Con más municiones, armas, vehículos de combate, hombres, dinero y recursos en general, Rusia parece estar posicionada para ganar la Guerra de Ucrania si el conflicto armado se extiende demasiado tiempo, incluso un conflicto congelado — se dice — aumentaría significativamente las probabilidades de éxito de Moscú. El fracaso de la última contraofensiva ucraniana, contrastada con el éxito de la paulatina ofensiva rusa ha despertado el temor de que inclusive Rusia podría estar aproximándose a una victoria militar en el conflicto armado. En especial porque el Ejército ruso ha cambiado su estrategia y, en vez de enviar infantería en olas para ser masacradas, como sucedió en Bajmut y llevó al motín del Grupo Wagner, siguen la doctrina militar soviética de fuertemente bombardear al enemigo para desgastarlo y destruir su equipo y sus defensas. Es a partir de estas adaptaciones por parte de las fuerzas rusas que se ha alimentado la idea de que Rusia pudiera ganar la conflagración en Europa Oriental.
Sin embargo, existen varios elementos que se deben tomar en consideración para realmente saber si las fuerzas rusas podrán o no obtener la victoria en Ucrania. Inclusive, se deberá cuestionar si es que Rusia pudiera obtener una victoria estratégica o si lo que obtendría sería una victoria pírrica con altos costos geopolíticos a largo plazo para la Federación Rusa.
Pese a lo que pueda parecer a simple vista en el campo de batalla ucraniano, la realidad es que ni Estados Unidos ni sus aliados europeos dejarán a Ucrania a su suerte. Mientras tanto, Ucrania no ha sufrido una derrota total en el frente, ciertamente se ha enfrentado a graves retos, incluso algunos motines y choques políticos entre el ministerio de Defensa y el presidente Zelenski, pero no ha sido suficiente para perjudicar los esfuerzos militares ucranianos. Mientras tanto, Putin se enfrenta a varios límites políticos y militares, lo que explicaría la inexistencia de una contraofensiva rusa masiva.
La lucha interna
En la actualidad, la Federación Rusa es un esqueleto de lo que en su tiempo llegó a ser la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (Unión Soviética o URSS), en todos los sentidos, tanto militares y políticos como tecnológicos, industriales y económicos, sin mencionar el hecho de que la élite soviética sabía que el sistema económico soviético era insostenible para la década de 1980 (Gorbachov, 1990). No obstante, como Porras (2023) menciona, Rusia se enfrentó a una grave derrota en Chechenia (pocos años tras sufrir una derrota contra los afganos) y una multitud de severas crisis en diferentes ámbitos fuesen políticas, institucionales o económicas, con lo que Borís Yeltsin (1991-1990) nunca pudo lidiar y lo que llevó a que se dejará de continuar con los objetivos económicos y políticos de los tecnócratas soviéticos como Gorbachov. Como resultado de los caóticos noventas, Vladimir Putin y un grupo (conocido como la silovikí) de exagentes de la KGB y de las fuerzas militares junto con otras figuras políticas realizaron un golpe de Estado de inteligencia en 2000, lo que llevó a Putin al poder. Los tecnócratas (algunos liberales — aunque no democráticos — como Dmitri Medvédev) perderían mucho terreno con la llegada de Putin al poder y más tarde con el caso Yukos, estos se verían relegados de la toma de decisiones estratégicas en los ámbitos de defensa y de política exterior rusa (Staun, 2007).
Es por eso por lo que Putin no es identificado como un tecnócrata, sino al contrario, es el partidario de un viejo modelo de gobernanza ruso. Eso no significa que sea un prosoviético o comunista, pero sí que se maneja políticamente de la misma forma que una vieja clase de líderes rusos, rodeándose de aliados leales y no de personas por sus capacidades, esto también implica que respalda el control gubernamental de sectores estratégicos para usarlos como herramientas de política exterior (Staun, 2007). Putin también es un conservador de la Rusia tradicional, quien cree que Rusia debe tener su propia identidad y alejarse de lo ‘europeísta’ u ‘occidentalista’, lo que podría interpretarse como un apego a la ideología de la eslavófilia. Por eso, pese a que, por un tiempo, Putin logró re-estabilizar a Rusia, reconstruir la economía y reconstruir al Ejército ruso al grado que pudo recuperar Chechenia — aprendiendo de los errores del pasado — el presidente ruso claramente se encuentra ante sus varias limitaciones y retos. Por una parte, Putin ha reconocido que no es capaz de gobernar sin los tecnócratas, de hecho, es gracias a los tecnócratas que la economía rusa se pudo recuperar. Pero Putin no ha entendido las razones detrás del éxito militar de sus oponentes, tal vez conozca sus debilidades, pero no sus fortalezas. Esa falta de comprensión se ha reflejado en su manejo de la economía rusa y la estructuración de las fuerzas armadas rusas.
