Septiembre parece ser un mes particularmente importante para los mexicanos, es el mes de los tres terremotos más impactantes en la historia mexicana, desde el terremoto del ‘85 hasta el terremoto del 2022, estos tuvieron lugar en la capital mexicana. Pero septiembre no solo ha sido el mes de los terremotos geológicos en México, especialmente en la Ciudad de México, sino también ha sido el mes donde suceden importantes sucesos nacionales, es decir, terremotos políticos. La insurgencia que inició Miguel Hidalgo y Costilla tuvo sus inicios en septiembre de 1810 y más de una década después, fue en septiembre cuando el Ejército Trigarante entró victorioso a la capital proclamando la independencia de la nueva nación. Ahora, septiembre parece no dejar su racha y se vuelve un mes en el que culmina una confrontación que lleva décadas en desarrollo, pero parece estar llegando a su punto más álgido este septiembre.
Actualmente, México vive la confrontación entre lo que es el Poder Judicial de la nación y el Poder Ejecutivo mexicano. En los últimos meses, la lucha se había concentrado en el dominio del congreso, la cual Morena ha ganado definitivamente y ahora el bando de los unipartidistas parece encaminarse a derrotar al último bastión político de los tecnócratas (el otro bando en cuestión). La razón por la que septiembre resulta importante es porque ese será el mes cuando el nuevo congreso entre en funciones, uno el cual será dominado por el bando unipartidista.
Como consecuencia de estas victorias continuas y contundentes por parte de los unipartidistas, muchos comentaristas, analistas y politólogos mexicanos, incluso algunos extranjeros que estén prestando atención a los acontecimientos en México, parecen dar por sentado lo que sucederá los próximos meses o años. Dan por hecho que la situación ya está perdida para el bando tecnócrata y que ya está ganada para los unipartidistas. Aunque eso parezca cierto en el sentido político, no se pueden ignorar una serie de elementos, tanto históricos y geopolíticos como nacionales e internacionales, los cuales forzarán a la nación a sumergirse más en su crisis nacional. Así mismo, la actual transición que lleva 40 años en desarrollo tiene dos dimensiones: una política y una armada. El destino de la lucha política nacional parece estar sellado este septiembre, pero no la de la dimensión armada. Los tecnócratas pueden estar derrotados políticamente, pero eso solo deja una dimensión restante (con una facción tecnócrata todavía activa) y es la dimensión cuyo empeoramiento amenaza con sumergir al país en una crisis mayor de las que ha experimentado en casi más de 100 años
Monigote de la ministra de la Suprema Corte de Justicia, Norma Piña, en un mitin convocado por el presidente Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo de la Ciudad de México en marzo del 2023 (Crédito: EneasMx vía Wikimedia Commons)
La independencia de México y la actual transición democrática
Rutinariamente, cuando México transita de un siglo a otro siempre pasa por un ciclo de transición*. En la historia de México independiente, el país ha pasado por dos ciclos de transición, el primero fue el de la independencia y el segundo el de la revolución, el tercero es en el que actualmente nos encontramos, el de la transición democrática. Aunque puedan existir ciertas dinámicas similares entre los últimos dos y el actual, el de la independencia resulta ser más apegado al presente ciclo de transición. Estos ciclos que se mencionaron son del tipo sociopolítico, pero existe otro tipo de ciclo, que también tiene sus propias transiciones: el ciclo geopolítico, los cuales duran entre 200 a 300 años. Dependiendo del ciclo en el que se encuentre el país, dominará un tipo de poder, ya sea el regionalista (el que pone énfasis en la creación de un sistema político de pactos con un gobierno central débil) o el centralista (el que beneficia a un gobierno central fuerte que no comparte poder con otros grupos de poder mediante pactos).
* Ciclo en el sentido de que los procesos son cíclicos porque ocurren rutinariamente con ciertos patrones o tendencias.
La independencia mexicana fue el cambio que experimentamos de un ciclo de centralismo a uno de regionalismo. Ahora, nos encontramos ante otro cambio, del regionalismo al centralismo, algo que dota la actual confrontación política nacional de un trasfondo geopolítico intenso. Por ello, se sentarán las similitudes entre ambos procesos, el independentista y el democrático.
A finales de los 1700, comenzando por la década de 1760, el Imperio español comenzó a implementar una serie de reformas – las reformas borbónicas – cuyo propósito era modernizar al imperio y ayudar a centralizar el poder, no solo a nivel imperial sino también a nivel local. Esto por sí solo entró en conflicto con la tendencia de regionalismo que se estaba dando en la Nueva España y con los grupos de poder tradicionales en el virreinato, pero también se sumaría a una dinámica global, las Guerras Napoleónicas. Esta fusión de elementos fue lo que generó una respuesta con el inicio de la insurgencia en 1810. Durante las últimas décadas de los 1700, no hubo tensiones, a lo mucho fricciones, pero eso cambiaría en la primera década de los 1800, cuyas crisis culminaron en la guerra civil que se llegó a convertir en una lucha independentista. Esto dotaría a la crisis y a la guerra civil de dos dimensiones: una política (los debates entre la independencia o mantenerse en el imperio) y una armada (la guerra entre insurgentes y realistas).
