La complejidad de una problemática regional

Las Guerras de las Drogas y la Geopolítica Latinoamérica

La complejidad de una problemática regional

Las Guerras de las Drogas y la Geopolítica Latinoamérica

Latinoamérica se enfrenta a una serie de crisis, especialmente de seguridad, que no son el resultado de la pobreza sino de la geopolítica regional.

Por: Andrés Alejandro Araujo Bermúdez

Tabla de contenidos

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El estallido del conflicto interno en Ecuador ha desencadenado una serie de análisis y explicaciones sobre las razones detrás del inicio y el desarrollo de las Guerras de las Drogas (o las Guerras contra el Narcotráfico) en América Latina. La mayoría de estos trabajos tienden a centrarse en aspectos sociales, económicos y algunos políticos, aunque estos últimos se centran en factores como la corrupción, debilidad institucional y la presión estadounidense sobre los gobiernos latinoamericanos. Siguiendo una línea de pensamiento tradicional que explica estos conflictos y el dilema de seguridad regional como un producto de la pobreza. Por lo que, tienden a criticar el enfoque en seguridad clásica y la militarización de la seguridad pública desde dicha metodología. Como resultado, estos análisis han fracasado en reconocer ciertos elementos fundamentales de los contextos geopolíticos de la región como las dinámicas geohistóricas y otros sucesos cruciales como las transiciones sistémicas por las que pasan los países.  

Es por eso por lo que este reporte busca abordar el tema desde una perspectiva contraria al utilizar la geopolítica como elemento rector del análisis, reconociendo así la importancia de las dinámicas geohistóricas y transicionales que son características de Latinoamérica. Con el fin de explicar desde una perspectiva geopolítica el desarrollo de estas crisis de seguridad y las razones detrás de las respuestas militarizadas de diversos gobiernos, especialmente de las iniciativas gubernamentales centradas en la recuperación del control total de las economías, las sociedades, las instituciones y los territorios nacionales.  

Cabe señalar de antemano que el presente análisis se centrará en el caso mexicano, aunque sí recurrirá a usar otros casos como Venezuela. Esto se debe a que, aunque geográficamente el país no encuadra en su totalidad dentro de los contextos geopolíticos del resto de Latinoamérica, ya que desde un enfoque geopolítico macro/mundial, su dinámica geopolítica encuadra más con Norteamérica, bajo un análisis enfocado en la dinámica interna, el país todavía comparte ciertos componentes geográficos y políticos con el resto de Latinoamérica que explican el desarrollo de crisis similares entre el país norteamericano y sus contrapartes en el resto de Latinoamérica.

La correlación: Historia y Geopolítica  

Latinoamérica es una región cuya geografía está marcada por montañas, bosques y junglas, con escasos ríos navegables como para fomentar el comercio o sostener conexiones políticas. Estas características topográficas dificultan el control político centralizado, lo que da lugar a la formación de diversos centros de poder regionales y autónomos respecto a las capitales imperiales o nacionales (en adelante, referidas como capitales centrales, potencias o poderes centrales). Esto a su vez genera vulnerabilidades políticas, militares y económicas que en ocasiones pueden ser explotadas por gobiernos extranjeros para adentrarse en los territorios latinoamericanos y dominar los panoramas económicos y políticos. Como lo fue el caso en la invasión española del Valle de México contra el Imperio azteca o en los Andes contra el Imperio inca. Sin embargo, esto no implica que el regionalismo y la fragmentación social, política y económica sean características permanentes de la región, ni que sea imposible el surgimiento de potencias imperiales capaces de dominar por completo los territorios latinoamericanos.  

Históricamente, los olmecas y los toltecas en el Valle de México y Mesoamérica (incluso más al sur en el resto de Centroamérica) al igual que los incas en Sudamérica, lograron crear imperios que dominaron vastos territorios con impresionantes ciudades y redes de comunicación. De esta forma, Latinoamérica al estar en una continua transición entre regionalismo/fragmentación y centralismo/unificación, cuenta con dos formas de gobernanza geopolítica en la región. Por una parte, tenemos etapas en las que algunas capitales logran expandirse militar, cultural, política y económicamente por la fuerza (o subversión) para dominar en su totalidad el territorio; por otra parte, tenemos a potencias centrales que, ante panoramas de regionalización, creciente autonomía y fragmentación necesitan manipular los contextos geopolíticos mediante su uso de la fuerza militar o por medio de pactos y alianzas.  

Mientras los toltecas llegaron a dominar a los mayas, algo evidente por su conquista de Chichen Itzá, los aztecas (mexicas) nunca pudieron extender su control tan lejos y necesitaron crear la Triple Alianza para dominar tan solo el centro y sur de México. Es por eso que, de cierta forma, estas etapas y los rasgos geográficos dieron pie a una realidad geohistórica, lo que a su vez crea tendencias o patrones geopolíticos. Cuando los españoles llegaron a México, estos pudieron crear alianzas con grupos como los tlaxcaltecas al aprovechar la división geopolítica en la región – sustentada en fuertes resentimientos religiosos, económicos, sociales, políticos y culturales contra los mexicas – y así vencer a los aztecas. (Aunque las enfermedades como la fiebre amarilla contribuyeron a la victoria española, no se puede restar importancia a las alianzas hispano-indígenas.)  