Ceremonia de graduación de oficiales de la Escuela Superior de Mando Militar de Moscú en 2018 (Fuente: Ministerio de Defensa de la Federación Rusa vía Wikimedia Commons)
El Ejército ruso no cuenta con sargentos o suboficiales y tampoco han sido una organización libre de la corrupción del modelo de gobernanza de la silovikí, la cual prioriza a personajes leales como Shoigu y no a personajes más aptos para sus papeles, con tal de poder mantener seguro al régimen ruso (Stein, 2022; Barany, 2023; Wasielewski, 2023; Galeotti, 2022). Desde el inicio de la guerra, las fuerzas rusas sufrieron de múltiples problemas, los cuales se suponía habrían aprendido en la Segunda Guerra Chechena (Galeotti, 2022). Así mismo, económicamente, Rusia carece de una economía avanzada y en vez de buscar la reindustrialización que perdió con la caída de la URSS, Putin le ha apostado a los hidrocarburos y a la exportación de recursos naturales (Porras, 2023; Friedman, 2010). Como consecuencia, esta vulnerabilidad ha llevado a que el país sea golpeado económicamente por la Guerra Económica Global en contra del país por su invasión de Ucrania. Por otra parte, los rusos han perdido gravemente terreno en Asia Central y el Cáucaso, aunque tengan logros significativos en África, las dos anteriores son áreas de interés estratégicas para la Federación Rusa.
Estos problemas, tanto económicos y militares como político-administrativos y de política exterior, han florecido últimamente durante la invasión de Ucrania, algo problemático, si se considera que han sido el punto de fricción con los tecnócratas liberales rusos de la cúpula política-económica de Rusia. En ambos ámbitos, los tecnócratas favorecen el pragmatismo y reconocen la necesidad de adaptarse económicamente. Incluso estaban a favor de fomentar la cooperación económica con Europa (Staun, 2007). Pero Putin nunca cumplió con ninguno de esos objetivos en su totalidad. Hasta ahora, el mandatario ruso ha tenido la suerte de poder esquivar las consecuencias de sus fracasos de inteligencia en Ucrania (previó a la anexión de Crimea en el 2014) y su inhabilidad para prevenir varios ataques terroristas desastrosos. Pero su suerte parece haberse acabado con la guerra en Ucrania, la cual ha presentado los fracasos geopolíticos más fatales para Moscú.
El hecho de que estos puntos de fricción están empeorando, representa un grave riesgo para la cúpula de Putin. Política e históricamente, el país ruso está fuertemente marcado por las guerras. La derrota en un enfrentamiento militar siempre lleva a cambios en el poder y el sistema político (Wasielewski, 2022). Putin, desde el 2000 no se ha enfrentado a una derrota militar, sus éxitos en Chechenia y durante la anexión de Crimea en el 2014 (pese a que fue un fracaso de inteligencia en un principio) fueron suficientes para que pudiera reforzar su posición en el poder. Pero la Guerra de Ucrania amenaza con revertir sus logros en las últimas dos décadas en el Kremlin.
En junio del 2023 estos problemas llevaron al motín por parte del Ejército privado, el Grupo Wagner, del caudillo ruso, Yevgueni Prigozhin, levantamiento que fue respaldado por importantes figuras de la política rusa y del mando ruso – como señalan fuentes de inteligencia occidentales – y estuvo peligrosamente cerca de iniciar una guerra civil (Wolkov et al., 2023; Soldatov & Borogan, 2023). No obstante, Prigozhin nunca representó una verdadera amenaza. Es claro que, por la forma en la que lo hizo, cuando el caudillo privado se levantó en contra de la cúpula militar cercana de Putin (Serguéi Shoigú y Valeri Guerásimov) no se coordinó realmente con ninguna figura militar o política de manera estratégica, por lo menos no lo suficiente como para que pudiera llegar a Moscú. Los problemas a los que él se enfrentaba eran personales, pese al origen estratégico-militar de las dificultades militares que enfrentó en Ucrania. Prigozhin simplemente nunca fue una figura sofisticada, era un chef que pudo crear importantes lazos con Putin, pero carecía de la capacidad política para realmente representar un grave riesgo.
