Durante los últimos meses ocurrieron dos golpes militares, que a su vez provocaron dos shocks a nivel mundial, en dos importantes potencias: India y Rusia. Como consecuencia estos eventos han forzado a los mandatarios Narendra Modi y Vladímir Putin, respectivamente, a hacer una reevaluación de las capacidades de sus países y de sus fuerzas de seguridad. Esto no es algo que complazca a ninguno de los líderes, ya que la conclusión es que sus competencias militares son más reducidas de lo que anteriormente creían, hecho que también resaltó distintas vulnerabilidades en la seguridad nacional de los dos países y en la posición política de sus líderes.
Dichos sucesos y sus resultados generan preguntas importantes respecto a cada país. En lo concerniente a Rusia, ¿qué implicaciones podría haber para Putin como resultado del ataque con drones por parte de Ucrania? ¿Qué nos dice eso del estado actual de Rusia? En cuanto a la India, ¿por qué se arriesgó tanto en su enfrentamiento con Pakistán? ¿Cuál podría ser la revaluación respecto a sus capacidades para volverse una potencia mundial?
Las respuestas, sin duda, reflejan escenarios pesimistas para sus respectivos líderes y estadistas, quienes abanderaban la idea de que sus naciones eran grandes potencias cuyas capacidades justificaban sus aspiraciones globales. Sin embargo, esas mismas respuestas continúan siendo una realidad que debe ser reconocida tanto en sus países como en el resto del mundo, principalmente por sus implicaciones geopolíticas globales.
El shock a Moscú: Operación Telaraña
El pasado domingo 1 de junio, las fuerzas de inteligencia ucranianas realizaron un ataque encubierta, no solo detrás de líneas enemigas, sino también lejos de las líneas del frente, muy adentro del territorio ruso. La operación cuyo nombre en clave es Operación Telaraña —Operation Spider Web— fue una acción aérea en la que se desplegaron docenas —sino es que cientos— de drones pequeños con explosivos para atacar cuatro aeropuertos militares rusos que albergaban bombarderos estratégicos tipo A-50, Tu-95 y Tu-22M (Kullab, 2025). El ataque resultó en la destrucción aproximada del “34 % de los portamisiles de crucero estratégicos de Rusia”, según un reporte realizado por Smith (2025) de NBC News. (Cabe aclarar que los reportes varían entre sí, pues fuentes ucranianas ponen el número de bombarderos estratégicos destruidos en 41, mientras que otras fuentes privadas hablan de 10 o 12, sin embargo, incluso aunque solo fueran 10, es un número importante por las implicaciones logísticas aéreas rusas.)
El golpe para Moscú, especialmente para Vladímir Putin, es catastrófico. El arsenal nuclear ruso está dividido “en una tríada de vehículos de lanzamiento estratégicos que consisten aproximadamente en 330 misiles balísticos intercontinentales (ICBM), 12 submarinos con misiles balísticos (SSBN) que cuentan con 192 misiles balísticos de lanzamiento submarino (SLBM) y 58 bombarderos estratégicos” de acuerdo con Fink (2025) del Servicio de Investigación del Congreso de Estados Unidos. De manera que la estructura de las fuerzas nucleares rusas está dividida en tres dimensiones: tierra, mar y aire.
A partir de lo anterior se puede concluir que Ucrania destruyó una parte significativa de la tríada nuclear rusa. Esto representa un golpe contundente al poder militar nuclear estratégico ruso, lo que coloca al país en una posición vulnerable al limitar su capacidad de respuesta en materia nuclear. Pero más importante aún es el impacto político del ataque: por sí misma, la operación no dañó las capacidades de guerra de las fuerzas rusas respecto a su ofensiva en el este de Ucrania, pues, aunque los bombarderos estuvieran involucrados en el conflicto, no eran una parte esencial para los esfuerzos militares en el frente ruso-ucraniano. Aún así, el carácter de la operación y su éxito devastador sí crean incertidumbre en Moscú.