Aproximadamente 300 años después, los estadounidenses también invadieron México. Similar a como los españoles aprovecharon el contexto geopolítico y sociopolítico en el que se encontraba México-Tenochtitlan, bajo el cual el Imperio mexica era vulnerable, los estadounidenses explotaron las divisiones, dificultades y vulnerabilidades sociopolíticas y geopolíticas a las que se enfrentaba la Ciudad de México para derrotar a los mexicanos (conflicto durante el cual varios estados mexicanos no apoyaron a la Ciudad de México en la defensa nacional).Aunado a que estos panoramas geopolíticos regionalistas propician invasiones devastadoras, también se caracterizan por el ascenso de diversos poderes regionales, que a su vez generan los elementos esenciales para que se desarrollen guerras civiles, movimientos separatistas, revoluciones, grupos armados (con fines geopolíticos sean a nivel regional o nacional) o que simplemente surjan caciques que buscan promulgar sus intereses individuales o regionales, más no nacionales, sea por la vía pacífica o armada*. Es aquí donde notamos otro componente crucial de estas dinámicas geopolíticas cíclicas. Todos los centros políticos, imperiales o nacionales, necesitan crear las instituciones y los sistemas políticos capaces de manipular o dominar estos paisajes geopolíticos para poder controlar las aspiraciones regionalistas o derrotar a los múltiples movimientos armados que puedan surgir. 


* Aunque parezca que Brasil, Chile y Argentina puedan ser excepciones o que haya ciertas diferencias entre México y Sudamérica o Centroamérica, todos los países en América Latina aún responden a las mismas circunstancias geopolíticas regionales, como amenazas internas y rivalidades entre los diferentes grupos de poder (económicos o políticos). De ahí las expansiones de Chile y Argentina al sur contra los mapuches y las cuantiosas expansiones territoriales brasileñas, al igual que sus juntas militares y sus luchas contra revolucionarios y movimientos políticos nacionales.  


Esto resultó en la creación de múltiples Estados de tinte corporativista (sistema político donde el régimen domina todos los sectores económicos y sociales) sustentados en un sistema político híbrido (sistema político con instituciones democráticas cuyo propósito es manipular los procesos electorales a favor de régimen autoritario) respaldados por una institución armada (el Ejército) que pueda derrotar a grupos armados e imponer el orden nacional. Es por eso que, en todos los países latinoamericanos, se crearon sistemas unipartidistas o juntas político-militares, ambos sistemas igual de autoritarios. Cada uno con sus instituciones, alianzas y estructuras o jerarquías políticas y económicas. En estos casos, el Ejército resulta fundamental, ya que las fuerzas armadas determinan, ya sea de manera limitada o determinante, dadas sus alianzas, orientaciones, carácter o posturas políticas la continuidad o el fin de estos sistemas de organización geopolítica.   

Consecuentemente, las vulnerabilidades geopolíticas y militares que generan estas dinámicas cíclicas fuerzan a los grupos de poder que controlan el centro político del territorio a buscar manejar el escenario geopolítico nacional fragmentado para intentar asegurar la supervivencia de sus Estados-nacionales y el control territorial, así como su posición en el poder. Por lo que históricamente han abundado sistemas caracterizados por la manipulación y coerción estatal (regímenes socialistas) o la simple represión y agresión militar (juntas militares). Los cuales siempre se enfrentan a diversos grupos armados o movimientos sociopolíticos que surgen para retar al centro político y el status quo que estos sostienen o el que buscan crear y fortalecer. Como resultado, los sistemas políticos que se generan siempre son rígidos y discriminan contra ciertos grupos.  

Esto en turno, crea el escenario próspero para que los mismos grupos desfavorecidos se alcen en su contra, creando un círculo vicioso. Por una parte, el sistema político se diseña para mantener el orden y control nacional, pero tarde o temprano, este se vuelve obsoleto para las nuevas generaciones políticas o éste mismo crea los elementos para que diversos grupos desfavorecidos busquen alzarse en armas. Mientras tanto, el sistema económico o geoeconómico que se crea siempre tiene la prioridad geopolítica de mantener seguro al país y sostener la estabilidad de este (al ayudar a controlar los modos de producción sea por las vías estatales o privadas), pero tiende a generar desigualdad o distintos problemas socioeconómicos que a su vez contribuyen a que surjan movimientos sociales anti-status quo. No obstante, estos sistemas, extractivistas o con un enfoque de desarrollo económico geográficamente específico, como lo fue en el caso de México que se concentró en el centro y el norte del país, son los sistemas necesarios para que estos países cumplan con sus imperativos u objetivos geopolíticos.  

Por ello, los regímenes latinoamericanos se caracterizan por ser represivos en contra de los cambios y por responder por las vías militares ante cualquier reto, sea uno de corte bélico o social. La primera se concreta con la creación de agencias de inteligencia o policías secretas que luchan para evitar o mantener bajo vigilancia a los diversos grupos que puedan alzarse (como llegó a ser la Dirección Federal de Seguridad en México o el actual Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional de Venezuela). La segunda respuesta se refleja mediante el despliegue de elementos militares ante diversas dificultades de gran escala, ya que las fuerzas armadas tienden a ser las únicas instituciones capaces de responder ante crisis populares o sistémicas que requieren de una gran cantidad de hombres y recursos al igual que una buena administración, disciplina y organización.  

