Israel y el grupo militante palestino Hamás firmaron el pasado jueves un acuerdo de cese al fuego que incluye la liberación de rehenes y prisioneros de ambos bandos. Esta medida forma parte de una iniciativa de mediación internacional orientada a poner fin a la guerra en Gaza. El pacto prevé la suspensión de las hostilidades, una retirada gradual de las fuerzas israelíes del territorio y el ingreso masivo de transportes con alimentos, medicinas y ayuda humanitaria destinados a la población civil gazatí.
El acuerdo busca cerrar un ciclo de violencia iniciado el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás lanzó un ataque sorpresa contra el sur de Israel, en el que murieron más de 1,400 personas y unas 240 fueron tomadas como rehenes. Desde entonces, la respuesta israelí incluyó una ofensiva aérea y terrestre de gran escala en la Franja de Gaza, con el objetivo declarado de eliminar la estructura militar y política de Hamás.
Para comprender la complejidad del conflicto y el contexto político palestino, es fundamental analizar la naturaleza e historia del movimiento Hamás, grupo que, por un lado, es designado como organización terrorista por Estados Unidos, la Unión Europea y Reino Unido y, por otro lado, es un movimiento político con profundas raíces sociopolíticas que, tras obtener una victoria electoral en 2006 y una posterior corta guerra civil en 2007, se convirtió en el gobierno de facto de la Franja de Gaza.
Palestina: del Imperio otomano a la Resolución 181
El término Palestina proviene de Filistea, la tierra de los filisteos, un pueblo probablemente originario del mar Egeo que se asentó en la costa suroeste de Canaán hacia el siglo XII a. C. Sin embargo, el nombre adquirió carga política desde el siglo II d. C., cuando el emperador romano Adriano rebautizó la provincia de Judea como Syria Palaestina con el propósito de borrar la identidad judía de la región tras las rebeliones de los años 66 y 135. Desde entonces, el territorio cambió repetidamente de manos —romanos, bizantinos, califatos islámicos, cruzados, mamelucos y, por último, otomanos— sin constituir una entidad soberana. Bajo el Imperio otomano, la región fue un mosaico de distritos administrativos dependientes de Damasco.
Tras la Primera Guerra Mundial y la disolución del Imperio otomano, la Sociedad de las Naciones otorgó al Reino Unido el Mandato sobre Palestina en 1922, incorporando la Declaración Balfour de 1917, que apoyaba el establecimiento de la comunidad judía en ese sitio. Durante el mandato británico, la inmigración judía aumentó significativamente, sobre todo en la década de 1930, debido a la persecución nazi. Estas presiones sociales, aunadas al dominio británico, generaron movimientos árabes palestinos independentistas que rechazaban el estatus político posotomano.
Las rebeliones de los años treinta fueron duramente reprimidas, dejando una sociedad fragmentada y políticamente frustrada. Más aún, existía un profundo dilema en el ámbito sociopolítico palestino; no existía consenso alguno y la población palestina vivía bajo un régimen semifeudalista, dificultando la reclamación de derechos de los palestinos y el arribo de los judíos (Araujo, 2025). Ante ello, Londres consideró varias opciones para facilitar la independencia a esa tierra devastada por la violencia y en 1947 acudió a las Naciones Unidas para que resolvieran el problema.
Como respuesta, las Naciones Unidas aprobaron la Resolución 181, que proponía dividir el territorio en dos Estados, uno árabe y otro judío, con Jerusalén bajo administración internacional. Sin embargo, solo Israel proclamó su independencia en 1948, lo que desencadenó una guerra con los países árabes vecinos. Durante el conflicto, Israel ocupó la mayor parte del territorio y más de la mitad de la población palestina fue desplazada o expulsada, originando una diáspora palestina que marcaría el futuro del movimiento nacional.
Este momento histórico puede leerse, siguiendo a Khashan (2023/2024), como el punto de partida de una “asimetría estructural”: Israel nació con reconocimiento internacional pleno, mientras Palestina quedó relegada a la categoría de “proyecto” dependiente de resoluciones externas. Desde entonces, ningún proceso diplomático, ni siquiera los respaldados por la ONU, ha reconocido formalmente un Estado palestino soberano.
