La guerra en Gaza podría considerarse finalizada. En términos geopolíticos y militares Israel logró al menos uno de sus objetivos: responder con mayor fuerza a un ataque inesperado de un enemigo como Hamás. Los logros —cortoplacistas— de esta hazaña geopolítica son que Israel ha dado un golpe contundente a varios adversarios regionales y ha remarcado el alto riesgo de atacar al país. Pero el fin de la guerra deja varios temas sin concluir. Su objetivo político era destruir a Hamás —la organización político-militar que había dominado Gaza desde el 2007— pero tras bombardeos intensos y una operación terrestre extensa, Hamás todavía sigue operando en la Franja de Gaza. Además, el ejército israelí regresa a casa desgastado y con una incógnita importante, ¿cómo es que Israel llegó a esto?
Durante aproximadamente 15 meses la guerra logró unir al pueblo israelí, en especial por el shock psicológico del ataque terrorista del 7 de octubre de 2023. Sin embargo, la nación sigue fuertemente fracturada social, psicológica y políticamente. Aunque Israel haya ganado en un sentido “militar”, desde un punto de vista político perdió la guerra de manera rotunda. Hamás no sólo sigue viva como organización político-militar, sino que incluso la Autoridad Palestina se ha sumergido en una profunda crisis en Cisjordania debido a que la popularidad de Hamás en dicho territorio incrementó a lo largo de la guerra, tendencia contraria a lo que sucedió en Gaza en donde perdió todo el apoyo social.
Debido a que Israel consiguió algunos logros geopolíticos —significativos, pero cortoplacistas— se podría decir que en un sentido táctico ha ganado, pero a nivel estratégico ha creado más problemas para su estabilidad y seguridad a largo plazo. Dadas las circunstancias internacionales actuales y la percepción del conflicto, resulta importante conceptualizar la crisis en el Levante.
En este artículo se analizará la crisis sociopolítica que se estará gestando en Israel tras la guerra cuasi árabe-israelí (antes guerra Israel-Hamás hasta que Israel invadió Líbano en 2024) así como sus repercusiones geopolíticas a largo plazo, que se deben en parte a los logros geopolíticos recientes de Israel. Para este fin, el artículo expondrá las circunstancias que llevaron al ataque del 7 de octubre; y analizará porqué Israel perdió en un sentido político la guerra. Esto nos permitirá tener una idea más clara de cómo se podría desencadenar una crisis en Israel posterior a la guerra, y las consecuencias geopolíticas que deberá enfrentar en la posguerra cuasi árabe-israelí.

Confrontación entre fuerzas de seguridad israelíes y manifestantes palestinos durante la Primera Intifada Palestina (1987-1993), tomada en diciembre de 1987 (crédito: Efi Sharir/National Library of Israel vía Wikimedia Commons).
Los errores y problemas que produjeron el 7 de octubre
Para tener una imagen completa de los errores y problemas en Israel que llevaron al ataque terrorista del 7 de octubre es importante analizar los siguientes tópicos:
- La política israelí hacia Palestina
- La sobreconfianza en la superioridad tecnológica y militar
- La percepción de peligro de Israel
- La crisis sociopolítica e institucional
- El acercamiento diplomático árabe-israelí
En primera instancia, la política de Israel hacia Palestina cambió fundamentalmente durante la década de 1980 porque experimentó una transformación cíclica en su sistema político. A partir de la Primera Intifada Palestina, Israel comenzó a tomar una postura más rígida respecto a Palestina y dejó atrás el modelo político-estratégico israelí de nunca cerrar la puerta a las negociaciones diplomáticas para lograr objetivos geopolíticos. Un aspecto fundamental de este modelo político-estratégico fue que el gobierno israelí siempre estuvo dispuesto a dar concesiones para obtener logros geoestratégicos. Los Acuerdos de Oslo podrían ser vistos como un factor que contradice esa postura. Lo cierto es que la política israelí hacia Palestina desde la década de 1980 ha estado plagada de crisis y un comportamiento cuyo propósito ha sido dividir y conquistar al igual que radicalizar y demonizar.
Este cambio cíclico se produjo en medio de una serie de continuos fracasos de la fuerza gobernante israelí. En varias ocasiones no pudo asegurar logros diplomáticos sustanciales mediante negociaciones con los regímenes árabes hostiles. Al mismo tiempo se dio un cambio en los métodos de guerra y resistencia árabes, que se tornaron más asimétricos abandonando la hostilidad Estado-céntrica y convencional (Khashan, 2024).