Contrario a Prigozhin, los grupos de poder de los tecnócratas son mucho más sofisticados que el caudillo ruso y sus desafíos al liderazgo de Putin son más recientes debido al impacto de la guerra en la economía y en las capacidades militares e industriales rusas. Recientemente, esta presión por parte del bando de los tecnócratas ha resultado en el cambio del ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, por Andréi Beloúsov (Plummer, 2024). Aunque Beloúsov no es de carrera militar, al igual que Shoigú, él no se apega a los mismos lineamientos político-administrativos que Shoigú, en el sentido de que se rodea de expertos en sus áreas y no por aliados políticos. Cabe destacar que estos cambios siguen el comportamiento ruso-soviético durante la guerra soviética en Afganistán, cuando comenzaron a incrementar su gasto militar. Incluso el mismo portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, señalo que “el nombramiento propuesto de un civil mostraba que el papel del ministro de Defensa requería ‘innovación’…” ya que “afirmó que Rusia se estaba pareciendo cada vez más a la Unión Soviética a mediados de los años 1980” (Plummer, 2024).
Andréi Beloúsov en una reunión con el presidente ruso, Vladimir Putin, y los comandantes de los distritos militares en mayo del 2024 (Fuente: Oficina de la Presidencia de Rusia vía Wikimedia Commons)
Dicha comparación entre la Federación Rusa y la Unión Soviética resulta sumamente relevante, en especial para comprender la profundidad del problema en el que se encuentra Vladimir Putin. Con una economía en guerra, sufriendo un asalto de medidas económicas, financieras y comerciales para dañar sus capacidades bélicas, y una guerra de alta intensidad con un alto consumo de recursos (incluyendo hombres y tiempo), el país se encuentra ante una situación que exige un cambio de rumbo en el liderazgo ruso. La Guerra afgano-soviética de 1979-1989 fue precisamente el punto de inflexión dentro de la Unión Soviética, que dio paso a que los tecnócratas soviéticos, como Gorbachov, pudieran tomar las riendas del país de los llamados fundamentalistas socialistas. El costo político, social, institucional (para el Ejército soviético) y económico de la guerra, que no presentaba resultado alguno para la URSS, forzó a que la élite política gobernante dejará el poder y los tecnócratas asumieran el control.
Con el nombramiento de un nuevo ministro de Defensa y el cambio de posiciones de varias otras figuras políticas rusas en los últimos meses, se demuestra que Putin se ha percatado de lo que la guerra podría costarle. Es por eso, que incluso a pesar de haber elegido a un tecnócrata como Beloúsov, eligió al “único miembro del entorno económico del presidente que apoyó la anexión de Crimea en 2014” según Plummer (2024).
También es importante señalar que este no es el primer cambio dentro de la política rusa que realiza Putin. Desde el motín del Grupo Wagner y varios otros fracasos en la invasión, Putin ha realizado purgas dentro de la misma silovikí y las fuerzas armadas rusas. Al mismo tiempo, el mandatario ruso reforzó a la Rosgvárdia (la Guardia Nacional de Rusia) con armamento pesado, como tanques. Lo cual parece indicar que su temor a que se replique un golpe de Estado, pero mucho más coordinado y efectivo, se realice debido a las rupturas dentro del Kremlin por el desarrollo de la guerra. Estos cambios en el gobierno ruso sólo reflejan el hecho de que Putin reconoce que debe comenzar a ceder poco terreno, con tal de evitar que las fricciones escalen a tensiones peligrosas.
Los últimos intentos de recuperar el territorio perdido
Durante las últimas dos décadas, Moscú se movilizó para recuperar el terreno que había perdido con la desintegración de la Unión Soviética, específicamente en Asia Central, el Cáucaso y Europa Oriental. Tras la disolución del Imperio soviético, Moscú perdió la mayor parte de Europa Oriental a la Unión Europea y a los Estados Unidos, mediante la expansión de dicho bloque económico europeo y la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN). Solo pudo recuperar Bielorrusia al respaldar el gobierno de Alexandr Lukashenko, el cual también se encuentra en una situación política bastante frágil. No obstante, pudo recuperar su posición en el Cáucaso mediante la reconquista de Chechenia, la invasión de territorio georgiano en 2008 y su intervención en la rivalidad entre Armenia y Azerbaiyán. Por otro lado, tampoco pudo recuperar terreno en Asia Central mediante la creación de la Comunidad Económica Eurasiática (CEE) y de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC).
