En dos artículos anteriores planteamos que debido a su magnitud, la transformación que está experimentando el mundo podría considerarse como un cambio molecular del Sistema Internacional. (Araujo, 2025a; Araujo, 2025b). En el más reciente artículo se afirma que pese a que los intensos cambios sistémicos en varias zonas del planeta serán impactantes —como el fin o mitigación del conflicto palestino-israelí—, el cambio se percibirá aún más intensamente en Latinoamérica o Iberoamérica. La afirmación puede sonar exagerada, pues se le da una posición “especial” a la zona. Sin embargo, si se considera el factor geopolítico fundamental y su impacto en diversas dinámicas regionales, se puede comprender por qué el cambio será más intenso en Iberoamérica.
Para vislumbrar el impacto se deben tomar en cuenta varios aspectos geopolíticos característicos y geohistóricos de la región. Dada la variedad de los temas, el artículo se dividirá en dos partes. En esta primera parte —subtitulada ‘Regionalismo e inestabilidad interna’— se analizará el contexto geopolítico iberoamericano, especialmente el pertinente a su historia reciente, y se contrastará con la época prehispánica, útil para explicar aspectos fundamentales de la región. Sentándose las bases para vislumbrar en la segunda parte la magnitud del impacto de la transición global en Iberoamérica.
Geografía y ciclos geopolíticos en Iberoamérica
Durante tiempos prehispánicos, el panorama topográfico, lleno de densas junglas y bosques o marcado por anchas praderas y grandes desiertos, fragmentó el territorio y llevó a la creación de varias micronaciones que a pesar de compartir ciertos rasgos culturales se apegaban a las dinámicas socioculturales y políticas de su región o incluso solo al de su ciudad, tribu o pueblo. La geografía contribuyó a que se crearan por naturaleza cacicazgos, grandes tribus y altepetls (país o estado en náhuatl) en donde los caciques, jefes locales o tlatoanis (gobernador u orador en náhuatl) ejercían el poder como patriarcas. Las sociedades eran absolutamente dependientes de sus Estados o gobiernos locales, en algunos casos de los jefes locales. La sociedad mesoamericana, como escribe Schettino (2016/2023), “en sus diversas tribus, pueblos o ‘culturas’ es, como la española [del siglo XV y la primera mitad del siglo XVI]: fuertemente religiosa, con una estructura política muy vertical en la que el cacique local es muy poderoso—y en el caso del Huey Tlatoani por completo—y en la que también existe una diferenciación funcional: sacerdotes, guerreros, comerciantes, artesanos, campesinos. Todos tienen su lugar en la sociedad mesoamericana, como lo tienen en la hispánica medieval. Ambas son orgánicas y patriarcales…”. Lo mismo aplica para Centroamérica, el Caribe y Sudamérica con sus rasgos particulares.
Por ende, los ciclos geopolíticos de regionalismo estuvieron marcados por una intensa fragmentación social y política. En tiempos prehispánicos diversos grupos etnolingüísticos o culturas se subdividían, no en diferentes dialectos, sino en interacciones de variantes idiomáticas de la misma lengua materna. Las “tribus-Estado” o las ciudades-Estado dominaban el panorama geopolítico. Estos periodos estuvieron repletos de interacciones culturales, diplomáticas y comerciales, pero también de intensos conflictos políticos y guerras. En este sentido, estos pueblos se parecían a la Península Europea, repleta de naciones y micronaciones o subnaciones en constante tensión, fricción, cooperación y conflicto. Durante estos períodos surgían imperios, pero solo porque creaban estructuras de poder complejas en donde integraban a los centros de poder locales a una red de dominación política. Ejemplos de estos imperios “regionalistas” eran el muisca, el inca y el mexica.
Por otro lado, durante periodos geohistóricos específicos, surgían poderosos imperios que unían —superando el poder y la unión de los imperios regionalistas— a estas tierras intensamente fragmentadas, ya sea por medio de la manipulación, la cooptación, la compra de alianzas o la expansión militar. En el caso mesoamericano la expansión militar era particularmente brutal y se entremezclaban con religiones locales cuyo fin era infringir temor en la población, en los cacicazgos o tlatoanis hostiles y en otros adversarios imperiales. Los olmecas, toltecas, teotihuacanos y españoles fueron algunos grupos que lograron crear estos imperios consolidando su poder por encima de las regiones y uniendo tierras disgregadas por la naturaleza a través de complejas estructuras de poder o redes de alianzas y pactos. Estos periodos imperialistas son los ciclos geopolíticos de centralismo, durante los cuales el poder central une a varias regiones bajo un mando y marco institucional y político sofisticado.
