Morena, tras una posible victoria electoral que le otorga el control total del país (al tener la presidencia, la mayoría calificada en la cámara de diputados y el senado, la Ciudad de México y la mayoría de las gubernaturas), ha comenzado a declararse victoriosa, mientras que muchos comentaristas y votantes que estaban en su contra están declarando que todo está perdido y la democracia ha muerto, pero ambos bandos se equivocan, ignorando peligrosamente la continuidad y la probable intensificación de la crisis en México.
Desde hace más de 40 años, México se encuentra en medio de una transición sistémica, la cual está marcada por una compleja Pseudo-guerra Civil entre dos facciones que intentan imponer un proyecto de nación y un contrato social. La posible victoria electoral de Morena no será la última jugada en esta contienda nacional y su importancia seguramente será sobrepasada por las crisis por venir. Al analizar la historia mexicana a través de la teoría de los ciclos sistémicos y desde una perspectiva geopolítica, podremos entender mejor lo que realmente sucede en el país y lo que podría llegar suceder en un futuro.
Los ciclos mexicanos transicionales y geopolíticos
Al momento de examinar la historia mexicana, usando la teoría de los ciclos sistémicos, podemos identificar dos tipos de ciclos importantes en su desarrollo, que determinan en gran medida el rumbo del país por largos períodos. Uno de esos ciclos serían los ciclos transicionales y los otros serían los ciclos geopolíticos.
CICLOS TRANSICIONALES
Los ciclos transicionales se desarrollan a finales de un siglo saliente y finalizan para la tercera o cuarta década del siglo entrante. Siempre comienzan con reformas sistemáticas que atentan contra la estructura de poder establecida y el contrato social tradicional. Esto genera fricciones, en un principio durante las últimas dos décadas del siglo saliente, las cuales generan una serie de crisis en la primera década del siglo entrante, lo que lleva por último a que estas se desarrollen como un conflicto armado durante la segunda década.
De esta forma, las reformas borbónicas atentaron contra el status quo de la Nueva España, lo que generó una serie de crisis en la primera década del siglo XIX. La invasión napoleónica y posterior golpe de Estado contra el virrey José de Iturrigaray solamente empeoraron la situación, lo que para 1810 había llevado al estallido de una guerra civil. Las pugnas entre la Ciudad de México y el debilitamiento del Imperio español dio ánimos a los novohispanos (no solo a los insurgentes) de independizarse y forjar su propio imperio, lo que se lograría para 1821, tras el fin de lo que se llegaría a conocer como la Guerra de Independencia. Sin embargo, la crisis no terminó ese año y tampoco cuando Iturbide asumió el poder total del México independiente. A pesar de haber llegado al poder, este lo perdió en 1823.
Más adelante, después de un siglo de constantes conflictos, que realmente nunca cesaron desde 1810, hasta que los liberales lograron la victoria para finales de la década de 1860. Pero sería Porfirio Díaz quien realmente obtendría la paz para México tras su llegada al poder en 1877. Aunque el Porfiriato era políticamente una república federal, éste no estaba sostenida por una constitución, sino por una estructura de poder compuesta por una serie de pactos entre Díaz y los latifundistas, empresarios, oligarcas, caciques, líderes militares, políticos y líderes religiosos del país. El problema fue que las políticas económicas de Díaz comenzaron a desgastarse para la primera década del siglo XX, y empezaron a haber múltiples huelgas y crisis sociales. Para 1910, Díaz abdicó al poder y se autoexilió, lo que sumergió al país en una cruenta y sangrienta guerra civil entre diversos caudillos que luchaban por el poder.
Entre los sobrevivientes de dicha masacre — que luego se llamaría la Revolución Mexicana para intentar justificar al régimen entrante — estuvo Plutarco Elías Calles, quien intentó recrear un Pseudo-porfiriato, buscando dominar mediante la imposición de presidentes que él controlaba. Pero para 1936 las tensiones con Lázaro Cárdenas habían aumentado dramáticamente y Calles fue exiliado a los Estados Unidos. Consecuentemente, todos los callistas fueron purgados del sistema político nacional.
Es aquí donde surgiría el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que estaba conformado por dos principales pilares: la presidencia y el partido. El presidente en turno, respaldado por el partido, creó un régimen corporativista donde dominaba a los sindicatos, a los empresarios, al ejército y a las agencias de inteligencia (o policías secretas, como al DFS). Sin embargo, para la década de 1960, comenzaba a enfrentar los retos de su éxito económico e industrializador y el surgimiento de una clase media que no estaba incluida en la estructura de poder nacional. Los problemas económicos se intensificaron en la década de 1970, los cuales terminaron en la década de 1980 con una Crisis de Deuda de varios años. Es aquí cuando vemos a los tecnócratas entrar al escenario político nacional.
