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Los cambios por venir en el hemisferio occidental

Desde órdenes ejecutivas hasta el despliegue de un destructor estadounidense en el Golfo de México, la relación de Washington con Latinoamérica está por cambiar.

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A mediados de marzo, Estados Unidos desplegó el destructor naval de misiles guiados clase Arleigh Burke USS Gravely en el Golfo de México, el 27 de marzo se reportó que también desplegó otro destructor el USS Spruance (Ballinger, 2025; Adeosun, 2025). Según la oficina de Asuntos Públicos del Comando Norte de EE. UU. (2025), en cuanto al primer destructor (y seguramente el segundo) el propósito de esta acción es reforzar los esfuerzos de seguridad en la frontera con México. Esto se suma a los despliegues de aviones de reconocimiento estadounidenses en el mar de Cortés y el despliegue de vehículos tácticos militares como el Stryker en la frontera (Schmitz et al., 2025; Schogol, 2025). Así como a la designación de cárteles mexicanos y al Tren de Aragua como organizaciones terroristas extranjeras y a la invocación de la Ley de Enemigos Foráneos (Alien Enemies Act) respecto al Tren de Aragua. Cabe recordar, además, que en enero ocurrieron dos sucesos que marcaron un cambio de postura desde Washington respecto a Caracas: el estado de emergencia en la provincia colombiana de Catatumbo y la revisión de “la licencia de Chevron para operar en Venezuela” (Fedirka, 2025a).

Todo lo anterior también se suma a una serie de cambios que han transformado las relaciones de Estados Unidos con México de manera trascendental. En febrero de 2024, el gobierno estadounidense capturó a ‘El Mayo’ Zambada, operación que se llevó a cabo a espaldas del gobierno mexicano. Sin embargo, rumores y datos apuntan a que sí hubo militares mexicanos involucrados, sin conocimiento o siquiera ‘luz verde’ de la Ciudad de México. Más tarde, en noviembre y diciembre del mismo año, tan pronto Donald J. Trump ganó las elecciones, el entonces presidente-electo comenzó a utilizar la amenaza de aranceles para exigir cambios en la dinámica migratoria y de seguridad mexicana, incluyendo algunas demandas en temas económico-comerciales (Araujo, 2024c). Mientras tanto, la relación con Panamá también ha experimentado intensos cambios, debido a las amenazas de retomar el control del Canal de Panamá por parte del gobierno estadounidense (Fedirka, 2024; Araujo, 2024c).

A esto, también hay que agregar el hecho de que Marco Rubio —el político estadounidense más vocal respecto a temas políticos y económicos en Latinoamérica— haya sido elegido como secretario del Departamento de Estado, lo cual apunta a que se aproxima un giro sustancial en la relación entre la potencia mundial y el hemisferio occidental. Lo que, en parte, se debe a un cambio en el modelo de la política exterior estadounidense, regresando al modelo de la Guerra Fría, y que a su vez, también es producto de un cambio cíclico institucional en Estados Unidos (Colibasanu, 2025; Friedman, 2025).

Con todo y lo anterior, más importante aún es que estos cambios se dan a la par de transformaciones geopolíticas históricas en América Latina y en el resto del planeta. Si bien el mundo se está reestructurando profundamente en términos económicos, en el ámbito geopolítico habrá cambios mucho más sustanciales. Es así como el presente análisis buscará plasmar las razones geopolíticas que expliquen por qué se aproximan dichos cambios en Latinoamérica y el motivo por el cual Estados Unidos podría estar siguiendo un modelo de política exterior tan agresivo.

El presidente ruso Vladimir Putin presenta un discurso a sus ciudadanos el 4 de abril de 2020, en vivo en televisión (crédito: Oficina Presidencial de Prensa e Información).

El fin de una era

Cuando en 1991 colapsó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas —Unión Soviética o URSS—, el mundo sufrió una profunda convulsión sistémica que activó diversas fallas geopolíticas en todas las regiones. Los terremotos que devinieron de estas fallas fueron provocados porque el Sistema Internacional había perdido su ancla. Durante cuarenta y seis años el panorama mundial se había ajustado al contexto bipolar de la Guerra Fría, conformado por Estados Unidos y la Unión Soviética, lo que tuvo como resultado una realidad económica mundial y un estatus político global específicos.

