Al momento de buscar una explicación sobre la guerra de Ucrania, la mayoría se topará con dos perspectivas, cada una con sesgos propios que buscan exponer por qué inició la disputa en Europa Oriental. Por un lado, tenemos el enfoque proccidentalista, centrado en pintar el conflicto bajo una comprensión ideológica liberal; por otro, tenemos la perspectiva prorrusa que busca presentarlo como una lucha contra un Occidente depredador y rompepromesas. Ambas perspectivas se equivocan porque intentan justificar a uno de los lados, pero la realidad es que no hay que defender dicho conflicto, sino entenderlo.
Intentar justificar a cualquier bando, automáticamente genera sesgos que no permiten comprender la realidad de la situación. Buscar un culpable siempre llevará a pensar que las guerras empiezan por malos modales, malos valores —o la falta de estos— o simplemente por olvidar las lecciones del pasado. Es debido a eso que esta perspectiva analítica de las guerras nos lleva a culpar al individuo y a cuestiones ideológicas.
Desde la versión proccidentalista, el conflicto inició porque Vladimir Putin personalmente, al ser dictador de un régimen oligárquico y autocrático, con un fuerte tinte ultranacionalista, tomó la decisión de invadir Ucrania solo por despreciar su existencia como Estado independiente. Desde la perspectiva prorrusa, la guerra fue ocasionada por tres actores: dos externos y uno local. Siendo los primeros, Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte por apoyar el fomento al nacionalismo de tinte ultraderechista en Europa Oriental y por el respaldo de gobiernos corruptos para agredir a Rusia al crear Estados militares en su frontera. El actor local es la propia Ucrania, en donde existe un régimen corrupto —con tendencias políticas neonazis— que después de matar a ciudadanos rusos y amenazar la integridad territorial de las repúblicas de Lugansk y Donetsk, mediante una serie de operaciones militares en la frontera con el Donbás y Crimea, forzó al gobierno ruso a reaccionar. El problema es que no todo gira en torno a simples acciones de gobiernos o al carácter de los individuos en el poder. La lógica proccidentalista implicaría que si Putin no estuviera en el poder, sino un diplomático liberal comprometido con la cooperación, el derecho internacional y la paz, entonces no habría existido la guerra, pero eso no es cierto.
En lo que respecta a la cuestión histórica —sobre no aprender del pasado—, esta surge a partir de una de las advertencias más reconocidas del ámbito: quien no aprende de la historia, está destinado a repetirla. Hasta cierto punto, esto resulta verdadero, pero no lo es al momento de comprender el motivo por el cual inician las guerras. También es cierto que los seres humanos tenemos cierta libertad al momento de decidir qué hacer en nuestras vidas, aunque al mismo tiempo es un hecho que estas se encuentran determinadas por las circunstancias en las que nacemos. No es lo mismo nacer pobre en Rusia siendo ruso que nacer pobre siendo alemán en Alemania.
Con base en una comprensión geopolítica, tanto los humanos como las sociedades son producto de sus ambientes, específicamente de sus ambientes geográficos y de los paisajes políticos que se irán creando a partir de estos primeros, así como de la forma en la que diversas dinámicas y áreas afectan a las personas y sociedades. El caso de Rusia no es una excepción, pues más bien ayuda a comprender el motivo de que sea así como Estado en la actualidad y por qué estalló la guerra en Ucrania. Por ello, resulta importante conocer el contexto histórico y geopolítico de ambos Estados para comprender la causa por la cual se produjo el conflicto. De igual manera, se buscará explicar la importancia de la ideología y el carácter político de un régimen en cuanto al desenlace de una guerra.

Pintura “Expulsión de los polacos del Kremlin, Moscú, por el príncipe ruso Pozharsky (en 1612)” de Ernst Lissner —durante la Guerra polaco-rusa entre 1609 y 1618— (crédito: Museo de Moscú vía Wikimedia Commons).