Miembros de las fuerzas armadas en un enfrentamiento armado en Michoacán en 2007 (Fuente: Diego Fernández/AP México)
Similar a las reformas borbónicas y a las políticas económicas porfiristas, las reformas tecnocráticas comenzaron a generar fricciones, que en ocasiones se manifestaron en asesinatos, exilios o arrestos. En 1994, un grupo armado, el EZLN, se alzó en armas rechazando los cambios políticos y económicos, pero el problema más grave llegó en el 2000. Con la transición hacia la democracia, gracias a las reformas políticas e institucionales de Ernesto Zedillo (1994-2000), el régimen de la vieja estructura de poder había terminado y con él los beneficios de varios miembros de esta estructura. Entre el 2001 y el 2004 comenzaron a haber deserciones en las fuerzas armadas, las que transformaron a las organizaciones criminales en grupos paramilitares de insurgentes. En 2006, cuando Felipe Calderón llegó al poder, veía lo que se desarrollaba e intentó resolver el problema como cualquier político mexicano lo habría hecho (inclusive López Obrador), enviar al Ejército Nacional a lidiar con la creciente amenaza. Es así como inició la Guerra de las Drogas, no por problemas sociales o económicos, sino puramente políticos. Las reformas borbónicas y las políticas económicas del Porfiriato habían generado insurgentes, y las reformas a finales del siglo XX no fueron la excepción.
De esta forma, la Guerra de las Drogas y la pugna política entre los tecnócratas (PRI-PAN-PRD) y los partidistas (Morena) funge como una Pseudo-guerra Civil, con una dimensión política y una militar. Desde 1982 se ha intentado cuidadosamente evitar una guerra civil por los cambios sistemáticos nacionales, siempre procurando mantener separadas las dimensiones del conflicto. Difícilmente un país podría tener tantos cambios en su sistema político y contrato social sin una guerra civil, solamente México y algunos otros países han podido lograr semejante hazaña, por lo menos hasta ahora
CICLOS GEOPOLÍTICOS
A diferencia de los ciclos transicionales, los ciclos geopolíticos son más duraderos, extendiéndose aproximadamente 200 a 300 años. Entre los ciclos geopolíticos podemos identificar dos versiones: los ciclos de regionalismo y los ciclos de centralismo. Ambos tienen un profundo impacto sobre el sistema político con el que cuenta el país y con el poder que es capaz de adquirir.
Durante los ciclos de regionalismo, el país — o lo que es el territorio de hoy en día México —se fragmenta geopolíticamente. El gobierno central es incapaz de ejercer su poder indefinidamente y necesita de pactos, al igual que un ejército que sirva como fuerza de seguridad interna. Para ser capaz de gobernar el territorio nacional, ambos contribuyen a su vulnerabilidad a intervenciones e invasiones externas. Cuando México entra en ciclos de regionalismo, éste pierde su peso internacional y la capacidad de mantener su territorio intacto, por lo que se contrae territorialmente. Es la misma razón por la que los aztecas (o mexicas) necesitaban de la Triple Alianza y varios pactos con diversos centros de poder regionales para poder gobernar y explica la razón por la que su ejército no conquistaba grandes extensiones territoriales, solo la vecindad inmediata del Valle de México. El ciclo de regionalismo también explica la reducción territorial del México independiente, perdiendo el territorio que controlaba cuando era la Nueva España, y las continuas luchas internas contra fuerzas revolucionarias o separatistas. Es la misma razón por la que solo el Porfiriato y el PRI fueron sistemas políticos exitosos, ya que lograron dominar a México debido a sus pactos.
Por otra parte, los ciclos de centralismo son totalmente opuestos. Durante estos ciclos el poder central se fortalece y es capaz de dominar en su totalidad al territorio nacional sin la necesidad de pactos, por lo que es capaz de expandir exageradamente su territorio. Los olmecas y los toltecas serían ejemplos de imperios en apogeo durante los ciclos de centralismo. Los primeros serían considerados la civilización madre y la principal potencia militar y económica de la región, que se especula se extendieron por gran parte de Centroamérica y el suroeste de Estados Unidos. Los segundos, también llegaron a dominar la región y su conquista de Chichen Itza es evidencia de su proeza militar y expansión territorial, más allá que la azteca. Más tarde, los españoles, tras conquistar el Valle de México, forjaron el primer imperio oceánico, que atravesaba al Atlántico. La Nueva España (el territorio mexicano) se convirtió en una metrópoli europea en las Américas, que sostenía a la mayor parte del imperio, inclusive expandió el Imperio español a Asia Pacífico.
