Desde junio de 2024, escribíamos en Código Nexus que la crisis multidimensional mexicana, que abarca diversos planos como el social, económico, cultural, político y de seguridad, no se terminaría con las elecciones del 2024, sino que al contrario se estaban sentando las bases para un aumento significativo en las tensiones (Araujo, 2024a). En septiembre del mismo año, apuntábamos que la crisis estaba llegando a su punto más álgido con la reforma judicial y la toma del congreso (Araujo, 2024b). La victoria del partido oficial que representa en gran parte a la facción llamada los ‘partidistas’ y que ha pugnado por el control de México por décadas solo sumó más a las presiones en el país. En octubre de 2024, se analizó la posibilidad de una fuerte ruptura en el sistema político mexicano, entre diversas partes del círculo de poder actual, es decir, dentro del gobierno y el partido gobernante (Araujo, 2024c). Más tarde, en enero del presente año, se escribió que la Guerra de las Drogas era el punto focal de las tensiones entre México y Estados Unidos y su desenlace sería crucial para el futuro de la relación bilateral (Araujo, 2025a).
Después de varios meses, los medios de comunicación mexicanos apenas han comenzado a hablar de las rupturas en el sistema político mexicano y los objetivos de Estados Unidos en sus negociaciones y discusiones con México respecto al tema económico-comercial y de seguridad. Pero todavía existen especulaciones sobre las implicaciones de las acciones de diversos actores, sea de la presidencia, del partido gobernante, del ejército o del gobierno de Estados Unidos. Bajo las actuales circunstancias especulativas y el desconocimiento de la crisis en México y lo que realmente implica para el país y Norteamérica, es necesario aclarar varios aspectos.
En primer lugar, se sentarán las bases geopolíticas y geohistóricas de la transformación actual de México y la región norteamericana en general. En segundo lugar, se analizará la situación política e institucional mexicana, para dar un verdadero sentido a las incongruencias y las rupturas en el sistema político y las instituciones de seguridad. En tercer lugar, se hablará sobre el cambio que podría suceder en México y sus expectativas, dadas las circunstancias actuales.
Transformaciones geopolíticas y antecedentes geohistóricos
Existen dos transformaciones en curso de gran intensidad que afectan a México: una interna y una económica mundial. La primera, se centra en una reconfiguración absoluta de México en varios sentidos: cultural, económico, político, social, geopolítico y militar, lo que tendrá implicaciones respecto a la estructura molecular del país y de su papel en la economía y geopolítica globales. La segunda, aunque involucra a China y Estados Unidos, se ha llegado a centrar de manera significativa en México, debido a su papel en la transición geoeconómica y lo que será la nueva economía global. Por ende, resulta importante hacer un repaso de las dos transformaciones: la mundial y la mexicana, para así entender la intersección y cómo afecta la seguridad en México.
La dimensión económica mundial de la transformación
La transformación económica mundial se ha analizado bajo el prisma del traslado ‘físico’ de la fábrica mundial de China a México, lo que genera incertidumbre y tensiones internacionales (Araujo, 2025b; Araujo, 2025c). El traslado geoeconómico de la fábrica mundial que Estados Unidos está realizando se está orientando hacia la priorización de la seguridad nacional y dentro de esta orientación el poder económico figura como una extensión del poder militar y político nacional (Araujo, 2025c; Colibasanu, 2025). El hecho de que México necesite asumir el papel de la próxima fábrica mundial tiene diversas implicaciones para el país.
Desde hace pocos meses se ha comenzado a hablar de la creación de una fortaleza norteamericana, normalmente asociada con la guerra comercial mundial y la incertidumbre económica. Esto genera la necesidad en México de recalibrar la situación política nacional. En todos los ciclos económicos mundiales anteriores, primero debía suceder un proceso geopolítico: la pacificación y creación de un eficaz ente político administrativo central. Alemania y Estados Unidos lograron consolidar Estados centrales con control geopolítico de sus países tras intensas guerras civiles, y en el caso alemán también hubo guerras con actores extranjeros. Japón, por su parte, ya había pasado casi un siglo antes por la unificación y modernización política y económica nacional con la Restauración Meiji. En el caso de China, los comunistas tuvieron que dominar y realizar una cruenta revolución para consolidar su poder sociopolítico nacional. En otras palabras, estos países llegaron a controlar eficazmente sus territorios, economías y poblaciones nacionales.

Fotografía aérea del Puente Internacional World Trade Crossing en Laredo, Texas, en donde se observan camiones ingresando a Estados Unidos (crédito: U.S. CBP vía Flickr).