La historia geopolítico-militar rusa
La Rusia que conocemos hoy en día nació en Ucrania, pero se trasladó hacia el norte, a donde actualmente es la zona en que se encuentran San Petersburgo y Moscú. Durante siglos, cuando no era un imperio formidable, Rusia sufrió cuantiosas invasiones y ataques por parte de diferentes pueblos o Estados militares, desde vikingos, caballeros teutónicos y mongoles hasta polaco-lituanos y suecos. A principios del siglo XVII, entró en una crisis política y experimentó una guerra civil que la dejó tan vulnerable al punto de llegar a ser conquistada temporalmente por los polacos. Durante dicho periodo, Rusia tuvo que luchar por su supervivencia o arriesgarse a ser subyugada como lo había sido bajo la Horda Dorada de los mongoles. En aquella época, la potencia político-militar en Europa era Polonia —en ese entonces la Mancomunidad polaco-lituana— y Rusia era un reino débil que no controlaba sus propias fronteras europeas eficazmente.
Poco más de cien años más tarde, a principios del siglo XVIII, Rusia volvería a sufrir una invasión por parte de Suecia, cuyo ejército profesional amenazaba con conquistar al pueblo ruso. No obstante, en esta contienda, los rusos pudieron resistir más y tras su victoria no solo lograron debilitar a un poderoso oponente militar, sino que fundaron lo que llegaría a ser su imperio. En ese mismo siglo, aun cuando Rusia se había convertido en un imperio europeo formidable, llegó a experimentar varios asaltos. Potencias como el Imperio otomano, Francia y Alemania invadieron y, en algunos casos, conquistaron casi por completo a Rusia, que siempre fue vulnerable ante ocupaciones de distintas potencias militares y, a pesar de su consolidación como Imperio ruso, todavía carecía de muchas fortalezas institucionales, políticas, económicas y militares como las que sí poseían sus enemigos y los aliados de estos.
Este contexto histórico y político-militar se dio a partir de una realidad geográfica específica: los centros poblacionales rusos se encuentran cerca de la costa del mar Báltico o en las llanuras nordeuropea y de Europa Oriental. Existen pocos obstáculos geográficos que dificulten la invasión de Rusia y aquellos como los Cárpatos, el Cáucaso o los Urales se encuentran lejos. Esos problemas geográficos junto con los retos económicos, infraestructurales y militares que ha enfrentado, crearon dos imperativos geopolítico-militares para Moscú. Uno implica que Rusia debe intentar crear la mayor distancia posible entre sus oponentes —incluso aquellos en potencia— y su corazón nacional, es decir, la Rusia europea en donde se encuentra la mayor parte de su población, además de su centro político y económico. Otro implica intentar llegar a diferentes barreras geográficas, ya sean montañas o bosques, para poder controlar el territorio más fácilmente defendible y dificultar el traslado de grandes ejércitos enemigos.
El primero, centrado en la extensión territorial, tiene el propósito de crear profundidad estratégica, la cual a su vez sirve para que Rusia cuente con la mayor distancia posible que permita desgastar a cualquier fuerza invasora, lo suficiente para que, con el tiempo, pueda derrotar al ejército intruso. En el peor de los casos, el objetivo sería aprovechar el lapso que tendría para poder beneficiarse del clima y dejar que el invierno ruso debilite o incluso destruya a las fuerzas enemigas, justo como sucedió con los ejércitos de Napoleón y Hitler. El segundo, centrado en llegar a una ubicación específica, tiene el objetivo de aprovechar los beneficios militares que ofrecerían las diferentes barreras geográficas como los Cárpatos o el Cáucaso. Controlar estos territorios significa que Rusia no tendría que preocuparse de que un ejército enemigo fuera a atacar su territorio desde dicha ubicación. Por el lado contrario, si un Estado adversario dominara estos obstáculos naturales, podría posicionar a su ejército del lado de la barrera que le favorezca para invadir Rusia.
En la mayoría de las guerras que el Imperio ruso enfrentó del siglo XVIII en adelante, el haber controlado varias de estas barreras geográficas o el tener dominio sobre suficiente territorio para crear profundidad estratégica fue lo que le ayudó a asegurar sus victorias. Pero el control de distintos territorios como Crimea o el Cáucaso no solo tiene propósitos militares, sino también económicos.
Para que un Estado se desarrollara como una potencia formidable posterior al siglo XV, este ha necesitado de tres elementos: recursos naturales, ríos navegables o acceso a los océanos. Moscú difícilmente podría lograr el segundo, ya que su geografía simplemente no le permite tener conexión con ríos que favorezcan su desarrollo económico. Pero sí tiene acceso a los recursos naturales y a los océanos. El primero lo logra al contar con vía libre a Siberia o el Cáucaso, donde existen importantes fuentes de petróleo y gas natural. El segundo lo obtiene gracias a salidas al mar como su costa en el Báltico, al mar Negro mediante Crimea, o al Pacífico a través de Vladivostok, en el lejano oriente ruso. Aunque incluso estas tienen sus retos, pues, por ejemplo, su acceso a los océanos es custodiado por potencias extranjeras o Estados oponentes y, en cualquier momento, diversos cuellos de botella, como el estrecho del Bósforo o los estrechos daneses.