Así fue como varios elementos se fusionaron y marcaron el fin del viejo modelo sociopolítico y de seguridad nacional israelí. Como consecuencia, la estrategia israelí se centró más en el contraterrorismo y la contrainsurgencia que en una política de defensa convencional y, por ende, se adoptó una postura política más rígida respecto a sus nuevos adversarios. Cuando se cambia de un ciclo a otro, siempre se desechan todos los métodos o factores que conformaron el ciclo anterior. Entonces, Israel cambió la diplomacia hacia sus adversarios, que dejaron de ser Estados con fuerzas convencionales y empezaron a ser principalmente movimientos de resistencia social y armada, por una política de continua búsqueda por debilitar al enemigo.
El gobierno israelí del ciclo actual se concentró en desmantelar el movimiento político palestino, sin importar los Acuerdos de Oslo. En ese contexto llegó al poder Hamás, organización que continuó con la lucha armada contra Israel que al-Fatah había dejado atrás. Durante años Israel fomentó el empoderamiento de Hamás. Nunca intervino para evitar su captura de la Franja de Gaza en 2007. La lógica del gobierno y la manera en la que buscaría la victoria sería: debilitar al movimiento palestino entre dos bandos antagónicos: Hamás como la facción islamista y al-Fatah como la facción nacionalista secular.
En una entrevista con Michael Robert Shurkin de Pax Americana (2025), Seth Frantzman señaló que Israel tomó la decisión de permitir que Hamás gobernara Gaza y de que solo en ciertas ocasiones intervendría militarmente para debilitarlos y evitar que pudieran crear las capacidades para afectar la seguridad israelí. Esta decisión se debió a que una facción política ha alegado continuamente que la Autoridad Palestina, específicamente al-Fatah, era una mayor amenaza para Israel que Hamás, organización que podía ser restringida a la Franja de Gaza y controlada con mayor facilidad militar (Pax Americana, 2025). No obstante, el problema, según Frantzman, es que la estrategia claramente no funcionó debido a que Hamás pudo mejorar sus capacidades pese a las cuantiosas operaciones militares israelíes en Gaza y así logró perpetrar el ataque terrorista multidimensional (terrestre, aéreo y anfibio) del 7 de octubre con entre 1,500 y 4,000 combatientes.
Además, Israel subestimó la dimensión del posible ataque de Hamás en función de su superioridad tecnológico-militar. Redujo entonces la seguridad fronteriza y creó una sobredependencia de sistemas autónomos de defensa y un personal de seguridad limitado que fueron fácilmente derrotados por las olas de combatientes de Hamás (Pax Americana, 2025). Aunado a este descuido, el gobierno israelí tampoco creía que Hamás sería una organización capaz de realizar una operación de dicha logística. Las principales amenazas que percibía y para las que el gobierno estaba preparado eran los proxys del régimen iraní en Líbano, Siria e Irak, como Hezbolá.
Es importante reconocer en este contexto un hecho geopolítico fundamental de Israel: su margen de error. Todo Estado tiene un margen en el que puede maniobrar y cometer fallos específicos. El margen dicta el tipo de errores que pueden cometerse por un Estado o la forma en la que podrían impactar su estatus geopolítico diversas crisis. Israel por su contexto geopolítico tiene un margen muy reducido, por lo que cualquier crisis sistémica nacional podría ser catastrófica.
El cambio cíclico en Israel comenzó en 2023 cuando el gobierno de Benjamín Netanyahu intentó reformar el sistema judicial, lo que para la mayoría de los israelíes ponía en peligro las instituciones políticas y el sistema democrático nacional. Debido a que prácticamente toda la población israelí pertenece, ha pertenecido o tiene lazos con el ejército, la respuesta pública a la crisis política incluyó una serie de manifestaciones y huelgas militares.
Es decir, cualquier crisis de tal carácter en Israel afecta a todo el aparato de seguridad nacional debido al estado sociopolítico de sus fuerzas militares. Este no es el caso en países como Estados Unidos en donde las fuerzas armadas pueden aislarse —de cierta manera— de las crisis nacionales, mismas que no afectan el estado geopolítico o su posición en la arena global.
Es así como la problemática sociopolítica e institucional creó una crisis que vulneró seriamente a Israel ante cualquier ataque, y que fue aprovechada por Hamás. La mayoría de las fuerzas de seguridad no respondieron al ataque terrorista de manera rápida porque habían desertado de sus puestos y les tomó tiempo regresar.