La crisis de inseguridad en México –la Guerra de las Drogas– ha empeorado desde principios de los 2000 porque el Estado ha perdido el control del territorio nacional, de la población y de la economía nacional. Fenómenos sociales como la narcocultura y la corrupción –que en realidad se desarrollan bajo la óptica de dominación territorial– precisamente son producto de la pérdida del poder del gobierno central mexicano sobre el territorio. El control territorial permite el control de la población, por lo que se puede moldear la percepción de la sociedad y realizar una construcción cultural, social o nacional para los objetivos políticos de un Estado. Cuando se da un retroceso en su control territorial, pierde paulatinamente el control de la psique social y la economía, lo que a su vez se fusiona con los fenómenos sociales y produce un ente político administrativo no estatal. Esta realidad geopolítica ha dificultado la definición de qué son las organizaciones criminales mexicanas, pues actúan simultáneamente como insurgencias, guerrillas, organizaciones terroristas y empresas con claros objetivos económicos. La única etiqueta adecuada sería la de un agente de poder, con un claro objetivo económico que crea necesidades sociales y políticas territoriales las cuales asegura con violencia organizada.
Si se va a crear una fortaleza geoeconómica norteamericana en la que México funja como la fábrica mundial y Estados Unidos como el mercado mundial, Norteamérica será el bloque político-económico más poderoso del mundo, pero entonces todo el territorio y la economía norteamericanas deben ser controladas. Estados Unidos necesita que México asuma un dominio absoluto de su economía, su población y su territorio para permitir el asentamiento de la fábrica mundial y así cumplir con sus objetivos de reforzar su seguridad nacional y prosperidad de las crisis en el mundo.
Las super-cadenas de suministro que se sucedieron a partir de la década de 1950 con la Guerra Fría hicieron al país norteamericano vulnerable a las crisis en diversas partes del mundo, fuera del control estadounidense. Centrar las cadenas de suministro en Norteamérica –con algunas otras internacionales, pero estratégicamente planificadas– genera mayor certidumbre a largo plazo. Estados Unidos no puede ser la fábrica mundial por segunda ocasión y, por ende, necesita de un México estable y unido cuya prosperidad contribuya a la norteamericana.
La dimensión mexicana de la transformación
En cuanto a la transformación mexicana existen varios factores que apuntan hacia el mismo objetivo de control territorial, poblacional y económico nacional, solo que de manera diametralmente opuesta a lo que se había acostumbrado. Los antecedentes geohistóricos de la actual transformación geopolítica mexicana son la Conquista y la Independencia. Aunque cabe destacar que la primera tiene más coincidencia con la actual.
Durante la Conquista se dio un proceso: la unificación de Mesoamérica bajo el yugo mexica. Sin embargo, como no se había logrado consolidar para la llegada de los españoles en febrero de 1519 sucedió un fenómeno particular en la transición geopolítica mexicana. Los españoles se adentraron al panorama geopolítico mesoamericano y rápidamente –específicamente Hernán Cortés– pudieron aprovechar el panorama fragmentado del Imperio mexica. El resultado fue que hubo un actor extranjero que se adentró al contexto mexicano y formó parte crucial de la unificación de México. Más importante aún fue la alianza con varios grupos de poder locales como los tlaxcaltecas, que decidieron unir fuerzas con los españoles en contra de otros grupos de poder tradicionales como los mexicas. Bajo este escenario, el bando que se aferraba al pasado perdió la confrontación. Con la derrota mexica, México-Tenochtitlan se convirtió en la Ciudad de México, aunque aun así lograría fungir como sede de poder central que unificaría, no solo a Mesoamérica, sino a América Hispánica (Rinke, 2019/2023).
La transición de la Independencia fue una introducción al regionalismo geopolítico mexicano, por ende, la antítesis de lo que sucede en términos geopolíticos actualmente. Pero aun así tienen elementos similares. Las reformas borbónicas de la segunda mitad del siglo XVIII y la inmensa crisis financiera y política por la que pasaba España durante el mismo período básicamente dieron paso a la guerra a principios del siguiente siglo. Durante dicho conflicto y transición geopolítica se destruyó y reconstruyó la identidad mexicana y todo el panorama geopolítico mexicano. Las reformas tecnócratas de finales de la segunda mitad del XX y las múltiples crisis financieras entre 1976 y 1988 prácticamente sentaron las bases para la confrontación política que duró entre la década de 1980 y 2024, aunque se podría decir que perdura todavía. También sentaron las bases para la Guerra de las Drogas, al destruir un orden geopolítico y no alcanzar a consolidar uno nuevo.
