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Diseño por Código Nexus (fuente: Wikimedia Commons/NASA/Canva Pro).

Otra perspectiva geopolítica de Europa

Las macrorregiones europeas

Aunque Europa parezca una sola entidad geográfica con enorme potencial para crear unidad supranacional, en realidad está profundamente fragmentada.

Por: Andrés Alejandro Araujo Bermúdez

Por: Andrés Alejandro Araujo Bermúdez

Tabla de contenidos

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Existen múltiples formas de nombrar a diversas regiones en el mundo. En ocasiones estas identidades geográficas son producto de características físicas naturales, culturales, históricas o de sus contextos políticos. Como consecuencia, en ocasiones esto genera conclusiones erróneas sobre varios países y los contextos geopolíticos en los que se hallan, lo que a su vez tiene implicaciones sobre el entendimiento que se tiene sobre el potencial que poseen, sus limitaciones o los desafíos a los cuales se enfrentan. Sumado a eso, dichas etiquetas también generan interpretaciones falsas sobre qué tipo de desarrollo social, cultural, político o económico puede existir, es decir que se conciben pronósticos ineficaces.

Por eso resulta importante entender a qué región pertenece un país para tener una mejor y más profunda comprensión geopolítica de este. México, por ejemplo, tiende a ser posicionado geopolíticamente en Latinoamérica. No obstante, esta es solo una región que existe en un sentido lingüístico, cultural, religioso e histórico y, en parte, con similitudes geopolíticas entre los diferentes países que se encuentran en ella, pero no es un área geográfica homogénea. México, aunque en un sentido cultural, lingüístico e histórico esté ligado a Centroamérica, el Caribe y a Sudamérica, es en realidad un país norteamericano.

Por otra parte, estas etiquetas también tienden a crear identidades o percepciones de unidad equivocadas sobre alguna región en particular. En el mundo árabe, el Máshrek y el Magreb son consideradas regiones que comparten una identidad común por su lengua y su religión, sin embargo, los contextos geopolítico y geohistórico de ambas nos ayudarían a tener una mejor imagen de estas regiones y comprender por qué tal unidad es irreal (Araujo, 2024).

Si bien ambos casos —el de México y el del mundo árabe— son particulares, sus interpretaciones erróneas son similares a las de Europa. El continente del viejo mundo tiende a ser considerado como una sola entidad geográfica y, por ende, se cometen las mismas conclusiones erradas como sucede en las regiones antes mencionadas. A partir de ello, este artículo pretende realizar una revisión geopolítica de Europa.

Puede que el continente tenga relevancia desde un lente historiográfico, pero no desde uno geopolítico. Para un análisis de esta índole y una comprensión más apta de los países europeos, es mejor dividirlos de la misma forma —a nivel macro— en la que lo hace Friedman (2015/2016): la Península Europea, Europa Continental, la Península Escandinava y las islas Británicas. Si bien sería plausible subdividir estas regiones en Europa mediterránea o Europa oriental, por ahora se hará énfasis en las primeras cuatro, pues ayudan a tener una mejor imagen del continente, así como de su desarrollo geohistórico y del camino más probable del que tomará rumbo.

Rueda de prensa de la cumbre UE-Rusia en enero de 2014 con el presidente de Rusia Vladimir Putin, el entonces dirigente del Consejo Europeo Herman van Rompuy y José Manuel Barroso, presidente de la Comisión Europea en ese momento (crédito: Herman Van Rompuy vía Flickr).

La Península Europea y Europa Continental: Esparta vs. Atenas

Se entiende por Península Europea a la masa geográfica que abarca desde la península Ibérica y Francia hasta los Balcanes y Grecia. Su frontera con Europa Continental se encuentra en la región báltica, Bielorrusia y Ucrania (Friedman, 2015/2016) —irónicamente, Ucrania en ruso significa “tierra fronteriza—. Europa Continental, por su parte, comprende Anatolia —o Asia Menor, en donde se encuentra Turquía— y Rusia. Cabe mencionar que la zona que engloba a la parte europea en el este, en donde se encuentran Ucrania, Bielorrusia, los Estados bálticos y Rusia es una macrorregión particularmente interesante en la historia europea, en especial por su papel fronterizo continental.

