La actualidad se define por la presencia generalizada del Internet en prácticamente todo ámbito que le concierne a la humanidad. Y con esto, la disponibilidad de información que circula diariamente pide de las sociedades una responsabilidad que aún se encuentra en proceso de ser aterrizada. La bidireccionalidad, inmediatez y la gran cantidad de información que se difunde en tiempo real y sin fronteras favorece el acceso e intercambio de información a nivel global (Valencia y Silva, 2016), y con esto el fortalecimiento de sociedades más activas y participativas (Rodríguez, Mier y Coronel, 2020). La información es poder, y el poder le interesa a las Relaciones Internacionales. De hecho ¿no es la información el activo o el input central de la disciplina?
De esta manera, se reconoce que la capacidad de crear, difundir y recibir información se ha diseminado a lo largo y ancho de las sociedades. Y ahora los usuarios pueden generar contenidos de la misma forma que como lo consumen (Rodríguez et al., 2016). Claro, respondiendo a las dinámicas asimétricas políticas y económicas, y a la agencia de los actores estatales y no estatales. Ciertamente, la política internacional actual no puede entenderse sin considerar este panorama, en que el internet, las redes sociales digitales y el acceso generalizado han cambiado algunas prácticas como la diplomacia, la movilización social y la conformación de la opinión pública global.
Toda gran oportunidad viene con retos proporcionales. Y en este sentido, la desinformación o las fake news (noticias falsas, en español) son ahora una cuestión de gran preocupación en tanto han adquirido dimensiones tangibles. Las repercusiones del mal uso y distorsión de la información se han incorporado en diversas áreas de la política internacional como fuentes legitimadoras de políticas domésticas e internacionales o como medios para la profundización de la polarización. De tal manera que se va adquiriendo un carácter estructural de la problemática. El presente artículo se propone explorar la cuestión a partir de la pregunta ¿cómo influyen las fake news en la política internacional?
Un fenómeno global
Las fake news se definen como desinformación que es presentada en formato periodístico que es diseminado con la intención de desviar o engañar a las audiencia respondiendo a ganancias políticas o monetarias (Gelfert, 2018; Neo, 2021). Se observan a partir del interés creciente por manipular hechos e informaciones con diversos fines y presentarlos bajo una apariencia de entretenimiento o de información llamativa, a través de las diferentes plataformas digitales donde el usuario tiene la posibilidad de compartirlos con sus contactos, y estos con otros, provocando un círculo vicioso en el que las personas son conscientes de la necesidad de la información, aunque ésta no sea cien por ciento confiable (Rodríguez et al., 2016). Si bien el término se ha popularizado en los últimos años, la dinámica detrás de las fake news es una vieja historia. La movilización y manipulación de información ha estado presente en la historia de la humanidad desde tiempos inmemorables. Claro, adaptado a los medios y la tecnología de cada periodo. Lo que cabe cuestionarse son las implicaciones de un contexto en que la información ha sido instrumentalizada a la escala que ha adquirido hoy en día (UNESCO, 2018).
Y es que es claro, la información es poder, así como se puede reconocer que en su circulación se encuentra la base para construir identidades. Explican Rodríguez et al. (2016) que la circulación de información es el factor que propicia mayor cohesión entre las partes de una red en tanto no solo se comparten datos, sino que se socializan, reafirman y posicionan normas y valores que guiarán las acciones de tales grupos. Es por esto que las personas tienden a buscar y compartir con más frecuencia aquel contenido con el que se identifican, creando un camino de asociación que conecta con aquellas personas que comparten su visión del mundo. Esta necesidad de fortalecer la identidad hace que la veracidad y el contraste de información pasen a segundo plano, lo que conduce a los sujetos a reforzar sus ideologías y valores, así como la percepción de una realidad absoluta.
Un ámbito que le preocupa a la política internacional es la influencia de las fake news en los procesos democráticos. El papel de las plataformas digitales de redes sociales y su vinculación con la desinformación también han adquirido gran relevancia en últimos años referente al ámbito de la democracia y los procesos electorales, ya que han surgido diversas estrategias en torno al uso de la información con fines electorales, como apuntan Rodríguez et al (2016). Los autores retoman los ejemplos de la campaña presidencial de Donald Trump y el Brexit del 2016, así como las elecciones en Cataluña en 2017 para abordar cómo la desinformación generó corrientes de opinión diversas, enfrentamiento entre las personas de una misma comunidad.
Otro espacio de la política internacional y doméstica que se complejiza a partir de la instrumentalización de la información falsa es la cuestión migratoria. Especialmente porque elevar un discurso hacia la securitización requiere de importantes esfuerzos dirigidos a la legitimación de tal posicionamiento por parte del Estado. O como lo explica Neo (2021): dado que la seguridad es al fin supervivencia, cuando el problema ha sido socialmente aceptado como una amenaza a la seguridad nacional, le permite al Estado priorizar las vías para resolver la amenaza y reclamar poderes excepcionales que de otra manera no tendría. El rechazo de ‘los otros’ se complementa con la necesidad de cohesionar la identidad, por lo que tal recurso requiere de la sensacionalización de la narrativa. La estrategia ha sido retomada por diversos gobiernos y líderes de tal manera que han resultado exitosos para sus propios fines en tanto encuentran una correspondencia con la sociedad, quienes participan en el mecanismo de la propagación de la desinformación. En este sentido, también se puede ejemplificar cómo las fake news se han posicionado como una herramienta política en relación con el trato de las minorías al margen del interés de ciertos Estados, por ejemplo, en el caso de Birmania. A partir de evaluaciones realizadas por organizaciones defensoras de derechos humanos y la plataforma digital Facebook se ha identificado que el gobierno y el cuerpo militar birmano han explotado la herramienta de la desinformación para justificar violaciones a derechos humanos y campañas contra la minoría Rohingya, según comenta Neo (2021).