Todos los retos o amenazas a la estabilidad nacional, el status quo o los grupos de poder del centro político, siempre han sido tratados por medio de las vías militares. La amenaza que presentan por su posible poder de fuego y capacidad administrativa o tan solo las posibles consecuencias geopolíticas, siempre crean la necesidad de responder militarmente para terminar con el problema o por lo menos para disuadir a otros grupos de poder. Es por eso por lo que ahora nos encontramos con respuestas militares o militarizadas en contra de las organizaciones criminales. Aunque se ha querido argumentar que las crisis de seguridad en la región (ligadas al narcotráfico) son el resultado de problemas socioeconómicos y que son un reto de seguridad pública más no de seguridad nacional, se equivocan. Claro, los problemas socioeconómicos han contribuido, junto con la debilidad institucional en muchos sectores de diversos países.

Lanzamiento de las Fuerzas Especializadas de Reacción El Salvador, FES en 2016 (Fuente: Presidencia de ElSalvador vía Wikimedia Commons)

Pero existe un componente geopolítico atado a esta dinámica de inseguridad. Las actuales organizaciones criminales, conformadas por exguerrilleros, exrevolucionarios o exmilitares (de las fuerzas especiales o de la tropa) han evolucionado para ostentar capital político. Las organizaciones simplemente asumieron los roles de los actores anteriores a las mismas. Es la misma razón por la que se puede identificar una transición de los retos geopolítico-armados que han enfrentado los países latinoamericanos en los últimos 200 años: de caudillos en el siglo XIX – a guerrilleros/revolucionarios en el siglo XX – a los actuales narcotraficantes paramilitarizados del siglo XXI. Es por eso por lo que Grillo (2012) mencionó que los nuevos grupos delictivos mexicanos comenzaban a pensar y operar, no como pandilleros, sino como grupos paramilitares controlando territorio.  

Aunado a los problemas de Latinoamérica por tener vasto territorio de difícil acceso, lo que contribuye a que diversos grupos de poder se apoderen de territorio nacional, también cuenta con vastos recursos naturales y con suficiente tierra cultivable para que estos grupos de poder, en este caso las organizaciones narcotraficantes, puedan sustentarse financieramente y continuar operando al igual que fortalecerse. Sumado a que Estados Unidos, el principal mercado mundial para narcóticos, se encuentra al norte de México y el Caribe y que Latinoamérica también tiene un intercambio comercial significativo con Europa y Asia Pacífico, la región se vuelve el escenario adecuado para el ascenso de poderosas organizaciones criminales. Sumado a esto, las organizaciones criminales del tráfico de narcóticos – por lo estipulado anteriormente – también se han expandido a operar en otros sectores, incluso han comenzado a dominar sectores económicos legales al crear empresas falsas, forzar la venta de sus productos o imponer tarifas (o impuestos) a diversos sectores o empresarios de empresas medianas y pequeñas. En concreto, las organizaciones se han convertido en algo más que solo grupos delictivos, se han transformado en actores geopolíticos que buscan imponer su voluntad política y social al igual que dominar sectores económicos. Aunque los grupos criminales no han asumido una postura política clara, sus inclinaciones y su impacto en distintos resultados electorales dotan de un carácter político a los mismos.  

Por ello es por lo que la corrupción no podría ser analizada desde un ángulo puramente social, individual (psicológico) o económico (por el incentivo financiero), sino es importante tomar a consideración el elemento geopolítico de la misma. Un funcionario no es corrupto solo porque busque enriquecerse, sino porque esa es su visión de cómo funciona el sistema. Cuando Nicolás Maduro mandó a invadir la prisión en Aragua con miles de soldados mientras simultáneamente le avisó a los líderes de la organización criminal para que pudieran escapar, su objetivo era satisfacer a la presión interna – dentro del partido, el Ejército, los cuerpos de inteligencia nacionales u otros grupos de poder del chavismo – que lo forzaron a reaccionar, pero también buscaba evitar represalias reales de un grupo criminal que claramente ostenta de un poder de fuego e incluso de un capital político significativo como para crear problemas*. La corrupción como las mismas crisis de seguridad en América Latina tienen un componente geopolítico que nos ayuda a comprender la longevidad de estas y la dificultad de terminarlas.


* Precisamente el contexto geopolítico latinoamericano, es lo que llevó a que el Estado venezolano creará un narco-Estado al incorporar a las organizaciones criminales a su sistema político, para que estas respalden a su régimen y refuercen su seguridad nacional (Venezuela Investigative Unit, 2023). Al hacer esto, el gobierno venezolano dotó a estos grupos con un carácter geopolítico importante, integrándolas a un mayor grado de lo que el PRI lo había hecho en México con sus propios grupos delictivos.  


Con esto en mente, al retomar la incapacidad de los sistemas políticos latinoamericanos de perdurar por mucho debido a las tensiones que generan, resulta crucial adentrarnos más en las transiciones que se desenvuelven entre los mismos. En especial porque cuando estas transiciones se comienzan a desarrollar, ponen en tela de juicio los órdenes geopolíticos nacionales establecidos, que, en consecuencia, dan lugar a crisis por las fricciones entre los diversos grupos de poder y por los desenlaces ocasionados por los cambios político-estructurales en el poder y en los mismos sistemas.  