Este papel geohistórico de la macrorregión ha llevado a que “[las] culturas nacionales eslavas [sean] ‘participantes’ de elementos de las principales culturas vecinas” (Escalona, 1959). Asimismo, el autor también escribe que:

“El mundo eslavo está situado en una zona que participa de Europa y Asia; [se halla] en la zona de transición entre las culturas romano-germánica en el oeste [o como se dice comúnmente, la cultura europea u occidental], la Bizantina oriental en el sur y la Turania en el este, y fue formada por nómadas turco-tártaros, ávaros y mongoles. En este espacio de tránsito pasaron las oleadas de las tensiones políticas y culturales entre Occidente y Oriente. Allí chocaron y se reconciliaron [desde el siglo V hasta mediados del XVI]. Todos esos hechos dejaron huellas en las diferentes formas de la cultura eslava o de las diferentes culturas eslavas.” (Escalona, 1959)

Las turanias, dado su contexto geohistórico, fueron culturas en las que las organizaciones sociales estuvieron orientadas hacia la cohesión y propósitos militares, desde sus instituciones hasta sus modelos económicos. Por esta razón, Escalona señala que:

“En la cultura bárbara turania (W) [integrada por nómadas turco-tártaros, ávaros y mongoles y que tuvo influencia en Rusia], a diferencia de la occidental, no se reconoce al hombre (H) como una persona moral, con su dignidad inalienable, solo ‘vale tanto’ cuando puede pertenecer al Estado; en ella dominan los factores económicos (M) y todas las organizaciones sociales sirven para los fines militares. El Estado moscovita ha pasado por esta escuela, lo cual permite explicar algunos hechos del pasado y del presente (W, T)”. (1959)

Así, el contexto geopolítico y la manera en la que influyó este en el desarrollo cultural eslavo resulta crucial para comprender la relación entre la Europa Continental y la peninsular. La primera tuvo un desarrollo diferente debido al hecho de que “el mar rodea a la Península Europea y su economía y cultura están construidos alrededor del comercio marítimo”, caso contrario a Rusia —en Europa Continental— que “es básicamente un país sin litoral, con la mayoría de su población lejos del mar” (Friedman, 2015/2016).

Es posible asociar esto con el desarrollo de la Iglesia greco-ortodoxa que, a diferencia de la romana-occidental, no cuenta con una autoridad eclesiástica como el papa en Occidente, lo que provocó que los obispados dependieran de un poder imperial central, es decir de un Estado (Poch-de-Feliu, 2022). Este tipo de desarrollo se percibe como algo que proviene de la forma en la que Roma interactuaba con Grecia durante su dominio de la península Balcánica. En la parte occidental del territorio romano se podía apreciar una fuerte romanización general de la población, lo que generaba fuertes lazos —de cierta manera sociales— con Roma, caso contrario a Grecia, donde predominó la cultura helénica a pesar de la conquista romana, pero esto solo significó que la forma de dominio romano se manifestó mediante un fuerte lazo entre las élites helénicas y las autoridades romanas (Pérez, 2020).

Lo anterior permite apreciar cómo las organizaciones religiosas cristianas greco-orientales llegaron a ligarse estrechamente con las autoridades políticas, sin dejar de conservar una cierta autonomía cultural, aunque no en un sentido político. Resulta irónico, por ende, que en Occidente donde había una mayor independencia —aunque no sociocultural o religiosa—, esta se tradujera después en Estados donde la religión no estaba tan fuertemente vinculada al poder político. Su relación se debía más a un lazo de conveniencia, por así decirlo, debido a que la colaboración se detenía cuando al Estado ya no le beneficiaba la relación con la Iglesia, caso contrario a la parte oriental de Europa.