Ambas potencias estaban sumergidas en una confrontación que dejó huella e impuso un marco geopolítico bajo el cual los países formularon sus políticas exteriores, de seguridad, económicas y de gobernanza. Mientras el objetivo de Estados Unidos era el de contener a la URSS, el de los soviéticos era crear un ambiente favorable con el cual poder dejar su jaula geopolítica en la isla continental de la que habló Halford Mackinder. Esto llevó a la lucha ideológica con la que comunistas y capitalistas intentaron crear un panorama geopolítico que sirviera a su propio objetivo, aunque este no fue siempre el caso, pues existieron excepciones significativas a las políticas ideológicas.

Cuando la URSS colapsó, muchos países perdieron a su patrocinador económico y otros tantos se quedaron sin proveedor armamentístico. Estados Unidos, por su parte, también se retiró ya sea económica o militarmente de varias áreas, como Yugoslavia y la República de Zaire —hoy en día República Democrática del Congo—. En consecuencia, esta crisis llevó a las guerras del Congo, a las yugoslavas y a la Guerra del Golfo, así como al surgimiento del yihadismo internacional y a la aparición del islam como una fuerza sociopolítica formidable en el mundo árabe. Asimismo, implicó una adaptación por parte de varios regímenes comunistas. Por ejemplo, el de Castro, en Cuba, tuvo que amoldarse económicamente al nuevo panorama para asegurar su supervivencia, y lo mismo sucedió con Frelimo, en Mozambique.

Durante esta crisis, Estados Unidos evitó aprovechar el panorama que le permitiera cumplir con su objetivo, debido a los costos que habría implicado y porque, además, debía intervenir en varias regiones para responder a los terremotos geopolíticos que atentaban contra la seguridad y la estabilidad internacionales. Primero con las guerras yugoslavas y luego, después del ataque terrorista del 11 de septiembre, con los yihadistas internacionales. En otras palabras, Washington tenía que responder a la crisis sin poder aprovecharla.

Asimismo, aunque Rusia había sufrido un grave retroceso al perder su mercado colonial en Europa Oriental, su industria y gran parte de su imperio, todavía no había sido derrotada por completo. En parte, esto se debía a que aún existía una generación de políticos, militares y exagentes de la KGB que creían en el imperio y buscaban recrearlo. Por otro lado, geopolíticamente Rusia todavía no había salido de su ciclo geopolítico de centralismo, lo que significaba que su imperio no había muerto. Esto llevó a que los estadounidenses buscaran promover o permitir la expansión de la Unión Europea y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), con lo cual el gigante norteamericano se aseguraba de debilitar la posición rusa y no permitir que se recuperara. Fue esta presión la que, eventualmente, desembocó en la guerra de Ucrania.

De modo que, al terminar con la potencia imperial eurasiática de manera definitiva, esta guerra ha sido el último clavo en el cofre del Imperio ruso. Ante lo cual es posible corroborar cómo muchos países que se habían recuperado —algunos por lo menos a medias— volvieron a entrar en crisis: el Congo se está encaminando hacia otra guerra y varios regímenes tendrán que replantear su posición nuevamente, el de Bashar al-Asád siendo la primera víctima del segundo y último colapso del Imperio ruso.

Lo que hace diferente a esta crisis conclusiva es que ahora Estados Unidos se encuentra en una mejor posición para implementar cambios, aún así, no significa que el país no se enfrentará a más retos. El mundo que se está creando es uno multipolar y será más peligroso que el previo orden mundial. Asimismo, el fin del orden bipolar de la Guerra Fría se suma a un cambio cíclico económico mundial, donde China dejará de ser la fábrica del mundo y la batuta será asumida por otra nación, que parece ser México (Araujo, 2025).

Al mismo tiempo, los cambios internacionales se suman a transformaciones regionales en América Latina, ya que tanto México como el resto de países que la integran se aproximan a una nueva era geopolítica, marcada por un ciclo de centralismo. Estos cambios implican el nacimiento de una nueva realidad geopolítica tanto regional como mundial. Por ello, Estados Unidos debe responder lo más rápido posible para asegurarse de que esas transiciones generen resultados que le beneficien.

Miguel Díaz-Canel Bermúdez, presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de Cuba, durante el discurso que cerró la sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular (crédito: Irene Pérez/Cubadebate vía Flickr).

Cambios sistémicos regionales

El fin de Rusia como potencia regional con pretensiones mundiales conlleva —por segunda vez— la desaparición de un ancla bajo la cual los países formulaban sus modelos nacionales de cualquier índole: económicos, de gobernanza, de defensa o de políticas exteriores. Aunado a los retos que esto implica por sí solo, existen dos hechos que apuntan a que Latinoamérica se aproxima a una transformación geopolítica. Uno es el desarrollo de las guerras de las drogas; el otro es el final de una serie de modelos económicos. Ambos tienen implicaciones para los modelos de gobernanza en la región.