Por su parte, Ucrania había sido recuperada mediante la llegada a la presidencia en 2010 del político ucraniano prorruso, Víktor Yanukóvich. Pero la inteligencia rusa no pudo prever la revolución del Euromaidán y tampoco pudieron dar el suficiente respaldo a Yanukóvich para que se quedará en el poder. La única opción que tenía Moscú fue enviar algunas fuerzas militares (sin identificación que los ligará al gobierno ruso) al este del Donbás y a Crimea, áreas donde ya existía una importante presencia militar rusa. La pérdida de Ucrania implicó un duro golpe, no solo geopolítico-militar, sino inclusive político para Putin. Ucrania es vista como una de las principales entradas a Rusia y una plataforma desde la cual se le puede cortar el acceso a Rusia al Cáucaso, al mar Caspio y al mar Negro (ésta segunda siendo la segunda ruta más importante para el comercio internacional de Rusia) mediante la toma del paso de Volgogrado, sin mencionar que cerrar dicho paso también le cortaría el acceso a importantes regiones agrícolas y de hidrocarburos (Sánchez & De Rojas, 2017; Gil, 2022; Stronski, 2021; Shchebetun et al., 2022). Por siglos, Rusia ha buscado el dominio total del mar Negro, cuando intentó apoderarse del mar y buscó expandir su territorio para intentar tomar el estrecho del Bósforo, los británicos y los franceses intervinieron a favor de los otomanos para replegar al Imperio ruso en la Guerra de Crimea de 1853-1856.
Foto satelital del mar Negro en 2004 (Fuente: NASA vía Wikimedia Commons)
Para Rusia, los accesos al mar Negro y al mar Báltico representan las únicas dos opciones para obtener acceso al comercio marítimo internacional de manera significativa, ya que ambos mares cuentan con puertos de aguas calientes, que pueden ser usados durante todo el año, el resto de sus puertos se congelan por varios meses o están demasiado lejos de su centro económico y poblacional. Este dilema geográfico de tener un pobre acceso a los mares ha perjudicado económica y políticamente a Rusia, mientras sus oponentes (sean europeos, americanos o asiáticos) pueden gozar de los beneficios del comercio marítimo (lo que les permite proyectar poder mundialmente) y de buenos sistemas de ríos que conectan sus regiones agrícolas con sus centros poblacionales o sus zonas industriales con sus centros de consumo o de exportación. Por su parte, Rusia, ha tenido que depender de la infraestructura de transporte, como los ferrocarriles, algo que tampoco ha podido materializar debido a la falta de capital. Por ende, sus dos accesos a los mares y océanos globales resultan cruciales para Rusia. Históricamente, los rusos han buscado expandir su territorio hacia las salidas al mar, sea para tener acceso al mar Negro y al mar Báltico o incluso al océano Pacífico, luchando una gran cantidad de guerras y confrontaciones geopolíticas con diversas potencias para lograrlo (Morrison, 1952).
Una invasión de Ucrania era de esperarse, dado su estatus como una falla geopolítica (áreas que históricamente son de altas tensiones geopolíticas y militares en donde suelen estallar conflictos armados). Por eso, tras varios años de que el Ejército ucraniano se estuviera modelando en el Ejército estadounidense y estuviera incorporando la doctrina militar occidentalista, y después de que hubieran desmedidos rumores sobre la expansión de la influencia militar estadounidense y de la OTAN en el país, aunado a la vulnerabilidad geopolítica debido al retroceso territorial sufrido tras la disolución de la URSS, sumada a una variedad de problemas en cuanto a la toma de decisiones en la cúpula de poder rusa, gran parte de la élite rusa y Putin se sintieron forzados para actuar. Aunque se había recuperado gran parte mediante el incremento en su influencia interinstitucional, política y diplomática, Ucrania era un punto clave, tanto geopolítico como histórico. Por eso, tras varios años de preparación militar y económico-financiera, Rusia decidió aventurarse a conquistar a Ucrania en febrero del 2022.