Desde la perspectiva de Hamás esta era una oportunidad que no podía perder, y además una semana antes del ataque Israel había reducido el contingente de seguridad en la frontera Israel-Gaza. Importante resaltar que se dio en el mejor momento para Hamás, porque el acercamiento diplomático árabe-israelí era una amenaza a su existencia y a su poder. Parte de los acuerdos de un acercamiento diplomático entre Israel y Arabia Saudita era que precisamente el reino saudí podría invertir en Cisjordania para mejorar la situación socioeconómica en el territorio palestino. De haberse concretado el acercamiento diplomático, Hamás se habría encontrado acorralada entre una Autoridad Palestina empoderada con una posición social más sólida y un gobierno israelí que lo contenía militarmente.
Todos estos factores llevaron a que Hamás realizara el ataque terrorista el 7 de octubre de 2023. El hecho de que el ataque fue en gran medida resultado de sucesos políticos y decisiones militares en Tel Aviv se suma a la incertidumbre en Israel y contribuye a que la crisis que se aproxima volverá a fragmentar a la nación.

Combatientes de la Brigada Izz ad-Din al-Qassam, el brazo armado de Hamás, durante un patrullaje en Rafah, en el sur de la Franja de Gaza, el 27 de abril de 2020 (crédito: Portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel).
La derrota política: Hamás sobrevivió
Después del ataque del 7 de octubre Israel realizó un inmenso contraataque que desencadenó la guerra Israel-Hamás. A pesar de haber luchado por 15 meses y de haber bombardeado intensamente la Franja de Gaza, Israel no pudo concluir la guerra con una victoria definitiva, en cierta forma se podría considerar como una victoria pírrica. Con esto en mente, es importante analizar las razones por las que perdió la guerra, especialmente en un sentido político pues Hamás, la organización a la que juró destruir, sobrevivió a la guerra. Estos son tres factores importantes:
- La doctrina estratégica israelí
- El dilema político en Tel Aviv
- Los errores estratégicos militares durante la guerra
Respecto al primer factor, aunque Israel abandonó su modelo político-estratégico, no prescindió de su doctrina estratégica, que estipula que Israel debe asegurarse de dar golpes rápidos y contundentes en contra de sus oponentes para evitar así una guerra de larga duración, y que permita a sus adversarios una posición propicia para volver atacar al país.
Esta postura desencadenó una serie de doctrinas militares como la llamada ‘doctrina de impulso’ (Momentum Doctrine, en inglés) surgida durante el primer ciclo sociopolítico israelí, o en la ‘doctrina de victoria’ (Victory Doctrine, en inglés) que apareció durante el actual ciclo sociopolítico. La primera doctrina estipula que Israel debe buscar siempre la iniciativa y el impulso militar en cualquier conflicto, porque al perderlo se arriesga a alargar la guerra o permitir que sus adversarios continúen operaciones ofensivas, inaceptable para una nación cuyo territorio es reducido. La segunda doctrina estipula que deben realizarse bombardeos intensos y ataques con armamento pesado (artillería) con el mayor poder de fuego posible para así obtener una victoria rápida y evitar que cualquier respuesta negativa en el escenario internacional perjudique sus esfuerzos militares.
Ambas doctrinas priorizan la velocidad y la iniciativa. El problema es que Israel no pudo implementar ninguna con éxito en Gaza. Frantzman resalta que al momento de invadir Gaza, la Fuerza de Defensa de Israel (FDI) desarrolló varias medidas que lograron minimizar las bajas civiles, aunque en un sentido militar las fuerzas israelíes se movieron demasiado lento, permitiendo a Hamás adaptarse a las circunstancias en la guerra (Pax Americana, 2025).
En otras palabras, las medidas humanitarias y las tácticas militares que Israel utilizó al entrar en Gaza indican que el gobierno no estaba seguro de invadir el territorio palestino. Quizá su objetivo fue disminuir las bajas civiles y así evitar las críticas a su estrategia. Pero la realidad es que no se logró debido a que perdió la guerra híbrida, es decir, la guerra de información al ser señalado de bombardeos que en ocasiones no había realizado o al exagerar la magnitud del impacto y gravedad humanitaria del conflicto por varios medios de noticias occidentales, sumado a los bombardeos que sí ejecutó en territorio con refugiados y civiles.
