Sin duda, el periodo de la Guerra Fría se configura como uno de los episodios de la historia contemporánea más interesantes para aquellas y aquellos inmersos en campos que van desde cuestiones sociales, políticas y económicas, hasta cuestiones del ámbito físico-tecnológico. Una característica a destacar del periodo comprendido del fin de la Segunda Guerra Mundial a la caída del bloque soviético, es que pone en evidencia que los diversos ámbitos que componen a la sociedad humana no son mutuamente exclusivos. La complejidad política observada en este periodo propició el perfecto escenario para el desarrollo tecnológico y armamentístico, así como sirvió para configurar un sistema económico y de regímenes de cooperación que se caracterizan por la interdependencia, dando lugar al sistema global que hoy podemos observar.
Las grandes tensiones propiciadas a partir de la bipolaridad que caracterizó a la segunda mitad del siglo XX se manifestaron de manera indirecta a través de diversos canales, siendo el desarrollo de las armas nucleares una de las áreas de mayor tensión y, por lo tanto, de mayor visibilidad y trascendencia en la sociedad. El panorama de la Guerra Fría se caracterizó por la inestabilidad derivada de la secrecía y frágil política alrededor de los entonces recientes descubrimientos y desarrollo de las armas nucleares por parte de las dos potencias, Estados Unidos y la Unión Soviética. Hoy en día escuchamos sobre una relativa —pero aún frágil— estabilidad respecto a la amenaza nuclear, a pesar de que las capacidades en este rubro han traspasado a diversos Estados-nación, brindándoles un poder relativo importante en el ámbito regional o internacional, haciendo claro que de la bipolaridad hemos transitado a la multipolaridad.
El debate sobre las armas nucleares ha estado presente hasta nuestros días. Pero ha tomado nueva fuerza al ser la temática central del esperado filme del 2023: ‘Oppenheimer’ del director Christopher Nolan. La cinta toma como argumento central la complejidad —técnica, política y ética— en torno al Proyecto Manhattan encabezado por Robert Oppenheimer, notable físico y político estadounidense también conocido como el padre de la bomba atómica. Se exploran las tensiones políticas implicadas en cuestiones domésticas de Estados Unidos y de seguridad colectiva frente al panorama determinado por la Guerra Fría, así como los factores que detonaron la competencia armamentística en el rubro nuclear. Sin embargo, el propósito del presente texto busca trascender este debate y transportar el foco de análisis en el vínculo de este contexto con las dinámicas paralelas de actores y regiones que desarrollaron su propio posicionamiento en el complejo y frágil contexto de la bipolaridad en el periodo mencionado. Se explora la iniciativa latinoamericana y el Caribe del Tratado de Tlatelolco para establecer la primera región desnuclearizada del mundo.
El debate Oppenheimer
Un elemento brillante ‘explotado’ en la cita Oppenheimer (2023) es la realización del personaje sobre la repercusión del desarrollo de la bomba atómica en el marco de la Guerra Fría: el peligro de generar una reacción en cadena que destruiría al mundo. El primer sentido en el que se toma esta frase es el físico químico en el que, según los cálculos matemáticos, la detonación de la bomba atómica —desarrollada por el Proyecto Manhattan— pudiera incendiar la estratósfera y tener un alcance mayor al esperado. El segundo sentido se refiere a la capacidad de dicha bomba de desencadenar la carrera armamentística nuclear que pondría al mundo de entonces en una situación de gran riesgo y fragilidad global.

La preparación del Gadget para la prueba Trinity, julio de 1945 (Fuente: Departamento de Energía de EEUU vía Wikimedia Commons).
Tal como se desarrolla en el filme, York (1975) pone la figura de Robert Oppenheimer en el centro del debate atómico. Su figura no solo movilizó al gremio académico y científico de occidente, si no que se posicionó de manera estratégica en los comités consultivos que contribuyeron a moldear las políticas americanas y programas de desarrollo tecnológico durante un dinámico periodo en la carrera armamentística. Si bien, los primeros pasos para detonar el desarrollo militar y de armas fueron dados tanto por el bloque occidental como el soviético en periodos relativamente simultáneos. Sin embargo, York detalla que los programas americanos comenzaron a correr, aplicarse y diversificarse de manera más rápida a pesar del debate doméstico. Con el desarrollo y lanzamientos de prueba de la gran bomba de Hidrógeno, aquella de carácter termonuclear y respaldada por políticas de seguridad nacional, Estados Unidos fue responsable de dar potencia a la competencia armamentística a un paso acelerado, más de lo que era pertinente para garantizar y legitimar esa misma seguridad nacional (York, 1975).
