Después de haber ganado Maduro las elecciones venezolanas mediante diversas medidas que sembraron duda sobre la legitimidad del proceso electoral venezolano, se dieron diversas manifestaciones en el país sudamericano. Algunos esperaban una respuesta contundente de diversos gobiernos, como el estadounidense y otros esperaban que las manifestaciones fueran suficientes para forzar a varios en las fuerzas armadas a reaccionar y derrocar al régimen chavista. En ocasiones surgían reportes de que habían cambios dentro del acomodo de las fuerzas armadas o de que existían rumores sobre un posible golpe de Estado, pero nada llegó a concretarse.
Meses después, sin que el régimen chavista, bajo el liderazgo de Nicolás Maduro, haya siquiera titubeado ante las manifestaciones sociales, no se ha visto una gran movilización ni un cambio significativo en las esferas del poder venezolanas. Como consecuencia, muchos podrían estar creyendo que el régimen chavista se mantendrá en el poder durante otra década, hasta que termine el actual mandato de Nicolás Maduro en 2030. Sin embargo, pese a que fue prematuro pensar que el régimen caería bajo la presión social tras las elecciones, también sería prematuro pensar que el gobierno de Maduro se mantendrá en el poder y cumplirá con su mandato. Existen diversos elementos que apuntan a que el régimen chavista no solo ha perdido su fuerza sociopolítica, sino que podría en efecto estar aproximándose lentamente a su fin.
Es así como el presente artículo plantea analizar tres elementos que en gran medida apuntan a que habrá un cambio de régimen en el país: 1) se analizará el carisma de Maduro frente al de Chávez, ya que el liderazgo carismático es crucial ante crisis socioeconómicas y políticas de dicha magnitud, en especial si uno es heredero de un movimiento y no su fundador; 2) se analizará la dinámica de seguridad en el país, enfocándose en el impacto que seguirá incrementándose conforme la situación económica en el país empeore y la presión que podrían estar enfrentando las fuerzas militares venezolanas ante ambos panoramas; 3) el tercer elemento que se analizará será el panorama geopolítico en el que se encuentra el régimen chavista, el cual ya no es favorable para su continuidad en el poder y podría volverse víctima de una cadena de eventos externos a sus fronteras.
Concluyendo de esta forma que, aunque no se puede esperar que el régimen chavista termine como han acabado regímenes revolucionarios en el pasado en Venezuela, mediante golpes de Estado o guerras civiles (aunque no se descarta la posibilidad en su totalidad), este no podrá perdurar más tiempo en el poder. La actual transición venezolana responde a una nueva dinámica sociopolítica y geopolítica, lo que implica que el actual — y posiblemente el último — régimen revolucionario terminará bajo circunstancias similares, pero en esencia diferentes en el sentido geopolítico y sociopolítico.
Postulacion de la candidatura presidencial de Nicolas Maduro ante el CNE en marzo de 2013, pocos días después de la muerte de Hugo Chávez (Crédito: Prensa Miraflores vía Flickr)
Maduro no es otro Chávez
En primera instancia, es necesario abordar el componente carismático del liderazgo político en el actual régimen revolucionario venezolano. En ciclos sociopolíticos anteriores, este componente fue crucial en la fundación de cada régimen revolucionario, pero el actual presenta una nueva dinámica. Esto se debe a que el chavismo se presenta como el movimiento sociopolítico revolucionario más débil e ineficaz de los anteriores movimientos revolucionarios en la historia de Venezuela.
A pesar de haber llegado al poder en 1999, Hugo Chávez nunca pudo recabar un apoyo popular con la fuerza política necesaria para poder efectuar cambios políticos significativos, es decir, para poder consolidar el régimen chavista. En gran medida, la mayor parte de su logró político y en temas de seguridad estatal se debe más a las fuerzas de seguridad y de inteligencia cubanas que al apoyo popular venezolano (Infobae, 2019; Oppmann & CNN, 2019). En cierta forma, durante la primera década del chavismo solo existió un gobierno chavista y un movimiento político chavista, pero el régimen chavista no se consolidó sino hasta 2013, mismo año en que murió Hugo Chávez, el líder de la revolución bolivariana.
Aunque no se puede negar que Chávez gozó de un cierto carisma que lo ayudó a mantenerse competitivo electoralmente, éste nunca fue suficiente como para otorgarle el poder total sobre la población venezolana (SWI swissinfo.ch, 2024). Pero su pupilo y predecesor, Nicolás Maduro, no cuenta con el mismo carisma, lo que lo convierte en un líder político mucho más débil y vulnerable ante procesos y tendencias electorales al igual que cualquier reto o crisis socioeconómica y política (Arenas, 2016).