Así debido a la desconfianza durante el proceso de la toma de decisiones del gobierno israelí, el ejército terminó perdiendo la iniciativa y la velocidad necesarias para asegurar una victoria militar. Además, el gobierno nunca tomó en serio la opción de reemplazar a Hamás con alguna otra entidad u organización política palestina, lo que contribuyó a que la organización pudiera recuperar territorio una vez que el ejército israelí dejara alguna zona. Tampoco aisló a la población civil de Hamás o mejoró su situación en Gaza. Petraeus y Roberts explican:
“… ‘Lo que sea que uno piense de Israel,’ declara el distinguido Sir Michael Ellis, ‘su guerra es contra Hamás, no el pueblo de Gaza’, aunque no sea irrazonable cuestionar por qué Israel no se ha explícitamente comprometido a mejorar la vida de los palestinos de Gaza una vez Hamás ha sido removido entre ellos – y tampoco por qué Israel no ha hecho más para mantener Hamás separada de la gente una vez despejada de áreas (al establecer ‘comunidades cerradas’ como durante las operaciones en áreas urbanas contra al-Qaeda durante ‘the Surge’ en Irak), las cuales después pudieron haber sido inundadas con ayuda humanitaria y luego pudieran ser el centro de esfuerzos intensivos para restaurar servicios básicos y reparar los daños y la destrucción”. (2023/2024)
Ciertamente hay que reconocer los esfuerzos por disminuir las bajas y comprender la complejidad de la guerra en Gaza, debido al modus operandi de Hamás: utilizar una sofisticada y compleja red subterránea —conocida como el Metro de Gaza— para transportarse y refugiarse; usar hospitales y escuelas como bases de operaciones o ambulancias para transportar combatientes y armamento (Petraeus & Roberts, 2023/2024). Pero el problema para Israel surgió a partir de que no se pudo comprometer con una estrategia que fusionara el poder militar con el poder político y económico para destruir y reemplazar a Hamás.
Esta disyuntiva estratégica en la guerra, como consecuencia, creó varias fricciones y conflictos en Tel Aviv y también el panorama perfecto para que Hamás pudiera sobrevivir. La derrota de Israel simplemente sigue la lógica estipulada por el estadista estadounidense, Henry Kissinger: “El ejército convencional pierde si no gana. El guerrillero gana si él no pierde.”
Los esfuerzos militares israelíes también se vieron perjudicados porque esta disyuntiva estratégica surgió a partir de un dilema político en Tel Aviv: Benjamín Netanyahu se estaba beneficiando políticamente de la guerra en Gaza y del alargamiento del conflicto. El primer ministro israelí ya enfrentaba acusaciones políticas severas y tuvo que enfrentar juicios políticos en su contra. Con tal de evitar nuevos, se cree que no presentó planes concretos para destruir Hamás para así alargar el conflicto, lo que generó un desacuerdo con el gabinete de guerra. Al final, el Estado israelí no tuvo la capacidad política para emprender la guerra en Gaza de manera eficiente y cohesiva.
Por último, se cometieron varios otros errores militares estratégicos en la guerra. Israel creó una enorme dependencia del uso de la fuerza aérea y artillería, especialmente de armas inteligentes (Pax Americana, 2025). La dependencia del poder aéreo en sí mismo creó un grave dilema para Israel en términos tácticos. “[Bombardeos aéreos], sin importar lo intensos que sean, rara vez resultan en capitulación. Incluso en la Segunda Guerra Mundial, los intensos bombardeos aéreos coordinados contra Alemania no—en general— redujeron la resistencia nazi” (Friedman, 2024b).
“Durante la última semana [en octubre de 2024], conforme el conflicto alcanzó la marca de un año, Israel ha usado abrumadoramente operaciones aéreas, golpeando a Líbano y probando las intenciones iraníes… Una vez más: todo esto tiene valor, pero nada de esto es capaz de eliminar a un enemigo o tomar ciudades que contienen centros de mando, inteligencia y armas. Destruir lo que queda de Hamás o Hezbolá por aire no va a mutilar su habilidad para hacer la guerra. Si no funcionó con Alemania Nazi, ciertamente no va a funcionar contra una fuerza insurgente descentralizada.” (Friedman, 2024a)
Los ataques masivos, que dependieron de la fuerza aérea, nunca lograron el objetivo estratégico de terminar con Hamás, “Israel pensó que atacando repetidamente a Hamás ganaría el día. No lo hizo” (Friedman, 2024b). Pero durante toda la guerra Israel nunca cambió de curso. Incluso su incursión a Líbano no logró destruir a Hezbolá, aunque hayan mutilado a la organización y debilitado su capacidad para continuar siendo un actor militar regional. Ese logro será el del gobierno libanés y otras potencias extranjeras.