Con base en un análisis únicamente de los últimos doscientos años de historia mexicana, se puede identificar que siempre ha existido un conflicto y una transición a principios de cada siglo. Lo particular de estas transiciones durante un ciclo de regionalismo geopolítico es que siempre son violentas. También están determinadas por una fuerza política que se aferra al pasado y una que busca crear algo nuevo, una lucha que se determina por las necesidades geopolíticas de México. En la independencia y la revolución las nuevas facciones ganaban porque se inclinaban a favor de la tendencia geopolítica que exigía cambios específicos. La independencia exigió un régimen que aceptara el regionalismo, y la revolución aquel que se adaptara al regionalismo.
Pero la razón de la actual transición es diferente porque prioriza un régimen que reconozca el centralismo y lo fomente. La vieja estructura de poder del régimen posrevolucionario del PRI ya no es apta, debido a que existen nuevos polos de poder que exigen una reconfiguración absoluta de donde surja una nueva estructura con nuevos pilares e instituciones y en donde no se comparta el poder con fuerzas ajenas al Estado y su red institucional. La lucha actual se centra entre regresar al control territorial, poblacional y económico nacional tradicional que se apega al regionalismo o en dar la bienvenida a un nuevo modelo de control territorial, poblacional y económico nacional que se apegue al centralismo.
Esto a su vez ha generado una crisis en la que se han manifestado contradicciones y falta de compromiso en el ámbito de seguridad y de gobernanza, por la incapacidad de una facción para imponerse en su totalidad o por temor a un compromiso total y agresivo a uno de los modelos. El problema es que con el tiempo esto ha generado frustraciones y ha aumentado las presiones paulatinamente sin puntos de descansos. De ahí la confusión respecto al panorama de seguridad mexicano.

Arribo de mil elementos del ejército mexicano al estado de Zacatecas en mayo 2024 (crédito: gobierno de Zacatecas).
El panorama de seguridad mexicano
Con el inicio de la nueva administración de Claudia Sheinbaum en septiembre del 2024 se dio un giro notorio en materia de seguridad. La estrategia anterior de evitar las confrontaciones y buscar la paz mediante la negociación y pactos –conocida popularmente como “abrazos y no balazos”– fue abandonada por la administración a favor de una estrategia de confrontación, similar a la de Felipe Calderón. Esto se debe a que, aunque la facción opositora a los partidistas identificada como la “tecnocrática” perdió la lucha política en 2024, claramente existe una variante tecnocrática en el partido gobernante con objetivos similares en cuanto al modelo de gobernanza, desarrollo económico y de seguridad de los tecnócratas en la oposición.
No obstante, el cambio se desarrolla en las peores circunstancias. Durante la administración pasada no se pudo implementar el modelo de gobernanza que prioriza la creación de pactos con diversos grupos de poder –incluyendo a los ilegales– debido a la resistencia dentro de las fuerzas armadas y los círculos de seguridad del Estado. Lo mismo sucede en la actualidad. Existe demasiada desconfianza y falta de compromiso entre las diversas partes involucradas, y acciones que actúan a espaldas dentro de las instituciones, incluyendo las fuerzas armadas.
Como consecuencia, se han generado especulaciones sobre los alineamientos dentro del aparato de seguridad de México, tanto en el ejército como en otros cuerpos de seguridad estatales. También se cuestionan sus lealtades, respecto a qué facción o a qué modelo se apegan. Este escenario es natural durante las transiciones mexicanas, pero lo más importante es que no permite ver las verdaderas fracturas o desafíos para México. Existen muchos sucesos que apuntan a divergencias significativas dentro de las fuerzas armadas respecto a sus objetivos en la guerra y con el modelo de gobernanza.
En cierta forma, la ruptura en el sistema político dentro del partido gobernante también se vive dentro de todo el aparato institucional y estatal mexicano. Creando incertidumbre y confusión sobre la realidad nacional. Pese a las acusaciones de corrupción o de los alineamientos que han realizado algunas instituciones de seguridad, el envío de armamento como barretas y ametralladoras a diversos estados y la cooperación con Estados Unidos en varias áreas –especialmente los sabotajes perpetrados durante la administración pasada respecto a la estrategia de seguridad de su modelo de gobernanza– no indican que exista una alineación total dentro de las fuerzas de seguridad mexicanas.
Por el momento, solamente una organización criminal ha sido objeto de los ataques más intensos: la de Sinaloa. Pero también ha habido decomisos importantes en otras áreas como el huachicol en Tamaulipas. No obstante, no puede esperarse que la situación mejore posterior a la derrota de una de las facciones en pugna, y así lo muestran los datos. Riva (2025), por ejemplo, escribe que “en 2024, de acuerdo con el Índice de Paz México, la tasa de homicidios se elevó en 86.6%, donde 8 de cada 10 asesinatos se cometieron con arma de fuego, un incremento de 124% en ese tipo de violencia”.