Las transiciones sistémicas: Nuevas Generaciones y Nuevos Retos 

Al analizar las dinámicas geohistóricas latinoamericanas, podemos fácilmente identificar transiciones sistémicas en los órdenes políticos y las estructuras en todos los niveles y sectores, desde los sociales hasta las económicas. Tan pronto como estas transiciones comienzan a repercutir seriamente en las estructuras políticas y económicas de los países es que podemos ver como los factores geopolíticos regionales potencializan las rivalidades y los retos. Para contextualizar esto, se usará principalmente a México y como caso secundario a Venezuela, aunque de aplicarse a otros países latinoamericanos también se podrán identificar similitudes. Cabe destacar que el caso mexicano servirá para identificar un caso cuya transición ya ha creado la crisis, mientras que el caso venezolano es el ejemplo del espacio-temporal donde se van sentando las bases de lo que será la crisis.

EL CASO MEXICANO 

Durante el virreinato de la Nueva España, el territorio mexicano se volvió una metrópoli debido a su riqueza y ubicación geoestratégica mundial para el Imperio español, por lo que adquirió un importante peso geopolítico y financiero global (Escalona Ramos, 1959). No obstante, con el resurgimiento de la dinámica de regionalismo geopolítico en el territorio mexicano se sentaron las bases para que se propiciará una independencia la cual se combinó con las tensiones sociopolíticas y socioeconómicas entre las diferentes clases sociales tanto en el mismo virreinato como entre la Ciudad de México y Madrid. Esto culminó con una serie de eventos que desencadenaron la Guerra de Independencia, que en un inicio se asemejaba más a una guerra civil que a una lucha por la libertad nacional. En el conflicto se detonaron las tensiones entre los diferentes grupos de poder, afectando a todas las instituciones del virreinato, desde la élite económica y la iglesia hasta las fuerzas armadas y la aristocracia. Consecuentemente, hubo miembros de las instituciones en ambos bandos del conflicto bélico.  

A finales del mismo siglo, durante el Porfiriato (sistema político diseñado y manejado por Porfirio Díaz entre 1877 y 1910), el presidente Díaz creó una serie de alianzas y pactos con diversos caciques o latifundistas a nivel nacional (reconciliando las relaciones entre los diferentes grupos de poder nacionales), con el objetivo de apaciguar a la nación y poder enfocarse en el desarrollo económico. Algo necesario tomando en cuenta los conflictos que experimentó el país en el pasado. Este sistema político-económico benefició al país ya que se industrializó y se llegó a construir gran parte de la infraestructura nacional, especialmente las redes de los ferrocarriles. Sin embargo, aunque este sistema aseguró la paz, la prosperidad y la continuidad por aproximadamente más de 3 décadas, terminó generando las tensiones sociales que llevarían al estallido de la Revolución Mexicana. El hecho de que los latifundistas hayan asegurado el control del 81% de las comunidades habitadas de México es simultáneamente un testamento del éxito de los pactos del Porfiriato, pero también explica la razón detrás del resentimiento social, aunque principalmente rural (Gilly, 1977). Consiguientemente, cuando comenzaron a estallar enfrentamientos en el país y Porfirio Díaz se autoexilió a Francia, México se sumergió en una guerra civil entre diversos caciques, caudillos y revolucionarios por aproximadamente una década. Seguida por una en la que el Maximato – régimen político donde Plutarco Elías Calles era el jefe supremo de jure en un principio y luego de facto del país – tuvo que luchar contra los últimos grupos de poder que retaban a la Ciudad de México. Nuevamente veríamos al Ejército, los grupos de poder y todas las instituciones del país quebrantarse y sus miembros se volvieron a encontrar en los bandos opuestos de la lucha armada. 

Imagen digitalizada de la portada de un periódico con el arresto del Jefe Máximo, Plutarco Elías Calles, por el
general Rafael Navarro en 1936 (Fuente: Archivos de Excélsior)

Sin embargo, Plutarco Elías Calles fue exiliado por Lázaro Cárdenas en 1936, ya que no sólo buscaba atentar contra Cárdenas, sino que se buscaba crear un sistema político más resiliente que el anterior, el cual había dependido en su totalidad de una sola personalidad*. Más tarde, el Partido Revolucionario Institucional o PRI (anteriormente el Partido Nacional Revolucionario) mediante el poder adquirido por el gobierno federal, con el respaldo del Ejército y una serie de pactos, creó el nuevo orden. Este sistema corporativista que controlaría prácticamente cada grupo de poder en el país (desde sindicatos y grupos empresariales hasta gobernadores y diversos movimientos políticos) brindó sus frutos al ofrecer paz, estabilidad y desarrollo económico a un mayor grado que el Porfiriato y, por ende, duró más tiempo. Sin embargo, para la década de 1970, comenzó a surgir una nueva generación de líderes, burócratas, políticos, empresarios, entre otros, que vieron al sistema unipartidista como incapaz de asegurar un verdadero progreso y estabilidad a largo plazo, o más específicamente para el siguiente siglo. Con la llegada de los tecnócratas al poder en México es que vimos el fin del sistema unipartidista autoritario del PRI. 


* En cierta forma, resultaba crucial terminar con el sistema político donde no existían instituciones o una complicada red de diversos componentes que asegurarán la continuidad del sistema político mexicano, y en vez solo se dependiera de un hombre, cuya ausencia – como se pudo comprobar con la salida de Porfirio Díaz del poder – significaría el fin de la paz, el progreso y estabilidad nacional.    