Durante varios siglos sus conquistas reflejaron tanto la necesidad de asegurar puntos geoestratégicos para su defensa como acceso a las aguas internacionales y recursos naturales. La guerra de Crimea (1863-1856) manifestó su intento por proyectar poder en el mar Negro y llegar al estrecho del Bósforo para asegurar su salida al mar Mediterráneo. Cuando perdieron el conflicto contra las potencias europeas occidentales, los rusos intentaron lograr lo mismo en Vladivostok, en Manchuria y en la península Coreana, pero los japoneses les cerraron el acceso al Pacífico al derrotarlos en la guerra ruso-japonesa (1904-1905). A lo largo de la Guerra Fría, Rusia —como la Unión Soviética— logró lo que nunca antes: controlar Europa Oriental y la mayoría de las barreras geográficas en el continente, pero todavía tenía que luchar por mantener su dominio sobre estas barreras defensivas e intentar romper con el cerco estadounidense, mientras que Estados Unidos amenazaba su integridad territorial y buscaba evitar que la Unión Soviética se convirtiera en una potencia que pudiera proyectar poder al Atlántico o al Pacífico. En otras palabras, la historia política y militar rusa estuvo determinada por llegar a diversos puntos geográficos estratégicos o proteger su dominio sobre estos.
De esta forma, Crimea y Ucrania adquieren una importancia geoestratégica para el Kremlin en varios niveles. Por un lado, Crimea es fundamental porque al dominar la península, el gobierno ruso asegura el control del puerto de Sebastopol, el cual puede usar todo el año a diferencia del resto de sus puertos marítimos, lo que le sirve para sus actividades económicas o la proyección de poder internacional marítimo. Por otro lado, Ucrania es importante debido a la profundidad estratégica que puede ofrecer para Rusia. Si el Kremlin busca continuar siendo una potencia, así como proteger a Rusia mediante su imperio —ya que la lógica imperialista era expandirse para evitar que el corazón nacional ruso fuera vulnerable ante invasiones— entonces es fundamental el control, como mínimo, de los Estados bálticos, de Bielorrusia y de Ucrania.
También habría que agregar otra estrategia económica rusa al contexto geopolítico posterior a 1991. Esta, desde la primera década del siglo XXI, consistió en usar el gas natural y el petróleo, es decir, el combustible, para tener influencia política en Europa y generar ingresos. Su industria no solo se vino abajo por una mala privatización, sino porque perdió su mercado imperial en el este de Europa y fue incapaz de alcanzar a los europeos sin ese mercado protegido (Friedman, 2015/2016). La estrategia de la Unión Soviética, aunque en nombre era socialista, en realidad era mercantilista. Similar a como el Reino Unido había usado su imperio para alimentar su industria y asegurar un mercado propio, Rusia usó a la Unión Soviética y a los Estados comunistas en Europa Oriental para alimentar su industria.
Aunado al reto de haber perdido su mercado e industria, el país necesitaba ingresos para recuperarse y reconstruir su fuerza militar, lo cual logró mediante la venta de materia prima energética a Alemania y Austria (Friedman, 2015/2016). El problema recae en que los gasoductos pasaban por países independientes que podían perjudicar o cerrar por completo estos conductos y, consecuentemente, el envió de gas y combustible a los mercados en Europa Central. Estados como Polonia, Hungría, Eslovaquia, Rumanía, Ucrania y Bielorrusia se volvieron objetivos políticos, por lo que controlar sus medidas energéticas y comerciales era fundamental para asegurar el continuo ingreso de capital a Rusia. Si estos países fueran a incrementar el costo del traslado del gas natural o combustibles al oeste, Alemania y Austria simplemente buscarían proveedores en otras áreas, como Argelia o Azerbaiyán. El gasoducto Nord Stream 2 tenía el propósito de lidiar con esta preocupación política, pero fracasó. Económicamente, Rusia es demasiado vulnerable porque no tiene una fuerte industria propia y su acceso a recursos naturales no es solo para consumo propio, sino que es para poderlos exportar y adquirir ingresos.
