Después de que el Consejo Nacional Electoral (CNE) de Venezuela declaro una leve victoria electoral a favor de Maduro, pero «contundente e irreversible» el pasado domingo 28 de julio, pese a que no se habían presentado todas las actas de las mesas electorales (es decir, no se habían contabilizado todos los votos), se comenzaron a desatar protestas en diferentes ciudades de Venezuela. Ahora, además de que el régimen se enfrenta a una serie de manifestaciones, a la crisis se han sumado una multitud de grupos criminales, como el Tren del Llano, rumores y reportes de que miembros de las fuerzas armadas se han rehusado a acatar órdenes y que incluso militares no activos se han declarado en contra del régimen y varios gobiernos en la región buscan mediar la situación para evitar que empeore más la crisis venezolana.
Pero el gobierno de Maduro ya se ha enfrentado a crisis similares en el pasado, como en 2013-14 y 2018-19. Incluso, durante la segunda crisis, se enfrentó a una insurrección armada fallida, liderada por el entonces principal líder opositor Juan Guaidó. Lo que deja en duda sobre si esta crisis será la que finalmente derroque al régimen dictatorial del chavismo-madurista. Ciertamente, el movimiento chavista ha comprobado ser capaz de lidiar con desafíos sociopolíticos de gran calibre en el pasado, con la movilización de sus seguidores y varios grupos que los respaldan, como los grupos de choque, los colectivos, organizaciones criminales y grupos paramilitares.
Sin embargo, el régimen muestra señales de debilidad y los elementos que anteriormente permitían su continuidad en el poder ya se están desbaratando. Aunado a esto, el país venezolano está pasando por una transformación en la que el régimen ya no tendrá lugar alguno en el futuro. Por ende, similar a como otros regímenes han visto desencadenarse su fin tras graves crisis políticas y económicas, el gobierno de Maduro no será la excepción.
Foto de un ciudadano venezolano depositando su voto en una boleta del CNE (Crédito: Xinhua)
¿Maduro ganó las elecciones?
De acuerdo con el CNE, Maduro ganó las elecciones nacionales el pasado domingo. Por su parte, la oposición ha declarado que el candidato opositor, Edmundo González Urrutia, ganó definitivamente las elecciones. Sus argumentos recaen en que González ganó aproximadamente más del 70% de los votos a nivel nacional, según las actas que fueron entregadas a la oposición por funcionarios del CNE y que publicaron en línea (Meza & Zegarra, 2024; CNN Español, 2024). No obstante, no basta con solo tomar a consideración lo que mencionan los candidatos, ya que hay varios más hechos que dan más claridad sobre quién pudo realmente haber ganado las elecciones el 28 de julio.
Después de que en abril María Corina Machado había sido inhabilitada para participar en las elecciones presidenciales del 2024 y Edmundo González Urrutia fue anunciado – por unanimidad – como el candidato de la Plataforma Unitaria Democrática (PUD), la principal coalición opositora de Venezuela, tan solo el siguiente mes, en mayo, varias encuestadoras comenzaban a apuntalar al candidato opositor como el preferido por el electorado venezolano para las elecciones presidenciales de julio (DW, 2024;VOA, 2024).
Su ventaja porcentual, en la que normalmente llevaba una ventaja abrumadora frente al candidato chavista del oficialismo, Nicolás Maduro, se mantuvo durante todo el recorrido electoral hasta julio. Como respuesta, el gobierno de Maduro respondió con un cierre de las fronteras nacionales el 26 de julio, cerrando todas las vías al país desde la terrestre hasta la marítima y la aérea (CNN Español, 2024). Aunado a esta respuesta, el gobierno también inhabilitó el voto para varios ciudadanos que emigraron fuera del país, entre los aproximadamente 8 millones de venezolanos que viven fuera de Venezuela, solo 68,000 pudieron registrarse para votar, logrando atravesar una serie de obstáculos burocráticos (Elliott et al., 2024). Estas medidas se sumarían al hecho de que se reportaron retrasos en los centros de votación y el cierre temprano de estos centros por militares o paramilitares, a pesar de que el CNE había ordenado que se mantuvieran abiertos hasta que todos los ciudadanos pudieran votar (Vega, 2024).