Para 1820, las fuerzas de la nueva generación sociopolítica que querían el cambio (especialmente las centralistas) comenzaron a ganar terreno políticamente, lo que llevó a la independencia en 1820, la cual se dio con la llegada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México en 1821. Sin embargo, la dimensión política se había transformado en una nueva confrontación, ya no por la independencia, sino sobre qué sistema político debería adoptar México para lidiar con el regionalismo. Por eso, pese a los acuerdos entre los insurgentes y la élite militar novohispana que llevaron a la independencia, pronto existiría un choque entre las fuerzas regionalistas (que querían a un centro de poder nacional débil que reconociera el poder y autonomía de las regiones) y aquellos que querían mantener el viejo régimen imperial con un fuerte centro de poder nacional (por encima de los poderes regionales). La situación pronto se volvió caótica cuando el congreso se paralizó por las pugnas entre los regionalistas (federalistas-liberales) y los centralistas. como respuesta Iturbide realizó un autogolpe de Estado en 1823 disolviendo al congreso. Es decir, la lucha política se concentró por el control del congreso y se efectuó un autogolpe de Estado.
En ese entonces, el sentido común dictaba que Iturbide ganaría, ya que parecía tener el control de la situación. Pero los regionalistas, la nueva generación sociopolítica en ascenso, decidió responder, no antes del golpe, sino después. Por ende, en 1824, México experimentaría otro golpe de Estado contra Iturbide, el cual terminaría con su exilio y daría inicio total a un siglo de un fuerte regionalismo que sumergió al país en la decadencia, varias guerras separatistas y guerras civiles y un periodo marcado por una pérdida inmensa de territorio.
200 años más tarde, ahora el país se encuentra en otra transición, no solo sociopolítica sino también geopolítica. Similar a como las reformas de las décadas entre 1760 y 1790 y sucesos internacionales, como las Guerras Napoleónicas y cambios políticos en España, dieron paso a las tensiones en la Nueva España que culminaron con una guerra civil que daría paso a la independencia de México, el proceso actual no parece ser diferente. Una serie de crisis sociopolíticas en la década de 1960 y una serie de crisis financiero-económicas en las décadas de 1970 y de 1980 dieron paso a las reformas tecnocráticas de las décadas de 1980 y 1990. Estas reformas, que no solo fueron en el ámbito económico sino también en el político, terminaron el viejo régimen posrevolucionario del PRI. Entre aquellas reformas, una le dio la independencia al Poder Judicial y fue la que daría paso al resto de los cambios políticos que dieron inicio a la transición democrática en 2000.
El problema es que esta transición también cuenta con una dimensión política y una armada, como ya se había mencionado. La prolongación de la lucha política, aunque detuvo en gran medida el progreso del país por mucho tiempo, ayudó a evitar que una guerra civil estallará en México, en vez de ello tenemos una pseudo-Guerra Civil: la Guerra de las Drogas, la que funge como la dimensión armada de la transición actual. Por eso, similar como a principios del siglo XIX, los pilares de poder se fragmentaron (la Iglesia y el Ejército) con el surgimiento de clérigos y militares insurgentes, nuevamente nuestros pilares de poder se fragmentaron, dando paso a una insurgencia armada que dio inició a la Guerra de las Drogas, cuyos inicios son entre el 2000 y el 2004, no en 2006. El régimen democrático había acabado con la jerarquía de la vieja estructura de poder que mantenía la paz y el orden (no la ley y el orden).
Ahora, después de más de 4 décadas de confrontaciones políticas y 2 décadas de una pseudo-Guerra Civil, el congreso nuevamente se volvió el punto de choque entre los dos bandos. Durante los últimos meses, muchos analistas tildaron las elecciones como las más aburridas, pero lo que los mexicanos no vieron fue que por detrás había una lucha entre dos estructuras de poder. Este 2024, al igual que en 1823, el congreso está en el centro de la pugna nacional, y el camino que se elija determinará qué tanto se intensificará la crisis nacional, la cual ya está encaminada a empeorar drásticamente. Las reformas del Plan “C” tienen el propósito de revivir el viejo modelo de gobernanza posrevolucionario, lo que daría por terminada la dimensión de la lucha política del ciclo de transición, pero amenaza con intensificar la dimensión armada. Para muchos, esto parece lejos de volverse una realidad debido a la percepción del Ejército y la situación nacional, pero ignoran las tensiones profundas y estructurales en las fuerzas armadas.