Una de las mayores amenazas para los populistas es el tener que rendir cuentas ante una crisis socioeconómica o política — la cual sería producto de sus políticas — que afecte gravemente a la población de su país. posiblemente Chávez tuvo suerte de morir antes de que la crisis económica por la caída en los precios del petróleo se materializara, lo cual sucedió durante el mandato de Nicolás Maduro. Esto creó un mayor reto para su sucesor, quien no cuenta con el carisma o el mismo grado de apoyo popular — incluso dentro de las instituciones del régimen chavista — que Chávez.
Aquí es donde también se debe analizar el impacto de la imagen y el carisma del liderazgo en movimientos que se catalogan, ya sea por sus acciones o por cuestiones propagandísticas, como revolucionarios. La falta de carisma y respaldo popular real a Maduro no solamente fue algo a lo que tenía que enfrentarse el líder venezolano en las urnas del país, sino dentro del mismo partido gobernante, el Partido Socialista de Venezuela (PSUV). Mientras que Chávez necesitó de la asistencia de agencias de inteligencia y fuerzas de seguridad cubanas para lidiar con disidencia burocrática institucional y militar, Maduro necesitó buscar el apoyo necesario para lidiar con la resistencia dentro del PSUV, dentro de las mismas instituciones chavistas (SWI swissinfo.ch, 2024).
Así mismo, Maduro necesitó recurrir a la ayuda de organizaciones criminales y grupos paramilitares no estatales para poder asegurar su posición en el poder durante la crisis social y política entre 2013 y 2014 (Araujo, 2024a). Lo que alude a que el mismo mandatario chavista no confiaba en la capacidad o no creía tener el respaldo total de las fuerzas de seguridad estatales venezolanas durante dicha crisis. (Aunque Chávez comenzó con el acercamiento con dichas organizaciones y grupos durante su mandato, Maduro formó una dependencia mucho más marcada y empoderó a estas organizaciones en mayor medida que Chávez.)
Sin embargo, pese a las debilidades del liderazgo madurista y del mismo régimen chavista, la capacidad económico-financiera para mantener en pie los programas de asistencialismo todavía no se había desgastado. (En especial por la asistencia económica de gobiernos extranjeros.) Este deterioro macroeconómico se consolidó después de una década de campaña por parte del gobierno contra los tecnócratas del sector económico nacional, lo que había contribuido a que Maduro se mantuviera en el poder. No obstante, ese ya no parece ser el panorama macroeconómico actual. Por ende, el dilema del carisma de Maduro y la falta de respaldo a su liderazgo dentro de las instituciones, como las mismas esferas de poder incluso en el PSUV, se volverán más problemáticas dentro de los próximos meses.
Miembros de las fuerzas armadas de Venezuela durante una salutación de fin de año de la Fuerza Armada Bolivariana (Crédito: Prensa Miraflores)
Economía y Ejército
Un ejército tiene el propósito de mantener a un país unido y asegurar su supervivencia, ya sea de su Estado-nación o de un país (entendido como una comprensión territorial de una entidad política nacional), en ocasiones esto se concentra en la seguridad de un régimen, debido a que la existencia, estabilidad y seguridad de este tendría implicaciones para la seguridad nacional. Aunque las instituciones políticas y la estructura burocrática y económica de un Estado sean cruciales para un país, el ejército es la institución de la cual depende su existencia, ya que es la fuerza bélica que busca mantenerlo vivo en el escenario internacional. Esta tarea se dificulta cuando un ejército se fractura y se desmantela o cuando comienzan a existir diferentes polos de poder armados con fines políticos divergentes o incluso antagónicos.
En la actualidad el caso de Venezuela no parece estar lejos de esta problemática. El régimen chavista tuvo que crear diferentes instituciones armadas y fuerzas de seguridad cuyo objetivo no sería proteger a la nación de una hipotética invasión o mantener unida a la nación, sino cuyo propósito es asegurar al régimen, sirviendo como guardia pretoriana chavista y como contrapeso contra otras instituciones armadas, un caso similar al de países como Irán, Rusia, China y Cuba. Esta necesidad surge a partir del hecho de que no se confía totalmente en el ejército como fuerza estabilizadora y cuyo objetivo sea preservar al régimen establecido, caso contrario a lo que sucedió en México durante el siglo XX, donde el Ejército mexicano fue la única institución armada en el país y se buscó limitar la existencia de diferentes instituciones o grupos armados.