Estas medidas implementadas por el régimen chavista eran de esperarse, en especial debido a que anteriormente no se había enfrentado a una coalición opositora unida, organizada y decidida a participar en las elecciones nacionales, a diferencia de otras ocasiones cuando se encontraba dividida o se abstenía de participar debido a los obstáculos electorales y políticos a los que se enfrentaba. Sin embargo, en esta ocasión la decisión de participar y la popularidad de Corina y González hicieron difícil no reconocer las claras obstaculizaciones burocráticas, electorales y políticas, lo que explica en parte la respuesta de varios gobiernos en la región que, pese a su respaldo diplomático, en esta ocasión no han estado dispuestos a respaldar en su totalidad a Maduro.
Dados los desarrollos, tanto político-electorales como diplomáticos de los últimos meses, desde finales del año anterior se podría decir firmemente que el régimen chavista ya veía lo que se aproximaba en el horizonte. Incluso el presidente colombiano, Gustavo Petro, intentó mediar una probable transición y salida del gobierno de Maduro (Galarraga et al., 2024). Sin embargo, según Galarraga et al. (2024) estos planes por parte de Petro fueron ignorados por el mandatario chavista. Lo que refuerza un hecho fundamental sobre lo que podría ser el fin del régimen, Maduro ha cavado su propia tumba.
Reunión entre el presidente ruso, Boris Yeltsin, y el primer ministro ruso, Vladimir Putin, en el Kremlin en 1999 (Crédito: Oficina Presidencial de Prensa e Información vía Wikimedia Commons)
Crisis nacionales y la caída de regímenes
La economía venezolana ha estado en una profunda crisis desde el 2012 tras la caída de los precios en el petróleo. Sin embargo, la depresión económica por la que pasa la nación sudamericana no solo se debe a una caída en los precios del petróleo a nivel internacional. A esta pérdida de capital se le tendrían que sumar las sanciones estadounidenses y la corrupción dentro del gobierno venezolano, pero más importante aún, serían el conjunto de políticas e iniciativas económicas que perjudicaron al país gravemente y causaron un derrumbe económico nacional, más que las razones anteriormente señaladas. Estas serían la creación de un Estado expansivo sin controles, la degradación del sector privado circunscrito con un exceso de controles como escribe Corrales (2017) y, como lo señala Mariana*, el deterioró de la tecnocracia, tanto gubernamental como en el sector económico nacional, la empresa paraestatal de Petróleos de Venezuela (PDVSA) estaría entre las principalmente afectadas por este deterioró profesional e institucional.
* Mariana es una especialista en temas de Latinoamérica cuyo nombre fue cambiado por cuestiones de seguridad.
En varias ocasiones, dada la gravedad de la crisis económica a la que se enfrenta Venezuela, varios analistas, comentaristas, politólogos y funcionarios de otros gobiernos en la región llegaron a pensar que el gobierno de Maduro vería su fin a manos de las múltiples manifestaciones que se desatan después de cada elección presidencial. Como consecuencia, el error en estas conclusiones o ‘predicciones’ político-económicas sobre el régimen chavista y la capacidad de este mismo de resistir y permanecer en el poder en Venezuela dieron paso a muchas observaciones erróneas sobre el proceso político por el que pasa Venezuela. Inclusive, algunos han alegado que el régimen chavista que heredo Maduro no verá su fin pese a la situación económica y política del país.
No obstante, aunque la capacidad de resistencia del régimen chavista no es nada nuevo y la situación que enfrenta en la actualidad se asemeja mucho a los contextos que enfrentaron otros regímenes, estos, pese a sus esfuerzos por mantenerse en el poder, tuvieron que claudicar debido a las diversas crisis políticas y económicas que acechaban a sus países.