Foto de un infante de marina de la Secretaria de Marina frente a la bandera mexicana (Crédito: SEMAR)
La geopolítica interna
La Guerra de las Drogas se ha tratado como producto de corrupción, mala gobernanza, cuestiones socioeconómicas y pobreza, pero en realidad es producto de una lucha de poder entre dos bandos que intentan cambiar a México, en diferente medida, pero siguen buscando transformar a la nación. Con operativos a espaldas del Ejecutivo nacional y entregas sospechosas al gobierno estadounidense llenas de inconsistencias, es claro que están en juego una crisis institucional y política que no está a la vista del público.
Geopolíticamente, el viejo régimen posrevolucionario (es decir, el régimen unipartidista del PRI) mantuvo la paz con más éxito que el Porfiriato. mediante una impresionante estructura sociopolítica y económica multinivel. Cuando este régimen murió tras un largo autogolpe mediante las reformas económicas y políticas que dieron independencia al poder judicial, liberaron al congreso del yugo unipartidista y permitieron una mayor distribución de capital, la ‘Pax Priista’ se vino abajo. Esto ha generado el ascenso de nuevos y diversos caudillos y caciques que se alimentaron a partir del tráfico de drogas, lo que se posibilitó mediante el Tratado de Libre Comercio (el TLCAN). El fin de la vieja estructura de poder política creó insurgentes, quienes transformaron la Guerra de las Drogas en una pseudo-Guerra Civil.
Ahora, el país ha experimentado una inmensa pérdida de control territorial y un alto nivel de descontento entre los grupos de intereses de la vieja estructura de poder que habían sobrevivido a las reformas (tanto en las de las décadas de 1980 y 1990 como en las del Pacto por México del 2012). Sumamos eso a la Crisis del Fentanilo y su propia dinámica geopolítica, la cual subsiste por el comercio entre China y México, similar a como la primera fase del narcotráfico había sido alimentada por el comercio entre Estados Unidos y México y entonces tenemos una nueva crisis en México, incrementando los riesgos a la seguridad nacional a niveles no vistos en más de 80 años. A esto debemos sumarle que en 1981 se introdujo una reforma tecnocrática a las fuerzas armadas mexicanas, esta reforma ha dado lugar a la creación de una nueva élite militar, una tecnocrática.
Esta reforma al Ejército y las demás reformas económicas y políticas, junto con el contexto geopolítico de México, han dado lugar a dos visiones, sobre qué camino deberá tomar el país nuevamente. La primera, sostiene que, si el viejo modelo de gobernanza funcionó, entonces hay que regresar a él y recrear los pactos que sostenían la paz. La segunda dicta un nuevo camino, uno en donde los viejos grupos de poder sean debilitados y subyugados, sino es que eliminados. La primera es de tinte regionalista, la segunda es de tinte centralista.
Muchos creen que las tensiones y la polarización en un país no existe si hay una mayoría abrumadora de un lado, pero la realidad es que los ingredientes para una guerra civil son dos.
- Existe una minoría que se siente sumamente amenazada por la mayoría.
- Existen dos visiones antagónicas, no en el sentido sociopolítico, sino en el sentido geopolítico.
Si algo se ha confirmado en los últimos meses, es que hay una minoría, con una visión no solo sociopolítica sobre México sino también una visión geopolítica muy distinta a la del bando de la mayoría, la cual parece estar posicionada para ganar este septiembre. Pero al proceso que vive México se le suma a otro más, uno que tiene que ver con cómo México es una potencia emergente.
Impresión de una litografía del asedio de París por las fuerzas prusianas y bavarias en la Guerra Franco-Prusiana en 1870 (Fuente: Photo Images vía Canva Pro)
El contexto internacional y potencias en ascenso
El escarnio internacional tiene una forma peculiar de afectar a regiones y naciones, una que no es prevista por la mayoría. La caída de la Unión Soviética desató una serie de terremotos geopolíticos en varias partes del mundo, desde las Guerras Yugoslavas hasta el surgimiento del islam como una fuerza geopolítica que retaría a los Estados Unidos al intentar crear un Imperio islámico (Friedman, 2010). Lo mismo sucedió cuando las Guerras Napoleónicas y los cambios políticos que experimentaba España por la ilustración en Europa, dieron pie a las guerras independentistas latinoamericanas y al nacimiento de nuevas naciones en el mundo. Pero existe otro proceso crucial y ese sería el surgimiento del centralismo y su reciente correlación con los cambios en los sistemas de producción económicos internacionales.