Respecto al primero, es pertinente señalar que las guerras contra las organizaciones criminales —específicamente las de narcotráfico— se han vuelto más intensas. Muchas, en especial las organizaciones mexicanas y el Tren de Aragua, se convirtieron en agentes de poder con una potencia de fuego y capacidad política, económica y administrativa impresionante en varios países, cosa que los vuelve un reto directo para el Estado latinoamericano en muchos sentidos. Esta evolución geopolítica de la crisis de inseguridad en la región forzará un cambio en las dinámicas políticas y de seguridad en múltiples países latinos, lo cual generará una reacción en cadena.

Las guerras desestabilizaron y corroyeron el control estatal territorial en varias naciones, lo que, en consecuencia, ya ha impactado en todas las dimensiones de seguridad: pública, estatal, nacional y regional. De igual manera, esas mismas guerras ya afectaron el desarrollo económico, y ambos hechos influyen en las tendencias migratorias hacia Estados Unidos (Fedirka, 2025b). A pesar de eso, el reto para Estados Unidos no solo es en términos migratorios, pues la misma seguridad nacional podría estar en peligro si la situación continúa escalando y los Estados latinoamericanos pierden más control territorial, mientras las organizaciones criminales se empoderan como agentes geopolíticos de poder.

Hay que añadir que la nueva política exterior estadounidense —que recoge elementos del modelo de la Guerra Fría— prioriza la conexión de temas económicos con temas de poder militar y seguridad (Colibasanu, 2025). A la par de estos cambios en su política exterior, el gobierno de Estados Unidos también se ha percatado de dos hechos geopolíticos internacionales que resultan cruciales, pues afectan la economía internacional.

En primer lugar, la economía internacional es vulnerable a conflictos y crisis en la isla eurasiática —que abarca desde Asia Pacífico y Sudasia hasta la Península Europea y la península escandinava—. En segundo lugar, el panorama económico internacional está cambiando, ante lo cual el país necesitará nuevos motores económicos y regiones que impulsen el crecimiento en términos monetarios. Los cambios geopolíticos que implican las respuestas y la finalización de las actuales transiciones geopolíticas llevarían a un panorama geopolítico en Latinoamérica que podría resultar favorecedor para el objetivo estadounidense de reconfigurar la economía mundial.

Estados Unidos no solo busca moldear la economía, sino también las dinámicas geoeconómicas, para así poder asegurarse de controlar diferentes áreas económicas y puntos de tránsito comerciales internacionales geoestratégicos (Fedirka, 2024; Araujo, 2025). Esto, a su vez, se fusiona con el segundo hecho geopolítico respecto al fin de los modelos económicos tradicionales en Latinoamérica que, como se puede deducir, está estrechamente ligado con todo lo que conllevan los cambios en la dinámica de seguridad regional. Los modelos económicos previos —y sus respectivos modelos de gobernanza— están en crisis y no podrán sobrevivir a las transiciones.

En Venezuela, el régimen chavista, después de una década de desgaste económico e institucional, perdió toda capacidad para mantener a flote su aparato económico nacional, específicamente los programas de asistencialismo (Araujo, 2024b). En Cuba, el sistema eléctrico nacional no se ha podido arreglar y los apagones son un reflejo del mayor dilema del régimen: su modelo económico posguerra fría está en crisis y sin posibilidades de recuperarse sin algún Estado patrocinador extranjero (Araujo, 2024a), dado que China no está en posición de asumir ese papel ni para Cuba ni para Venezuela. El hecho de que ambos regímenes estén en crisis y su credibilidad social en duda —en especial por parte de sus aliados diplomáticos tradicionales, como el gobierno de Gustavo Petro en Colombia y el gobierno de Lula da Silva en Brasil— solo refuerza el hecho de que ambos podrían llegar a su fin durante este año o en 2026, pues conviene señalar que el régimen chavista es dependiente del aparato de seguridad e inteligencia de Cuba, por lo que perdería a un aliado crucial para su supervivencia.