York explica la dinámica básica de la carrera armamentística: el bloque soviético podía comenzar a desarrollar antes que occidente, llegando primero al punto en que comienza el despliegue. La reacción de occidente era de tal magnitud que sus despliegues y capacidades superaban por un margen considerable los esfuerzos soviéticos, poniendo a Estados Unidos en la posición de determinar el tamaño final de la operación. Responsabilidad que no se ejerció. Sobre esto, es posible pensar que el crecimiento de las capacidades de un país, en este caso un Estado-nación que reunía los factores para establecerse como la actual potencia global, requiere de una mayor sensibilidad para jugar en el campo de la seguridad colectiva, ya que sus capacidades van en aumento mientras se abría espacios para no sólo imponer sus intereses geopolíticos y económicos, sino también establecer los estándares ideológicos globales.
El debate de Oppenheimer y la carrera nuclear tuvo su desarrolló durante la Guerra Fría y causó varios momentos de tensión global, siendo uno de sus puntos más tensos la crisis de los misiles de Cuba en 1962, hecho que se retomará en la siguiente sección. Sin embargo, es importante aterrizar en una realidad relacionada con una carrera nuclear sin un fin concreto. El siglo XXI ha observado la proliferación nuclear, armando países que no cuentan con las mismas capacidades que Estados Unidos o Rusia/Unión Soviética tenían como potencias nucleares del siglo XX. En la actualidad encontramos a los países con armas nucleares como Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido, India, Pakistán, Corea del Norte, Israel; y aquellos incluidos en la Compartición nuclear del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) —aquellos con posibilidad de emplearlas en caso necesario— como Bélgica, Alemania, Italia, Países Bajos y Turquía. Existe una clara ausencia que a continuación se aborda.
Una iniciativa mexicana antinuclear
Creemos que puede haber un tercer sentido a la conjetura o predicción del debate de Oppenheimer sobre el efecto cadena. Si bien, la bomba atómica detonó el desarrollo competido de las armas nucleares, incrementando las tensiones y riesgos entre las potencias, sus aliados y las zonas estratégicas. Pero también impulsó a diversas regiones a establecer diálogos políticos y de cooperación para hacer frente a la amenaza nuclear. Es así como Latinoamérica y el Caribe, por iniciativa mexicana y liderada por Alfonso García Robles, se configura como la primera zona desnuclearizada del mundo a partir de la firma del Tratado de Tlatelolco de 1967, siendo un hito histórico que no sólo posicionó a la región en el ámbito internacional trabajando por la paz, sino que también fue ejemplo para esfuerzos políticos posteriores en otras regiones.
Así se plantea un vínculo entre el debate Oppenheimer y el posicionamiento de Latinoamérica y el Caribe en el contexto de la Guerra Fría a partir de su esfuerzo político y diplomático por establecer una región desnuclearizada. En este entendimiento Sánchez (2020) plantea una ‘Doctrina García Robles’, que se refiere a la defensa de los principios universales de paz y seguridad internacionales a través de la solución pacífica de controversias y la proscripción de la amenaza nuclear. Estas ideas las rescata del Tratado para la Proscripción de las Armas Nucleares en América Latina de 1967, popularmente conocido como el Tratado de Tlatelolco.
La principal motivación que movilizó a líderes políticos latinoamericanos y del Caribe a comenzar su actuación por medios diplomáticos para hacer frente a las adversidades de la segunda mitad del siglo XX, fue la situación de riesgo ante una alta probabilidad de que una guerra nuclear comenzara en la región tras la crisis de los misiles cubanos de 1962. Sánchez (2020) explica que el inicio de las negociaciones para que la región fuera un espacio libre de armas nucleares se da en un primer momento por el presidente brasileño João Goulart. Esta figura promovía la investigación y uso pacífico de la energía nuclear, presentando ante las Naciones Unidas un proyecto de desnuclearización para la región, misma a la que no se le dio continuidad por cuestiones de inestabilidad en el plano doméstico. La idea fue retomada en 1963 por el presidente mexicano Adolfo López Mateos, a cuya figura se le atribuye un interés por el activismo internacional.