Estados Unidos se encontraba en un proceso de creciente centralismo en la segunda mitad del siglo XIX. Este centralismo llevó a un fuerte choque entre dos facciones con distintas visiones económicas y geopolíticas del país. El sur, que prefería no solo la esclavitud, sino la continua expansión territorial y el libre comercio para fortalecer su economía primaria (específicamente agrícola) y el norte, que prefería el sistema económico capitalista, el proteccionismo y que quería invertir de lleno en la industrialización. Por su parte, en Alemania, existía una ola nacionalista que buscaba unir a los pueblos alemanes, principalmente bajo el mando prusiano, la principal potencia militar germánica. (Cabe destacar que un movimiento popular intentó unir a los pueblos alemanes sin éxito en 1848, lo que llevó a que Otto von Bismark concluyera que Alemania sería reunificada por la fuerza militar a manos de una élite política, no la popular.)
En ambos casos, los países experimentaron intensas guerras. Los estadounidenses tuvieron una guerra civil conocida como la Guerra de Secesión (1861-1865), o también como la Guerra Civil de Estados Unidos. En dicho conflicto, el norte tenía el carácter centralista, que quería crear un fuerte gobierno central, y el sur tenía el carácter regionalista que buscaba mantener la autonomía y el poder de los estados frente al gobierno central, y que termino matando apoco más de 600,000 militares, sin incluir los muertos por causas de la guerra y el impacto económico de la misma. Por su parte, Alemania experimentó 29 años de guerras, en las que los prusianos lucharon contra los daneses, los austriacos, varios Estados germánicos – como Baviera, Sajonia o Hannover – y hasta con los franceses por el dominio de los pueblos alemanes y dictaminar el proceso de unificación alemana, logrando crear el Imperio alemán en 1871.
Estos conflictos, que resultaron de las transiciones del regionalismo al centralismo, se dieron a la par de lo que sería el fin del modelo de crecimiento económico productivista británico. El fin de dicho modelo estaba generando al Reino Unido la necesidad de invertir en otras naciones para impulsar el crecimiento económico internacional que le favorecía y a la par crear aliados económica e industrialmente fuertes para contrarrestar a los franceses y a los rusos. Tanto los estadounidenses del norte como los prusianos buscaban convertir a sus naciones en potentes industrias. Mientras que los estadounidenses querían industrializarse para modernizar su economía y generar riqueza, los alemanes buscaron industrializarse para modernizar su economía y generar poder militar.
De esta forma, el proceso internacional de industrialización fue un factor determinante en ambos conflictos al igual que la transición del regionalismo al centralismo. Algo mismo sucede en México, aunque por ahora no de manera tan obvia. Existe un enorme incentivo por industrializar a México y generar más riqueza al aprovechar la necesidad estadounidense de reestructurar las cadenas de suministros internacionales mediante la deslocalización (nearshoring en inglés) de China a otras naciones “amigables”, como Vietnam, Malasia o, precisamente, México, algo que amenaza las reformas del Plan “C”. De esta forma, similar al caso alemán, hemos tenido 20 años de una pseudo-Guerra Civil y, similar al caso estadounidense, se busca aprovechar la dinámica económica internacional. Pero al igual que en ambos casos, a la par de la dinámica económica que nos favorece (no como la dinámica de la década de 1990) existe un deseo por reconfigurar la realidad geopolítica en México al dar paso a un nuevo centralismo.
Otro terremoto en septiembre
Las reformas presentan un reto debido a que no solo el Poder Judicial es un campo de batalla entre ambas facciones, sino también el Ejército. Muchos en las fuerzas armadas no tendrán un lugar en el hipotético caso de que el viejo régimen posrevolucionario haga un regreso. Eso aumenta los riesgos para ambos bandos, tanto para los unipartidistas como para los tecnócratas.
Por ello, septiembre parece otra vez estar previsto para ser un mes en el que veamos desatarse un terremoto político nacional de inmenso calibre. El congreso, 200 años después, vuelve a estar en pugna otra vez y el epicentro del terremoto político será la Ciudad de México. Aunado a esto, tenemos un bando que busca recrear un régimen que ya no es geopolíticamente apto para México, tanto por el contexto nacional como el internacional. De igual manera, la historia nos sirve de ejemplo de cómo el sentido común o lo que muchos pueden esperar no sucede. No se debe dar por sentado lo que sucederá en los próximos meses o los siguientes 6 años tomando en cuenta la crisis nacional y transicional por la que pasamos como nación.
Con esto en mente, cabe aclarar que la posibilidad de una guerra civil abierta en México – a estas alturas – es improbable. Si hubiera iniciado una guerra civil eso habría sucedido entre la primera o la segunda década de este siglo. Pero eso no quita que la nación no vaya a entrar en una profunda crisis con una confrontación armada, donde la Guerra de las Drogas se asemeje cada vez más a una guerra civil tradicional. Es decir, lo más probable es una corta pero intensa crisis de seguridad nacional en México. Ya veremos qué pasará este septiembre.
Referencias
Friedman, G. (2010). The Next 100 Years: A Forecast for the 21st Century (1.a ed.). Anchor Books.