Por su parte, en México, el modelo económico promovido por el movimiento antirreformista y que busca reforzar el ya revivido viejo régimen unipartidista, también se topa frente a dilemas estructurales que atentan contra su continuidad. Para empezar, el antiguo modelo económico se basa en el proteccionismo, el capitalismo de compadrazgos, el nacionalismo económico y la nacionalización de recursos naturales, pero paradójicamente busca depender de la exportación de recursos naturales para sostener su modelo de desarrollo. A esto se suma que el gobierno anterior invirtió mucho dinero del presupuesto gubernamental para asegurar una victoria como lo había hecho en su momento Salinas de Gortari en 1994. Por un lado, es imposible revivir el modelo económico de la década de 1970 y mantenerlo estable. México no cuenta con la capacidad tecnológica, financiera o con la capacitación de personal para poder aprovechar la explotación de manera unilateral de los recursos naturales.

Asimismo, la deuda del gobierno federal fue incrementando de modo alarmante durante toda la administración pasada de López Obrador (2019-2024), y solo pudo controlarse por el incremento en la recaudación fiscal y los fondos que existían previamente. Algunos analistas como Schettino y Mares (2023) han advertido sobre una posible crisis fiscal, lo que no sería irreal al comparar el comportamiento presupuestario de la administración de López Obrador con las de Luis Echeverría (1970-1976), José López Portillo (1976-1982) y Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). En el caso de esas tres administraciones se incrementó el gasto fiscal sin contar con parámetros que crearan una red de seguridad fiscal o económica, lo que en su momento llevó a las crisis financieras de 1976, 1982 y 1995.

Similar al manejo económico del régimen chavista, en México la economía ha tenido un mal rendimiento. Más aún, la crisis política iniciada en 2024 por las reformas y el empoderamiento de la facción unipartidista —Morena— creó un ambiente de incertidumbre que no permitirá al gobierno solventar la presión de la deuda pública con capital extranjero o inversiones (Gómez, 2025). Hace unos años, Chávez (2023) hizo un recuento sobre cómo el “incremento [inesperado y sustancial] en la autorización para la deuda pública para 2024 (…) destinada a financiar el mayor déficit en más de tres décadas, recuerda a las costosas crisis económicas de 1976 y 1982”.

La estrategia fiscal y socioeconómica nacional de la administración de López Obrador sería entendible en el contexto geopolítico y sociopolítico del siglo pasado, cuando primaba la necesidad de obtener una victoria definitiva por parte de una de las facciones en pugna por México, no obstante el modelo socioeconómico del siglo XX, específicamente el de la década de 1970, es insostenible macroeconómica y presupuestariamente. En especial, dadas las actuales circunstancias económicas y geopolíticas internacionales.

Dicho de otra forma, aunque las bases de poder de los regímenes o movimientos sociopolíticos del siglo pasado han podido adaptarse a las circunstancias de los últimos veinticinco años, se enfrentan a un reto mayor a todos los anteriores. Ciertamente estos movimientos y sus respectivos regímenes o estructuras de poder ostentaron una gran fuerza política y social, pero su debilidad es sistémica. Lo cual forzará un cambio de rumbo después de que las situaciones empeoren a niveles insostenibles, incluso más que con la crisis socioeconómica de la pandemia del COVID-19. Pero para que los cambios comiencen a efectuarse, necesita ocurrir una crisis, específicamente una en México, quien en gran medida ha actuado como el ancla de Latinoamérica por mucho tiempo.

Los marineros ocupan las barandillas, mientras el destructor de misiles guiados clase Arleigh Burke USS Gravely (DDG 107) transita el puente conmemorativo George P. Coleman, el 15 de marzo de 2025 (crédito: Especialista en comunicaciones masivas de primera clase Ryan Williams/U.S. Navy).

¿México como pieza clave?

La victoria de Hernán Cortés sobre el Imperio mexica llevó al Imperio español a nuevas alturas y, como resultado, permitió la conquista del resto de lo que hoy es Hispanoamérica. Las expediciones y tropas para las conquistas del resto de México y lo que sería Centroamérica y Sudamérica eran enviadas desde la Ciudad de México (Rinke, 2019/2023). De modo similar, en el siglo XX, el nacionalismo revolucionario de Lázaro Cárdenas tuvo una influencia significativa sobre el resto de América Latina. Pardo (2024), corresponsal colombiano de BBC Mundo en México, escribe que los cambios que experimentó el país mexicano durante las décadas de 1910 y 1930 marcaron “a toda la región: desde el peronismo argentino hasta la revolución cubana, pasando por el movimiento de identidad mestiza de Getúlio Vargas en Brasil; es difícil pensar en un movimiento popular en América Latina que no se inspirara en el caso mexicano.”