La pugna por la dirección de la causa palestina
La pugna por la dirección de la causa palestina marcó los primeros años del conflicto. Los estados árabes, compitiendo por el liderazgo regional, buscaron canalizar la resistencia palestina según sus propios intereses (Araujo, 2025). Esta dinámica culminó en 1964 con la creación en Jerusalén de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), un organismo patrocinado por la Liga Árabe para mantener la causa palestina dentro de un marco controlado.
La aspiración de crear una organización verdaderamente independiente con el mismo objetivo tiene sus orígenes a finales de la década de 1950, cuando Yasser Arafat fundó el Movimiento de Liberación Nacional Palestino (Fatah). Este movimiento, de carácter secular y nacionalista, surgió con el propósito explícito de liberar Palestina mediante la lucha armada, al margen de las agendas de los gobiernos árabes. La creciente influencia de Fatah, fortalecida tras la derrota árabe en la Guerra de los Seis Días de 1967, permitió a Arafat asumir la presidencia de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en 1969, transformándola así en la institución nacional autónoma del pueblo palestino.
Sin embargo, a la luz del análisis de Khashan (2023/2024), la noción misma de un “Estado palestino” se encontraba, desde su origen, en disputa conceptual. Israel se negó a reconocer formalmente la existencia de un pueblo palestino como sujeto político soberano, y los acuerdos internacionales —incluidos los de Oslo— omitieron cualquier mención explícita a la creación de un Estado palestino. La OLP, pese a su reconocimiento internacional, se desenvolvió dentro de los límites de un sistema diseñado para impedir su plena soberanía.

El primer ministro israelí, Yitzhak Rabin, el presidente estadounidense, Bill Clinton, y el presidente de la OLP, Yasser Arafat, se dan la mano después de firmar los Acuerdos de Oslo en 1993 (crédito: Vince Musi/White House).
Los Acuerdos de Oslo y su estancamiento estructural
Durante las décadas posteriores a la guerra de 1967, Fatah se consolidó como la principal fuerza del movimiento nacional palestino bajo el liderazgo de Arafat, quien convirtió a la OLP de un paraguas controlado por los Estados árabes en una institución nacional palestina.
La OLP participó en diversos procesos de negociación con Israel, cuyo punto culminante fueron los Acuerdos de Oslo de 1993, que representaron un avance significativo hacia la resolución del prolongado conflicto entre ambos pueblos. Por primera vez, se estableció un reconocimiento recíproco: Israel aceptó a la OLP como legítima representante del pueblo palestino, lo que implicaba de manera indirecta el reconocimiento de una autonomía palestina en Cisjordania y la Franja de Gaza, mientras que los palestinos reconocían el derecho de Israel a existir y se comprometían a renunciar al terrorismo.
Sin embargo, Khashan (2023/2024) subraya que incluso en Oslo la palabra “Estado” estuvo ausente. La creación de la Autoridad Palestina fue concebida como un mecanismo administrativo, no como una entidad soberana. Israel, afirma, aceptó la negociación no como un paso hacia la autodeterminación palestina, sino como una maniobra para “ganar tiempo” mientras consolidaba su control territorial mediante asentamientos y anexiones parciales.
Los acuerdos también establecieron la creación de la Autoridad Palestina (AP) como un gobierno interino de autogobierno en partes de Cisjordania y Gaza. Su objetivo era implementar un proceso de paz gradual que resolviera en cinco años los temas pendientes: fronteras, Jerusalén, refugiados y asentamientos israelíes. A partir de entonces, Fatah pasó a encabezar esta nueva entidad y se convirtió en el partido gobernante del incipiente autogobierno palestino.
Sin embargo, el incumplimiento de los acuerdos por parte del gobierno israelí de Benjamín Netanyahu, primer ministro desde 1996, y la corrupción interna dentro de la AP generaron una profunda frustración y un creciente descontento social. Este vacío político y moral fue ocupado por una nueva fuerza que había emergido años antes: Hamás.