Esta complejidad social y política que deriva de estos contextos geopolíticos contribuyó a una interesante dinámica de poder. Durante un periodo de regionalismo, el poder se debía separar y administrar por un hábil Estado central que pudiera reunir a varios cacicazgos o altepetls para así crear una red o estructura de poder suficiente para crear imperios o repúblicas transregionales. Mesoamérica al igual que Centroamérica y Sudamérica eran sociedades “naturalmente [piramidales], en la que los hombres fuertes locales sólo se subordinan a los regionales y éstos a los nacionales” o a los imperiales (Schettino, 2016/2023). Pero estas estructuras de poder, durante ciclos de regionalismo en particular, eran vulnerables, solamente actuaban como pilares de poder sólidos durante los ciclos de centralismo geopolítico, marcados por mayor estabilidad y unión.
Por ende, todos estos sucesos y características geopolíticas de la región indican que Iberoamérica funciona bajo la lógica de dos factores geopolíticos: el regionalismo y el feudalismo—o un seudo-feudalismo. Los grupos de poder han determinado el rumbo de la región desde tiempos prehispánicos, cosa que no cambió durante el periodo imperial español o posterior a los procesos de independencia. Solamente en los casos de Venezuela y Bolivia se pueden encontrar algunas excepciones, especialmente Venezuela, en donde un movimiento o grupo de poder que busca desplazar a otro necesita reunir una base de apoyo popular amplia para generar la suficiente fuerza para dislocar a las facciones del statu quo.
La unión de Iberoamérica: La cultura de imperio
Estos ciclos y el contexto geográfico, especialmente en el caso mesoamericano, contribuyó a que se formaran culturas con un fuerte sentido de conquista e imperialismo (Rinke, 2019/2023). Cuando España logró conquistar Iberoamérica, no lo hizo con castellanos, sino con fuerzas militares indígenas. Algo que Baños (2024) reconoce cuando escribe:
“Solía decir el gran historiador mexicano Miguel León Portilla que los indios hicieron la conquista de América. Y no le faltaba razón. La conquista del enorme territorio americano no fue obra exclusiva de unos pocos centenares de castellanos enfrentados a decenas de miles de guerreros mexicas, incas o araucanos. La conquista de América solo fue posible gracias a la movilización de miles de indígenas aliados con los castellanos. También algunos africanos, llevados a América a la fuerza, que hallaron en la conquista el mecanismo de liberación de su propia escalvitud.”
Entre los dioses más prominentes en las culturas mesoamericanas figuraba Quetzalcóatl, la serpiente emplumada cuyo destino era unir a los pueblos. Quetzalcóatl, según la leyenda, es el nombre de un gran emperador que había unido a los pueblos prehispánicos, pero que había sido traicionado por los caciques y tlatoanis regionalistas. La unión que imaginaban los mexicas no se haría sólo por la negociación, mucho menos por la atracción política, social y económica de la unificación pacífica a través de la hermandad cultural o humana. Los olmecas, los toltecas y los teotihuacanos eran admirados porque habían logrado unir a los vastos territorios fragmentados por la geografía y la cultura política. Pero eran siempre en especial admirados por aquellos que buscaban replicar sus logros.
Así, el periodo imperial español no fue consolidado por obra extranjera: esa es una situación irreal y también ilógica. Los indígenas no habrían aceptado al imperio si no hubiera sido por la aceptación de unir fuerzas con dicha potencia militar y económica, y de no haber sido por la preexistencia de un culto al imperialismo. El ciclo geopolítico duró aproximadamente 300 años porque no existían las circunstancias negativas que favorecieran la independencia. Los mexicanos y los sudamericanos gozaban de gran poder al expandir los rincones imperiales hasta Asia; los mexicanos incluso quisieron conquistar China. También existían avances culturales, sociales y económicos significativos durante el periodo, que fueron anotados por varios historiadores, sociólogos y geógrafos en siglos pasados, como Alexander von Humboldt. Baños (2024) escribe respecto al tema en el subcapítulo “Avances sociales” en su obra ‘GEOHISPANIDAD: La potencia hispana en el nuevo orden geopolítico’.