Fotografía publicada por el canal de Telegram del gobernador de la región de Irkutsk, Igor Kobzev, el domingo 1 de junio de 2025, en donde se puede observar un camión estacionado cerca de una de las bases aéreas militares rusas, sitio desde el cual se desplegaron los drones ucranianos (crédito: Telegram/Gobierno regional de Irkutsk/Igor Kobzev).
De entrada, la operación no fue descubierta por las agencias de inteligencia rusas previo a su inicio, situación que muestra la poca infiltración y conocimiento que tienen de sus contrapartes ucranianas y occidentales, lo que pone en evidencia una desventaja importante en términos institucionales y de inteligencia. Peor aún: la operación nunca fue identificada durante su desarrollo en territorio ruso, a pesar de que los camiones que transportaban los drones fueron posicionados cerca de las bases aéreas militares rusas, las cuales deberían haber contado con seguridad en el perímetro. En pocas palabras, las agencias de inteligencia y las fuerzas de seguridad estatales rusas nunca se percataron de que Ucrania preparaba un ataque. Una operación de tal escala tanto en recursos como en tiempo —tomó un año y medio planificarla (Smith, 2025)— no debió haber pasado desapercibida. Esto no solo crea desconfianza en las capacidades del Estado ruso y su aparato de seguridad, sino también entre sus miembros.
Otra incógnita importante es si alguien dentro del aparato de seguridad ruso permitió —o en el peor de los casos, respaldó— la operación ucraniana. Putin, sin duda alguna, ahora cuestiona la capacidad o incluso la lealtad de sus agencias. Desde que inició la guerra, el gobierno ruso ha realizado cuantiosas purgas en las fuerzas armadas, de seguridad estatal y de inteligencia nacionales, ya sea por traiciones, rivalidades políticas o incompetencia. Es un hecho que el reciente golpe generará otra purga, especialmente dentro de las Tropas de Misiles de Designación Estratégica, la rama militar encargada del arsenal nuclear ruso.
De tal forma, la acción ucraniana genera profundas implicaciones políticas dentro del Kremlin para el mandato de Putin. En primer lugar, la operación debe ser reconocida como un gesto por parte de Washington que insta a Moscú a tomarse más en serio las negociaciones y a dejar de aplazar las pláticas o cualquier logro diplomático significativo, pues en los últimos meses ha sido notoria la forma en que los medios presentan las negociaciones como una farsa en la que Putin está jugando con Trump. Vale la pena destacar que de acuerdo con algunos diplomáticos rusos este ha sido el objetivo: “Idealmente, el Kremlin espera que Washington permita de forma tácita a Rusia continuar avanzando en el campo de batalla mientras los diplomáticos negocian —o incluso presionar a Kiev a retirar por completo sus tropas de las regiones ocupadas por los rusos, incluyendo Jersón y Zaporiyia—” (Kozlov, 2025).
Aunado a lo anterior, no hay que excluir la posibilidad de una rebelión interna en el Estado ruso en contra de Putin y su generación geopolítica. El éxito de la operación ucraniana y su impacto podrían ser producto de una grave ruptura dentro del régimen, entre una facción que busca continuar con la guerra —y, por ende, reconstruir el imperio— y una que busca la paz —para así poder lograr un acercamiento económico-estratégico con Occidente—.
Asimismo, hay que sumar el hecho de que se ha puesto a cargo a un nuevo comandante de las Fuerzas Terrestres Rusas en Ucrania: el coronel general Andréi Mordvichev (Taradiuk, 2025), quien fue el encargado de tomar Mariupol en 2022. Según palabras de Andrew Davidson, analista geopolítico-militar de Geopolitical Futures, esto indica una apuesta por la doctrina soviética tradicional de abrumar al enemigo con olas de tropas y vehículos, respaldados por intensos bombardeos de artillería. Si el asalto a Mariupol sirve de aprendizaje sobre las tácticas del general ruso, la nueva ofensiva planeada en el este de Ucrania implicaría un costo elevado en bajas para los rusos, las cuales ya podrían estimarse en medio millón, contando tanto a muertos como a heridos.