LA INTERSECCIÓN
Cuando México se independizó, el proceso del ciclo transicional que había comenzado con las reformas borbónicas, también formaba parte de un cambio geopolítico masivo con la entrada a un ciclo de regionalismo. Desde finales del siglo XVII ya se veía en la Nueva España un creciente regionalismo y la Guerra de Independencia disparó los sentimientos regionalistas. Es así como podemos ver porque Iturbide fracasó cuando intentó liderar el primer Imperio mexicano. Iturbide intentaba mantener a flote un sistema político que no era apto para el ciclo de regionalismo, justo cuando los caciques o grupos de poder regionales están en su apogeo. Por su parte, Calles intentó recrear el Porfiriato, pero dicho sistema ya no era capaz de cumplir con las necesidades geopolíticas del país y, por ende, fue exiliado por Cárdenas. Ambos líderes intentaron mantener sistemas políticos que ya no eran aptos para México.
Es por eso que decir que todo terminó en 2024 no es adecuado, dado el contexto histórico de los ciclos transicionales anteriores o del cambio en el ciclo geopolítico mexicano. Sin importar que Iturbide y Calles también se encontraban tomando control de las riendas del país, ambos fracasaron. En cuanto a los ciclos transicionales, podemos identificar una tendencia que apunta a que, cuando un sistema político comienza a fracasar seriamente, éste se vuelve vulnerable y obsoleto para las nuevas generaciones de grupos de poder. Mientras tanto, en cuanto a los ciclos geopolíticos, si un sistema político ya no sirve su función, éste no puede sobrevivir. México se encuentra en medio, no solo de un ciclo de transición, sino en una transición entre un ciclo geopolítico de regionalismo y otro de centralismo, lo que eleva la actual contienda al mismo grado de importancia que la independencia.
La posible victoria absolutista de los partidistas de Morena, quienes buscan mantener la vieja estructura de poder y el contrato social tradicional, aumenta los riesgos significativamente. Tomó 4 décadas para que los tecnócratas implementaran sus reformas, el Pacto por México del 2012 sería la culminación de estos esfuerzos. Esa cautelosa reformación paulatina tuvo el propósito de evitar una crisis a gran escala, pero las reformas que se planean implementar ahora, que atentan contra los cambios (sin importar que uno pueda o no respaldarlas) se planean implementar en tan solo unos meses, incluso si es que se extienden por 6 años, eso sigue siendo poco tiempo. Un intento por revertir cambios de 40 años en tan solo unos meses o años sería devastador y podría causar una reacción.
Durante las décadas de 1980 y 1990, el temor era que se llevará a cabo un golpe de Estado contra los tecnócratas reformistas, pero las fuerzas armadas han estado experimentando cambios mediante reformas desde la década de 1960. Ahora las fuerzas armadas se encuentran más divididas de lo que han estado en décadas. Entre la información clasificada del Pentágono, filtrada al público en 2023, precisamente estaba un informe que señalaba sobre un incremento en las tensiones entre la SEMAR y la SEDENA por diferencias políticas. Estás divisiones seguramente también afectan a facciones dentro del Ejército mexicano. En esencia, a pesar de la idea común de que el gobierno cuenta con un respaldo total de las fuerzas armadas no es cierto, estas también se han polarizado y dividido entre bandos políticos, lo que incrementa los riesgos para el país en general.
Soldados ucranianos siendo transportados en un vehículo armado hacia el frente de combate en la Guerra de Ucrania en 2022 (Fuente: Enno Lenze vía Flickr)
Contextos internacionales
Aunado a los cambios internos en México, también es importante reconocer el impacto de dinámicas internacionales, las cuales refuerzan estas mismas dinámicas de los ciclos transicionales y geopolíticos. Durante la independencia, la ilustración en Europa incentivó a las reformas borbónicas y la invasión napoleónica de España disparó las tensiones en la Nueva España. Cuando el Porfiriato comenzaba a venirse abajo, Europa estaba en la cúspide de una gran guerra y eso marcó la lucha por influencia financiera, económica e incluso política entre las diferentes potencias europeas en México. Pronto la presencia extranjera que había beneficiado al Porfiriato económica y financieramente, dado que México pudo maniobrar diplomáticamente para lidiar con las diversas potencias, se había tornado problemática durante el desarrollo del conflicto. Inclusive, la intervención norteamericana había logrado que la revolución se tornará más xenofóbica respecto al papel de potencias extranjeras en México, lo que ayudó a vender la idea de que la lucha mexicana era antimperialista, aunque ese no fuera el caso. El mismo conflicto en Europa también redujo significativamente el flujo de capital hacia México.