Para el presente artículo veremos tres casos sobre tres diferentes regímenes que tuvieron que dejar el poder tras una serie de crisis económicas, políticas y sociales, siendo los casos: el régimen unipartidista del PRI en México, el régimen democrático ruso de la década de 1990 y el caso del régimen monárquico del Shah en la década de 1970. Cabe destacar que estos regímenes presentan diferencias en la forma en que se desarrollaron sus procesos de decadencia y los cambios que produjeron su fin, sin embargo, sirven para establecer una serie de lineamientos que ayudan a comprender simultáneamente la durabilidad y la finalización de sus sistemas políticos.
MÉXICO: FIN DEL UNIPARTIDISMO AUTORITARIO
Cuando se pudo expulsar a los últimos porfiristas en 1936 con el exilio de Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas se propuso el objetivo de crear un régimen que pudiera perdurar a través de varias crisis y por fin poder estabilizar y traer paz a México de manera duradera. Éste sería el régimen unipartidista del PRI, cuya estructura de poder incorporaría a varios grupos de poder y de intereses, como militares, líderes sindicales, empresarios y figuras políticas claves, tanto nacionales como regionales.
Después de algunas décadas de éxito económico y político, este régimen entró en una crisis sociopolítica en la década de 1960, ya que una clase media urbana exigía representación en esa estructura de poder, que los había excluido desde un principio (Schettino, 2023). Cuando las manifestaciones estudiantiles comenzaron a retar la estabilidad política nacional, el régimen respondió con la masacre estudiantil de 1968 (Ronfeldt, 1985). Tras esta crisis, el régimen buscó enmendar las cosas, no al integrar a la clase media, pero al intentar comprarsela en la década de 1970 (Schettino, 2023). Sin embargo, sus políticas económicas y sus gastos gubernamentales quebraron al país y lo sumergieron en múltiples crisis, como la de 1976 y la Crisis de la Deuda que duró entre 1982 y 1988 (Buffie & Krause, 1989). Durante estas crisis, se desarrolló una ruptura entre el bando unipartidista nacionalista, que buscaba mantener vivó al régimen a toda costa y el bando tecnocrático, que priorizaba la estabilidad nacional. Con el tiempo, después de la llegada de los tecnócratas al poder con Miguel de la Madrid en 1982, fue claro que para lograr la estabilidad nacional se tenía que sacrificar al régimen y los tecnócratas rápidamente mostraron estar dispuestos a hacerlo. Entre 1986 y 1997, los tecnócratas implementaron una serie de reformas económicas y políticas que terminaron con el régimen unipartidista, dando paso al régimen democrático en el 2000.
De esta forma, vemos cómo tomó una crisis sociopolítica de 10 años y una crisis económica de otros 8 años (no continuos, pero sí lo suficientemente problemáticos para resaltar vulnerabilidades estructurales) para que el fin del régimen unipartidista se pudiera materializar. El cual se dio porque los tecnócratas, lo que se podría considerar como una fuerza ‘opositora’ al modelo de gobernanza tradicional, prefirieron recuperar la estabilidad nacional y asegurar así la seguridad nacional a expensas del régimen unipartidista, es la razón por la que los tecnócratas no estarían dispuestos a permitir el regreso de los unipartidistas nacionalistas al poder, lo que culminó en el probable fraude electoral de 1988 y la elección de Estado en 1994*. Más importante fue que a partir de 1981, dentro del Ejército mexicano, se conformó un cuerpo de oficiales de rango medio junto con algunos jefes militares (generales) que respaldaron los cambios con tal de asegurar la defensa y estabilidad del país (Ronfeldt, 1985). Es decir, existía un grupo de militares y políticos que buscaban salvar al país de lo que percibían como un probable futuro peligroso (i.e. posible inestabilidad social inmensa y una probable guerra civil). En cierta forma, cuando el régimen que se suponía debía traer paz a México se volvió en la amenaza a esa paz, este se tuvo que sacrificar por el bien del país.