De la misma manera en la que las dos transiciones anteriores desencadenaron una serie de conflictos, esta transición hacia la democracia no ha sido la excepción. Solo que en esta ocasión, las líneas serían mucho más borrosas y sería difícil identificar ambos bandos, pero todavía podemos identificar un hecho fundamental: que los miembros de las instituciones nacionales y de los grupos de poder se encontrarían en lados opuestos del conflicto. Esto en parte contribuyó a que la actual transición se desarrollará con una dinámica sumamente diferente. En la independencia y la revolución, los grupos de poder que se perfilaron como anti-status quo y buscaban cambiar la estructura de poder de México se volvieron insurgentes para posteriormente volverse las fuerzas del nuevo status quo. Pero ahora, las fuerzas insurgentes son los mismos grupos de poder que se oponen a la transición.  

El fin del sistema unipartidista priista, propulsado por los cambios y las reformas de Miguel de la Madrid, Salinas de Gortari y, en mayor medida, Ernesto Zedillo (todos priistas tecnócratas) durante sus presidencias de 1982-2000, significó el fin del status quo tradicional y, por ende, de los privilegios y la jerarquía de poder que existían anteriormente (Fedirka & Araujo, 2024). Un acontecimiento evidente de ese nuevo cambio fue el enjuiciamiento de múltiples militares por aceptar sobornos del narcotráfico y violaciones de derechos humanos, algo que durante el régimen unipartidista priista nunca hubiera pasado (Grillo, 2012). Esto en turno, sirvió como el incentivo político (búsqueda de poder), financiero (búsqueda de enriquecimiento) y jurídico (evitar el enjuiciamiento y el encarcelamiento) para muchos dentro de las fuerzas armadas, quienes desertaron y dotaron de un nuevo carácter operativo y geopolítico a las organizaciones delictivas* (Fedirka & Araujo, 2024; Grillo, 2012).


* La deserción militar hacia las filas de las organizaciones criminales dotó a las mismas de un carácter de insurgente, lo que contribuyó al hecho de que estos grupos delictivos se volvieran una expresión de la resistencia al Estado mexicano.  


Consecuentemente, la creciente inseguridad que se estaba gestando en el país incentivo a Vicente Fox a desplegar a las fuerzas armadas y de seguridad nacionales en diversas ocasiones, pero para cuando Felipe Calderón llegó al poder en 2006, la situación ya se había salido de control (Grillo, 2012). El presidente Calderón simplemente implementó la única solución que cualquier político mexicano (o latinoamericano) hubiera implementado para intentar poner fin a la crisis, o a lo mucho evitar que la situación empeorara, desplegar a las fuerzas armadas a mayor escala que su predecesor (Grillo, 2012). (Cabe destacar, que incluso en 2006, López Obrador había propuesto al entonces embajador estadounidense, Tony Garza, militarizar la seguridad pública en México para hacerle frente a las organizaciones delictivas en el país, según la filtración de un cable diplomático estadounidense por WikiLeaks (Infobae, 2022).)

A pesar del despliegue militar en 2006, la situación no pudo mejorarse, las organizaciones criminales mexicanas ya habían pasado por una extensa transformación entre el 2000 y el 2006 (Grillo, 2012). Esto sumado a las posibles consecuencias económicas, políticas y sociales que pudieran desarrollarse si se hubiera respondido a dicha crisis con mayor agresividad militar significó que el dilema de inseguridad continuaría. El mayor reto para México es que esta guerra y las otras crisis que enfrenta el país han empeorado. Lo que ha repercutido en un quebrantamiento institucional, un desbaratamiento social y una crisis política que amenaza con desestabilizar a la nación de tal magnitud como la Revolución Mexicana (García, 2024).

La Guerra de las Drogas es un fenómeno geopolítico de la transformación sistemática por la que está pasando la nación mexicana y el país se encuentra en una brutal batalla por determinar su futuro. La guerra era de esperarse tanto como los choques sociales y culturales por definir la sociedad mexicana y lo que es ser mexicano, similar a como la Guerra de Independencia inició un debate sobre quienes éramos, si españoles o mexicanos, y sobre cuál era nuestro pasado y futuro; o similar a como la Revolución Mexicana produjo movimientos intelectuales revolucionarios nacionalistas y trabajos como la obra etnonacionalista de José Vasconcelos titulada ‘La Raza Cósmica’ (intentando emular la concepción nazi de la raza aria alemana, solo que aplicada al México mestizo). Esto en gran parte es lo que ha contribuido a la hipótesis de que estas serán algunas de las elecciones más cruciales en la historia reciente del país, ya que se elegirá entre dos modelos nacionales diametralmente opuestos. 

EL CASO VENEZOLANO 

Desde su independencia, Venezuela ha pasado por 4 etapas (o microciclos) geopolíticos marcados por diferentes regímenes ‘revolucionarios’. Cada régimen ascendió al poder por medio de una crisis nacional, incluso por la vía armada, y creó un régimen de corte militarista con líderes mesiánicos que reconfiguran las clases de poder y creaban instituciones, estructuras sociopolíticas y una alianza cívica-militar diseñadas para dominar al país y su población*. La única excepción fue Hugo Chávez, quien llegó al poder por la vía democrática, pero se enfrentó a múltiples crisis como fallidos golpes de Estado (López, 2023). En este caso, similar al mexicano, hubo un cambio trascendental en la última etapa o ciclo sociopolítico, ya que fueron las fuerzas en contra del cambio político que emplearon la fuerza para intentar frenar el proceso. 


* Esta información se obtuvo mediante una comunicación personal con de Pozarnik, J.-C. el 15 de febrero del 2024, de Pozarnik es una analista experta en temas de Latino América. Cabe mencionar que en la comunicación personal de Pozarnik citó un artículo de investigación de López (2023).   