Petraeus y Roberts (2023/2024) correctamente señalaron que la magnitud de la invasión israelí de Gaza demostró que el gobierno y el estado mayor israelíes habían reconocido que la estrategia de ‘podar el césped’ (mowing the lawn, en inglés) no había servido. La lección fue el atroz ataque terrorista del 7 de octubre. Sin embargo, el problema de Israel es que, como Frantzman señala, no hay indicios de que la invasión haya logrado algo más que las incursiones militares israelíes en los años anteriores (Pax Americana, 2025). Es bajo este contexto que regresa el ejército israelí a casa de Gaza y Líbano.

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, durante una reunión con el presidente ruso, Vladimir Putin, en enero del 2018 (crédito: Servicio de Prensa del presidente de la Federación Rusa vía Wikimedia Commons).
La crisis sociopolítica por venir: Una nación fracturada
Israel está comenzando a entrar a una etapa que dará paso a una transición nacional. El país ha experimentado ciclos que duran aproximadamente 48 años. Durante 34 años existió un modelo sociopolítico específico con un modelo de política exterior y de defensa determinados. Después pasó a un proceso transitorio de 14 años. Se puede apreciar siempre un cambio sustancial en el ámbito político 5 años antes de que inicie el cambio respecto al modelo estratégico.
El cambio político del primer ciclo se dio en 1977, cuando Menájem Beguín —del partido Likud— se convirtió en el sexto Primer Ministro. Pero fue en 1982 cuando se dio el cambio en el modelo estratégico de política exterior y defensa. Las primeras guerras que marcaron el cambio en el modelo fueron las invasiones a Líbano. La primera fue la Operación Litani de 1978: Israel invadió el sur del país sin marcar un distanciamiento del viejo modelo pues dentro de pocos meses se retiraría. Lo que sí significó un cambio trascendental fue la Operación de Paz para Galilea de 1982. A partir de esta incursión Israel dejó de negociar y de usar proxys en Líbano para lidiar con amenazas externas. Marcó el distanciamiento entre Israel y la ONU, en especial las fuerzas de mantenimiento de la paz (Newby, 2024).
La Operación de Paz para Galilea, también conocida como la Primera Guerra del Líbano, marcó un cambio debido a que Israel ocupó el territorio hasta 1985, cuando se retiraron de la zona fronteriza, aunque la presencia israelí terminaría en su totalidad hasta 2000 (Sznajder, 2017/2019). Posterior a esta guerra, Israel realizaría invasiones similares, la más reciente en 2024. Durante todas las guerras, Israel buscó desarticular a sus oponentes; reducir sus capacidades operativas; ocupar territorio para eliminar amenazas presentes en la zona; y en ocasiones la estrategia incluyó fomentar la división y radicalización entre sus adversarios. El problema es que Israel se encontraba operando bajo diferentes circunstancias durante el actual ciclo que se consolidó en 1996.
Todos los ciclos israelíes, como los de cualquier país, se ven influidos por eventos ajenos a la nación, pero ligados a su contexto geopolítico. La reubicación de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) tras su expulsión de Jordania hacia el sur de Líbano en 1975 marcó un cambio trascendental en la dinámica regional. A partir de la década de 1960 se comenzó a gestar una resistencia de guerrilla palestina en contra de Israel. Esta resistencia se intensificó a finales de la década debido a la ocupación de Cisjordania y de la Franja de Gaza tras la guerra en 1967 y se transformó en movimientos sociales y ataques terroristas (Khashan, 2024). Durante la década de 1970 y más aún en la década de 1980 comenzó a consolidarse este reto asimétrico terrorista de manera más pronunciada en contra de la seguridad nacional israelí.
La Primera Intifada Palestina marcó el inicio de un enfrentamiento palestino-israelí más popular y generalizado. Aunque el gobierno israelí lograría acuerdos de paz, para la década de 1990 el movimiento palestino ya estaba demasiado fragmentado. Representaba, además, tanto los intereses de potencias extranjeras como de diversos movimientos ideológicos nacionalistas palestinos.
Las circunstancias que enfrentaba Israel a finales de la década de 1970, cuando también experimentaba el cambio político en su ciclo, contribuyeron al cambio en el modelo de política exterior y defensa israelí sucedido en 1982. Lo mismo occure ahora. En 2025 y 2026 estaríamos viendo varios cambios políticos, aunque de manera más determinante en 2026 debido a las elecciones parlamentarias. Pero el cambio estratégico y la transición del ciclo comenzaría a darse entre 2030 y 2044, para asentarse entre 2044 y 2048.