El fracaso imperialista
El mayor error catastrófico que podría cometer un mandatario ruso, como ya se mencionó, es perder una guerra. Tras su intento de conquistar a Ucrania en febrero del 2022, Rusia no ha podido derrotar a los ucranianos por más de dos años. Peor aún, sus logros en el Cáucaso y Asia Central han sido revertidos, dado el enfoque en Ucrania y la pérdida de recursos por parte de Rusia. Aunado a estas decepciones geopolíticas y militares, Rusia también sufrió un terrorífico ataque terrorista que acabó con la vida de aproximadamente 140 personas e hirió a cientos más (de Gliniasty, 2024). El ataque demostró la vulnerabilidad de Rusia y el surgimiento de la amenaza de ISIS-K (el Estado Islámico de Jorasán, Islamic State of Khorassan siendo el nombre en inglés), organización terrorista la cual opera en Afganistán (U.S. Mission OSCE, 2024). Así mismo, debido a la etnicidad centroasiática de los terroristas, el ataque aumentó las tensiones interétnicas entre la población rusa y otras minorías en el país con las comunidades migrantes, algo problemático para el Kremlin, dado que necesita de migrantes debido a los esfuerzos bélicos en Ucrania.
Soldado ruso de las fuerzas de paz en la frontera entre Armenia y Azerbaiyán vigila un puesto de control en el corredor Lachín en 2023 (Crédito: Mahammad Turkman vía Wikimedia Commons)
Mientras que se ha evidenciado la decadencia de la influencia del Kremlin en el Cáucaso y Asia Central mediante el desarrollo de confrontaciones militares, donde salen perjudicados los aliados rusos o Rusia pierde su estatus de mediador de conflictos, el ataque terrorista demostró que el enfoque de Rusia en Ucrania ha venido con el costo de no poder prestar atención a las amenazas que se están gestando en otras regiones.
Putin apostó a que podía tomar Ucrania en tan solo unas semanas y decidió lanzar una invasión, la cual había ocultado de la gran mayoría de los demás líderes de la silovikí y los tecnócratas rusos. Ahora dicha invasión ha sido un fracaso, aunque tal vez no parezca una derrota a los ojos de la población rusa, si lo es para diversos grupos de poder en Moscú. De ahí el reciente cambio de ministro de Defensa, donde Putin dejó ir a un aliado cercano y leal por el único tecnócrata que había demostrado algún grado de apoyo hacia sus iniciativas militares y de política exterior en Ucrania.
Con los retrasos militares desde el inicio de la guerra en Ucrania, el Kremlin ha demostrado que no tiene la capacidad militar para imponer su voluntad, incluso el ritmo de los avances rusos podría implicar que el gobierno ruso ha perdido la seguridad de poder arriesgar a sus fuerzas en la guerra. Una victoria militar en Ucrania implicaría la destrucción total de las fuerzas convencionales ucranianas y, posteriormente, la pacificación y reconstrucción de Ucrania. Puede que las fuerzas rusas derroten a las fuerzas convencionales ucranianas, pero difícilmente podrán lidiar con fuerzas de guerrilla bien entrenadas y veteranas, las cuales Ucrania usaría a su mayor beneficio. Ganar la guerra y tomar más territorio ucraniano simplemente implicaría para Rusia demasiados costos, tanto financieros como militares. Con el estado actual de su economía, fuerzas militares y una clara ruptura en la política rusa, ese no es un lujo que se pueda dar el Kremlin dadas las circunstancias en las que se encuentra.
Putin logró tomar el poder gracias a sus éxitos en la Segunda Guerra Chechena y a su capacidad, como de la silovikí, para poder tomar el control del país de los tecnócratas rusos. Pero su suerte parece estar empezando a cambiar. El presidente ruso ha sufrido demasiados retrasos, crisis internas y fracasos, lo que debilita la posición que logró asegurar durante la década del 2000 con el caso Yukos. Es por eso que, una victoria en Ucrania, bajo el actual contexto, sólo podría llegar a ser pírrica, más no estratégica, Rusia económica, política y militarmente no está en la posición para poder convertir cualquier logro en Ucrania en uno largoplacista. Tomando en cuenta estos elementos, lo único que es seguro para el país ruso es un cambio de poder en un futuro cercano y/o una derrota, las cuales iniciarían por sí solas o juntas una crisis sistemática en la Federación Rusa, la cual ya es una potencia que está sufriendo una clara decadencia geopolítica.
Referencias
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