El sabotaje en la seguridad rusa con el golpe del 1 de junio a una parte fundamental de la tríada nuclear pudo tener el objetivo de generar presión sobre Putin para que comenzara a tomar en serio las negociaciones y así evitar una carnicería. Rusia es un país cuya resistencia social a la guerra es inmensa, pero de ser acertada esta hipótesis, el temor de distintos sujetos en los grupos de poder podría sustentarse en su poca fe de que Rusia logre aguantar más bajas exorbitantes a causa del conflicto. Aunque por lo visto de cómo sigue desarrollando la ofensiva, dicho hipotético sabotaje no sirvió.
En conjunto, todo contribuye a la ruptura que ya se ha señalado en Código Nexus (Araujo, 2025b) y aumenta las tensiones entre los grupos de poder a nuevos niveles. Esta situación se agrava aún más si se considera que desde la segunda mitad del siglo XX, Rusia está entrando a un ciclo de regionalismo geopolítico, y que entre los problemas más representativos del inicio de este tipo de etapas se encuentra el deterioro en el poder del Estado central sobre las regiones y la periferia, la fragmentación de las esferas de poder nacionales-imperiales y el detrimento de las capacidades operativas de las instituciones, especialmente las que mantienen al imperio unido y bajo control.
Esta tendencia ha sido observada por expertos como George Friedman y Phillip Wasielewski, así como por figuras políticas rusas prominentes como Savostianov (2025), quien en el resumen ejecutivo de su reporte para el American Foreign Policy Council —Consejo de Política Exterior Americana—, escribe que el “debilitamiento del yugo del Kremlin sobre el poder es evidente en regiones como Chechenia y Siberia, en donde líderes locales y poblaciones comienzan a demostrar una creciente insatisfacción con la autoridad de Moscú.” Lo cual sucede mientras cambios en las dinámicas geoeconómicas y las consecuencias políticas y militares de la guerra continúan degradando la “relación entre el centro [imperial] y la periferia” (Savostianov, 2025).
Es así como la Operación Telaraña muestra graves dilemas dentro del régimen ruso y su aparato de seguridad. El golpe, aunque sea de carácter militar, tiene un profundo impacto geopolítico, lo que refuerza los indicios de que Rusia está entrando a un ciclo geopolítico de regionalismo y de que Putin es el líder de una generación geopolítica que se desvanece del poder.
El (auto)golpe a Nueva Delhi: Operación Polvo Bermellón
Por varios años, las confrontaciones entre India y Pakistán fueron escalando gradualmente en intensidad y tipo de armamento involucrado (Araujo, 2025a), hasta que en 2025 llegaron a niveles no alcanzados desde hacía décadas: un ataque terrorista perpetrado en contra de civiles —algo novedoso dado el carácter de los ataques previos, dirigidos en contra de fuerzas de seguridad— y que ató las manos de Nueva Delhi al destruir la disuasión existente, una respuesta era inevitable (Bokhari, 2025). El gobierno indio, sin embargo, reaccionó a partir de un cálculo erróneo, lo cual demostró la forma en que intentó sobrepasar sus límites geopolíticos.
Detrás del razonamiento indio se encuentra el hecho de que el gobierno se vio en la necesidad de responder impulsado por distintos procesos sociopolíticos en Bangladés, Pakistán y en la propia India que favorecieron e incluso forzaron una reacción militar. Así, los elementos que contribuyeron a la decisión de Nueva Delhi se enmarcan en cuatro eventos geopolíticamente interconectados: una doméstica y tres externas.
Una India (des)unida
En el ámbito doméstico, India está atravesando un cambio cíclico sociopolítico durante el cual se refuerza la percepción de que una India unida bajo un movimiento nacionalista etnoreligioso hinduista no podrá concretarse. Por ende, tan pronto el panorama político comenzó a respaldar al gobierno —especialmente tras el ataque terrorista dirigido a civiles— este vio una oportunidad para reforzar la percepción de unidad nacional. Pero esa necesidad no surge únicamente a partir de las metas de Modi y su Partido Popular Indio —Bharatiya Janata Party—, sino que es resultado de un imperativo geopolítico.
