con la que Teherán pudiera “implementar una política exterior agresiva en el mundo árabe y avanzar su programa nuclear [y desarrollar su armamento balístico] sin la amenaza de un ataque directo de Israel” (Bokhari, 2024a). Es así cómo podemos empezar a vislumbrar el efecto del eje de resistencia iraní en la geopolítica regional. La presencia de Hezbolá y los grupos paramilitares chiítas pro-iraníes en Siria e Irak habían paralizado los avances de otras potencias y limitaban el espacio de maniobra. Solo después de que Hezbolá sufriera ataques catastróficos por parte de la Mosad y el ejército israelí es que Hayat Tahrir al-Sham, el Ejército Libre Sirio y Turquía pudieron dar un golpe decisivo para derrocar el régimen de Bashar al-Ásad.
Ciertamente Irán no dejará de ser una potencia regional. El fin del régimen islámico y su política exterior que sostiene la influencia iraní en Oriente Próximo y, por ende, su posición estratégica no implica su fin como potencia. Estados Unidos tampoco “busca mutilar Irán militar o existencialmente, sino busca interrumpir su determinación por dominar la región” (Khashan, 2025). Antes el Oriente Próximo estaba equilibrado entre Irak, Israel, Arabia Saudita e Irán. Sin Irak como candidato a ese equilibrio, el nuevo Oriente Próximo será una red de contrapesos que involucrará a las cuatro potencias regionales dominantes actualmente: Israel, Turquía, Irán y Arabia Saudita. Destruir cualquiera de los cuatro alteraría ese equilibrio regional y amenazaría la seguridad a tal grado que forzaría a Washington a intervenir otra vez en la región, algo que los estadounidenses buscan evitar.
Referencias
Araujo, A. A. (2025, 20 junio). El cambio sistémico regional por venir en Oriente Próximo (Parte 1): Guerra entre Irán e Israel tras fallidas negociaciones. Código Nexus. https://codigonexus.com/el-cambio-sistemico-regional-por-venir-en-oriente-proximo-parte-1/
Bokhari, K. (2024a, 3 octubre). Iran’s Regional Position Is Crumbling. Geopolitical Futures. https://geopoliticalfutures.com/irans-regional-position-is-crumbling/
Bokhari, K. (2024b, 10 octubre). In the Middle East Conflict, Opportunities Arise. Geopolitical Futures. https://geopoliticalfutures.com/irans-vulnerable-eastern-flank/
Khashan, H. (2024, 6 agosto). Understanding Iranian Foreign Policy. Geopolitical Futures. https://geopoliticalfutures.com/understanding-iranian-foreign-policy/
Khashan, H. (2025, 17 junio). How Israel Caught Iran Off-Guard. Geopolitical Futures. https://geopoliticalfutures.com/how-israel-took-iran-off-guard/