Usando las mismas consignas que los regímenes revolucionarios anteriores, de Pozarnik señaló que:  

“el chavismo reproduce características [… políticas y populistas…] como el caudillismo-mesianismo; el militarismo; el uso de consignas antiimperialistas y democráticas [sociales] que atraen a las masas populares; la conquista de algunas reivindicaciones históricas  (aunque muchas son rápidamente abandonadas y revertidas en el proceso final de degeneración política del respectivo grupo o élite dominante); el paso de programas nacionalistas y antiimperialistas a ejecutorias exactamente contrarias, al hacer alianzas como socios menores de las grandes potencias mundiales; el uso de la represión selectiva y masiva como práctica cotidiana contra la protesta social y contra las vanguardias políticas que les hacen oposición; y la importante movilización social que por momentos logran canalizar para sus propios intereses de grupo y de clase (como “nueva” clase burguesa en proceso de conformación).”  

Solo que, a diferencia de los movimientos revolucionarios anteriores, además de usar las vías democráticas, Humire (2024), director ejecutivo del Centro para una Sociedad Libre y Segura, enfatizó que debido a las capacidades operativas e institucionales del Ejército venezolano y sus instituciones políticas, el chavismo buscó apoderarse por medio de la subversión política con el apoyo del régimen comunista cubano. Es decir, el chavismo buscó apoderarse de Venezuela por las vías institucionales al infiltrarse y dominarlas desde adentro, algo que se le facilitó con el fallido golpe de Estado del 2002. Esto muestra una nueva dinámica de empoderamiento de los regímenes en Venezuela, que es democrática, burocrática e institucional. Lo que nos ayuda a comprender por qué los golpes de Estado en su contra han fallado, son la misma razón por la que Hugo Chávez fracasó en 1992 cuando intentó un golpe de Estado propio. Al arraigarse en las instituciones venezolanas – las cuales han mejorado considerablemente como para evitar cambios de poder por las vías armadas – el chavismo se ha podido atrincherar en el poder.  

Pero esto también nos ayuda a comprender como realmente sucederá una transición en Venezuela: la cual será democrática e institucional. Con esto en mente, cabe destacar que de Pozarnik concuerda con López (2023), en que el régimen maduro-chavista es una configuración sociopolítica mucho más débil que sus predecesores, lo que se refleja con las continuas crisis políticas y la debilidad económica nacional. Esta debilidad estructural y el cambio en la dinámica de ascensión al poder podría significar, al igual que en el caso mexicano, que Venezuela se encuentra ante una nueva etapa o macrociclo geopolítico, uno en el que el país dejará de ser débil o estar internamente dividido, y pasará a ser más unido y estable política y económicamente. Por otra parte, esto significa que Venezuela también pasará por otra transición dentro de la actual década (sino es que, a principios de la siguiente década, pero eso es menos probable debido a la debilidad del régimen de Maduro). Esta transición, al igual que la de Chávez se dará desde adentro del régimen y sus instituciones, y ya está comenzado a tener forma

Nicolas Maduro marcha al lado de militares venezolanos en 2019 en un intento por demostrar el respaldo militar
con el que cuenta frente a las diversas crisis que ha enfrentado su gobierno (Fuente: Palacio de Miraflores)

El nuevo movimiento sociopolítico es uno liderado por los tecnócratas, como Rafael Lacava, Héctor Rodríguez o Félix Plasencia, dentro del régimen chavista. Dichos tecnócratas son fundamentalmente diferentes a la vieja guardia del chavismo, ya que no se apegan a consignas antiimperialistas, militaristas, mesiánicas, anticapitalistas o populistas (en especial porque no buscan enemigos nacionales como las clases medías, los empresarios o extranjeros), lo que también los diferencia de los demás regímenes revolucionarios en la historia venezolana (Kurmanaev, 2022). Algo que deberá tomarse a consideración es que la oposición ha demostrado ser más receptiva hacia los tecnócratas chavistas, durante las elecciones regionales de noviembre del 2021, la oposición no disputó los resultados electorales de la victoria de Rafael Lacava en Carabobo, a pesar de su victoria abrumadora (Kurmanaev, 2022). Una verdadera transición en Venezuela no será por parte de la oposición, sino una interna al régimen chavista.  

Tomando esto en cuenta, la transición no sólo afectará el status quo del régimen político y no sólo llevará a que Venezuela se recupere económicamente y se vuelva más democrática. El país sudamericano también se encuentra ante otros dos escenarios transformativos. Uno en el que surge una nueva identidad nacional y la otra vendría siendo una crisis de seguridad nacional.  

Similar a México, Venezuela claramente pasa por un proceso transformatorio de magnitud sistemática durante las primeras décadas de cada siglo, durante el siglo XIX (en la Guerra de Independencia del país sudamericano) el país hizo un cambio trascendental en cuestiones sociopolíticas y socioeconómicas, terminando con la élite criolla (devastada por las revoluciones) y buscando crear una sociedad más igualitaria (debido al papel de los pardos y los esclavos en las guerras de independencia); mientras tanto el siglo XX, se vio el surgimiento de una nueva clase política conformada por movimientos de descendencia urbana y no rural como la independencia (López, 2023). Durante todas estas transformaciones, las élites y burguesías que se creaban se caracterizaron por ser populistas y apegadas a una ideología nacional al buscar dominar y reconstruir el país. Pero Venezuela ahora se encuentra ante una nueva dinámica en la que tecnócratas conforman una nueva generación política en el país y no se apegan a las concepciones ideológicas y populistas de los chavistas, o incluso de las demás generaciones revolucionarias (López, 2023). El respaldo popular que han estado recibiendo durante sus elecciones y sus gubernaturas, es muestra de que a nivel social, Venezuela también se encuentra ante un cambio trascendental.  