La disolución de la Unión Soviética es considerada como una de las mayores catástrofes geopolíticas del siglo XX por Vladimir Putin, no por cuestiones ideológicas o nacionalistas, sino puramente geopolíticas, ya que implicó un retroceso militar y económico inmenso. En menos de una década, Rusia perdió la mayor parte de su imperio y sufrió un retroceso fronterizo impresionante que recreaba las vulnerabilidades del pasado previas al Imperio ruso. Sufrir la pérdida de Bielorrusia, Ucrania —y Crimea— y los Estados bálticos fue un desastre por las implicaciones geopolíticas que esto generó. Por consiguiente, Rusia, mediante una guerra híbrida, ha luchado para recuperar su profundidad estratégica, compuesta ahora por varios Estados tapón como Bielorrusia. La guerra en Ucrania es uno de los esfuerzos más drásticos por recuperar su profundidad estratégica.

Reunión entre el presidente estadounidense Bill Clinton y el presidente ruso Boris Yeltsin para una cumbre en la casa del expresidente Franklin D. Roosevelt, el 23 de octubre de 1995 (crédito: Biblioteca y Museo Presidencial de FDR vía Flickr).
El razonamiento geopolítico estadounidense
Una vez comprendido el contexto geohistórico y geopolítico ruso, también es importante entender la postura estadounidense ante la situación. Hay quienes critican que, en general, Occidente trató injustamente a Rusia tras la disolución de la Unión Soviética, lo cual evidencian con el comportamiento y actitud de Estados Unidos y países occidentales —incluidos sus medios informativos y centros académicos— a México en contraste con Rusia. Dicha diferencia muestra cómo todo lo que se celebraba o se excusaba respecto a México era fuertemente reprobado al venir de su contraparte. Esto también implicó la ausencia de cooperación o asistencia a Rusia.
Sin embargo, es importante prestar atención a otro contraste entre ambos países: México no era una expotencia político-militar en el siglo XX —o en el siglo XIX—. De igual manera, el trato más favorable hacia Alemania y Japón posterior a la Segunda Guerra Mundial, solo fue posible porque sus imperios habían muerto y estos países habían sido ocupados por los estadounidenses. Rusia, después del fin de la Guerra Fría y tras la disolución de la Unión Soviética, retuvo su imperio y no fue invadida militarmente por fuerzas norteamericanas o de la OTAN. A pesar de haber sufrido un duro golpe con su derrota en la Guerra Fría y de ser un imperio en decadencia, sigue representando la mayor amenaza geopolítica-militar para Europa Occidental y Estados Unidos.
Sumado a ese dilema imperial, en Rusia todavía existían grupos de poder, principalmente exagentes de inteligencia, que creían en el Imperio y en luchar por reconstruirlo a su previo estatus político-militar mundial; una generación de agentes, militares, oligarcas, economistas y políticos rusos, reflejo de la época del Imperio ruso. Hasta hace apenas pocos años ha surgido una generación que refleja la nueva realidad geopolítica rusa, una sin el Imperio y la necesidad de recrearlo o mantenerlo vivo.
De esta forma, la expansión de la OTAN y la Unión Europea sirve como estrategia para continuar degradando al Imperio ruso y evitar que pueda recuperarse y retomar el control de las fronteras de la Guerra Fría. Permitir que Rusia se convirtiera en una potencia económica con varios elementos dentro de su sistema político proimperialistas era un riesgo que los estadounidenses y los europeos no podían cometer. Rusia ahora no es una potencia industrial —su economía se basa en la exportación de materia prima, principalmente combustible—, si lo fuera, la guerra de Ucrania habría tenido un desenlace muy diferente al actual.

Soldados ucranianos durante una de las operaciones militares en el este de Ucrania en 2014 contra fuerzas separatistas prorrusas. Estas operaciones son referidas como operativos antiterroristas (crédito: ivbogdan.com vía Flickr).