Resulta evidente que la India no se encuentra unida geopolíticamente, ya que actúa como un imperio cuyas regiones no logran articularse como una entidad interconectada. Es decir que estas actúan de manera individual con sus propios sistemas, sus propias órbitas y objetivos geoeconómicos que, en ocasiones, se contraponen y en donde incluso surgen conflictos de diversa intensidad y carácter. Cada región tiene sus propias redes de poder compuestas por oligarcas o caciques locales y regionales —de hecho, la India que conocemos hoy se formó a partir de las decisiones tomadas por varios caciques regionales, de no haber sido este el caso, existirían más países en el subcontinente indio—. Como resultado, en cada zona existe un determinado sistema jurídico —profundamente marcado por aspectos culturales locales— y una cultura empresarial con protocolos particulares de cada zona. En otras palabras, hacer negocios en Bombay no es igual que hacer negocios en Patna.
Tal como cabría esperar, de esto surge un dilema para Nueva Delhi: el gobierno central debe actuar tomando en cuenta los límites geopolíticos internos y la forma en la cual podrían reaccionar tanto las fuerzas de poder como las sociales de cada región ante diversas acciones por parte del Estado central. Esto se tornó más problemático una vez que el Partido Popular Indio perdió las elecciones parlamentarias en 2024, y se acentuó cuando el panorama externo comenzó a tornarse en su contra.
El revés político externo en el este (y norte)
De forma externa, en el este, dos eventos recientes han sacudido la posición de India: por un lado, en 2024, la generación Z de Bangladés salió a manifestarse en contra del statu quo posindependentista. El resultado fue la expulsión de una fuerza política pro-India y su reemplazo por un régimen que comienza a alinearse con Pakistán y China. Por otro lado, la guerra civil birmana —o de Myanmar— ha generado inestabilidad fronteriza debido al flujo de olas de refugiados, quienes en muchos casos son combatientes que huyen de las derrotas sufridas contra fuerzas rebeldes. Sin embargo, la India carece de influencia o presencia alguna en Myanmar. China y Rusia ejercen mayor protagonismo en el desarrollo del conflicto civil birmano. En consecuencia, India sufre los golpes de la crisis y no tiene la capacidad de responder para minimizar el impacto en sus regiones fronterizas.
Como resultado, se configuran dos frentes de presión: en primer lugar, en contra del gobierno central indio; en segundo, en contra de los gobiernos locales. La manera en la que responda cualquiera de los actores involucrados podría afectar la estabilidad política en las regiones nororientales del subcontinente indio, lo que ocasionaría nuevos problemas ante los cuales Nueva Delhi tendría que redirigir esfuerzos e invertir recursos para hacer frente a los desafíos. Todo ello sin mencionar el incremento de la presión militar china en la frontera norte, específicamente en Cachemira. Y aunque no existe posibilidad de una confrontación de gran escala entre China e India en esa zona, la presencia militar china impone al gobierno indio la necesidad de destinar recursos en la zona. Presencia china en el norte no es nuevo, pero si se ha incrementado la fuerza militar china en el norte.
Por sí solos, estos eventos y sus efectos exigen una respuesta por parte de India. Pero al verse imposibilitado para intervenir directamente en Birmania e incapaz de revertir la situación con facilidad en Bangladés, el gobierno indio dispone de pocas opciones.
¿Tan cerca, pero tan lejos de un milagro asiático?
Aunado a los dilemas de Bangladés y Birmania, el gobierno indio enfrenta un contexto en el que no puede beneficiarse del cambio económico mundial. India no está en una posición geográfica o geopolítica que le permita satisfacer las necesidades estadounidenses —en contraste con México, por ejemplo, que sí cuenta con esa ventaja—. Esto amenaza con crear un desafío a mediano y largo plazo para el gobierno de Modi, en tanto que, si no es capaz de aprovechar los cambios en la economía global para industrializar al país, muchos culparán a su gobierno del fracaso, lo que representaría un golpe más a la unidad india.