Reunión de los representantes de los países latinoamericanos para la firma del Tratado de Tlatelolco en la Ciudad de México en 1967 (Fuente: Gobierno de México)
Convocando a los presidentes de Bolivia, Brasil, Chile y Ecuador, se firma una Declaración del compromiso a “no fabricar, recibir, almacenar ni ensayar armas nucleares o artefactos de lanzamiento nuclear, encargando a García Robles las negociaciones” (Sánchez, 2020, p. 221). Así para 1967 se firma el tratado con los siguientes países signatarios: Antigua y Barbuda, Argentina, Bahamas, Barbados, Belice, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Granada, Guatemala, Guyana, Haití, Honduras, Jamaica, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Trinidad y Tobago, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Surinam, Uruguay, Venezuela y México.
La base y propósito de esta iniciativa, la primera en su carácter, era garantizar la existencia de un espacio libre de armas nucleares, contribuir a la no proliferación internacional en este rubro armamentístico y fomentar el desarme. Una manera estratégica que se reconoce en el modo de operar de los tratados, es que al incluir protocolos adicionales que estaban abiertos a los países que tenían territorios bajo su responsabilidad en la región de aplicación del Tratado, se limitó efectivamente la intrusión de las potencias nucleares de entonces, las cuales tenían capacidades de poder relativo mucho mayores respecto a Latinoamérica y el Caribe. En este sentido la extensión del imperialismo que se tejía entre ‘Norte’ y ‘Sur’ en el marco de las tensiones Occidente-Oriente, puede observarse como un factor que en este escenario colocó a la región latinoamericana en una posición favorable.
Dando continuidad a este último aspecto del tratado en relación a los vínculos estratégicos que se establecieron bajo la tensa bipolaridad del Sistema Internacional de entonces en relación al valor geopolítico de Latinoamérica, es importante reconocer una segunda intención de la iniciativa de García Robles: evitar el derroche de recursos indispensables para el desarrollo económico y social de los pueblos en la producción de armamentos nucleares (García Robles, 1987). Tomando la situación de gran inestabilidad observada en la región estrechamente vinculada con la presencia directa e indirecta tanto de Estados Unidos y de la Unión Soviética en países de Latinoamérica, se puede observar que el desarme regional evitó en cierto alcance el desvío de recursos naturales y económicos que hubieran comprometido el desarrollo de los países, así como hubiera potencializado el desarrollo nuclear.
Este aspecto explicado por Gros (1978) también explora el potencial de este instrumento y el esfuerzo diplomático por establecer límites en colocar armas nucleares en los fondos marítimos más allá de la jurisdicción nacional. Por otro lado, Gros detalla los límites de efectividad de este Tratado desde una visión poco optimista de los logros: “hoy asistimos a la mayor y más sofisticada concentración de armamentos que imaginar se pueda, tanto por los supergrandes, como por las potencias medianas y por los países en desarrollo” (Gros, 1978, p. 25). Su argumento puede ser tomado hoy en día cuando listamos los países con posesión de armas nucleares, o sospecha de posesión. En este sentido, se refuerza el entendimiento de que con la bipolaridad de la Guerra Fría y la proliferación nuclear, el poder se diseminó en cierto grado, otorgando capacidades relativas a países en ascenso.
Es importante recalcar que aún con el paso del tiempo y la importancia estratégica de Latinoamérica, la zona desnuclearizada sigue en pie en la actualidad. Julius (1987) fue puntual en reconocer que la iniciativa latinoamericana fue retomada por otras regiones del mundo con similar importancia geopolítica para las dos potencias del periodo. Se menciona la firma del Tratado de Rarotonga de 1986 para el desarme nuclear del Pacífico Sur.

Foto del secretario de Relaciones Exteriores, Alfonso García Robles, firmando el Tratado de Tlatelolco (Gobierno de México)
Conclusión
Es de gran importancia replantear el tema nuclear en tiempos actuales, en las que en diversos puntos del mundo se desarrollan conflictos o relaciones altamente frágiles con potencial de detonar el ‘efecto cadena’: el conflicto en Ucrania, la situación de la Península coreana, la inestabilidad en Medio Oriente, entre otros. Actualmente no se habla de una Guerra Fría en términos del siglo XX, sino de una confrontación política aún más compleja que ha traspasado los mecanismos que incrementan el riesgo global, al tiempo en que las áreas de cooperación y los espacios de diálogo se encuentran más abiertos. Aterrizar en el contexto actual requiere retomar lo ya mencionado en el texto: se ha pasado de la bipolaridad a la multipolaridad, y los focos de poder se dispersan globalmente. Ahora el poder relativo toma las capacidades de los actores —tradicionales como los Estados-nación y organismos intergubernamentales, o atípicos como empresas y la sociedad civil— para posicionarse en espacios de ventaja.