Desde 2023 Israel ha enfrentado una crisis sociopolítica que se pausó con la guerra cuasi árabe-israelí entre octubre de 2023 y enero de 2025. En 2023 Netanyahu amenazó la estructura política democrática israelí y ahora terminará una guerra en 2025 sin una victoria estratégica clara. La FDI no solo está regresando a casa derrotada con la supervivencia de Hamás en Gaza, sino que Cisjordania está entrando en una crisis con la posibilidad de otra guerra civil palestina entre al-Fatah y Hamás.
Israel no puede participar en guerras de alta intensidad y larga duración, por eso todos sus conflictos armados convencionales en el siglo XX fueron breves. Pero la actual guerra comenzó a presionar a la nación y empujarla a sus límites operativos. El mayor problema para Israel es que ahora continuará enfrentándose a un adversario en Gaza y posiblemente ahora también en Cisjordania.
Durante el actual ciclo la estrategia israelí ha fracasado en un sentido estratégico. Todas sus victorias, aunque abrumadoras, solo han sido tácticas. La eliminación de la amenaza paramilitar y terrorista de la OLP en el sur de Líbano no significó el fin de las amenazas provenientes de dicho territorio. Con el tiempo surgió Hezbolá en la misma región y con respaldo de Irán llegó a presentar un mayor reto militar.
Lo mismo sucedió en Gaza. Todas las incursiones israelíes entre 2007 y 2023 no sirvieron para desarticular a Hamás, ni siquiera la debilitaron. Después de cuantiosos ataques y golpes contundentes la organización no solo se recuperó, sino que pudo realizar una operación militar multidimensional y sofisticada: el ataque terrorista del 7 de octubre (Petraeus & Roberts, 2023/2024). La pregunta será si al sobrevivir Hamás en Gaza y presentar un nuevo desafío al poder de al-Fatah en Cisjordania, podría representar otra vez una amenaza para Israel.
El ataque militar terrorista de Hamás en octubre de 2023 tuvo el mismo impacto psicológico y militar que el ataque convencional de la guerra del Yom Kipur, incluso se iniciaron en el mismo mes, durante las festividades israelíes, y tomaron por sorpresa al país. Las circunstancias fueron casi las mismas en ambas guerras. Israel se descuidó por creer que tenía la ventaja militar y su inteligencia no pudo ver el ataque que se estaba gestando.
Sin embargo, hubo diferencias: el ataque terrorista de Hamás derivó en una barbarie que acabó con la vida de civiles en su mayoría; y la tardanza en responder por parte de la FDI no se debió solo a un descuido sino también a la crisis sociopolítica que inició en 2023 y desencadenó una serie de huelgas militares.
Durante la guerra se le había hecho difícil a Israel cambiar sus tácticas de combate y dejar atrás su dependencia del poder aéreo. La guerra ciertamente les ha generado un dilema. El desgaste que terminó en derrota será difícil de asimilar para una nación acostumbrada a la victoria decisiva. Pero incluso la forma en la que inició la guerra creará dudas sobre por qué la inteligencia israelí fracasó y por qué el gobierno se aferró a políticas y tácticas que no estaban dando resultados.
“Para ser justos, muchos países han experimentado este problema. Pero Israel no lo tuvo en el pasado, y, por ende, es un verdadero reto para ellos. De cara al futuro, la pregunta será hacia dónde se dirige el ejército de Israel ahora” (Friedman, 2024b). La incapacidad de Israel de adaptarse a la guerra y sus propias circunstancias produjeron una crisis con cuyas consecuencias tendrá que lidiar ahora.
De esta forma, Israel regresa a cero y a encontrarse en la misma situación que desembocó en la guerra con Hamás y Hezbolá. La destrucción del eje de resistencia iraní y el conflicto armado con Hamás en Gaza no han mejorado su posición geopolítica regional. Turquía es una potencia con bastante espacio para maniobrar y con un amplio margen de error. Al enfrentarse a un adversario más poderoso en Siria (y posiblemente Irak), una Cisjordania en caos y una derrota humillante en Gaza, el pueblo israelí podría comenzar a buscar culpables, entre quienes hayan fracasado o entre quienes han estado involucrados en el inicio de la guerra.