Algo que, de Pozarnik ha enfatizado al mencionar que en el país, ha comenzado a cambiar la sociedad venezolana para volverse más independiente. Esto ha sido lo que ha contribuido al respaldo popular de los tecnócratas, y a la oposición.  Este cambio ha sido impulsado por la crisis económica creada a partir del fin de la renta petrolera, la cual terminó debido a los problemas político-estructurales que afectaron a las empresas paraestatales y a la economía nacional, las sanciones – aunque significativas – fueron un efecto secundario, el principal fue el fin de la tecnocracia en la principal empresa paraestatal: PDVSA. Sin embargo, Venezuela, al encontrarse en  las etapas iniciales de una profunda metamorfosis sociopolítica y geopolítica, también se encuentra – al igual que México en la década de 1990 y principios de la década de 2000 – ante una posible crisis de seguridad nacional.  

El cambio que experimentará el país afectará profundamente las relaciones de poder y la jerarquía existente. Como era de esperarse, el régimen chavista y su relación con el crimen organizado es una relación natural en la región, no por el carácter corrupto de la relación, sino por el contexto geopolítico. Como ya se había mencionado, los gobiernos buscarán integrar y controlar a los diferentes grupos de poder en sus países. Debido al poder financiero, el poder de fuego y la cantidad de personas que controlan o emplean estos grupos delictivos, estos terminaron por convertirse en un grupo de poder nacional, como lo hicieron en otros países latinoamericanos que se encuentran en los mismos panoramas geopolíticos. Como consecuencia de la transición, la simbiosis se verá bajo peligro, posiblemente muchos miembros de las fuerzas de seguridad venezolanas se unan a estos grupos, incluso los diferentes grupos de choque o armados que usa el gobierno como fuerzas de seguridad de facto del régimen podrían convertirse en organizaciones criminales o unirse a las mismas.  

Las nuevas generaciones de políticos venezolanos y los miembros de sus instituciones de seguridad (fuerzas armadas, de inteligencia o policiales) verán estos grupos como un problema latente que deberá ser tratado adecuadamente, en especial debido al poder que han acumulado y lo que vendría siendo su respuesta al fin del status quo geopolítico que los integraba o beneficiaba. Por eso se han comenzado las confrontaciones armadas entre fuerzas de seguridad y estas organizaciones delictivas, eso también explicaría el asedio a la prisión en Aragua. Venezuela, justo como México, tendrá que luchar contra varios grupos de poder que rechazarán la nueva nación y el nuevo sistema político.

Foto de los lentes obscuros de un soldado ecuatoriano durante evento de la entrega de nuevos blindados para las
fuerzas armadas de Ecuador, a la que asiste el presidente ecuatoriano, Daniel Noboa (Fuente: Presidencia de
Ecuador)

EL REFLEJO EN LATINOAMÉRICA  

América Latina en general se encuentra en medio de una serie de reestructuraciones nacionales tanto geopolíticas como sociopolíticas y económicas. Es por eso por lo que Cuba se encuentra en una fuerte crisis económica y política que atenta contra la continuidad del régimen comunista y es la misma razón por la que el partido MÁS en Bolivia se ha dividido creando una fuerte ruptura entre el expresidente, Evo Morales, y el exministro de economía y finanzas públicas, Luis Arce Catacora (un tecnócrata). También es la razón detrás de la llegada de Javier Milei al poder en Argentina, quien amenaza con radicalmente reconfigurar toda la economía y el sistema financiero argentino. Perú, por otra parte, ha estado experimentando una fuerte crisis política tras el fallido autogolpe de Estado del ahora expresidente Pedro Castillo. Eso también explicaría la llegada al poder de Jair Bolsonaro y la crisis de sucesión durante enero del 2023 cuando miles de bolsonaristas intentaron asediar las sedes de poder brasileñas en Brasilia. Por su parte, la llegada de Gustavo Petro a la presidencia colombiana, la primera ocasión en la que un exguerrillero y un izquierdista llega al poder en Colombia, y la crisis política en la que se encuentra también encuadra dentro de esta dinámica de cambios sistémicos.  

Chile, Ecuador y Colombia resultan ser casos más apegados a los de México y a lo que se aproxima para Venezuela. En Colombia, las guerrillas comunistas y los grupos paramilitares en el país, que solían luchar por cuestiones ideológicas, ahora se han convertido en sicarios de las organizaciones criminales mexicanas y venezolanas. Creando una nueva crisis de inseguridad y violencia en Colombia que amenaza los procesos de paz. De cierta forma, la llegada al poder de los izquierdistas representa un cambio en la dinámica de ascenso al poder, similar a la de Venezuela, lo que explica que las guerrillas hayan abandonado sus aspiraciones ideológicas y se hayan convertido en los brazos armados de otros grupos que buscan llenar los vacíos de poder nacionales y regionales. En parte, la violencia en Colombia se atribuye al éxito de los acuerdos de paz o las iniciativas de pacificación del gobierno colombiano. La evolución que experimentan los distintos grupos de poder se da en base al contexto histórico-geopolítico de las áreas geográficas en las que operan, por lo que era de esperarse que surgiera un nuevo reto para el gobierno colombiano.  