Las cosas siempre cambian
Dejando de lado las intenciones, cuales hayan sido, lo importante es reconocer que existen algunos hechos que se han mantenido estáticos por mucho tiempo en la historia, mientras que hay otros que cambian de forma repentina. Los intereses económicos tienden a mantenerse inalterables por varias décadas, en tanto que los imperativos geopolíticos de los países son prácticamente estáticos por siglos. No obstante, las intenciones y las formas en las que se busca lograr objetivos estratégicos son lo que puede cambiar a gran velocidad si las circunstancias lo favorecen.
En ocasiones, aunque la historia sirva de referencia para comprender nuestra actualidad, no siempre es respetada como una realidad que nos pueda enseñar algo. En algunos casos, las lecciones son confundidas con acciones que no deben hacerse respecto a aquello que es considerado inmoral o deplorable, como lo es iniciar una guerra. Sin embargo, algo mucho más fundamental que nos muestra la historia es que existen diversos aspectos de la humanidad que no son desechables, sino que son parte de quienes somos y de lo que es nuestra realidad geopolítica. Parte de eso es comprender que la guerra es inherente a la naturaleza humana y que, por tanto, siempre existirá, pero más importante aún es que la historia muestra lo mucho que pueden cambiar las cosas, dependiendo siempre de las circunstancias de un dado momento y lo previsto para el futuro. No siempre es tomado de esa forma, pero es algo real.
El politólogo estadounidense George Friedman utiliza un esquema en el que divide el siglo XX en intervalos de veinte años para demostrar lo rápido y la magnitud con la que las cosas pueden cambiar. En 1900, Europa era el centro del mundo y el epicentro de la ciencia, la filosofía y los más importantes avances tecnológicos y científicos de la humanidad, con justa razón se creía que la prosperidad de esa época, el papel económico de Alemania en el continente y el rol de Europa como el epicentro del mundo sería la realidad por siempre. Parte de esa “lógica” creó la idea de que no podría haber una guerra que fuera a durar más de un par de semanas.
Para 1920 no solo se había desatado una guerra, sino que había sido una de magnitud inimaginable, con una carnicería de escala industrial. Alemania fue derrotada, humillada, desmilitarizada y reducida territorialmente. Por ende, la lógica en ese año era que, a pesar de la masacre, Europa seguía siendo el centro del mundo, si bien no habían reconocido que potencias no europeas —Estados Unidos y Japón— jugaron un papel fundamental en la guerra. Además, otra idea respecto a la “realidad” de 1920 era que Alemania estaba destruida y que nunca podría recuperarse. Dos décadas más tarde, en 1940, el país no solo se había sobrepuesto, sino que había conquistado Europa y ocupado Francia en cuestión de semanas. En ese punto se creía que Alemania era imparable y que la realidad que estaba forjando con su ejército sería la nueva realidad absoluta del mundo. Pero veinte años después, para 1960, todo lo anterior se había vuelto obsoleto. Los alemanes fueron derrotados y toda Europa había sido ocupada por los soviéticos y los estadounidenses, Alemania incluso fue dividida en dos entre ambas nuevas potencias. Europa ya no era el centro del mundo y sus imperios no dominaban el panorama global, ahora era solo un campo de batalla de otros imperios extranjeros.
En la década de 1960, el mundo estaba dividido por dos grandes potencias: la Unión Soviética y Estados Unidos. Se creía que estas llegarían a tener una confrontación segura en la que usarían armas nucleares. Para 1980, ya había tenido lugar una guerra, aunque no convencional ni nuclear, sino proxy, en la que Estados Unidos resultó perdedor, en aparente desventaja frente a una formidable Unión Soviética que se encontraba estable, invadiendo otro país para luego dominar el golfo Pérsico y así cambiar el equilibrio mundial a su favor. La lógica era que Estados Unidos estaba en declive y que los soviéticos tenían la ventaja por mucho. Otros veinte años más tarde, en el 2000, Norteamérica era la única potencia mundial, mientras que el Imperio soviético se había colapsado y disuelto.
Esto nos muestra que la lógica de un momento dado, especialmente aquella del sentido común convencional siempre se equivoca, y comprueba que tan solo veinte años después, todo cambia. Es por eso que Rusia y su líder, sin importar que sea un ultranacionalista eslavófilo1 o un tecnócrata-liberal, desconfían de que las circunstancias se mantengan inalterables y no puedan encontrarse ante una crisis que atente contra la existencia de Rusia como nación o Estado independiente. Ya habían cometido ese error al pensar que Alemania no representaba un riesgo militar en 1932, las consecuencias de su error se vieron reflejadas en la lucha por su supervivencia como nación misma tan solo nueve años más tarde. Esa equivocación no se volvería a cometer por parte de los estadistas rusos, en especial por sus agentes de la KGB, quienes eran realistas respecto a cómo veían el mundo, desde un lente geopolítico y no ideológico.