* Una elección de Estado es un proceso electoral en el cual el gobierno interviene durante las elecciones para influir en los resultados electorales, esta intervención se logra mediante programas de clientelismo (o asistencialismo), la movilización de empleados del gobierno para apoyar al candidato del oficialismo, y el uso de varios mecanismos y medios gubernamentales para que el presidente y su gabinete puedan transmitir propaganda electoral al público.
RUSIA: LA DÉCADA CAÓTICA
Para principios de 1980, ya era claro que existía un grave declive económico en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Cuando la élite gobernante, de carácter fundamentalista-socialista que había generado el declive económico, también invadió Afganistán y generó más problemas sociopolíticos para la URSS. Era claro que había necesidad de un profundo cambio en el Imperio soviético (Sánchez, 1996; Reuveny & Prakash, 1999). Es con este contexto que Mikhail Gorbachov, un tecnócrata-socialista, llega al poder en 1986. Para mediados de 1980, ya no había vuelta atrás y era necesario reformar a la Unión Soviética para remediar los problemas económicos y sociopolíticos (Gorbachov, 1990).
El problema fue que las reformas se implementaron en el peor momento posible, cuando el Ejército soviético ya había perdido su estatus como una fuerza militar aplastante. Con una crisis económica en la URSS y con su humillación en Afganistán, el Ejército soviético fue incapaz de reprimir las manifestaciones sociales en Europa Oriental y establecer el control necesario para que las reformas se implementarán y la Unión Soviética sobreviviera políticamente a estos cambios (Reuveny & Prakash, 1999). Esto terminó con su disolución en 1991, es después de esta disolución imperial que iniciaría la etapa democrática en la Unión Soviética. No obstante, las fuerzas tecnocráticas liberales y las democráticas en Rusia se verían inmiscuidas en 1992 en otra guerra humillante y desastrosa en Chechenia y una larga crisis económica durante la década de 1990 (Porras, 2023; Galeotti, 2022). Esto se sumó a un grave deterioró político e institucional en la Federación Rusa, en el que las organizaciones criminales rusas lucharon ferozmente por poder e incluso los Spetsnaz se habían vuelto sicarios para las mafias rusas (Galeotti, 2022; Yegórov, 2019). Con estos elementos es que llegaría el fin del régimen democrático ruso en 1999 por medio de lo que Wasielewski (2023) cataloga como un ‘golpe de Estado de inteligencia’ por parte de un grupo de exagentes de la KGB, entre los cuales se encontraba Vladimir Putin, comúnmente conocidos como la silovikí (que en ruso significa ‘hombres fuertes’).
La inhabilidad del régimen democrático en recuperar el control político y militar del territorio ruso, sumado a una crisis económica que duró toda la década de 1990, fue el incentivo suficiente para que la siloviki, un grupo de exagentes de la KGB y otros grupos de poder, como oligarcas ultranacionalistas, llevaran a cabo un golpe de Estado en 1999 y transformaran el régimen en la Federación Rusa. Similar a como sucedió en México, el régimen fue sacrificado a favor de la seguridad nacional y la necesidad de estabilizar al país social y económicamente.
IRÁN: FIN DE LA MONARQUÍA TRANSFORMADORA
Después de que a principios de 1953 se desarrollará una rivalidad política entre el primer ministro iraní, Mohammad Mosaddegh, y Mohammed Reza Shah, el rey de Irán (Shah significa rey en persa), los estadounidenses y los británicos tomaron la decisión de respaldar al Shah en su golpe de Estado contra el primer ministro ese mismo año (Afary, 2024). Más tarde, en 1963 el Shah implementó una serie de reformas políticas y económicas durante lo que se llegaría a conocer como la Revolución Blanca. Estas reformas eran un conjunto de iniciativas agresivas que buscaban modernizar al país, forzando la industrialización, la urbanización y la occidentalización del país.