Dada la complejidad de cómo se mide la movilidad social, Schettino (2016/2023) también reconoce que
“… la movilidad existe en todas las sociedades. Con base en registros, por ejemplo, Jan Bazant narra las historias de dos familias de peones en San Luis Potosí, en la segunda mitad del siglo XVIII, que siguen diferentes caminos con resultados también muy diferentes en términos sociales. [Por ende, también] en la Nueva España había movilidad social.
González (2017) y de Teresa (2024) resaltan la centralidad y el poder de la submetrópolis imperial mexicana en sus obras, cuyo desarrollo económico y avances sociales eran evidentes. El mestizaje y los estatus que varios mestizos y mulatos lograron obtener no se habría logrado sin algún grado de movilidad social o económica. Claro, existían problemas. Geógrafos como von Humboldt y Lucas Alamán reconocieron graves problemas que debían ser atendidos, pero el periodo virreinal, dado que era un ciclo de centralismo, ofreció un amplio desarrollo socioeconómico, poder político y estabilidad a Hispanoamérica.

Pintura por Carlos París mostrando el resultado de la batalla de Tampico, Tamaulipas, el 11 de septiembre de 1829, cuando tropas españolas intentando reconquistar a México después de haberse vuelto independiente de España en 1821 fueron derrotadas (crédito: Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec vía Wikimedia Commons).
El regreso al regionalismo: Luchas de poder e independencias
A finales del siglo XVIII, el Imperio español comenzó a entrar en decadencia, para dar paso a un creciente, pero paulatino, regionalismo geopolítico amplio a través de todos sus territorios. Esto se sumó a la pérdida del dinamismo económico de España y, por ende, a una relación económica y política marcada por las crisis y la continua decadencia en todos los ámbitos. Las reformas borbónicas intentaron revertir el avance del regionalismo, pero las guerras napoleónicas, la decadencia española y las crisis financieras lo hicieron imposible.
Consecuentemente, durante los últimos 200 años, Iberoamérica ha estado en un ciclo de regionalismo geopolítico. Por eso no solo colapsó el Imperio español, sino que se fragmentaron todos los virreinatos y la mayor parte de las repúblicas o imperios posteriores. Pocos como México, Argentina o Brasil —estos últimos dos incluso se expandieron— lograron retener la mayor cantidad de su territorio original. Con la Conquista, el aspecto regionalista se había transformado. Se intercambió una red de pactos regionalistas por una alianza imperialista que favoreció la consolidación de los virreinatos del Imperio español, pero las independencias dieron paso al resurgimiento de los caciques o “tlatoanis” locales, lo que revirtió esa realidad. Todo centro político Realista que se resistía, como Lima y Ciudad de México, fueron derrotados. Por ello, todas las guerras, los proyectos políticos y económicos y los mismos regímenes se estructuraron para lidiar con este regionalismo.
Es así como se dieron cambios drásticos en los ciclos sociopolíticos. Entre 1780 y 1830 emergieron las crisis económicas, políticas y sociales que dieron paso a las guerras civiles que se convirtieron en las luchas independentistas. Luego entre 1830 y 1890 fueron las décadas de mayor caos geopolítico en la región, con diversas ciudades-Estado —como Cali, Medellín, Quito, Barranquilla y Caracas en el noroeste sudamericano— o regiones enteras —como Yucatán en el caso maya-mexicano— desafiando a los viejos centros virreinales y algunos desprendiéndose de sus antiguas fronteras virreinales. A partir de este periodo, los ciclos se vuelven más variados dependiendo del país en cuestión. Pero de manera general se siguió una tendencia geopolítica en donde los ciclos estuvieron marcados por las siguientes tendencias:
- Tercer ciclo: regreso al centralismo —aunque adaptado al regionalismo— liderado por facciones militares o caudillos como Porfirio Díaz en México, Rafael Núñez en Colombia o Cipriano Castro en Venezuela. Las capitales logran derrotar o apaciguar a las regiones y se enfocan en la generación de riqueza para construir economías nacionales.
- Cuarto ciclo: se empieza a intentar construir identidades nacionales para continuar degradando los centros de poder regionalistas con el nacionalismo posrevolucionario cardenista en México, el comunismo en Cuba, el peronismo en Argentina, la Revolución Nacional en Bolivia, puntofijismo en Venezuela y Brasil se lanzó a conquistar la Amazonia.