El dilema con este tipo de estructuras político-institucionales es que son extremadamente vulnerables y, precisamente, terminan comprobando que el ejército no es la institución que buscará mantener al régimen en pie. Esto debido a que la existencia de diversos polos de poder armados crean un desafío para el cumplimiento del propósito de una fuerza armada estatal: el de asegurar la seguridad nacional. El “[cambió en el objetivo de] la misión del servicio de inteligencia de espiar a rivales extranjeros a la de vigilar a los propios soldados, oficiales e incluso comandantes de alto rango” precisamente demuestra las vulnerabilidades y los retos que presentan adoptar estas infraestructuras de seguridad para las fuerzas militares. En ocasiones, la intervención de miembros de las fuerzas de seguridad de otro Estado o potencia en las fuerzas armadas de otro país está dirigida a mejorar la seguridad nacional, no la de un régimen o mucho menos el de un movimiento político.
En México, por ejemplo, la intervención y la asistencia de Estados Unidos a México tuvo el propósito de ayudar al Estado mexicano a reforzar su seguridad, especialmente la del régimen, pero sin poner en peligro la seguridad nacional, debido a que el régimen fue más complejo y estuvo más entremezclado con la nación mexicana, caso contrario al régimen chavista.
Esto implica que existe competencia entre las fuerzas de seguridad, ya sea por cuestiones presupuestarias o por objetivos. Algo que empeora si se considera que, en el caso venezolano, muchos de los cuerpos de seguridad del régimen son organizaciones paramilitares u organizaciones criminales no estatales, lo que implica mucho menos control de las mismas y genera incertidumbre respecto a la seguridad nacional. En México, la inexistencia de una organización paramilitar contraria al Ejército mexicano permitió una transición hacia la democracia estable y segura, al haber evitado la posibilidad de que existiera un componente político-institucional que atentara contra la seguridad nacional por buscar mantener al régimen en el poder.
Es por eso que, en diversos casos, las fuerzas armadas nacionales estuvieron dispuestas a “traicionar” a los regímenes políticos establecidos cuando se generaban crisis transicionales (Araujo, 2024b). Pero en el caso de Venezuela, al fortalecer a tantos ejércitos políticos o ejércitos ilegales prorrégimen, esto incrementa las tensiones internas.
Sumamos esto al deterioro de la situación macroeconómica, la cual está teniendo repercusiones en todos los niveles socioeconómicos y entonces tenemos un mayor reto para la seguridad. Al perder terreno socioeconómico, con la imposibilidad de continuar con los programas de asistencialismo, la existencia de grupos armados con algún tipo de fuente de capital alterna, genera nuevos centros gravitacionales socioeconómicos, similares a los de una insurgencia, afectando la integridad nacional. Razón por la cual el Ejército y el resto de las fuerzas de seguridad estatales nacionales no tienen mucho incentivo real para dejar continuar al régimen chavista, el cual se está convirtiendo en un obstáculo para la seguridad y la integridad nacional, tanto por sus políticas de seguridad como por su ineficacia económica.
Sin embargo, la falta de iniciativa por parte de las fuerzas armadas venezolanas en los últimos meses, aunque podría confundirse con lealtad, podría tener más correlación con la preocupación de qué podría suceder si se desarrollará una transición con tantos cuerpos de seguridad paramilitares políticos e ilegales. En el caso mexicano, aunque no se dio una guerra civil por la transición, si se dio una pseudo-guerra civil en la forma de la Guerra de las Drogas, cuya crisis de violencia ha causado la muerte de cerca de 500,000 mexicanos, casi la misma cantidad que la Guerra Civil Siria.
Efectuar un cambio de régimen en la actualidad conlleva más riesgos que los primeros 14 años del gobierno chavista de Hugo Chávez (1999-2013). En el presente ya existen múltiples grupos armados que dependen del régimen chavista para su supervivencia y prosperidad, lo que implicaría que, aun cuando no exista un elemento dentro del Ejército venezolano que busque respaldar al régimen chavista, si existirían organizaciones armadas que podrían rechazar cualquier transición o cambio de régimen, incrementando los riesgos a largo plazo. Lo que implica que cualquier fuerza de seguridad o militar que busque un cambio de régimen en Venezuela tendría que considerar más elementos para ejecutar dicho cambio.
Aun así, se debe reconocer que un cambio en Venezuela no será similar al de regímenes revolucionarios anteriores. Hugo Chávez no pudo llegar al poder por la vía armada, sino que tuvo que llegar por la vía pacífica, mediante elecciones. Esto nos demuestra una evolución significativa en el país en términos geopolíticos, institucionales y sociopolíticos. Las implicaciones de este cambio en los ciclos sociopolíticos venezolanos es que el próximo cambio será considerablemente diferente a los anteriores. El Ejército venezolano aún seguirá siendo un elemento fundamental de ese cambio, pero su papel en la transición cambiará considerablemente.