Sin importar que haya existido o no una promesa de que la OTAN no se extendería hacia el este, para Rusia era evidente que los Estados Unidos y Europa Occidental reconocerían que extender su influencia política, económica y militar era una línea roja que atentaría contra todos los intereses económicos y geopolíticos rusos. No obstante, tanto la OTAN —bloque militar bajo dominio estadounidense— como la Unión Europea —bloque económico bajo dominio principalmente alemán— se habían extendido al este, incluso llegando a incorporar a los Estados bálticos, siendo esto último de gran alarma para Moscú, ya que desde una perspectiva militar su integración no tiene ningún otro propósito más que ofensivo, pues creaba una plataforma militar que apuntaba a San Petersburgo, ciudad crucial del corazón nacional ruso.
Aunque para los europeos occidentales y los estadounidenses, la revolución en Ucrania haya sido simplemente una de carácter prodemocrático del pueblo ucraniano, para los rusos fue el resultado de un sabotaje político estadounidense con el propósito de expulsar del poder un gobierno prorruso y suplantarlo con uno pro-Occidente. De igual manera, la posible integración de Ucrania a la OTAN habría significado que Moscú tendría dos plataformas militares proccidentales que pudieran fungir como dagas apuntadas al corazón de Rusia. Para Putin y el régimen ruso en general, así como para cualquier ciudadano ruso, las intenciones de hoy no serán las mismas dentro de cinco, diez o veinte años.
1La eslavófilia es una corriente de pensamiento rusa que establece que la cultura y la identidad racial rusa, junto con el sistema político ruso, son superiores a todos los demás sistemas o culturas, en especial europeas, por lo que se caracteriza por ser antieuropea o antioccidentalista por naturaleza.

El presidente de la Federación Rusa Vladimir Putin, en una ceremonia de inauguración de la exposición de arte ruso en el Museo Guggenheim de Nueva York, EE.UU. (crédito: Servicio de Prensa Presidencial de Rusia).
¿Cuándo importan el individuo y la estructura del Estado?
Al tomar en cuenta estos contextos geopolíticos e históricos es posible notar cómo es que el individuo cobra importancia. La estructura política de un Estado, por otra parte, importa por las implicaciones que tendrá en el desempeño —económico o militar— de un país. En el caso de Rusia ambos son relevantes pues permiten comprender por qué la guerra se ha desarrollado de la forma en que lo ha hecho. La realidad geopolítica puede crear la necesidad de actuar en determinado caso y establece qué tipo de individuo existirá en un lugar específico, de la misma manera que con la sociedad y la entidad político-administrativa. Es aquí donde resulta importante analizar a Putin y el sistema político ruso.
Escalona (1959) establece que una cosmovisión, ideología o simple forma de ver el mundo siempre será el producto de la fusión de tres elementos: el hombre, la época y el lugar. La época generará una percepción específica porque dictará el contexto geopolítico local, regional o internacional, lo que a su vez impactará la visión del individuo y lo que este mismo buscará. A su vez, el lugar también tendrá gran importancia en lo que respecta al desarrollo de un individuo y su sociedad, ya sea por la facilidad de la comunicación y el traslado, por lo que le dará importancia, o por los recursos que tendrá a la mano y la forma en que la comunidad será construida. Por último, el individuo cuyo desarrollo social, educativo, institucional, religioso, ideológico y/o político dictará qué tipo de pensamiento personal tendrá y, por último, cómo verá al mundo.
Por ende, al analizar al mandatario ruso es importante prestar atención a varios elementos que dictaron su desarrollo individual y político. Vladimir Putin nació en Rusia, un país cuya geografía dificulta la comunicación y cuyo clima forja a una población resiliente ante las adversidades, lo que ha implicado que sea una población que se ‘autoexija’ resistir a turbaciones extremas. Otro ambiente igual de crucial para el desarrollo de Putin fue la KGB, una institución de inteligencia que no veía al mundo desde un lente ideológico marxista, sino uno más realista y puramente geopolítico. Es por eso que la afinidad hacia la Unión Soviética por parte de Putin es geopolítica, no ideológica. La Unión Soviética era la manifestación del mayor logro imperialista ruso, un periodo durante el cual logró consolidarse como un imperio que controlaba Europa Oriental, a la par que era una potencia industrial, militar y tecnológica, lo cual representaba poder, puesto que, en este lapso, Rusia estaba más segura militarmente al controlar la mayor parte de las barreras geográficas en la región y tener la mayor cantidad de profundidad estratégica de toda su historia.