Por lo que no resulta difícil encontrar similitudes en la forma en que autores como Poch-de-Feliu (2022) y Escalona (1959) ven a Rusia como un país en donde el Estado interviene fuertemente en la sociedad. Escalona incluso expone cómo

“… es propio de la cultura ‘arábiga’ o ‘mágica’, como la llamaría Spengler, la idea de consensus, la verdad perteneciendo al grupo, la idea de persona moral colectiva […] haciendo que la sociedad, la religión y el Estado se consideren como una misma cosa. A tal cultura (W) perteneció lo mismo el reino de Alejandría que el mundo judío, el árabe o el bizantino” (1959).

Con lo cual se observa una diferencia clave entre la mayor parte de la Península Europea y la Europa Continental —la cual estuvo en mayor contacto, junto con la Europa del Mediterráneo, con culturas asiáticas—. Esta diferencia entre la península y el continente, también permite crear una comparación geopolítica e histórica con la geopolítica griega entre Esparta y Atenas. Friedman (2015/2016) describe cómo: “Tucídides señaló que Esparta no tenía salida al mar y era pobre, mientras que Atenas estaba en el mar y era rica. Atenas comercializaba con el mundo; Esparta tenía que vivir de lo que pudiera cosechar.” Ciertamente, esta interpretación geográfico-política llevó a que Tucídides considerara que “aquellas personas que vivían cerca del mar se hacían suaves por sus lujos, mientras aquellos que vivían lejos del mar podían soportar grandes penurias” (Friedman, 2015/2016). Razón por la que el autor también mencionó que al ver la adversidad que puede resistir el soldado ruso, es evidente el punto que Tucídides quería resaltar.

Al comparar esto con la reacción de los rusos al racismo que experimentaba su pueblo por parte de los europeos occidentales, en que llegaron a la conclusión de que “[si] Rusia no podía convertirse en parte de ‘Europa’ en pie de igualdad, siempre había quienes estaban dispuestos a alegar que debía enorgullecerse de ser ‘diferente’ […]” (Figes, 2016), es patente que, en cierta forma, siempre ha existido un choque entre la Europa Continental y la Península Europea, en especial porque la primera funge el papel de zona fronteriza, el tipo de áreas que continuamente han constituido los puntos de mayor pugna.

Desde una perspectiva geopolítica, este conflicto resalta porque Rusia —cuando no ha sido imperio— se ha visto invadida por fuerzas asiáticas —mongoles— y repartida por fuerzas europeas —lituanos, polacos y húngaros—, como señala Trenin (2019). Es por eso que en Rusia surgió la necesidad de expandirse para poder asegurar su supervivencia y evitar desaparecer del mapa político.

La ubicación y el contexto geohistórico ruso, así como la misma ciudad-Estado —Moscú— que lideró los esfuerzos por crear la Rusia moderna, fueron los encargados de dictar la relación entre Rusia y Europa. Cuando surgió la ciudad-Estado de Moscú “después de un cuarto de milenio de sumisión a un imperio asiático”, formó un “Estado ruso centralizado […] que era ortodoxo [greco-oriental], autocrático de manera oriental y esencialmente aislado, incrustado entre kanatos musulmanes al este y al sur, y reinos católicos al oeste” (Trenin, 2019).

Esto creó dos polos gravitacionales que han generado conflictos en la psique eslava —principalmente de los rusos blancos: Rusia, Bielorrusia y Ucrania—. Por ello Figes reflexiona que:

“Al vivir en los confines del continente, [los rusos] nunca han sabido realmente si su destino se hallaba en él. ¿Pertenecen a Occidente o a Oriente? Ese sentimiento de ambivalencia e inseguridad, de envidia y resentimiento hacia Europa ha caracterizado la conciencia nacional rusa durante mucho tiempo, y aún sigue haciéndolo en la actualidad” (2016).