Con estos elementos en contra, el régimen chavista sigue endeble y su legitimidad popular, algo importante en el contexto histórico venezolano y que mantuvo en poder y luego derrocaba a regímenes revolucionarios en el pasado, ya no son factores a su favor. La oposición demostró tener el mayor respaldo popular y pudo movilizar o causar la movilización de una gran cantidad de personas en el país y fuera del mismo. Venezuela ha enfrentado una crisis económica que, con el tiempo, se ha ido expandiendo y ha deteriorado más el sector económico venezolano. Todo lo cual empeora la posición del régimen chavista. Aunado a estos retos internos, el régimen tampoco se enfrenta a un panorama geopolítico favorable tanto regional como internacional. Lo que nos lleva a considerar otro factor: el geopolítico.
Presidente de la República de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, durante reunión ampliada con el Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro, durante una visita de Estado en el Palacio do Planalto, Brasília en 2023 (Crédito: Ricardo Stuckert/Palácio do Planalto vía Flickr)
Un nuevo panorama geopolítico en el horizonte
Existen dos contextos geopolíticos que apuntan a un cambio en Venezuela, uno es cíclico-sistémico y otro es referente al estado actual de la política regional e internacional.
Ciclos-sistémicos geopolíticos
En cuanto al primero, podemos observar una transición — en Latinoamérica en general — de un ciclo de regionalismo a uno de centralismo. Durante el primero, un Estado se fragmenta geopolíticamente, los casos más extremos de cómo se manifestó esta fragmentación sería el carácter geográfico-regionalista de los conflictos y del poder en varios países de Latinoamérica, pero casos más concretos serían la disolución del Imperio español en América Latina y la posterior fragmentación de los Estados independientes como la Gran Colombia. Este tipo de panoramas generan inmensa inseguridad al interior y una grave vulnerabilidad hacia el exterior, dejando a los países vulnerables ante presiones o influencias externas e incluso a invasiones.
La única forma en la que se pueden contrastar estos panoramas es mediante gobiernos autoritarios, los cuales recurren a la conformación de un orden que pueda dominar o integrar a diversos grupos de poder y lograr crear un objetivo común. Algunos Estados latinoamericanos tuvieron más éxito que otros en esta área. Por ende, cada régimen revolucionario en Venezuela se volvía dictatorial y buscaba crear pactos o reconfigurar (en ocasiones reconstruyendo) a los grupos de poder en Venezuela. Más importante aún sobre estos ciclos, es que uno de los elementos más cruciales sería la existencia de gobiernos centrales con presidencias o liderazgos todopoderosos, ya que se necesitaba de un liderazgo político que pudiera unir al país y mantenerlo unido como un Estado-nación.
Por otro lado, en un contraste total al ciclo de regionalismo, durante un ciclo de centralismo el Estado central se empodera y puede consolidar el control del país sin necesidad de otros grupos de poder, algo que logra mediante la consolidación de instituciones estatales sólidas y profesionales. Muchos de los elementos políticos del regionalismo ya no son necesarios debido a que la seguridad se fortalece con el cambio geopolítico. Esto, en tiempos recientes — desde el siglo XVIII — se ha visto con la creación de Estados centrales fuertes con ciertos contrapesos internos. Tanto en el Reino Unido como en Alemania, cuando ambos entraban a sus ciclos de centralismo surgía un Estado central fuerte que enfrentaba contrapesos de un parlamento, incluso una prensa libre, pero estos contrapesos nunca representaban una amenaza a la integridad o seguridad nacionales.
Este cambio trascendental entre un sistema político regionalizado y uno centralizado, a su vez, se debe porque el mismo sistema político (o forma de gobierno), las viejas instituciones y los pilares de poder que mantenían seguro a un régimen durante un contexto de regionalismo se vuelven problemáticos para un Estado centralizado. Debido a que, en vez de proveer seguridad, estabilidad y unión, se convierte en un sistema contraproducente para los objetivos geopolíticos. Bajo esta lógica, el régimen chavista es un remanente de la época del regionalismo en Venezuela, lo que lo convierte en una amenaza para los objetivos geopolíticos durante el ciclo de centralismo.