A lo anterior es pertinente agregar que Putin forma parte de un ala conservadora rusa, tanto en el sentido social como en el político, lo que tiene un impacto en cómo se estructuran las instituciones estatales (Gersh, 2020; Poch-de-Feliu, 2018/2022). A raíz de haberse desempeñado en el mundo político con fuertes conexiones en el mundo criminal de San Petersburgo, la forma en la que lo hizo y el grupo con el cual trabajó, Putin vio la necesidad de hacer política a la vieja usanza rusa, una en la que se prioriza la lealtad y el compadrazgo por encima del profesionalismo y aptitudes, esto como consecuencia de la necesidad de sobrevivir políticamente. Debido a esta misma razón, se afirma correctamente que Putin refleja un movimiento que pretende fusionar el espíritu de la Rusia imperial zarista y el poder industrial y tecnológico de la Rusia soviética (Fernández, 2022). De igual forma, es por esto por lo que Putin maneja su liderazgo de manera similar al de varios líderes soviéticos y zaristas, rodeado de aliados leales. Lo que, a su vez, ha llevado a que en Rusia se recreara una ‘aristocracia’ basada en el favoritismo —sea de camarilla o ideológico— por lo menos hasta ahora, ya que esto parece estar deteriorándose, lo cual no es necesariamente bueno para Rusia debido a que implica que el orden político podría estar en problemas.
Por último, hay que agregar que Putin nació en 1952, lo que significa que creció durante el periodo de apogeo de la Unión Soviética, en el cual existía un fuerte Estado que mantenía a Rusia en la cima respecto a sus regiones aledañas. La prosperidad había aumentado de manera impresionante, por lo que la vida del ruso promedio en esta época mejoró bastante en contraste con la de un ruso promedio durante el Imperio zarista. Sin embargo, esto también implica otra observación: los individuos somos producto de los contextos que predominan en ciertos tiempos. Putin nació y se desarrolló en un periodo en el que todavía seguía en pie el centralismo en Rusia, es decir que existía un imperio formidable y una afinidad por el mismo, lo cual se refleja en una generación apegada a la idea de dicho imperio y de mantenerlo vivo a toda costa. Durante siglos, esta noción fue la principal forma de mantener a Rusia como entidad sociopolítica protegida.
Todo esto influyó en que Putin buscara recuperar las fronteras del Imperio ruso (incluyendo las soviéticas), en especial que pretendiera llevarlo a cabo al estilo de la vieja escuela política que ya conocía. Cuando tomó la decisión de invadir Ucrania lo hizo con su círculo cercano de aliados, lo que limitó su capacidad para ocupar el país exitosamente al excluir a expertos que no eran sus compadres de fiar. Esto, a su vez, ha sido una de las principales fuentes de conflicto en Moscú entre los tecnócratas y Vladimir Putin. De haber sido un ruso tecnócrata con una afinidad por el Imperio igual a la del mandatario, pero con un desarrollo político, institucional y social diferente, entonces la guerra habría tenido un inicio muy diferente al que tuvo lugar en febrero del 2022.
Todo lo dicho demuestra cómo Putin es producto del sistema político ruso, en tanto que el gobierno actual y su estructura son producto del propio Putin. El desenlace de la guerra ha estado fuertemente determinado por una estructura del sistema político en el que se prioriza la lealtad para garantizar estabilidad y seguridad política por encima del profesionalismo y capacidades. Sin embargo, esta forma de manejar la política rusa está entrando en conflicto con otras generaciones tecnócratas que buscan modificar el comportamiento de Rusia y su estructura. De ahí el levantamiento del Grupo Wagner en junio del 2023 y el apoyo —no suficiente para iniciar una guerra civil, pero sí importante por lo que implica— que recibió de algunos líderes militares y de inteligencia rusos.