Como la historia lo ha reflejado y el reciente filme nos ha recordado, el legado de Oppenheimer fue plantar la semilla de la carrera nuclear, y en consecuencia el inicio del debate (ético) sobre el desarrollo de armas y energía nuclear, así como de la cooperación. Esto plantea un punto alterno a reflexionar: el efecto cadena que planteó Oppenheimer, desde la perspectiva física y política, también aplica al área de la cooperación internacional y la regionalización. Los estudios aplicados y la organización del Proyecto Trinity desencadenaron la carrera armamentista que ha traspasado el poder atómico de las potencias de la Segunda Guerra Mundial y nuclear de la Guerra Fría, a Estados-nación jóvenes, complejos y frágiles, y a países con grandes capacidades globales como China.
Esto complejiza la estabilidad internacional cuando se plantea la analogía de la fragilidad que caracteriza a la paz internacional con la fragilidad de la energía nuclear en términos físicos. La interdependencia es un elemento clave. El siglo XXI ha sido escenario de un incremento exponencial en los lazos y ámbitos que hacen de los actores altamente dependientes unos de otros, en el sector económico y financiero, energético, político y militar, y en gran manera en el sector de la cooperación. El efecto dominó del desarrollo de la bomba atómica trascendió a las relaciones internacionales, haciendo que los mecanismos de colaboración entre los países y otros actores proliferen de igual manera, fortaleciendo las estrategias para evitar caer en conflictos masivos y dando oportunidades de adquirir capacidades que posicionan en el plano global a Estados o actores atípicos con poder relativo.
Por otra parte, al reconocerse el Tratado de Tlatelolco como el primer esfuerzo regional de un espacio habitado por lograr la desnuclearización, nos puede dar indicios de que éste ha sido un factor que puede detonar la dinámica de la regionalización. Ésta se posiciona como una estrategia que busca posicionar intereses colectivos, implicando la conjunción de esfuerzos entre los países. Si bien, la estrategia del regionalismo debe comenzar con el establecimiento de un diálogo político efectivo y continuo para trascender a otros aspectos de carácter económico y de movilidad, avanzando también en áreas de seguridad colectiva. América Latina no ha logrado posicionarse de manera integral como un ente regional en términos aterrizados. Sin embargo, es importante mirar atrás y retomar aquellos esfuerzos efectivos, como el Tratado de Tlatelolco. Por otra parte, México tomó la oportunidad de liderazgo en los esfuerzos por el desarme nuclear, lo que le ha favorecido para incrementar su presencia en el escenario diplomático. En la actualidad, el país continúa gozando de dicho reconocimiento diplomático en el ámbito de la promoción de la paz gracias a los esfuerzos realizados desde la iniciativa de García Robles.
Referencias
García, A. (1987). La proscripción de las armas nucleares en América Latina y el Caribe. En Vigésimo Aniversario del Tratado de Tlatelolco (1967- 1987). México: OPANAL.
Gros, H. (1978). El Tratado para la Proscripción de las Armas Nucleares en la América Latina (Tratado de Tlatelolco): Situación actual y perspectivas. Proscripción de las Armas Nucleares en la América Latina. 20- 5, 25-33. https://www.iaea.org/sites/default/files/20503592534_es.pdf
Julius, D. (1987). El impacto del Tratado de Tlatelolco en la relación Este-Oeste en el campo del desarme. Revista Mexicana de Política Exterior, 15, 22-26. https://revistadigital.sre.gob.mx/index.php/rmpe/article/view/2178/2007
Sánchez, A. (2020). Doctrina García Robles. En Devés, E. y Álvarez, S. (Eds.) Problemáticas internacionales y mundiales desde el pensamiento latinoamericano. https://repositoriodigital.uns.edu.ar/bitstream/handle/123456789/5240/Dev%c3%a9s,%20E.%20y%20
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York, H. (1975). The Advisors: Oppenheimer, Teller, and the Superbomb. Stanford University Press.