Dichos conflictos fueron tangibles en su apogeo durante las crisis sociales, políticas y económicas de la década de 1990, después de la caída de la Unión Soviética, luego en la Revolución del Euromaidán en Ucrania en 2014 y, finalmente, en la actual guerra de Ucrania.

Analizar al continente dividido entre la Península Europea y la Europa Continental no solo ayuda a comprender la diferencia entre ambas macrorregiones, sino a reconocer que incluso en la península, la unidad es difícil y que la identidad europeísta difícilmente podrá concretarse. Esa es la razón por la que el Reino Unido se ‘divorció’ de la Unión Europea y por la que existen tantas fricciones sociopolíticas dentro de la misma. En cierta forma, verla como una península ayuda a ver más a Europa como una región pequeña y altamente congestionada, que en vez de generar conectividad, por miles de años ha provocado divisiones. En ocasiones, diversos imperios han intentado o incluso logrado vencer estas adversidades geográficas y sociales, pero con el tiempo ceden ante las presiones geopolíticas.

De tal forma que resulta útil ver estos choques geopolíticos bajo la óptica que Escalona (1959) llegó a describir sobre Europa: “lo que los germanos fueron para el Occidente de Europa, lo fueron los eslavos para el Oriente de la misma”. Algo similar se podría decir sobre los nórdicos, cuando los vikingos acechaban no solo las costas, sino también los sistemas fluviales de la Península Europea. Esta situación acabó cuando comenzaron a consolidarse Estados fuertes en el continente, el cristianismo se extendió al norte y los ingleses crearon una poderosa armada.

Siempre han existido estos puntos de choque, o mejor dicho, estas fallas geopolíticas en donde ha habido históricamente constantes —aunque no continuos— puntos críticos con múltiples detonantes. Ver a la principal parte de Europa como una península facilita el percibir lo distanciada que puede llegar a estar del resto del continente.

Fotografía satelital del mar del Norte tomada por el satélite Sentinel-3A de Copernicus el 27 de mayo de 2017 (crédito: Agencia Espacial Europea).

Las islas Británicas y la Península Escandinava: macrorregiones distantes

En ocasiones, las islas Británicas son consideradas como parte del continente, al igual que sucede con la Península Escandinava. Aunque, en teoría, en algunos aspectos históricos, económicos y políticos este es el caso, la realidad es la contraria. Ambas son macrorregiones distantes por cuestiones geográficas, sean marítimas o terrestres, por lo que su desarrollo fue particularmente distinto al resto del continente.

Las dos han intentado adentrarse a la Península Europea —los nórdicos con mayor éxito, aunque tampoco consiguieron materializar sus incursiones en algo política o económicamente duradero—. Cuando el Reino Unido intentó conquistar Francia y fracasó, los británicos se concentraron en intentar consolidar su propia macrorregión y solo inmiscuirse de forma estratégica en los asuntos europeos ya fuera de manera económica o militar. Por su parte, cuando Suecia intentó asegurar una posición política en la Europa Continental siempre fue bloqueada por los polacos y cuando estos fallaron, los rusos terminaron con el Imperio sueco al derrotar a su ejército en Ucrania.

Podría decirse que el comportamiento de ambas macrorregiones siempre ha sido de cautela, tratando de evitar a Europa. Aunque en ocasiones no lo hayan logrado, como sucedió durante el periodo de la Segunda Guerra Mundial cuando las islas Británicas, especialmente Inglaterra, fueron bombardeadas por la Alemania nazi, mientras que la Península Escandinava fue invadida por el Ejército soviético y el Ejército nazi.

Aun así, al observar la estrategia económica tanto británica como nórdica, es evidente que ambas han dependido de su posibilidad de interactuar con la Península Europea al venderle materia prima o productos terminados. Sin embargo, su principal sustento económico han sido los mares, específicamente el del Norte y el océano Atlántico, lo que en consecuencia implica que el primero tiene una mayor influencia y atracción económica para las islas Británicas y la Península Escandinava —incluyendo a Dinamarca, país nórdico y zona fronteriza—, pues compite con la atracción que pudiera existir hacia este en la Península Europea.