Hay que agregar que Rusia es un país influenciado fuertemente por las sociedades centroasiáticas, las cuales han permeado de manera notable en la estructura actual del Estado, por lo que resulta interesante observar la todavía aplicable comparación de lo que escribe Escalona:
“En la cultura ‘bárbara’ turania (W) [formada por nómadas turco-tártaros, ávaros y mongoles y la que tuvo influencia en Rusia], a diferencia de la occidental, no se reconoce al hombre (H) como una persona moral, con su dignidad inalienable, solo ‘vale tanto’ cuando puede pertenecer al Estado; en ella dominan los factores económicos (M) y todas las organizaciones sociales sirven para los fines militares. El Estado moscovita ha pasado por esta escuela, lo cual permite explicar algunos hechos del pasado y del presente. (W,T)” (1959)
Rusia es un país que, por su geografía y las culturas que influyeron en su historia, ha priorizado tener autoridades omnipresentes y un Estado militarista fuerte. Este carácter continuó durante el periodo soviético y ha permeado en la actualidad en la Federación Rusa, lo que también explica su capacidad de asumir costos y sacrificios a mayor escala que el resto de Europa. Fue solo la presión de la Primera Guerra Mundial, sumada al hecho de que todavía no se había consolidado una nación rusa para ese tiempo, lo que rompió a su ejército. De igual manera, fueron la decadencia del Imperio ruso y el desarrollo sociopolítico de los últimos tres siglos los hechos que tuvieron como consecuencia varios cambios y choques en el país, de ahí todas las crisis del siglo XX, desde la Revolución Bolchevique y la guerra civil rusa hasta la disolución de la Unión Soviética.
Promesas, Ucrania y Rusia
Sin importar si a Moscú se le prometió o no que la OTAN no se extendería hacia el este de Europa, la realidad es que dicha expansión implica una inmensa vulnerabilidad para Rusia a largo plazo, y tanto Putin como el sistema político ruso entero —liberal o conservador— reconocen esta realidad. Por una parte, porque el Imperio ruso siempre será una amenaza para la península Europea; por otra, porque Rusia no ha dejado de sufrir invasiones por parte de potencias militares europeas. Polonia, por ejemplo, nuevamente es un Estado con una nación sólida y unida —las divisiones políticas y sociales no han perjudicado la unidad nacional— y se está postulando para convertirse en la principal potencia militar en la península. En cierta forma, el contexto geopolítico de Europa Oriental está regresando al mismo de 1600, cuando Rusia era un reino débil y vulnerable y Polonia, una potencia militar dominante en Europa Oriental. Este es el escenario que Putin buscaba evitar a toda costa, pero sus acciones, en especial sus errores, parecen haber precipitado la llegada de este escenario.
Las guerras no son producto del carácter de los individuos, sino de escenarios geopolíticos específicos que en ocasiones crean demasiada presión sobre los líderes y sus Estados. Las guerras “son causadas por divergencias de intereses tan profundas que las consecuencias de no luchar son mayores que las de luchar… [nadie, ni siquiera Europa puede] escapar de la condición humana [solo por desearlo]” (Friedman, 2015/2016). Debido al ambiente geopolítico y a los precedentes históricos rusos, la guerra en Ucrania era inevitable y habría tenido lugar sin importar la ideología o creencias de quien estuviera en el poder, ya sea Putin o cualquier otro político ruso. Lo único que cambiaría sería la forma en la que comenzó y se ha desarrollado.
Referencias
Escalona, A. (1959). Geopolítica Mundial y Geoeconomía: Dinámica Mundial, Histórica y Contemporánea. México: Ediciones Ateneo.
Fernández, J. (2022, 19 abril). Intelectuales, oligarcas, mafiosos rusos y México. Crónica. https://www.cronica.com.mx/opinion/intelectuales-oligarcas-mafiosos-rusos-mexico.html
Friedman, G. (2016). Flashpoints: The emerging crisis in Europe. Estados Unidos: Anchor. (Obra originalmente publicada en 2015).
Gresh, J.-P. (2020, 21 septiembre). Colonel Jason P. Gresh. Center For Strategic And International Studies. https://www.csis.org/blogs/post-soviet-post/rosgvardiya-hurtling-towards-confrontation
Poch-de-Feliu, R. (2022). Entender la Rusia de Putin: De la humillación al restablecimiento. (2ª Ed.) México: Ediciones Akal. (Obra originalmente publicada en 2018)