Por ende, lo más probable es que una vez que una de las facciones en disputa interna en Sinaloa termine, es muy probable que el conflicto se extienda. Primero en los alrededores del estado como producto tanto de la actuación de fuerzas de seguridad como por parte de los estadounidenses. Hay pocos indicadores de que la crisis en México vaya a disminuir en intensidad, pues el país está alcanzando su punto de no retorno.
Después de varios meses de la nueva administración, la mayoría de los analistas y expertos en materia de seguridad no han podido descifrar lo que sucede en el país. El punto principal es que existe una profunda ruptura dentro de las instituciones, del sistema político y de las fuerzas armadas mexicanas. Durante más de una década ningún bando estuvo en posición de imponer una realidad geopolítica para terminar con la guerra y el conflicto político. De hecho, el impasse que caracterizó a las dos décadas anteriores continúa, de ahí la inactividad del gobierno federal frente a diversas crisis políticas, económicas y de seguridad. No obstante, en un caso similar a como el factor de un agente externo influyó decisivamente en la unificación de México en el siglo XVI, en la transición geopolítica hacia el centralismo, podría repetirse con la entrada estadounidense al escenario mexicano.
El factor estadounidense: Terrorismo, el Embajador y la Lista Marco
De acuerdo con Riva (2025) la operación para la captura de “El Mayo” Zambada fue realizada por una unidad del FBI y por la oficina de Investigaciones Criminales del Departamento de Seguridad Interior. Esta segunda fue crucial porque se encarga de investigar casos de terrorismo; amenazas de seguridad nacional; tráfico de narcóticos y actividad transnacional de pandillas, entre muchas más (Mattear, s. f.). La operación, las agencias involucradas y su modus operandi indican un cambio en la dinámica de las Guerras de las Drogas, especialmente en el papel del gobierno estadounidense desde la administración del expresidente Joe Biden. Por ello el hecho de que Donald Trump haya catalogado a las organizaciones criminales mexicanas como organizaciones terroristas extranjeras, no debería ser visto como producto del mandatario, sino del Estado estadounidense.
A partir del cambio más drástico en la postura de Washington respecto a la Guerra de las Drogas en México en enero pasado, el gobierno estadounidense ha movilizado recursos militares importantes, no sólo las guardias nacionales estatales, sino también unidades militares federales en la frontera y buques de guerra en las costas mexicanas. Esto se suma a una serie de despliegues de drones y aeronaves de reconocimiento en el mar de Cortés y en el norte del país. la Además se publicó la Lista Marco –que incluye a varias figuras políticas, militares y empresariales prominentes en México– y el envío de un nuevo embajador: Ronald Johnson.
El nuevo embajador estadounidense cuenta con una carrera de particular interés para los sucesos en México y los cambios en las relaciones bilaterales. Primero sirvió en el ejército como oficial, luego como miembro de la comunidad de inteligencia en la Agencia Central de Inteligencia (CIA, en inglés) y más recientemente como embajador de Estados Unidos en El Salvador (U.S. Mission to Mexico, 2025). Estas aptitudes han dado esperanzas a la American Society en México, una asociación de estadounidenses en México, de que el embajador no solo venga con fines diplomáticos, sino con el propósito de compartir la “experiencia e instrumentos concretos que podrían ser clave para fortalecer al gobierno mexicano en una lucha que hoy es ‘desproporcional al crimen organizado’…” según Larry Rubin, presidente de American Society (citado por Ayala, 2025).
No todos han recibido la noticia con los brazos abiertos. Este posible rol que asumiría el embajador en cuanto a la seguridad en México ciertamente es el temor de varios en el país, como Riva Palacio o Serrano (2024), principalmente por las posibles consecuencias políticas o sociales. La recepción del embajador se debe, por lo que Riva Palacio afirma, un rol determinante en la dinámica de seguridad en El Salvador durante la administración del presidente Bukele. Su asignación en México solo levantó expectativas de que sucederá lo mismo en México (Serrano, 2024).
Esto a su vez, se suma con la Lista Marco, en donde se hacen señalamientos en contra de figuras importantes mexicanas desde políticos y empresarios hasta militares y miembros de las fuerzas de seguridad del Estado. Esta lista tiene varias implicaciones. En primer lugar, tiene efectos operativos como la cancelación de visas o de cuentas de sus integrantes. Pero el impacto más importante será en las implicaciones geopolíticas. Es decir, Estados Unidos está comenzando a sentar las bases para comenzar a intervenir más en la política mexicana y en la Guerra de las Drogas con una purga de las instituciones y el sistema político mexicano. La Lista Marco tiene efectos operativos simples y no determinantes, pero es notable la continua escalada del papel estadounidense en México y el carácter de sus intervenciones.