Potencias como Estados Unidos pueden darse el “lujo” de perder algunas guerras o de que algunas generen una crisis sistémica en el país. Después de todo, potencias como la estadounidense tienen un amplio margen de error y mucho espacio de maniobra. Pero Israel no goza de los mismos privilegios geopolíticos. Su vecindad y su contrato social, producto de horrores como el Holocausto y las guerras de supervivencia del siglo XX, no permiten este tipo de crisis sin alguna repercusión o costo geopolítico significativo. El ataque del 7 de octubre es un atroz ejemplo de dicha realidad israelí.
Pronto, Israel regresará a su crisis de 2023, solo que ahora la guerra estará en el centro de atención, tanto su desenlace como su resultado serán cuestionados. En este contexto podríamos ver la primera derrota significativa de Likud y de Benjamín Netanyahu en las elecciones parlamentarias de 2026. La nación tendrá que cuestionarse y posiblemente reconfigurarse en los próximos años.

Soldados de la Brigada Golani en una zona fronteriza en el norte del país durante el invierno izando la bandera israelí durante su guardia (crédito: Fuerza de Defensa de Israel vía Wikimedia Commons).
Los desafíos del mañana: Nuevos adversarios y ¿un nuevo Israel?
Israel tendrá que luchar para recuperarse de la guerra en Gaza. El público estadounidense y en Occidente en general —específicamente la población joven— ha perdido cualquier sentimiento a favor del país y se generará un nuevo reto político para el Estado israelí. El ultrasionismo y su retórica no han ayudado respecto a la guerra híbrida entre Israel y sus adversarios: Hamás, Irán y Hezbolá. La muerte de civiles en la guerra sin duda alguna llegó a los miles, incluso docena de miles, pero el número y la metodología del Ministerio de Salud de Gaza (controlado por Hamás) ciertamente fueron exagerados, inclusive se cuentan a desaparecidos como muertos. Pero la FDI sufrió considerables retrocesos en el internet al no poder desmentir o movilizarse para recaudar información adecuada de la situación en Gaza.
El gran desafío de política exterior que enfrentará Israel durante los próximos años será recuperar la imagen del país. Aunque Israel ya no necesita el apoyo de otras potencias como lo había hecho durante el siglo XX, debido a que su economía es más compleja y es la principal potencia militar respecto al Levante. El servicio diplomático israelí necesitará cerciorarse de que la derrota de la guerra híbrida contra Hamás y Hezbolá vaya a repercutir en los intereses nacionales a futuro. Todavía necesitará la ayuda de diversas potencias para lidiar con adversarios más poderosos como Turquía.
Otro gran desafío para Israel es que la guerra contra Hezbolá y Hamás, aunque haya demostrado su poder militar y la capacidad operativa de sus servicios de inteligencia —con el ataque a los equipos de comunicaciones de Hezbolá, como bíperes, el país puso al descubierto su carencia de poder político. Perder terreno político en Cisjordania frente a Hamás y no poder asegurar una victoria estratégica y definitiva en Gaza tendrá repercusiones a futuro para la seguridad nacional. Además, deberá de verse si Israel podrá asumir un papel fundamental en los futuros desenlaces políticos y militares en Líbano, de manera subversiva, ya sea directa e indirectamente.
No obstante, el mayor reto para el país será reconstruirse sociopolíticamente después de 2023. En octubre de 2024, el Instituto para Estudios de Seguridad Nacional de Israel realizó una investigación cualitativa con grupos focales para medir la opinión general sobre la guerra y el contexto nacional (Shalev, 2024). En la investigación, Shalev (2024) encuentra varios resultados alarmantes respecto a la percepción popular. Por una parte, la población no se cree protegida por el gobierno y, por otro lado, los ciudadanos israelíes (judíos) no confían en la población palestina o árabe (incluso aquellos con ciudadanía israelí). Esto sienta un precedente peligroso para el Estado de Israel.