Por dicha razón, Friedman (2015/2016) escribe que la “cuenca del mar del Norte aleja esta parte de Europa [refiriéndose a las islas Británicas y a la Península Escandinava, junto con Dinamarca y los Países Bajos] de la península y la acerca a las tierras que la rodean”. El apogeo del Imperio británico se dio precisamente porque Londres se distanció de Europa y buscó crear un imperio con el cual pudiera alimentar su industrialización. La decisión británica —o mejor dicho inglesa— divergía enormemente de la sueca y la española. Francia, por ejemplo, a diferencia del Reino Unido o incluso de España o Suecia, no tenía el mismo ‘lujo’ de evitar confrontarse con el resto de Europa, pues su contexto geopolítico exigía que controlara Europa o asegurarse de que no existieran fuerzas político-militares que pudieran retar su predominio.

A la par que el panorama geopolítico de la Península Europea permitió un gran desarrollo económico y mayor independencia —incluso una separación más grande entre la Iglesia y el Estado—, también dio paso a fuertes divisiones, lo cual derivó en que el Reino Unido pudiera consolidar su imperio mundial y en que Francia nunca pudiera alcanzar a los británicos en cuestiones imperiales o económicas.

El éxito imperial y económico-industrial del Reino Unido, junto con los retos que han enfrentado países como Francia y Alemania, ayuda a vislumbrar las distintas fuerzas tanto políticas como económicas que moldean a Europa en general. Fuerzas que, en su mayoría, mantienen al continente dividido, ya sea porque esto se manifiesta con la existencia de diferentes campos gravitacionales económicos o por las divisiones sociopolíticas que generan conflictos políticos o confrontaciones militares.

Banderas de la Unión Europea frente al edificio Berlaymont, sede de la Comisión Europea (crédito: LIBER Europe vía Flickr).

Los miles de años por detrás o los años por delante: la Unión Europea

La Unión Europea es posiblemente uno de los proyectos más ambiciosos en la historia. Su propósito es crear una entidad político-económica e incluso una nueva identidad europea por medio de una vía pacífica. De tal manera que busca dejar atrás la guerra, es decir, la historia.

A diferencia del Imperio romano, del Sacro Imperio Romano —especialmente cuando estuvo bajo el control de Carlomagno—, la Iglesia Católica, el Imperio francés de Napoleón Bonaparte, el Imperio alemán bajo el mando de Wilhelm II o el Tercer Reich de Adolf Hitler, la UE busca engendrar una nueva realidad geopolítica sin el uso de la fuerza militar. Esto con la idea de que es moralmente más aceptable la expansión por vía democrática, utilizando mecanismos económicos y diplomáticos, en vez de militares y políticos de carácter coercitivo. Lo que a su vez supone que habrá menos resistencia a la unión.

De hecho, la fundación de la empresa supranacional tuvo una implicación geográfica, ya que el Tratado de Maastricht, que dio vida a la UE, se firmó en la frontera entre Países Bajos y Bélgica, área que históricamente ha sido importante para Europa. Está a corta distancia de donde se inició la Primera Guerra Mundial, así como de Aquisgrán, donde Carlomagno —emperador del Sacro Imperio Romano— residía (Friedman, 2015/2016). Su sede, Bruselas, tampoco fue una coincidencia geográfica.

Si bien el vínculo que busca crear la Unión Europea implica privilegios y beneficios, también conlleva obligaciones y sacrificios —al igual que como funciona cualquier otra unión—, hecho que se reforzó con la creación del euro. Por lo que, como era de esperarse, durante la crisis financiera del 2008 y la crisis de refugiados del 2015, se impusieron una serie de decisiones que implicaron costos y sacrificios. La respuesta al impacto en Europa de la crisis financiera fue una que benefició a Alemania, pero no a Grecia o España (Friedman, 2015/2016).