Si bien dicho resultado no será estrictamente culpa de Modi —pues, como ya se ha señalado, tanto el país como su gobierno operan en contextos geopolíticos que imposibilitan un cambio de tal magnitud—, pero las políticas y los errores que evidenciaron estos límites no contribuyen a mejorar la situación. Después de todo, el Partido Popular Indio “perdió tanto terreno debido a que el crecimiento económico de la India, por lo demás fenomenal, no llegó a los ciudadanos indios promedios” como escribe Bokhari (2024). No poder replicar un ‘milagro asiático’ en la India resultaría devastador para el movimiento político hinduista de Modi, puesto que reforzaría el fracaso económico que contribuyó a la pérdida de poder parlamentario del Partido Popular Indio en 2024. No obstante, aún más grave sería el impacto sobre el movimiento sociopolítico que intentó unir al país: si el nacionalismo hinduista se ve deslegitimado, tendría que ser aceptada la necesidad de un nuevo ciclo sociopolítico cuyo objetivo ‘nacional’ sea distinto.
La crisis en Pakistán
El último factor externo que influyó en las decisiones tomadas por la India fue la crisis interna de Pakistán. El país, al igual que otros en la región, atravesaba un cambio cíclico sociopolítico: el régimen militarista que fundó Pakistán estaba viviendo un desafío histórico, comparable a los que en su momento afrontaron el régimen posindependentista bangladesí al verse presionado por una creciente resistencia doméstica por razones socioeconómicas y el movimiento nacionalista hinduista en la India que encaró resistencia ante presiones similares. Después de años de poco desarrollo económico y crisis climáticas intensas, emergió Imran Khan, quien llegó al poder para desarticular el statu quo nacional pakistaní.
Sumado a los retos internos, Pakistán se encontraba en una escalada de tensiones militares fronterizas contra Irán y Afganistán. Esto exigía que se invirtieran recursos no solo en la crisis sociopolítica, sino también en las fronteras y en las insurgencias transfronterizas que desafiaban al control territorial pakistaní. Así, India vio cómo el panorama regional se tornaba en su contra; sin embargo, en este punto pudo haber identificado una oportunidad estratégica en Pakistán, dada la creciente fragilidad del Ejército. Eso, junto con el hecho de que Pakistán no escaló de forma dramática las tensiones durante los enfrentamientos transfronterizos anteriores en Cachemira, podría haber influido en las decisiones del gobierno indio.

Un Dassault Rafale de la Fuerza Aérea India en el Aeropuerto LFBD de Burdeos-Mérignac en 2020 (crédito: Dylan Agbagni vía Flickr).
La operación contraproducente
La respuesta india se materializó en la Operación Polvo Bermellón —Operation Sindoor—, cuyo nombre no fue incidental en medio del contexto sociopolítico y geopolítico interno del país: “Bautizada como Operación Sindoor, [el nombre] invocó el símbolo hindú de Sindoor [o polvo bermellón] que significa fidelidad marital y la presencia de un marido” como escribe Goswami (2025). El propósito del nombre era reforzar el nacionalismo hinduista. En términos militares, la operación involucró el bombardeo de infraestructura paramilitar y militar en Pakistán, es decir, bases tanto de grupos terroristas como del propio Ejército pakistaní.
Aunque en un principio se creyó que la India se había abstenido de atacar posiciones militares pakistaníes el 7 de mayo, tres días después ya estaba bombardeando bases militares en dicho territorio (Butt, 2025). Durante la confrontación también se registraron bombardeos con morteros y enfrentamientos con armas de fuego entre fuerzas de seguridad de ambos países. No obstante, para el 12 de mayo, los enfrentamientos comenzaron a disiparse y las tensiones disminuyeron, aunque las fricciones fronterizas continuaron. En cualquier caso, como resultado de los cambios geopolíticos mundiales y sociopolíticos domésticos, los dos países han entrado a una nueva era de confrontación (Bokhari, 2025).