Más al sur, en Ecuador, el país también se encuentra siendo víctima de los procesos geopolíticos y sociopolíticos de las potencias regionales. Al convertirse en un punto logístico geoestratégico para las organizaciones delictivas de mayor calibre operativo, estas comenzaron a inmiscuirse en la dinámica geopolítica y política ecuatoriana, la cual también responde a los mismos dilemas del resto de los países latinoamericanos: control territorial y la jerarquía de los grupos de poder. Mientras tanto, Chile, con la llegada de su primer presidente progresista, Gabriel Bóric, y con el inicio de una transición política y económica se enfrenta a diversos retos. Desde hace poco, el movimiento mapuche se ha tornado más violento y agresivo, lo que ha provocado el ascenso de varias pandillas fuertemente armadas o milicias terroristas mapuches en los últimos años, junto con un incremento en la presencia de grupos delictivos transnacionales. Al confrontarse con las repercusiones sociopolíticas de una transición, el país se ha encontrado con pocas herramientas para resolver el problema. Pese a que el gobierno de Bóric había prometido resolver el problema pacíficamente, sus intentos por negociar con los movimientos mapuches no han brindado frutos en el sur del país. Con varios actos violentos contra autoridades chilenas, incluso altos funcionarios como la ministra de Interior y Seguridad Pública, Izkia Siches, y una crisis de inseguridad en deterioro, el gobierno chileno se ha visto forzado a responder con el uso de las fuerzas armadas (Montes, 2022; Infobae, 2023). La reciente crisis en Haití vendría siendo el ejemplo más grave de los casos latinoamericanos.  

Todos estos acontecimientos y el continuo deterioro de las crisis o las dificultades políticas, sociales, económicas y de seguridad en diversos países latinoamericanos son tanto el resultado de las transiciones – que alteran las jerarquías y estructuras políticas de poder – como de la geopolítica regional, que a su vez son simples reflejos de antecedentes geohistóricos.

¿Qué aguarda el futuro para Latinoamérica? 

Las Guerras de las Drogas o las Guerras del Narco en Latinoamérica no pueden ser criticadas bajo las métricas y las lógicas de las Guerras contra el Narcotráfico que aplican a otros países como Estados Unidos. Buscar imponer dichas métricas de análisis no ayuda a entender los parámetros bajo los cuales se desarrollan diversas circunstancias o crisis en América Latina. Por ello, no se pueden criticar las medidas tomadas, como la militarización de la seguridad pública, desde un enfoque de análisis socioeconómico, debido a las implicaciones del carácter geopolítico que han asumido las organizaciones criminales. 

La militarización de la seguridad es una respuesta natural ante la dinámica geopolítica de América Latina. Estos conflictos internos son fenómenos geopolíticos de los cambios por los que pasa la región. Es la razón por la que la mayoría de las respuestas gubernamentales se han centrado en control territorial y recuperación de las economías. Actualmente, la región se encuentra construyendo no solo nuevos sistemas políticos, sino también nuevas economías para posicionarse y aprovechar los cambios en la economía internacional (Fedirka, 2024). Intentar responder a dichos problemas de seguridad nacional como si fueran problemas de seguridad humana o inherentemente socioeconómicos (ignorando los aspectos geopolíticos) no brindaría ningún resultado.  

Es importante reconocer las limitaciones de los países latinoamericanos y que todavía se encuentran en una etapa geopolítica la cual prioriza la necesidad de responder ante diversas crisis como una cuestión de poder y control nacional. Estos mismos todavía tendrán que pasar a una nueva fase de las Guerras de las Drogas, las cuales, debido a tener más de dos décadas en desarrollo a nivel regional, han creado la presión social necesaria para generar un cambio. Bajo esta nueva fase veremos diversos modelos desarrollarse con el mismo propósito de eliminar los aspectos geopolíticos de los grupos delictivos y de recuperar el control territorial y económico nacional. No obstante, estos modelos no serán iguales, solamente su propósito será el mismo, pero su ejecución y carácter variarán dependiendo del estado de los sistemas políticos y las instituciones de cada país.   

Sin embargo, esto no significa que América Latina no cambie y continúe indefinidamente como una región sin instituciones civiles que puedan lidiar con estas problemáticas nacionales. Pero los países necesitarán afianzar sus naciones tras dichas transiciones y asegurar un contexto bajo el cual tengan la confianza y certeza de que no se verán rebasados o amenazados internamente. Latinoamérica se encuentra ante un nuevo macrociclo geopolítico, el cual terminará creando países latinoamericanos más estables y permitirá reconfigurar sus sistemas políticos, de seguridad y económicos internos para comenzar a enfocarse en nuevas necesidades. De esta forma, veremos una América Latina con Estados cuyo enfoque de seguridad nacional será exteriorizado y con la capacidad de establecer políticas de seguridad humana internas. A su vez, esto terminará creando nuevos retos, lo que conllevará a que el panorama geopolítico estatal cambie profundamente y las relaciones interestatales también se transformen.  

Escalona Ramos, A. (1959). Geopolítica mundial y geoeconomía: Dinámica mundial, histórica y contemporánea. México: Ediciones Ateneo. 

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