El problema es que la Península Europea por razones geográficas e históricas, difícilmente podrá crear el tipo de unión que pretende la UE. Incluso, los objetivos de los diversos países dentro de esta y las razones por las que buscan influenciar a la entidad supranacional tienen que ver más con interés nacionales que regionales. Francia, por ejemplo, durante años buscó evitar la firma del tratado con Mercosur, debido a las necesidades de su economía; mientras que, por otro lado, la promoción por parte de París de la idea de un Ejército europeo —o un Euroejército— surgió a partir del hecho de que Francia reconoció que no puede realizar operaciones militares de gran escala por su propia cuenta y todavía tenía interés de militarmente moldear el panorama internacional.

La Unión Europea como un proyecto sociopolítico supranacional no tendrá éxito. Existen demasiados elementos geopolíticos en su contra, los cuales se antepusieron al Imperio romano y a la Iglesia católica romano-occidental. Sin importar la mentalidad que pudiera existir en las academias y en algunos centros políticos, el carácter geopolítico de estas macrorregiones siempre generará choques políticos y, en ocasiones, confrontaciones militares como es el caso actual de Ucrania. Europa no podrá simplemente desear que dejen de existir estas realidades geopolíticas. Asimismo, el carácter geográfico del continente segmentado entre la Península Europea, la Europa Continental, la Península Escandinava y las islas Británicas siempre creará diferentes campos gravitacionales económicos y políticos, los cuales terminarán desgarrando al continente entero.

Ver a Europa dividida en estas cuatro regiones y analizar sus interacciones desde este prisma geopolítico ayuda a comprender mejor la realidad económica, política, social y militar de todo el territorio europeo. Cada macrorregión es resultado de la influencia de flujos migratorios, conquistas o interacciones económicas, culturales e históricas drásticamente diferentes. Dichas divisiones siempre han influido en el desarrollo histórico de Europa y continuarán determinando sus puntos de fricción y choque. Aunque el continente pueda existir en un sentido macrogeográfico, nunca lo hará en uno geopolítico. Por esa misma razón, los periodos de prosperidad y cooperación no deben ser interpretados como productos de una nueva realidad europea, sino más bien como periodos de paz y prosperidad específicos y temporales. 

Araujo, A.-A. (2024, 9 diciembre). La imposibilidad de la unidad pan-árabe: Unión solo por la fuerza. Código Nexus. https://codigonexus.com/la-imposibilidad-de-la-unidad-pan-arabe/

Escalona, A. (1959). Geopolítica Mundial y Geoeconomía: Dinámica Mundial, Histórica y Contemporánea. México: Ediciones Ateneo.

Friedman, G. (2016). Flashpoints: The Emerging Crisis in Europe. Estados Unidos: Anchor. (Obra original publicada 2015)

Figes, O. (2016). Russia and Europe. Open Mind BBVA. Recuperado 26 de febrero de 2024, de https://www.bbvaopenmind.com/en/articles/russia-and-europe/

Peréz, J. (2020). En torno al Derecho provincial romano y el caso griego. Revista de la Facultad de Derecho de México, 70(277), 373-400. https://doi.org/10.22201/fder.24488933e.2020.277-i.75268

Poch-de-Feliu, R. (2022). Entender la Rusia de Putin: De la humillación al restablecimiento. (2ª Ed.) México: Ediciones Akal. (Obra originalmente publicada en 2018)

Trenin, D. (2019, 18 julio). Russia’s Changing Identity: In Search of a Role in the 21st Century. Carnegie Endowment For International Peace. Recuperado 12 de enero de 2025, de https://carnegieendowment.org/posts/2019/07/russias-changing-identity-in-search-of-a-role-in-the-21st-century?lang=en

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