- Quinto ciclo: se implementan reformas para deshacer los fundamentos económicos del regionalismo, pero se impone un estado de estabilización socioeconómica y surgen crisis de inseguridad internas en varios países. Todos se paralizan ante conflictos políticos entre diversas fuerzas pro-regionalistas y pro-centralistas.
Dado que no se han establecido fechas exactas debido a las diferencias significativas en la temporalidad de los ciclos sociopolíticos de cada país, cabe destacar algunos hechos. En México, Colombia y Argentina, algunos de los herederos de los viejos virreinatos, tienen ciclos más similares en duración. Países como Perú, Bolivia y Venezuela tienen ciclos más tardíos y de mayor inestabilidad geopolítica interna, pero siguen la misma tendencia geopolítica y sociopolítica. Chile, una región que logró su independencia absoluta, llegó a un mayor grado de estabilidad, lo que no habría sido el caso si Perú y Bolivia hubieran logrado unirse y amenazar su independencia o integridad territorial. Pero en esencia, cada país siguió la misma tendencia geopolítica a lo largo de los últimos dos siglos. La cual apunta a un fortalecimiento de los Estados centrales en los países iberoamericanos y el fin del regionalismo.
Iberoamérica y el cambio global
Por doscientos años, Iberoamérica ha estado bajo un ciclo geopolítico de regionalismo cuyos indicios se encuentran en la segunda mitad del siglo XVIII. Las presiones geopolíticas del ciclo de regionalismo fragmentaron los territorios iberoamericanos profundamente y los encaminó a intensas guerras y tensiones entre poderes estatales centrales y regionales, y entre las mismas regiones. Todos los problemas se materializaban a nivel regional y creaban crisis nacionales cuando se fusionaban. La desigualdad y la falta de desarrollo se debe en gran medida a este contexto geopolítico. Si un Estado está más ocupado con su situación doméstica y su estabilidad, no podrá desarrollarse de manera exitosa a largo plazo.
También cabe destacar otro hecho fundamental. Hace 250 años, el Imperio español era una gran potencia pero en decadencia. Las guerras napoleónicas y el cambio de ciclo mundial geopolítico cambiaron la ubicación de las órbitas geoeconómicas del Mediterráneo y de Iberoamérica hacia Europa del Norte. De manera definitiva terminó con el imperio y con un micro-ciclo geopolítico global. En la actualidad, nuevamente se encuentran las órbitas geoeconómicas cambiando de ubicación. Con la guerra de Ucrania y la decadencia de las potencias tradicionales, Reino Unido, Francia y Rusia, Europa está nuevamente al margen del mundo, y con ello, Iberoamérica experimentará un gran desarrollo económico no visto en los últimos 200 años. Pero como hemos establecido a lo largo del análisis, esto no vendrá sin sus respectivos riesgos geopolíticos. Cuando Iberoamérica deja un ciclo geopolítico de regionalismo, siempre da un paso al ascenso de grandes potencias imperialistas, y la cultura local favorece el surgimiento de identidades orgullosamente “romanas”. El nuevo ciclo mundial traerá nuevas oportunidades y grandes retos para la región y para el mundo en general.
Referencias
Araujo, A. A. (2025a, 14 julio). Transiciones, incertidumbre y crisis sistémicas: Un mundo inquieto ante un cambio tectónico. Código Nexus. https://codigonexus.com/transiciones-incertidumbre-y-crisis-sistemicas/
Araujo, A. A. (2025b, 24 julio). Las fases de la transición global: Un cambio paulatino, pero geohistórico. Código Nexus. https://codigonexus.com/las-fases-de-la-transicion-global/
Baños, P. (2024). GEOHISPANIDAD: La potencia hispana en el nuevo orden geopolítico. España: Ariel.
De Teresa, G. T. (2024). Historia de México: ENSAYO Y MEMORIA TOMO 1 (1519-1761) (Tomo. 1). México: Ámbar Editores.
González, L.-A. (2017). Las tendencias, los enfoques y las nuevas escuelas de la geopolítica. En La Geopolítica del siglo XXI (pp. 17-31). México: Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, DCSH.
Rinke, S. (2023). Conquistadors and Aztecs: A History of the Fall of Tenochtitlan. Reino Unido: Oxford University Press. (Obra original publicada 2019).
Schettino, M. (2023). Cien Años de Confusión: La construcción de la narrativa que legitimó al régimen autoritario del siglo XX. México: Paidós. (Obra original publicada 2016)