Varios grupos de intereses tradicionales en el país, como los clérigos e influyentes terratenientes, perdieron poder por las reformas, las cuales también destrozaron la economía rural iraní (Afary, 2024). Aunado a estos bruscos cambios estructurales, pronto la economía se vería negativamente afectada en la década de 1970 por el fin del sistema financiero de Bretton Woods, el impacto en el mercado petrolero internacional de la Guerra de Yom Kippur y el subsiguiente embargo petrolero por parte de los países árabes contra Occidente, lo que afectó el consumo de combustible globalmente. Pese a que Irán era un país con una basta riqueza petrolera, el Shah nunca priorizó la distribución del capital hacia la población. Esto implicó que un alto déficit público (enfocado en proyectos de infraestructura y las fuerzas armadas) y el costoso estilo de vida del Shah y su familia se contrastará con la alta inflación, el estancamiento en el poder adquisitivo del pueblo iraní y en el estilo de vida de la población civil (Afary, 2024).
Tomó 16 años del impacto de las reformas y 9 años de una crisis socioeconómica que afectó principalmente a la población civil iraní, la cual no se vio reflejada en la economía nacional, para que el pueblo iraní finalmente se alzará contra el Shah en 1979. Algo que resulta crucial resaltar sobre la Revolución Iraní, es que estuvo marcada por dos hechos importantes: Uno sería que la revolución fue dominada por el clero, no por los nacionalistas laicos, ya que a la policía secreta del Shah, conocida como la Savak, se le dificultaba poder espiar a los clérigos conspiradores, quienes organizaron su revolución desde las mezquitas, donde la Savak no podía adentrarse para poner micrófonos. La otra sería que, durante las manifestaciones, el Ejército iraní se echó para atrás y se rehusó a reprimir al pueblo iraní, por lo que prácticamente abandonó al Shah y a la Savak a su suerte. De esta forma, el fin del régimen monárquico iraní se terminó cuando había generado una profunda crisis nacional que atentaba contra la defensa de Irán y se enfrentó a una oposición islámica revolucionaria organizada.
EL FACTOR COMÚN
Consiguientemente, el régimen unipartidista del PRI en México, el régimen democrático en Rusia y el régimen monárquico en Irán vieron materializarse su fin tras aproximadamente una década de severas dificultades socioeconómicas que atentaban, no contra la estabilidad de los mismos regímenes, sino contra la seguridad nacional de sus respectivos países. En los tres casos o pasaron aproximadamente entre 9 y 10 años de crisis económicas o los problemas económicos de fondo eran obvios y un grupo opositor organizado se movilizó para derrocar al régimen, sacrificando así a los regímenes a favor de la estabilidad y seguridad nacional, evitando posibles guerras civiles.
Nicolás Maduro en la vigésima cumbre del ALBA-TCP con los jefes de Estado y de Gobierno de los países miembros en La Habana, Cuba, en 2021 (Crédito: Cancillería Venezuela vía Flickr)
¿Cómo podría terminar el régimen chavista?
Con los sucesos de los tres casos políticos anteriores en mente, cabe la duda sobre cómo terminará el actual régimen del chavismo. En especial si comenzamos a recopilar los elementos que se están presentando en Venezuela este 2024 y que no se habían presentado anteriormente en el país.
En primer lugar, está la unión y organización de la oposición, la cual creó una coalición eficaz y eficiente. Anteriormente, la oposición o estaba dividida o no participaba en los procesos electorales, lo que dificultaba el respaldo militar de la misma. En los casos políticos de ejemplo anteriores, el apoyo social a la oposición o era clara o simplemente existía una oposición organizada y los problemas que enfrentaba el país eran claros.