Debido a los cambios políticos y económicos en México durante las décadas de 1980 y 1990, los cárteles mexicanos fueron los primeros en convertirse en agentes geopolíticos de poder. Durante el siglo XXI, la guerra de las drogas en el país se ha expandido y, por consiguiente, ha modificado todos los demás conflictos en la región. Desde hace poco más de una década, las organizaciones criminales mexicanas han comenzado a dominar los panoramas de inseguridad, narcotráfico o cualquier otro ámbito en el que estén involucradas. Por lo que se ha hablado de la mexicanización de las crisis de inseguridad en Costa Rica y Ecuador, además de provocar graves afectaciones en los panoramas de inseguridad en Guatemala y Colombia.

Esto no implica que la importancia de México sea única, pero sí que un cambio brusco en el país —la principal potencia hispanoamericana— podría causar un efecto dominó en el resto de la región, debido al shock que generaría. Cuba, por su parte, tiene un grado similar de importancia, pues sus esfuerzos ayudaron al régimen chavista a consolidarse en el poder en Venezuela (Araujo, 2024b). En tercer lugar, la propia Venezuela —siguiendo, en cierta medida, el modelo de gobernanza y seguridad de la facción unipartidista mexicana del siglo XXI— ha creado el Tren de Aragua que incluso reta a las organizaciones mexicanas en capacidades operativas y de poder financiero.

No obstante, una crisis en México que podría ser generada por la presión estadounidense y el deseo de una facción nacional de aprovechar la nueva dinámica de seguridad norteamericana —que, por un lado, como escribe Fedirka (2025b), parece apuntar a favor del modelo de seguridad salvadoreño de Bukele, y por otro, da indicios de que podría implementar una versión del Plan Colombia en México—, sin duda alguna tendrá repercusiones en el actuar de México en la región. Al generar una transformación en el país, Washington estaría creando un potente aliado que buscaría eliminar las amenazas para su seguridad y estabilidad, no solo internas, sino también aquellas al exterior de sus fronteras. Con lo cual cambiaría su política exterior hacia Venezuela y Cuba.

Estados Unidos necesita poner órden en los cambios en el Sistema Internacional. Muchos de estos esfuerzos estarán dirigidos a fusionar intereses económicos con los imperativos geopolíticos o intereses militares. Pero otros involucrarán darle un giro al panorama o aprovechar las corrientes de cambio en algunos países para crear escenarios geopolíticos favorables o inclusive aliados.

La evolución de las guerras de las drogas o los modelos de gobernanza de algunos regímenes, junto con el deterioro de algunos modelos socioeconómicos, generaron no solo inestabilidad e inseguridad, sino que le dieron una oportunidad a Estados Unidos de ejecutar diversos cambios en el hemisferio. Algo que será crucial, dado el estado de la economía internacional.

Este artículo prácticamente se centró en Estados Unidos, México, Cuba y Venezuela, pero también es posible aplicarlo al resto de América Latina: Bolivia se encuentra en una crisis transicional, porque el modelo socioeconómico de MAS ya no era sostenible y tampoco lo era la permanencia de Evo Morales en el poder, lo que llevó a la ruptura en MAS; Ecuador y Perú también están en medio de una crisis de inseguridad e inestabilidad política; lo mismo sucedió en Argentina y está ocurriendo en Colombia y Brasil. Canadá, por su parte, también enfrenta incertidumbre política, diplomática y económica en cuanto a su relación con Washington. Una hipótesis apunta a que esto se debe a las preocupaciones estadounidenses respecto al hecho de que Pekín haya aumentado su influencia dentro de las instituciones canadienses, mediante la corrupción generada por el tráfico de drogas, específicamente del fentanilo.

El statu quo que inició en las décadas de 1980 y 1990 está siendo cuestionado y abiertamente retado en muchos lugares, pero más importante aún es que estos cambios concentrados en ciclos de pocas décadas coinciden con un cambio macrocíclico geopolítico en toda la región, al igual que en otras partes del mundo. Este contexto es el que busca aprovechar Estados Unidos.

Adeosun, A. (2025, 22 marzo). US Sends Second Guided-Missile Destroyer to Southern Border. Newsweek. https://www.newsweek.com/us-sends-second-guided-missile-destroyer-southern-border-2049197

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Araujo, A.-A. (2025, 29 enero). La imagen completa de la estrategia económica estadounidense: Trasladando la fábrica mundial. Código Nexus. https://codigonexus.com/la-imagen-completa-de-la-estrategia-economica-estadounidense/

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