Desde la guerra de Ucrania y la de Israel-Hamás hasta el conflicto armado en Cachemira entre India y Pakistán ha sido notoria una nueva tendencia en cómo se realizan las intervenciones militares. Anteriormente, involucraban el envío de tropas. Pero últimamente sólo se han realizado intervenciones indirectas con información, o mejor dicho inteligencia. En la guerra en Ucrania, la intervención estadounidense más intensa y significativa fue precisamente a través del uso de satélites para la identificación de unidades militares rusas (Friedman, 2025). La inteligencia ahora es más importante y de esta forma, gracias a la información satelital, fuerzas aliadas en el país que reciben la inteligencia son capaces de actuar con la inteligencia del país aliado anfitrión que además proporciona las armas y municiones.
Es así como cualquier intervención estadounidense en México estará dictada por inteligencia proporcionada a las fuerzas que se alineen a los intereses de las facciones que Estados Unidos decida apoyar. Es decir, no será necesaria la intervención de tropas estadounidenses en México, sino con la información que proporcione la inteligencia estadounidense y el apoyo logístico o informativo a través de drones, aviones de reconocimiento y tecnología de espionaje y reconocimiento estadounidense.
Declarar a las organizaciones criminales mexicanas como organizaciones terroristas foráneas le da más poderes y libertades al gobierno estadounidense para intervenir en la Guerra de las Drogas en México, pero las tendencias en los últimos años han estado dictadas por la intervención indirecta a través de la inteligencia y el suministro de recursos como material militar, armamento y municiones. Aunque, el apoyo financiero y diplomático también serán elementos cruciales.

La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, recibe las cartas credenciales del nuevo embajador de Estados Unidos en México, Ronald Johnson (crédito: Presidencia de México).
El caos transformador por venir
Resulta sorprendente que la crisis en México todavía no haya implosionado en una crisis de violencia política y de inseguridad masiva bajo la presión que experimenta el país. En especial dadas las circunstancias actuales: injerencia extranjera, deterioro institucional, fuerzas armadas divididas, sabotajes políticos y de seguridad, inmensa crisis política, implementación de reformas sistémicas, inseguridad y pérdida de control territorial y económico nacional. En todo caso, esto podría demostrar la cautela o paciencia de los diferentes grupos de poder en disputa en México, pero debido a lo que se encuentra en juego, también podría implicar que algo se está gestando por debajo y tarde o temprano deberá salir a la superficie.
En sí está inacción también hay que verla como producto de restricciones que han enfrentado los diversos grupos de poder en México. Pero el aumento en las tensiones y las presiones geopolíticas sobre México y la intervención estadounidense en la dinámica geopolítica mexicana darán paso a que las restricciones irán disminuyendo, en especial para la facción mejor posicionada geopolíticamente.
México ya ha pasado por transiciones similares y todas han terminado de manera similar, sin tregua y sin paz negociada. Posterior a la independencia, la única razón por la que los conservadores y los centralistas (liberales o conservadores) duraron hasta finales de la década de 1860, fue por el contexto geopolítico del ciclo de regionalismo que experimentaba México. Pero una vez que uno de los bandos ganó, el liberal federalista, se perpetró una purga de todo el aparato estatal y militar mexicano que relegó a los conservadores –quienes comulgaban con un régimen geopolítico del viejo ciclo de centralismo– al exilio o a la oposición inoperante. Posterior a la guerra civil mexicana de la revolución, pese a su permanencia en el poder hasta 1936, cuando llegó el momento de abrirse a un nuevo régimen con un carácter geopolítico diferente, se purgó a todo el sistema político e institucional mexicano de los liberales porfiristas, los callistas (seguidores del último neo-porfirista: Plutarco Elías Calles).
Lo mismo sucedió tras la Conquista. Todo centro de resistencia tradicionalista fue subyugado o eliminado por completo y lo mismo sucederá en esta transición. En todas las anteriores, la facción que reconocía las necesidades geopolíticas del país salía victoriosa. En esta transición, esa facción buscará consolidar un nuevo régimen que se apegue a un nuevo panorama geopolítico mexicano: uno de centralismo geopolítico, muy diferente al tipo de regímenes de los últimos 200 años. Por ello, esta crisis por venir marcará una pauta de proporciones inimaginables para México y Norteamérica.
Referencias
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