Es posible que los enfrentamientos no cesen e incluso podrían continuar escalando con el tiempo, pues adquirió particular relevancia que, durante el conflicto armado limitado, India perdió varios cazas, incluidos algunos Dassault Rafale, ante misiles y cazas pakistaníes de fabricación china. La proyección de poder india fue desafiada y, en cierta forma, humillada. India se encuentra en paridad con un país que en términos económicos y militares, por lo menos en papel, es más débil. El subcontinente fracasó en su intento de ejercer superioridad tecnológica sobre Pakistán, cuyo Ejército —específicamente su fuerza aérea— fue capaz de responder de forma eficiente al ataque indio. La pérdida de varios cazas occidentales a manos de tecnología militar china y el golpe que sufrió durante el conflicto armado con Islamabad también puso en duda la viabilidad de tener a India como un aliado para contener a China (Bokhari, 2025).
Límites y regionalismo
Ambos eventos y las consecuencias que acarrearon, tanto para los gobiernos de Rusia e India como para el resto del mundo, resaltan dos hechos fundamentales: el primero es que el regionalismo impone severos límites a la proyección de poder de un país, con lo que puede forzarlo a actuar y en caso de sobrepasar dichos límites, sufrir consecuencias significativas, ya sea en el ámbito militar como en el político. En resumen, estos límites evitan que un país pueda proyectar poder y protegerse eficazmente. El segundo hecho muestra cómo el poder y el estatus de un país necesita ser reevaluado, no solo por los gobiernos de los territorios afectados, sino por el mundo en general.
Tanto India como Rusia son claras potencias, pero sus aspiraciones globales son irreales y su proyección de poder al exterior es endeble. A menos de que los sucesos en la región favorezcan al país, India es incapaz de controlar eventos en sus fronteras e influir en su desenlace. Mientras tanto, las instituciones que antes mantenían segura y unida a Rusia están llegando a un punto de deterioro de tal magnitud que la integridad territorial futura de Rusia debería cuestionarse.
Las operaciones militares sufridas en ambos países fueron duros golpes a los movimientos que promueven la unión. En el caso ruso, el shock de la Operación Telaraña sirve como un duro golpe a una facción en el poder que fomenta la unidad a través de la creación de un imperio y la defensa del mismo. La Operación Polvo Bermellón, por su parte, fue un autogolpe que demuestra que los problemas regionales de la India afectan y debilitan al movimiento indio que pretende la unión a través del nacionalismo etnoreligioso hinduista. Aún así, los más afectados serán los líderes que abanderan dichos movimientos o generaciones políticas: Modi y Putin.
Referencias
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Araujo, A. A. (2025b, 5 mayo). ¿El fin de Vladímir Putin? El último zar ruso. Código Nexus. https://codigonexus.com/el-fin-de-vladimir-putin/
Bokhari, K. (2024, 7 junio). India’s Watershed Election. Geopolitical Futures. https://geopoliticalfutures.com/indias-watershed-election/
Bokhari, K. (2025, 8 mayo). A New Reality in the India-Pakistan Conflict. Geopolitical Futures. https://geopoliticalfutures.com/a-new-reality-in-the-india-pakistan-conflict/
Butt, R. (2025, 12 mayo). Nuclear rivals India and Pakistan step back from brink of war. Here’s a timeline of how it happened. Associated Press News. https://apnews.com/article/pakistan-india-tensions-timeline-kashmir-d43f29a59c31e2cf5e56c119aa098cb9
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Kozlov, P. (2025, 23 marzo). Playing for Time: What the Kremlin Wants in New Talks with the U.S. on Ukraine. The Moscow Times. https://www.themoscowtimes.com/2025/03/23/playing-for-time-what-the-kremlin-wants-in-new-talks-with-the-us-on-ukraine-a88445
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