Panorama regional e internacional
Por su parte, en cuanto al segundo tema, es importante reconocer que el régimen chavista se consolidó en un ambiente favorable, con el apoyo de gobiernos extranjeros, como el cubano seguido por el respaldo económico de China y tanto el político como el militar de Rusia. Sin embargo, Rusia se encuentra atascada en Ucrania y el fin de la guerra no significaría su regreso al escenario internacional, sino un cambio de enfoque de Ucrania al Cáucaso y Asia Central, por crecientes problemas de seguridad en dichas regiones. China, por su parte, se encuentra ante una fuerte crisis económica y no está en posición de invertir capital en proyectos de los cuales no recibirá beneficios, inclusive ha reducido el alcance de su Iniciativa de la Ruta de la Seda al priorizar proyectos mejor manejados y más pequeños, de menor inversión de capital (Herczegh, 2024).
Pero más importante aún sería que los países latinoamericanos que antes respaldaban al gobierno de Chávez y al régimen chavista de Nicolás Maduro, ahora se encuentran en crisis o están siendo forzados a recalibrar su política exterior para obtener mejores resultados ante un panorama cambiante. Brasil vetó la entrada de Venezuela — y Nicaragua — a los BRICS+ (grupo que funge como un foro político-económico, cuyos miembros son Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), algo que probablemente no habría hecho durante el gobierno de Chávez bajo circunstancias más favorables. Colombia y Brasil se han mostrado reacios a apoyar con el mismo respaldo diplomático que le han dado antes a Maduro, mostrando cierta inconformidad con el proceso electoral. Al mismo tiempo, Bolivia pasa por una crisis política interna al experimentar una fuerte ruptura dentro del partido Movimiento al Socialismo (MAS) entre el actual presidente, Luis Arce Catacora, y el expresidente Evo Morales, inhabilitando al país para prestar cualquier tipo de apoyo. Por su parte, Argentina no cuenta con un gobierno que favorezca la permanencia de Maduro o del chavismo en el poder en Venezuela.
Pero, más importante aún, es que el régimen comunista cubano se encuentra en crisis y podría enfrentarse a una transición propia en los próximos meses o años (Araujo, 2024c). Debido a las crisis que ambos países enfrentan, Cuba y Venezuela se han encontrado ante una situación en la cual ya no pueden colaborar. Un caso similar se podría esperar en Irán, país cuyos logros regionales se han visto exageradamente revertidos por Israel y cuyo régimen también se enfrenta a la posibilidad de sufrir una transición. Así mismo, México se encuentra en medio de una crisis constitucional que atenta contra la continuidad del proyecto político de Morena, partido y movimiento político mexicano que favorece la vieja política exterior mexicana de respaldar a regímenes anti-status quo en América Latina. Al mismo tiempo, cualquier cambio en la región o el mundo — como una crisis económica en China o una crisis que termine con gobiernos amistosos (o con aliados) del gobierno de Maduro — podría tener un efecto dominó en Venezuela.
Si el régimen chavista se consolidó — no por apoyo popular en Venezuela o el respaldo incondicional del ejército sino — solo con ayuda externa, entonces la desaparición de esta ayuda extranjera y del panorama internacional favorable traerá su fin.
Una fotografía de la bandera de Venezuela ondeando en el aire (Crédito: Flaminio Cordido Sánchez vía Flickr)
Un nuevo país, una nueva transición
Bajo las circunstancias actuales podría ser difícil concretar un golpe de Estado al estilo tradicional de como ha sucedido en la historia venezolana, Chávez tampoco tuvo éxito con su propio golpe de Estado. Pero los elementos geopolíticos, económicos e internacionales que anteriormente sostenían al régimen chavista ya no existen. Con el tiempo, dentro de los próximos meses la presión sobre el gobierno de Maduro se incrementará. Posterior a las elecciones, había analistas venezolanos que se quejaban de la falta de iniciativa de gobiernos en el escenario regional e internacional en contra del gobierno de Maduro, pero podría no haber necesidad de ello, en especial, si los regímenes o gobiernos que apoyaban al régimen chavista se están enfrentando a sus propias crisis existenciales.
El posible impacto internacional que habrá con el sucesivo fin de varios regímenes en el escenario político mundial y las diversas crisis que forzarán una reestructuración en la economía internacional serán graves. El régimen chavista es el movimiento revolucionario más débil en la historia venezolana por la estructura de su régimen y su dependencia de grupos armados ilegales. Difícilmente podrá sobrevivir ante un escenario tan precario para su existencia como el que se avecina. Los cambios estructurales en países o potencias de cuya asistencia dependía anteriormente ya no estarán disponibles, disminuyendo drásticamente sus probabilidades de perdurar hasta el final del mandato de Nicolás Maduro en 2030.
Referencias
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