El surgimiento y la influencia de Hamás
En 1987, tras el estallido de la Primera Intifada, un levantamiento masivo contra la ocupación de Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este, surgió Hamás como el brazo de la Hermandad Musulmana en Gaza. Fundado por el jeque Ahmed Yassin, antiguo militante de la organización egipcia, Hamás nació con una ideología islamista y nacionalista, presentándose como una alternativa de resistencia que rechazaba cualquier acuerdo con Israel y combinaba la lucha armada con una amplia red de servicios sociales, caritativos, educativos y religiosos, lo que le permitió ganar apoyo tanto en la diáspora como en los territorios ocupados.
En la lógica planteada por Khashan (2023/2024), el ascenso de Hamás no solo fue una reacción al fracaso de Fatah, sino una consecuencia directa de la “ilusión” de Oslo: al no ofrecer una vía real hacia la soberanía o al mejoramiento del estatus socioeconómico y político palestino, el proceso diplomático alimentó la legitimidad de la resistencia armada.
El movimiento siguió una ruta opuesta a la vía pacífica emprendida por la OLP y por los países árabes que habían firmado tratados con Israel, como Egipto y Jordania. Rechazó subordinarse a la OLP y revivió el llamado original a la “liberación de Palestina”, consolidando su influencia mediante victorias en elecciones locales, sindicatos y universidades, tanto en Cisjordania como en Gaza, al capitalizar el desgaste de Fatah y la pérdida de legitimidad de la OLP. En el plano militar, Hamás adoptó tácticas de atentados suicidas durante la década de 1990, especialmente tras la masacre de Hebrón de 1994, lo que marcó profundamente su imagen internacional. Dichas tácticas dañaron su reputación ante la comunidad internacional y reforzaron su designación como organización terrorista por parte de Israel, Estados Unidos y la Unión Europea.
La Segunda Intifada, un nuevo levantamiento palestino contra Israel ocurrido en el año 2000, estalló como consecuencia del estancamiento de los Acuerdos de Oslo. Israel respondió mediante una represión masiva, la construcción del muro de separación y la reocupación parcial de los territorios palestinos. Paralelamente, la Liga Árabe (2002) y el Cuarteto Internacional (Estados Unidos, Unión Europea, Rusia y Naciones Unidas) promovieron la solución de los dos Estados, aunque sin resultados tangibles.
En 2005, Israel anunció su retirada unilateral de la Franja de Gaza, manteniendo, no obstante, el control de las fronteras, las costas y el espacio aéreo. Un año después, en 2006, Hamás obtuvo una victoria electoral histórica en los comicios del Consejo Legislativo Palestino, reflejo del creciente descontento ciudadano frente a la ineficacia y corrupción percibidas en Fatah. Aproximadamente la mitad del electorado respaldó a Hamás por su programa de resistencia y su labor social con los sectores más desfavorecidos, mientras que la otra mitad lo hizo movida por la frustración ante el fracaso del proceso de paz. El triunfo de Hamás confirma, según Khashan (2023/2024), que mientras Israel mantuviera el control sobre los territorios y se negara a reconocer la estatalidad palestina, cualquier proceso político moderado estaba condenado a la erosión. Hamás capitalizó ese desencanto convirtiendo la frustración social en un discurso de resistencia existencial.
El ascenso de Hamás al poder transformó radicalmente la política palestina y el equilibrio regional: por primera vez en más de medio siglo, un movimiento islamista desplazaba a un liderazgo secular mediante un proceso democrático, hecho que generó orgullo entre los palestinos y preocupación en los gobiernos árabes y occidentales. De esta forma, Palestina fue el primer indicio de que el secularismo socialista en el mundo árabe comenzaba a retroceder, algo que luego adquirió fuerza con la Primavera Árabe en 2011. Prácticamente, entre 1979 y 2021 ha habido una sistemática resistencia islámica frente al status quo del orden bipolar.