Aunado a este dilema sociopolítico, la Oficina Central de Estadísticas de Israel identificó un número alarmante de israelíes dejando el país durante el transcurso del 2024 (The Times of Israel, 2024). La nación israelí no solo enfrentará un grave problema de legitimidad o unidad nacional y política, sino que de acuerdo con los resultados de Shalev (2024) la polarización entre la población israelí (judía) y la población palestina también ha incrementado. Shalev señala que:
“La opinión sobresaliente entre los participantes fue que la raíz del conflicto es religiosa; por lo tanto, los palestinos nunca aceptarán la existencia de judíos en una región que consideran suya. En su opinión, es un juego de suma-cero o, como lo puso una persona, ‘Somos nosotros o ellos’. El compromiso no es una opción debido a la suposición de que los musulmanes quieren acabar con los judíos.” (2024)
Si es que los resultados de los grupos focales del Instituto para Estudios de Seguridad Nacional se apegan a la percepción general entre el público israelí, el panorama a futuro es altamente problemático para Israel. Uno de sus mayores retos en el próximo siglo será lidiar con una Turquía cuyo ascenso eclipsará el apogeo regional que llegó a tener Irán durante los últimos 40 años. Tel Aviv tendrá que cuidarse de no forzar demasiado la impaciencia de otras potencias o de crear un ambiente social y político propicio para una confrontación entre alguna potencia suprarregional —principalmente Turquía— y la nación. Los Estados árabes del siglo XX se encontraron en un contexto de regionalismo geopolítico, lo que dificultó sus posibilidades de unir al mundo árabe o derrotar a Israel, pero ese no será el caso para Turquía en el siglo XXI.
Israel deberá cuidarse de no sobrepasar alguna línea roja, aunque será difícil debido a la continuidad del conflicto palestino, que podría no terminar sino hasta 2030. En caso de que empeorara dejaría una herida abierta en Israel-Palestina y también la puerta abierta para un conflicto con alguna potencia más poderosa que Israel.
Ciertamente Israel tendrá oportunidad de recuperarse y de terminar con el conflicto palestino-israelí esta próxima década. El cambio de ciclo siempre es una mezcla de modificaciones tanto en el interior del país como de una serie de acontecimientos en el exterior, dentro de su contexto geopolítico. Durante su primer ciclo sociopolítico el país tuvo que hacer frente a los Estados árabes, amenazas esencialmente convencionales. Durante su segundo ciclo sociopolítico Israel ha tenido que enfrentar las insurgencias y resistencias terroristas en Palestina y Líbano, sumado al reto que presentaba Irán. Este siguiente ciclo sociopolítico también tendrá sus adversarios y el país deberá prepararse para hacer frente a las nuevas amenazas del siglo XXI.
Israel tendrá el reto de reconstruirse como una nueva nación durante este siglo y entonces podríamos ver nacer un nuevo Estado de Israel. Su capacidad para reconstruirse determinará su sobrevivencia en este siglo. Sus nuevos desafíos difícilmente provendrán del mundo árabe, más seguramente vendrán desde Turquía. El mundo árabe está demasiado dividido y es lo demasiado débil como para oponer resistencia a Israel. El hecho de que Hamás haya fracasado en aislar diplomáticamente a Israel durante la guerra comprueba cómo han cambiado los intereses en la región (Khashan, 2024).
Mientras tanto, Palestina también tendrá que luchar para sobrevivir. La ironía es que ambos Estados, el palestino y el israelí, no son queridos por sus vecinos. Si fuera por los Estados árabes de Jordania, Siria o Egipto, ninguno de los dos existiría como territorios independientes sino como provincias o colonias. Si es que ambos países se reconcilian y llegan a la paz, tendrían que formar una alianza para sobrevivir en un ambiente hostil con gigantes por vecinos. De lo contrario, ambos países serán presa fácil de potencias extranjeras o regionales.
Lo más seguro es que el conflicto palestino-israelí pasará a una nueva fase en la que actores como Turquía se volverán más importantes y activos. Posiblemente la resistencia palestina continúe durante una década más. Para entonces ya habrá en Israel una nueva dinámica en ascenso, pero el conflicto dejará de ser un punto de fricción con Irán, similar a cuando en los 70 dejó de serlo entre Israel y los Estados árabes como Egipto. Aunque Siria continuó respaldando a la OLP, el conflicto ya no fue un foco de tensión que incrementara las tensiones entre Israel y Siria.
Por 40 años la mayor amenaza de Israel fue Irán y eso implicó que el conflicto palestino-israelí se volviera un punto de choque entre ambas potencias. Ahora se convertirá en un punto de fricción entre Israel y Turquía, la nueva potencia en ascenso en Oriente Próximo. Eso marcará un desafío mucho mayor al que Israel se haya enfrentado desde su fundación en 1948.
Referencias
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Friedman, G. (2024b, 11 diciembre). The Weakness of Israel’s Approach to War. Geopolitical Futures. https://geopoliticalfutures.com/the-weakness-of-israels-approach-to-war/
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