Más adelante, México buscó industrializarse, pero social o políticamente ya no era adecuado hacerlo al integrarse a la economía global. El país tuvo que usar al campo para poder industrializarse y lo logró, pero para mediados de la década de 1960, ese mismo modelo de desarrollo ya era insostenible. Como el continuó desarrollo económico era crucial para la estabilidad mexicana, el país tuvo que endeudarse e intentar obtener ingresos de la exportación de petróleo, algo posible durante las administraciones de Echeverría y de López Portillo debido al fin del Bretton Woods y el embargo petrolero de la OPEP contra Occidente durante la década de 1970. No obstante, ambos presidentes, Echeverría y López Portillo, pertenecían al campo partidista del PRI, simplemente apoyaban el régimen corporativista y unipartidista. Sus intentos por salvaguardar el status quo fueron un rotundo fracaso económico-financiero.
La Crisis de la Deuda que generaron en la década de 1980 fue justo la excusa necesaria para que los tecnócratas tomarán el poder. Una vez en el poder, las reformas económicas, financieras y comerciales de los tecnócratas, específicamente de Miguel de la Madrid (1982-1988) y Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), abrieron a México a la economía global. Lo que, a su vez, enriqueció a México en general, pero también permitió el ascenso de nuevos grupos de poder. Desde una nueva generación de empresarios de la clase media, hasta narcotraficantes mucho más ricos de lo que jamás habían sido, ambos grupos retaron a ambas estructuras de poder, a la unipartidista y a la tecnocrática respectivamente.
Ahora, México se encuentra ante un escenario internacional lleno de oportunidades económicas y de amenazas geopolíticas. Por una parte, el capital que podría recibir México como resultado del nearshoring o el friendshoring es basto y podría impulsar significativamente el desarrollo económico de México, creando un incentivo económico para terminar definitivamente con el conflicto. Por otra parte, el mundo se encuentra más inseguro, con múltiples conflictos políticos: dos guerras — en Europa y Oriente Próximo — de gran importancia internacional, el ascenso de nuevas potencias y el descenso de otras más. Todo asegura que México tendrá grandes oportunidades para expandir su influencia, pero también asegura que México tendrá que — tarde o temprano — elegir bandos, dado su papel diplomático mundial y su creciente peso económico. Si México busca estar entre los países más seguros en una época de creciente rivalidad geopolítico-militar, deberá lidiar con cualquier amenaza o reto interno para su seguridad nacional, lo que crea un segundo incentivo geopolítico externo para terminar con la transición y el conflicto. Simultáneamente, ambos hechos internacionales crearán presión al interior del país.
Los problemas en el horizonte
En términos históricos, México difícilmente cambia por voluntad popular, en todo caso sus cambios dependen más de la voluntad y los objetivos de las élites y los diversos grupos de poder en el país, más que de la población (aunque los resultados de las elecciones esté miércoles podrían servir de impulso para la oposición). Así mismo, no podemos descartar que cualquier victoria no hubiera generado una crisis, incluso si hubiera ganado la oposición, era de esperarse una crisis. Estas elecciones eran la culminación política de una pugna que lleva 40 años y eso la dota de un sentimiento de ‘todo o nada’ para ambas partes. Ningún bando ha estado dispuesto a dar tregua — los arrestos, asesinatos y posibles fraudes electorales (algunos ciertos, otros no) son evidencia de ello — durante los últimos años, el impasse político en el congreso evitó la escala drástica en tensiones, pero si se esfuma esa vía política para resolver la disputa, entonces no queda nada por hacer, más que las vías violentas. Después de todo, la guerra es solo una extensión de la política.
Aunado a esto, es importante reconocer, como se mencionó anteriormente, que México es un país importante y su peso solamente sigue aumentando. Esto aumentará aún más la presión por cambiar o completar cualquier transformación, sea la que busca Morena o la que busca la oposición. No debemos esperar una guerra civil o segunda revolución, pero sí un conflicto de mayor intensidad de la que hemos presenciado en las últimas 4 décadas. Seguramente será corto, pero eso no disminuirá el nivel del conflicto, la única solución sería un exilio al estilo de Calles, pero ¿será eso posible dadas las circunstancias? La respuesta es simplemente no, hay demasiados intereses y factores en juego en esta crisis nacional. Anteriormente, los tecnócratas del PRI, a pesar de que se aferraron a un impasse político durante las administraciones del PAN, nunca se opusieron a ellas firmemente, porque Vicente Fox y Felipe Calderón no pertenecían al bando opuesto, pero Morena y la Oposición reflejan claramente los dos bandos contrarios en esta contienda sistemática y las dos dimensiones de esta Pseudo-guerra Civil se están empezando a ver más borrosas.