En 2007, las tensiones entre Fatah y Hamás derivaron en un conflicto armado interno que culminó con la toma militar de la Franja de Gaza por parte de Hamás, mientras Fatah mantuvo el control de Cisjordania. Desde entonces, el pueblo palestino ha permanecido dividido en dos entidades políticas rivales: una bajo la autoridad de Fatah y otra gobernada por Hamás.
La confrontación con Israel
Cinco años más tarde, en junio de 2008, entró en vigor un alto el fuego entre Hamás e Israel, mediado por Egipto, con el propósito de detener los ataques con cohetes y aliviar el bloqueo sobre Gaza. No obstante, el acuerdo se derrumbó en diciembre del mismo año tras una nueva escalada de violencia. A finales de 2008, Israel lanzó la Operación “Plomo Fundido”, una ofensiva aérea y terrestre contra objetivos de Hamás en respuesta a los ataques con cohetes sobre su territorio.
Posteriormente, entre julio y agosto de 2014, Israel ejecutó la Operación “Margen Protector” contra Hamás. De acuerdo con la ONU, el conflicto dejó más de 2,200 palestinos muertos; se estima que el 70% eran civiles y 73 israelíes fallecidos, la mayoría soldados.
En 2017, el Ejército israelí cerró los cruces fronterizos de Kerem Shalom y Erez, los únicos activos con Gaza, alegando motivos de seguridad. Ese mismo año, el presidente Donald Trump reconoció a Jerusalén como la capital de Israel y ordenó el traslado de la embajada estadounidense, decisión que agravó las tensiones regionales.
En mayo de 2018, durante los enfrentamientos en la frontera de Gaza, las fuerzas israelíes mataron a 58 palestinos y dejaron más de 2,700 heridos, según el Ministerio de Salud palestino, el cual es controlado por Hamás. Un año después, manifestaciones masivas en campos de refugiados como Jabaliya y Deir al-Balah denunciaron el deterioro económico y social en el enclave. Los enfrentamientos se intensificaron en 2021, tras el intento de desalojo de familias palestinas en Jerusalén Este, que desencadenó una nueva ola de violencia. Los disturbios en la Explanada de las Mezquitas derivaron en una guerra abierta entre Israel y Hamás, considerada una de las más sangrientas de los últimos años.

Soldados de la Fuerza de Defensa de Israel en la Franja de Gaza en noviembre de 2023 (crédito Portavoz de la FDI).
La guerra Israel-Hamás
La tensión alcanzó un punto álgido el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás lanzó un ataque sorpresa desde Gaza, combinando cohetes, incursiones multidimensionales —terrestres, aéreas y anfibias— y secuestros. A partir de ese momento, Israel emprendió una campaña militar a gran escala con el objetivo de desmantelar al grupo islamista. Sin embargo, a pesar de haber perdido buena parte de su dirigencia y cerca de 20,000 combatientes durante la guerra, Hamás mantuvo su capacidad operativa, recurriendo a tácticas de guerrilla, emboscadas y ataques de oportunidad. Algo que ha desgastado psicológicamente a las fuerzas israelíes en Gaza.
El ataque de Beit Hanoun, ocurrido el 7 de julio de 2025, en el que una célula de Hamás emboscó al batallón Netzah Yehuda, causando cinco muertos y catorce heridos, ejemplificó la resiliencia del grupo y su transición hacia una guerra prolongada de desgaste. A lo largo de 2024 y 2025, Israel tuvo que retornar repetidamente a zonas previamente declaradas “despejadas”, lo que evidenció la dificultad de erradicar completamente a Hamás.
En julio de 2025, mientras continuaban las negociaciones en Doha, el gobierno israelí mantuvo como condición la rendición total del grupo, exigencia que Hamás rechazó. El conflicto se consolidó como una guerra asimétrica de alta intensidad, con elevados costos humanos y estratégicos para ambas partes.