En segundo lugar, la capacidad del gobierno de continuar con sus programas de asistencialismo se ha visto gravemente afectados por las finanzas públicas, la corrupción y la mala administración por personal no calificado para manejar al gobierno o al brazo económico del Estado. Lo que ha empeorado el impacto socioeconómico en el país, aumentando el descontento social hacia el gobierno.
En tercer lugar, el gobierno se encuentra en una fuerte crisis económica con la que ya no puede lidiar. Desde el 2012 y 2013, el gobierno de Maduro ha sido capaz de lidiar con el deterioro económico por la simple abundancia que existía en el país, pero la mala administración de los recursos del país le restó la capacidad de continuar resistiendo la crisis económica nacional.
En cuarto lugar, existe una clara desorganización dentro del bando en el poder. El arresto de varios exaliados de Nicolás Maduro demuestra que el mismo grupo en el poder está sacrificando a sus aliados para lograr crear algún apoyo social (Frangie-Mawad, 2024). Por otro lado, existen miembros dentro del movimiento chavista que acusan a Nicolás Maduro de traicionar al chavismo y de implementar reformas neoliberales, mientras también están empezando a salir a la luz una pequeña, pero importante, cantidad de tecnócratas que, pese a su pertenencia al Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y lo que sería el movimiento del chavismo, no usan la misma retórica chavista e implementan políticas-económicas contrarias a las del chavismo. Es decir, hay facciones que o ya no se apegan al chavismo o rechazan a Maduro por considerarlo ‘neoliberal’, lo que resalta las grandes rupturas dentro del chavismo y el hecho de que ya hay un reconocimiento dentro del grupo de poder que su modelo político-económico ya no sirve para cumplir con las necesidades económicas y políticas del país.
En quinto lugar, la participación activa y organizada de la oposición ha dificultado el respaldo político y diplomático del régimen. Aunado a este panorama diplomático desfavorable, el gobierno ya no cuenta con aliados para realmente apoyarlo para mantenerse en el poder. Cuba se enfrenta a su propia crisis transicional, Rusia se encuentra ocupada en África, Cuba y, más importante, en Ucrania, mientras que China tiene sus propias preocupaciones económico-financieras nacionales. El contexto internacional ya no favorece al gobierno de Maduro.
Por último y más importante, es que el manejo gubernamental de la economía y la política nacional es visto como la principal causa de la crisis socioeconómica y política que enfrenta el país. Algo problemático si la oposición, en especial el principal candidato, Edmundo González, se presenta como un tecnócrata que ayudará a recuperar la habilidad gubernamental e institucional de administrar al país correctamente.
Teniendo en cuenta estos elementos y el hecho de que el Estado chavista fue incapaz de ganar una elección de Estado (diferente al caso mexicano, pero similar en el sentido de que hubo una fuerte intervención gubernamental en el proceso electoral), podemos darnos una mejor imagen sobre la situación que enfrenta el régimen. Ahora el régimen se enfrenta a una oposición, que no solo está unida y organizada, sino que cuenta con la mayoría del respaldo popular en el país. El gobierno de Maduro se enfrenta a un nuevo oponente, no a la oposición de las últimas dos décadas del chavismo en Venezuela.
Sumamos esto al hecho de que varias organizaciones criminales (cuyas capacidades operativas han mejorado drásticamente en los últimos años) se están sumando a la crisis nacional y existen amenazas de una guerra civil, algo más creíble ahora que en crisis sociopolíticas anteriores debido al vasto impacto de la crisis socioeconómica nacional, entonces existen los incentivos para sacrificar al régimen chavista por el bien del país. Las instituciones, los mecanismos y los grupos de poder que había creado antes el régimen, ahora se han vuelto en su contra o han sido incapaces de cumplir con sus funciones. El gobierno de Maduro simplemente ya no cuenta con el contexto político nacional lo suficientemente favorable para continuar en el poder.
Referencias
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