Contra la desinformación, una responsabilidad compartida
Al ser una cuestión que ha alcanzado relevancia extendida y cuyas repercusiones comienzan a ser cada día más visibles, el compromiso para contrarrestar la proliferación de la desinformación comienza a subir de puesto en las agendas locales, nacionales e internacionales. Esto representa una oportunidad para los actores de posicionarse en la conformación de nuevos esquemas regulatorios. Dichos esfuerzos pueden acercarse a lo que se entiende como una gobernanza, acciones basadas en responsabilidades compartidas de diversos actores implicados para la formulación de estándares y principios —normativos o no—, que, en este caso, buscan gestionar la información a partir de las mejores prácticas, y con eso, fortalecer las capacidades de quienes producen, reproducen y consumen información. De tal manera que esta cuestión avanza para ser un nicho en el rubro de la cooperación internacional, lo que implica mayor dinamismo para actores e instituciones que busquen encabezar este movimiento.
Ejemplos de esto pueden encontrarse en los organismos que se desprenden del aparato de Naciones Unidas. La UNESCO (2018) ha desarrollado un manual en el marco de su ‘Iniciativa Global para la Excelencia en Educación Periodística’, cuyo objetivo es plantear un modelo que responda al emergente problema global de la desinformación. Con este instrumento se busca posicionar los valores de precisión, independencia, justicia, confidencialidad, humanidad, responsabilidad y transparencia. Pero también busca incorporar conceptos que suelen estar fuertemente vinculados con los valores democráticos, pero que también pueden tener sus claroscuros cuando se ponen en práctica y se relativizan en los contextos sociopolíticos desde donde surge y desde donde se juzgan: la libertad de prensa y el pluralismo. Ciertamente, relativizar dichos conceptos valdría la pena generar un debate en torno a dinámicas que se observan al día de hoy.
Cabe pensar también en la responsabilidad que recae en los actores privados, principalmente las plataformas digitales y las grandes industrias digitales. A principios del 2025 y en nombre de la libertad de expresión, Meta anunció la implementación de importantes cambios en sus políticas de moderación de contenido. Siendo una de las mayores preocupaciones colectivas la eliminación del uso de organizaciones de verificación de datos, y optando por el mecanismo que ha utilizado la plataforma X basado en el sistema de notas comunitarias en el que los y las usuarias podrán identificar publicaciones de otras personas que pueden contener elementos de desinformación (Oxford, 2025). Será relevante continuar observando las implicaciones de esta estrategia una vez implementado, sobre todo en el ambiente político actual en el que las plataformas digitales son reconocidas como herramientas del quehacer político, mientras que las empresas que las respaldan son en sí mismas actores políticos.
Consideraciones finales
El impacto de las fake news en la política internacional pone en evidencia la urgencia de fortalecer la alfabetización mediática y el periodismo responsable como herramientas clave para combatir la desinformación. Sin embargo, cualquier intento por regular el flujo de información debe enfrentar el dilema de no comprometer la libertad de expresión, un principio fundamental pero también susceptible de manipulación en contextos políticos polarizados. La proliferación de noticias falsas no es un fenómeno aislado, sino un problema estructural que atraviesa dinámicas de poder, identidad y seguridad en el sistema internacional. Por ello, abordar la desinformación requiere estrategias multilaterales que involucren a Estados, plataformas digitales, organismos internacionales y la sociedad civil en la construcción de un ecosistema informativo más transparente, plural y resiliente.
Referencias
Gelfert, A. (2018) ‘Fake News: A Definition’, Informal Logic, 38 (1), pp. 84–117.
Neo, Ric (2021). The International Discourses and Governance of Fake News. Global Policy Volume, 12(2), 214-228. https://doi.org/10.1111/1758-5899.12958
Oxford, Dwayne (2025, 10 de enero). Meta y Facebook dejarán de usar verificadores de datos: ¿Qué significa esto para las redes sociales?. Aljazeera. https://www.aljazeera.com/news/2025/1/10/meta-facebook-to-drop-fact-checkers-what-does-this-mean-for-social-media
Rodríguez, Claudia; Mier, Catalina; Coronel, Gabriela (2020). Fake news y política: Nuevos desafíos para las campañas electorales. Revista Ibérica de Sistemas e Tecnologias de Informação, 35(9), 351-362. https://www.researchgate.net/profile/Claudia-Rodriguez-Hidalgo/publication/347774947_Fake_news_y_politica_Nuevos_desafios_para_las_campanas_electorales/links/5fe3c76245851553a0e63110/Fake-news-y-politica-Nuevos-desafios-para-las-campanas-electorales.pdf
UNESCO (2018). Journalism, ‘Fake News’ & Disinformation: Handbook for Journalism Education and Training. UNESCO Series on Journalism Education. https://webarchive.unesco.org/web/20230930104950/https://en.unesco.org/sites/default/files/journalism_fake_news_disinformation_print_friendly_0.pdf
Valencia, S., y Silva, R. (2016). Ciencias de la Comunicación 1. México: Colegio de Bachilleres del Estado de Sonora.