El inicio del fin de Hamás
La firma del convenio de alto el fuego el jueves pasado supone el final del enfrentamiento y el comienzo de una etapa de transición en la que se espera que una coalición árabe intervenga para administrar Gaza. No obstante, existen dos obstáculos para una paz definitiva por ahora. Una es que mientras Israel continúe rechazando la noción de un Estado palestino —por razones tanto estratégicas como ideológicas—, cualquier cese al fuego podría seguir siendo provisional. La otra opción, dadas las circunstancias sociopolíticas palestinas marcadas por una intensa división entre diversos clanes y la creciente impopularidad de Fatah, sería que Israel —y otros actores como Washington— comiencen a trabajar para crear un estatus de autonomía para Palestina, ya que la creación de un Estado palestino autentico sigue siendo un objetivo difícil de alcanzar (Khashan, 2023/2024; Bokhari, 2025).
Asimismo, Hamás, como organización, ha quedado devastada. Aunque es improbable que desaparezca en su totalidad, la organización político-militar palestina ha perdido toda su estructura paramilitar y política, dejando la puerta abierta a diversos clanes en Gaza (Bokhari, 2025). El dominio de Hamás ha llegado a su fin en la Franja de Gaza, pero también veremos el fin de otras fuerzas políticas como Fatah en Cisjordania y Benjamín Netanyahu en Israel. La guerra ha desgastado a todos los bandos involucrados y ha sentado las bases para cambios sustanciales en el ámbito político y militar en Israel-Palestina.
Cabe destacar que, aunque la fragmentación sociopolítica palestina podría presentar nuevos retos de seguridad, también podría sentar las bases para un mejor manejo de la política palestina. Esto, sumado al declive del ultrasionismo en Israel, facilitará futuras negociaciones diplomáticas.
En este sentido, es pertinente resaltar que el acuerdo fue precipitado por la creciente presión diplomática y el aumento de las tensiones regionales impulsadas por Turquía y Qatar, reflejando que la paz sigue siendo frágil y su sostenibilidad, incierta. La pérdida de autonomía o independencia de la falla geopolítica palestino-israelí no necesariamente implica que el territorio comience a experimentar la paz (Araujo, 2025). Al contrario, ahora existen nuevos actores y hay nuevos riesgos sobre la mesa, tanto para Israel como para Palestina.
Referencias
Araujo, A. A. (2025, junio 30). El cambio sistémico regional por venir en Oriente Próximo: Parte 3
¿El fin del conflicto palestino-israelí? Código Nexus. https://codigonexus.com/el-cambio-sistemico-regional-por-venir-en-oriente-proximo-parte-3/
Ballestero Guido, M. L. (2025). El juego de poder en la guerra palestino-israelí. Revista Científica de Estudios Sociales (RCES), 4(6), 93–112.
Barría, C. (2023, 14 de octubre). Cuál es el origen de la rivalidad entre Hamás y Fatah, y cómo afecta a la causa palestina. BBC News Mundo. https://www.bbc.com/mundo/articles/cyxxv7e81z2o
Bokhari, K. (2025). The Continued Devolution of Palestinian Politics. Geopolitical Futures. https://geopoliticalfutures.com/the-continued-devolution-of-palestinian-politics/
Khashan, H. (2024, 4 de noviembre). The illusion of Palestinian statehood. Geopolitical Futures. https://geopoliticalfutures.com/the-illusion-of-palestinian-statehood/
Las Heras, P. (2024, 15 de enero). Hamás en perspectiva: Orígenes y evolución. Global Affairs and Strategic Studies, Universidad de Navarra. https://globalaffairs.unav.edu/es/web/global-affairs/detalle/-/blogs/hamas-en-perspectiva-origenes-y-evolucion
Lewis, B. (1980). Palestine: On the history and geography of a name. The International History Review, 2(1), 1–12. https://doi.org/10.1080/07075332.1980.9640202
Naciones Unidas. (s. f.). Historia de la cuestión de Palestina. Oficina del Comité para el Ejercicio de los Derechos Inalienables del Pueblo Palestino, Naciones Unidas. Recuperado de https://www.un.org/unispal/es/history/